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Insignificancia, progresismo y psicoanálisis
Parte I: Etiología de la insignificancia y capitalismo como máquina de quemar
Por Luciana Chairo y Germán Ciari
lucianachairo@elpsicoanalitico.com.ar
germanciari@elpsicoanalitico.com.ar
 
Quisiéramos abocarnos en este escrito a definir el concepto y alcance de la noción castoridiana de insignificancia. En un recorrido sucinto por las lecturas que realizan diferentes autores, observamos que existe la tendencia a asumir el concepto solo en su aspecto descriptivo y, en general, de manera fragmentaria (sin conexión teórica entre sus diferentes aspectos) e incompleta (que no logra un abordaje integral de la diversidad fenoménica que ofrece). Son llamativamente frecuentes los intentos por comprender el dato descriptivo a partir de herramientas que tienen por origen otro paradigma. Lo que surge en consecuencia es una evidente incomodidad y pérdida de especificidad. En ocasiones se extravía la distinción crisis/ descomposición, en otras se confunde directamente la noción de heteronomía con la de insignificancia. Algunas lecturas conducen a los autores a centrarse en el eje optimismo-pesimismo algo que, en nuestra opinión, no presenta relevancia teórica; o a homologar insignificancia con neoliberalismo (y en consecuencia progresismo con autonomía) lo cual constituye una excelente muestra de la crisis de la crítica.

Consideramos que todas estas tendencias se fundan sobre un mismo error: pierden el enlace entre fenómeno y etiología.


Insignificancia

Caminemos por una escuela, ¿qué escuchamos? Los niños, según los maestros, no aprenden; los maestros, según los padres, no enseñan; los padres, según la escuela, no acompañan. A poco de indagar descubrimos que nadie tiene en claro qué debe o puede hacer. La inquietud propia de la actividad exploradora de un niño, sus juegos alborotados y la posible resistencia a permanecer sentado varias horas en una silla, son conductas medicalizables que encuentran su causa en algún neurotransmisor loco que aporta el sentido extraviado a la imposibilidad de aprender.

Ingresemos al hospital público, avancemos por sus pasillos fríos, entremos a las salas donde otra vez un médico es denunciado, golpeado, deslegitimado por no curar, donde los pacientes han perdido su paciencia, donde prima el malestar, el maltrato y la apatía contagiada de unos a otros; donde las prácticas son violentadas y violentas, privatizadas y dolidas; donde el juramento hipocrático se enferma de sin sentido.

Los psicoanalistas nos encontramos con sujetos descreídos de aquel  “saber no sabido”, sujetos que reniegan de toda interrogación y que se presentan en los consultorios con síntomas disfrazados de signo, con un dolor de existir cada vez más solitario y fuera de lazo.  Y “paradójicamente”, se suscitan ateneos, clases, supervisiones, sesiones de analistas preocupados por producir intervenciones en la vía del sin sentido, de lo individual, de un tiempo cada vez más acotado.

No hay tiempo para reunirse con los afectos, no hay tiempo para amarse, no hay tiempo para estudiar, para trabajar, para la política, para los duelos, para el sexo. Y cuando finalmente conseguimos la cuota de tiempo tan anhelada, pues no sabemos muy bien qué hacer con ella…discurre, se escapa, adormece.    

El mismo acto de morir expresa la vacilación de los andamiajes de sentido. Los ritos se descomponen, se hace difícil inscribir y reescribir una ausencia. Todo el escenario de la muerte se vuelve un objeto más para el consumo. Ya no sabemos si llorar o tomar un quita pena que anule el dolor y restituya casi al instante un estado anterior.

Hay “avance tecnológico”. Bien. ¿Para qué y hacia dónde? ¿Quién orienta el avance de la técnica?

La lucha por una procreación asistida para los que lo necesitan, sobre la base del “para todos”, va al compás de grandes dificultades para cuidar y criar a los niños: los cuidadores no cuidan, los padres son pares, el trabajo consume el tiempo,  y se necesitan de más y más dispositivos de crianza que suplan las ausencias y de alguna manera, produzcan "hijos". 

Lo que vale se compra, el “nivel de vida”, “el bienestar”, el confort y el consumo son prioridad;  la “conexión virtual” desprovista del cuerpo a cuerpo es el modo de relacionarse; una “colección de individuos” suele confundirse con una comunidad.

Ignacio Lewkowicz habla del agotamiento del “modelo de lazo social” y describe cambios potenciales en el espacio público, entre los que se ubican la aparición de nuevos sujetos sociales. Observa el pasaje del ciudadano de derechos al consumidor consumido en una lógica del mercado que da cuenta de la destitución de prácticas y discursos y de la dominancia de la fluidez.

Zygmunt Bauman  plantea un movimiento que va de la “modernidad sólida” hacia una modernidad representada por la liquidez, cuya cualidad más significativa es la movilidad e inconsistencia. Describe  nuevos sistemas de relaciones sociales donde éstas fluyen con mayor flexibilidad y da cuenta de la disolución de los vínculos, proyectos y acciones colectivas.

Descomposición de los sistemas de control del capitalismo. Financiarización de la vida. Burocratización de los partidos políticos. Fragmentación de la lucha social. Desintegración de los roles. Vaciamiento de las instituciones. Crisis de la crítica. Conformismo generalizado. Desorientación. Apatía. Cinismo. Es difícil encontrar un autor que hable de nuestra época, desde cualquier disciplina, pertenencia teórica o política, y no mencione fenómenos similares.


Insignificancia como producto

La potencia del diagnóstico de época castorideano no reside en la descripción fenomenológica, y no es solo el enlace teórico entre los distintos fenómenos lo que vuelve a su aporte fundamental. Con su  “Avance de la insignificancia” el autor logra algo similar a lo que Freud encara en “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna”: definir una etiología. [1]

Al menos durante el siglo XIX y comienzos del XX se mantuvo relativamente estable en occidente algo que podemos definir como una “usina de sentido” resultante de la colisión de dos proyectos antagónicos de sociedad. De esa colisión surgía la desmezcla magmática de significaciones imaginarias sociales que animaban cada una de las instituciones sociales y brindaban un proyecto identificatorio a los ántropos que al metabolizar aquellos sentidos, creaban y re creaban la sociedad. La crisis del proyecto de autonomía, hace colapsar la usina de sentido y en consecuencia se desata un proceso de destrucción que devendría luego en abierta crisis/descomposición.

Castoriadis no deja de hacer hincapié en que no era uno u otro proyecto el que generaba los sentidos que animaban la sociedad, sino justamente la colisión entre ambos.

Tomemos el caso de la “escuela disciplinar” tantas veces estudiada desde múltiples perspectivas,  ¿por qué esta institución no puede pensarse solo como un producto del proyecto capitalista?  En primer lugar porque la escuela no fue la opción de control de lo heterogéneo inicial para el capitalismo. Su primera tendencia, incluso antes de devenir proyecto, fue expulsar a los sujetos que sobraban y mantenerlos en los márgenes a través de la coerción; marginarlos de las artes, las ciencias, el lenguaje escrito, etc. Solo cuando se ve obligado a asumir los desafíos que le impone su proyecto antagónico, que logra la ampliación de los márgenes de participación (en lo que devendría paulatinamente demanda de “sufragio universal”), es que el mismo debe asumir ese resto humano que gustosamente hubiera dejado en los arrabales, para así consolidar instituciones de control y encierro.

Estas escuelas no solo eran el decantado homogenizante de un poder geométrico, que cuadriculaba las mentes y los cuerpos derritiendo el material humano para luego volcarlo en el molde funcional hegemónico. Era eso, pero no solo eso. Tenía por objetivo la formación de “Ciudadanos”, ántropos modernos que no podrían reflejar mejor la rivalidad entre visiones distintas de sociedad, síntesis de la doble revolución de la que habla Eric Hobsbawm,  puja entre proyectos. Ciudadanos funcionales, disciplinares, que no deliberan ni gobiernan, pero que saben leer y escribir, conocen nuevos idiomas, incorporan los rudimentos del pensamiento filosófico y científico; ciudadanos que podrían en el futuro volverse piezas más eficaces de la maquinaria de la industria, pero también tendrían la posibilidad de comprender mejor las condiciones de explotación.

Además, debemos recordar que no es solo el sádico puntero el que convoca a los padres a llevar a sus hijos a las primeras escuelas normales.  No es solo porque “el Estado obliga” que los padres hacen de sus hijos, alumnos. Hay una seducción que la escuela ejerce, un proyecto que ofrece.  Y en tanto que el capitalismo como tal no puede ejercer más que repulsión, en los proyectos que encarama para volverse régimen, detrás de la seducción siempre hay desposesión (de sentido).

Los voceros de la institución por estrenar no podían pararse frente a la sociedad y exclamar: “¡Padres! ¡Ingresad vuestros hijos a esta noble institución! Allí hallaremos y  trituraremos toda cultura distinta de la hegemónica para hacer de ellos la pieza homogénea de un sistema que necesita el esfuerzo de lo que les resta de sus vidas para acumularlo en la forma de Capital, ofreciéndoles a cambio la dudosa promesa de preservarlos con vida”. Muy por el contrario, la escuela se muestra como la entrada individual al progreso de la humanidad, a la paz y la armonía entre los hombres, que constituidos en el saber de la ciencia moderna podrán liberarse de las cadenas de la naturaleza, del pensamiento mágico y de toda “barbarie”. Es por tanto el ideal Liberal nacido de la misma revolución que las formas más radicales que agrupamos bajo el término “proyecto de autonomía” el que ofrece, de modo privilegiado, las significaciones y los sentidos que ponen en funcionamiento una de las instituciones más importantes para el andamiaje del capitalismo en el periodo mencionado.

Las instituciones sociales que nos ocupan son de este modo, el resultado de la fricción y el roce entre proyectos. Es de allí de donde surgen los sentidos últimos que les dan coherencia y consistencia a las legalidades que ordenan subjetividades, proveen proyectos identificatorios, levantan instituciones y dan  sentido al conjunto de la sociedad.


El capitalismo como máquina de quemar

A nuestro juicio, un escenario de enfrentamiento de los dos proyectos en condiciones de igualdad no puede contemplarse más que por períodos muy cortos. Si se quiere tener un panorama del periodo completo, no sería correcto imaginar el modo de ser de lo social como el choque frontal de dos locomotoras que en la inercia del impacto se levantaran como un rascacielos.  Más bien, lo que predominó fue el estableciendo de una lógica de devoración, de un proyecto respecto del otro. Una que permitía al cuerpo devorador aprovechar la energía que lo devorado despedía, y así transformarse en función de una expansión que no controlaba, ni en cualidad ni en cantidad.

Es que el capitalismo no puede dejar de quemar sentido. En tanto que, sin devenir régimen le es imposible funcionar más que a través del uso explícito de las armas (como en la colonia o en la expansión de la frontera extractiva), y no le es posible generar las significaciones que puedan articular el sentido de un régimen; para evitar operar “sinceramente” (significación tan cara a la coyuntura política argentina) se encuentra obligado a saquear significaciones imaginarias sociales  -del proyecto de autonomía o de cualquier otro origen-, que a la vez en su despliegue, no puede dejar de desgastar.

¿Acaso no fueron las significaciones y sentidos creadas por las comunidades rurales las que volvieron vivibles las fábricas de las ciudades y por tanto, generaron las condiciones para la producción? ¿No fueron las invenciones acumuladas durante siglos y condensadas en la pericia del artesano las que se instrumentalizaron en la máquina que echó a andar la rueda de la industria? ¿No fue la curiosidad apasionada y romántica del navegante explorador la que trazó los mapas que conducirán a la aniquilación y la conquista?

A medida que el capitalismo avanza, la lógica de desposesión, devoración y quema de sentidos se profundiza. Significaciones imaginarias como “Fraternidad”, que remitían a la búsqueda de armonía y colaboración entre los seres humanos, devinieron base de sustentación de los nacionalismos fratricidas. El sentir comunitario de amplios colectivos humanos devenido demanda de democracia radical se metaboliza como procedimental, y así logra aflojar una tensión social y subjetiva que generaría inestabilidad. Las danzas, la música, los sabores, el trabajo en madera, en cerámica, en telas, productos genuinos de la creación del imaginario instituyente en cada rincón del planeta, migran desde las periferias hacia el centro y se inyectan en el cuerpo del capital, al modo de una transfusión incesante de belleza y de vida.

La desaparición paulatina del proyecto de autonomía va a dejar solo al capitalismo que en adelante, debido a su expansión global, necesitará cada vez menos devenir régimen, institución, Nación, etc., y cada vez le costará más encontrar canteras de sentido de las cuales nutrirse. En consecuencia aparecerán regímenes sostenidos en los sentidos precarios que el mismo puede generar y cuya expresión más genuina y contundente se observa en la configuración de slogans de campañas publicitarias multipremiadas  como “Keep Walking” de Johnnie Walker o “Just do it” de Nike [2]. A la vez recurrirá a significaciones y sentidos pasados, consolidando regímenes “vintage” que recuerdan, una y otra vez, al encabezado del 18 Brumario de Marx,  acelerando con ello el proceso que Castoriadis definió como descomposición.

La descomposición de un sentido no es su crisis y tampoco es simplemente una ausencia (de sentido). Es más precisamente la presencia de lo anterior en estado degradado. Cuando Eduardo Gudynas [3] por ejemplo indica que en el periodo progresista vivido en Brasil el número de hogares con cloaca y agua potable se mantuvo estable mientras que el consumo de celulares y lavadoras automáticas se disparó exponencialmente, no hace más que definir la descomposición sufrida por la noción de “desarrollo” vigente a mediados de siglo XX. No se esgrimen nuevos argumentos. Las ideas son las mismas. Pero los alcances y resultados son apenas formas superficiales de aquello que alguna vez fue.

En consecuencia, no se trata solo de que las instituciones estén “vaciadas”. Lo que parece tener mayores consecuencias es que las instituciones “están”, continúan existiendo, y en tanto que existentes no pueden dejar de donar una fragmentación/ desintegración, un “humo” que como ántropos no podemos dejar de “comprar”.

Lo que se despliega entonces, siguiendo a Yago Franco, es el “trayecto que va desde un malestar tolerable, inevitable y de algún modo necesario y que hace a la vida en sociedad, a un estado de la cultura que produce mortificación y, en el límite, imposibilidad de participar en la vida social, con devastadores efectos en la psique” [4].  Siendo toda institución fuente de cierto bienestar mínimo (referencia) y lugar de depósito de las tendencias mortíferas o tanáticas del hombre, la sociedad en crisis ve obturada esta posibilidad de alojar allí la pulsión de muerte desplazándose  a los lazos y al terreno social. El amparo necesario para vivir en ella se ve amenazado, entran en crisis los emblemas identificatorios, se dispara la tendencia a lo ilimitado y la intolerancia a la diferencia. El resarcimiento que el sujeto obtenía de sus renuncias para vivir en sociedad pierde significación.


Selectividad en la máquina

Hasta aquí hemos hablado de sentidos sociales instituidos, del modo en que el capitalismo necesita apropiarse de ellos quemándolos para devenir régimen, y del proceso consecuente que se desata inevitablemente como destrucción de toda diversidad. Destrucción que (agreguemos) en el plano natural se vive como polución y sobre explotación, y en el plano del sentido como  avance de la descomposición y de la insignificancia.

Llegados a este punto debemos subrayar que esas significaciones imaginarias sociales no reciben un trato homogéneo, y que todas ellas no producen los mismos efectos metabólicos en la máquina de quemar. Es una enseñanza que nos deja el escenario descripto como usina por Castoriadis: si existen infinidad de canteras de sentido por quemar, ¿por qué son las que provienen del proyecto de autonomía las que le otorgan a los regímenes occidentales del periodo que nos ocupa, esa solidez y estabilidad? ¿Cómo se explica esta notable tenacidad que le permite inmiscuirse, ramificarse, consolidarse frente a una maquinaria que pone todo su empeño en desintegrarlas? ¿Cómo logra sostener los proyectos identificatorios en cada una de las instituciones sociales y producir, incluso en el declive y como efectos tardíos, fenómenos de la trascendencia del mayo francés o los llamados “Estados de bienestar”?

El proyecto de autonomía no solo confrontaba y proveía sentidos alternativos. Producía  significaciones imaginarias que resultaban disfuncionales al régimen, y que se volvían inasimilables cuando además resultaban disfuncionales al modo de producción capitalista mismo. 

Si tomamos por caso el ejemplo, tal vez más cercano, de la “nacionalización de los hidrocarburos” como significación imaginaria social que deviene horizonte utópico de un movimiento social, podemos observar con claridad el carácter disruptivo que asume frente a un régimen neoliberal que busca ordenar lo social de un modo en que esta significación le resulta disfuncional. Pero cuando el régimen cambia y logra prevalecer, esta significación imaginaria deja de ser disruptiva. En adelante es ella misma la que ordena un régimen que hace andar el modo de producción capitalista. El nuevo gobierno puede intentar apropiarse del excedente para construir con ella una alternativa al capitalismo. Pero en tanto que el capitalismo no es solo un conjunto de caños, orquillas y aceites, la subjetividad humana no es una computadora que pueda reformatearse a gusto y el Estado no es un modo de producción, el resultado es una asociación entre Estado-modo de producción capitalista, que no puede más que hacer avanzar el magma de significaciones imaginarias sociales, instituciones y subjetividades que este último arrastra, y de ese modo hacer engordar al enemigo frente al cual el movimiento se había levantado.

Consejistas, Socialistas, sans culottes, movimientos artísticos y filosóficos del siglo XVIII, comunistas, anarquistas, soviets, milenaristas, turbas urbanas, sectas obreras, anarco sindicalistas y un largo etc. - en lo que si somos coherentes con la propuesta de Castoriadis también debemos incluir al original movimiento psicoanalítico de la Viena de Freud- no produjeron solo sentidos de este tipo. Crearon además significaciones y subjetividades que eran el fruto de la elaboración individual y colectiva, de la movilización, pero sobre todo de la experimentación en modos de producción, de hacer política y de vivir la vida; que proponían y a veces  imponían, formas diversas de ver y sentir el mundo. No se trataba solo de una ruptura. Eran la proliferación de ese otro mundo que avanzaba al unísono en las calles y en los parlamentos, como política y como cultura, como instituyente y como instituido, como forma de hacer con el malestar en la cultura y como formas de enfrentar a su más allá.

Si aún hoy podemos hablar de “izquierdas” es gracias a este carácter distintivo: las autonomías proyectaron y visibilizaron una idea de “bienestar” distinta de la hegemónica, que no entraba en su corsé y no podía circunscribirse a la ilusión absurda de extender la forma de bienestar hegemónica a toda la humanidad, ilusión que ciertamente terminó por prevalecer.

 
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Notas
 
[1] Por supuesto, no negamos el hecho de que diversos autores hayan intentado definir una etiología. Lo que pensamos en todo caso es que han fracasado en el intento. Por tomar el caso de Lewcowicz, la idea misma de “Pan institución” es difícil de sostener cuando se presta atención a  las múltiples remisiones inter institucionales. El hecho de que el autor además haya ubicado en ese lugar nada menos que al Estado, una institución social tan dependiente de otras, siempre movida y promovida por un proyecto capitalista (y sus fases de acumulación), que lo hizo a lo largo de la historia, ensancharse y desinflarse, donar sentido y destruirlo, en función de sus intereses coyunturales; antes, durante y después de “Pensar sin estado”, descarta cualquier posibilidad coherente de ubicar esta institución como “Pan” (por sobre) y nos exime de mayores comentarios. Este hecho no debería, o al menos no lo hace con nosotros, promover que se dejen de valorar sus  aportes en otras áreas.
[2] Incluso el origen de la campaña publicitaria resulta revelador. Ver http://www.infobae.com/2015/03/19/1716879-el-origen-macabro-un-eslogan-popular-just-do-it/
[3] “America latina piensa” capitulo 10 “La cuestión del desarrollo” ver: https://www.youtube.com/watch?v=2IHxyJZEYLc
[4] Franco, Yago “Más allá del malestar en la cultura. Eros y Thánatos en la cultura” http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num11/sociedad-franco-mas-alla-del-malestar-en-la-cultura.php
Bibliografía
 
Castoriadis, Cornelius (2008) El mundo fragmentado. Ed. Terremar, Buenos Aires, Argentina.
Castoriadis, Cornelius (1996) El avance de la insignificancia. Ed. Eudeba, Buenos Aires.
Bauman, Zygmunt (2003) Modernidad Líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura económica.
Diferentes artículos tomados de la página de la Revista El psicoanalítico
Lewkowicz, Ignacio (2004). Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires: Paidós
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