Al comenzar a leer esta joyita vino a mi memoria un eco de El Perfume, primera novela del escritor alemán Patrick Süskind, inolvidable por la magia de su prosa poética, capaz de hacer surgir la belleza en medio de la putrefacción, el miedo y el asco. En este caso, la novela atrapa en un clima misterioso, nostálgico, en el que todo parece abierto e indefinible. Un crimen -quizás dos- un desfile de personajes que podrían ser culpables, o no, son la ocasión para breves precisiones acerca de las posiciones subjetivas de los personajes, desde los más abyectos a los más puros, y para reescrituras incesantes de esos mismos rasgos a la luz de nuevos descubrimientos. La época, entre 1917 y 1937, con necesarios retornos a épocas anteriores, es retratada con cuidado por el detalle. Al hacerlo, el autor tiene la virtud de despertar estímulos incluso sensoriales: vemos el cuadro, su colorido y su textura; olemos esa comida ávidamente devorada por un juez corrupto; nos duele el frío que lacera la piel del reo.
El autor es joven, 54 años, y ha ganado premios por ésta y otras novelas. Algunas de las traducidas al castellano son: La nieta del señor Linh, El informe de Brodeck, así como el libro de breves instantáneas, Aromas. Quizás haya un atractivo especial en el modo en que moldea los personajes, en su posibilidad -a través del narrador en el caso de Almas grises- de abrir un abanico de posibilidades que hace difícil la valoración moral o de otro orden desde un maniqueísmo estéril. En su lugar, nos abre todo el tiempo a la diversidad y la pluricausalidad que caracterizan lo humano. Este gesto lo torna piadoso, no en un sentido religioso sino en el sentido de la admisión de los grises como parte ineliminable del hombre.
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