Se exponen algunos hallazgos de un estudio realizado con varones cuya inserción laboral ha sido precaria. Se analizan ciertas tendencias hacia la dependencia, que han sido relevadas, y que sugieren una preferencia por cruzar géneros. Se discute la validez de decodificarlas en términos de la sexualidad, proponiendo asignar un espacio a la autoconservación como motivación predominante. Surge como propuesta utilizar la experiencia de masculinidades no hegemónicas, como inspiración para crear representaciones, valores y prácticas alternativas a las tradicionales prescripciones sobre la masculinidad social y subjetiva.
Introducción
En tiempos pre-modernos la masculinidad cultural se construyó sobre la base del rol social del guerrero. Durante la Modernidad, la valoración del trabajo ha contribuido a forjar el modelo ideal del proveedor, el jefe de familia. El nomadismo del aventurero fue sustituido por otra clase de ausencia, la del hombre que partía a su trabajo por la mañana y retornaba al atardecer a un hogar atendido por su esposa doméstica, donde él funcionaba como figura de autoridad, la última instancia a la que se recurría ante los conflictos. Esta función de interdicción, sacralizada en el discurso del psicoanálisis lacaniano, estuvo sostenida sobre la base de la provisión económica, derivada de la venta de su fuerza de trabajo en el mercado, de la que los demás familiares han dependido para su subsistencia. El feminismo se ha rebelado frente a esta división social del trabajo post industrial, poniendo de manifiesto las situación de minoridad social en que habían sido ubicadas las mujeres, y las nuevas relaciones de dominio y subordinación que caracterizaron a las relaciones conyugales modernas. Generó una amplia producción teórica sobre el tema, que incluyó estudios acerca de los efectos psíquicos adversos de la domesticidad femenina.
Durante la Modernidad tardía el antiguo opresor se ha visto fragilizado por la contracción de la oferta laboral. Las mujeres, empoderadas por su incorporación a los trabajos remunerados, padecen las dificultades de un mercado aún organizado sobre el modelo del trabajador varón que dispone de los servicios de una esposa. Ellas se insertan en el ámbito laboral de modo desventajoso, en función de la exigencia derivada de sus responsabilidades domésticas y maternales que aún no son plenamente compartidas. Sin embargo, han mejorado su condición social, lo que les permite negociar de otro modo las relaciones de poder al interior de la familia. Las mujeres jóvenes enfrentan hoy otras dificultades, relacionadas con impedimentos para constituir parejas estables, que son motivo de otros estudios.
Los antiguos jefes de familia se encuentran, por el contrario, ante una situación de deterioro de sus recursos, poder y prestigio. Este cambio, desfavorable en apariencia, porque implica una merma de sus privilegios tradicionales, promueve tensiones y conflictos de pareja y familia, que los operadores de la salud mental necesitan conocer para operar de modo eficaz en la asistencia de este malestar contemporáneo.
En la producción de la precariedad de la oferta laboral concurren diversos factores, tales como los avances tecnológicos relacionados con el desarrollo de la informática, la microelectrónica y la robótica, y una modalidad actual de expansión capitalista, que consiste en la tendencia a optimizar las ganancias a través de fusionar las empresas, ahorrando al máximo posible el gasto en salarios. La globalización y la consiguiente internacionalización de los capitales, coadyuvan en este proceso, que concentra los recursos en pocas manos y ha aumentado de modo notable la pobreza.
Todas estas circunstancias configuran, en este período de acumulación capitalista, un contexto adverso en lo que se refiere al bienestar de los varones y de las familias. Se registran nuevos problemas en la salud mental de la población, y la disolución creciente de núcleos familiares reconoce entre sus determinantes, este carácter imprevisible que ha adquirido la existencia contemporánea, sometida a las oscilaciones de la demanda laboral. La estabilidad cotidiana se ha visto conmovida por crisis económicas periódicas que han expuesto a muchas familias al desamparo.
Es por estos motivos que la mayor parte de los estudios sobre precariedad laboral se enfocan en explorar los efectos psíquicos del contexto actual. Sin embargo, no todos los sujetos padecen del mismo modo estas circunstancias. Por el contrario, existe una notable diversidad en las actitudes personales ante las crisis del sistema, y el estudio de la misma configura un objeto legítimo de indagación.
II) Diversidad al interior del colectivo masculino
Los varones pueden ser considerados como un colectivo social, unificado en torno de las representaciones sociales hegemónicas respecto de la masculinidad, y a la vez, diferenciados entre sí por su inserción de clase, su edad, su origen étnico y su orientación sexual. Pese a esta diversidad existente al interior del colectivo masculino, el dominio constituye un componente central de las representaciones sobre la masculinidad. R. W. Connell (1996) ha expuesto que existen al interior del colectivo masculino diferencias jerárquicas, que permiten ubicar a los varones en un estilo de masculinidad hegemónica o dominante, o en estamentos subordinados.
En un estudio anterior realicé aportes acerca de las tendencias subjetivas de algunos varones hacia un desempeño laboral inestable o deficitario (Meler, 2004). Posteriormente en el contexto del Programa de Estudios de Género y Subjetividad de UCES, hemos realizado un estudio acerca de la precariedad laboral y su efecto en la masculinidad [1]. Esta investigación formó parte de una red de investigadores entre los cuales se contaron expertos mexicanos. Encontré una notable diferencia entre los sujetos que he entrevistado y los que han estudiado las investigadoras mexicanas. Ellas han estudiado a varones que tenían una inserción sólida en empresas, que habían desarrollado un estilo de masculinidad hegemónica y que debieron enfrentar de modo sorpresivo y traumático la pérdida de una posición social preparada con coherencia y tenacidad. Las observaciones que expondré a continuación han sido, en cambio, obtenidas de varones cuya inserción laboral ha sido débil de modo habitual. Si bien existen matices que los diferencian entre sí, ninguno de ellos puede ser considerado como perteneciente al colectivo de la masculinidad hegemónica.
He establecido (Meler, 2004) una asociación directa entre la masculinidad subjetiva y el desarrollo laboral satisfactorio. Cuanto más se asemeja la subjetividad de un varón a lo esperado para su género, en cuanto al desarrollo de rasgos de carácter vinculados con el dominio, tales como el liderazgo, la audacia, la exposición a situaciones que implican riesgos, la tenacidad, el apego al cumplimiento de metas, etcétera, mayores son sus logros en el ámbito laboral. Por el contrario no existe un nexo comparable entre la feminidad en las mujeres y sus logros en el trabajo. Los éxitos femeninos en el ámbito laboral se relacionan con el posicionamiento de las mujeres como sujetos adultos, pero no con la asunción cabal de su género asignado. Debido a que la feminidad cultural se ha vinculado con frecuencia con la dependencia emocional y social, no es raro encontrar conflictos entre los imperativos de género femenino y las aspiraciones de ascenso laboral.
Sin embargo, en este estudio he encontrado que existen varones cuya masculinidad ha sido fuertemente desarrollada, pero se trata de un estilo masculino aventurero y heroico, que no resulta apto para el ascenso social en un contexto urbano contemporáneo. En Ariel, uno de los sujetos estudiados, advertí un compromiso con un proyecto político promotor de la equidad social, que se unía a un desprecio por las metas de progreso económico personal. Este estilo aventurero, audaz y altruista, entró en crisis pasado un tiempo, al ser confrontado con los ideales del contexto, que valora en grado sumo el logro de una posición económica aventajada. En este caso entonces, la precariedad de la inserción laboral no se relacionó con tendencias psíquicas hacia la pasividad y la dependencia, sino con el cultivo de una masculinidad heroica, que no fue congruente con el contexto del capitalismo urbano. La solidaridad con el padre, un hombre de condición humilde que siempre experimentó la obligación de trabajar como una servidumbre, intervino en este desenlace subjetivo y en el consiguiente decurso de la carrera laboral. Este hombre se hizo a un lado para no superar a su padre y en cambio, eligió luchar por el logro elusivo de una paridad social que lo reivindicaría. Encontró en la militancia política una vía aceptable, según sus valores, para la promoción personal y la búsqueda de reconocimiento, que inicialmente resultó eficaz pero luego claudicó, promoviendo un sentimiento de fracaso ante la fragilidad de su inserción laboral y de su situación económica.
Otro de los hombres estudiados, Carlos, ha padecido numerosos altibajos ocupacionales. Se trata de un varón con vocación por el trabajo, que se siente cómodo en el ambiente laboral. Este es un caso que, en una primera aproximación, se asemeja a aquellos en que las dificultades en el trabajo pueden atribuirse de modo prioritario a la inestabilidad del contexto. Sin embargo, me ha sido posible observar dos circunstancias que abonan la hipótesis de que también existen predisposiciones subjetivas que constituyen un obstáculo para su desarrollo laboral. Por un lado, manifestó una clara predilección por la situación de dependencia. Si bien ensayó trabajar por cuenta propia de modo marginal y como complemento de su actividad principal, lo hizo en una situación donde se sintió abandonado y mal tratado por sus patrones, que no le proveyeron insumos que su clientela demandaba. De modo que se encontró casi obligado a tomar la determinación de obtenerlos por su cuenta y ofrecerlos para la venta. Aún así, anhela que sean los dueños de la empresa para la cual trabaja, quienes tomen a su cargo ese aspecto de su actividad, o sea que en lugar de aspirar a acrecentar sus actividades independientes, desea volver a resignarlas para contar con el apoyo de una organización más poderosa que él mismo.
Por otra parte, al realizar el test de “Persona bajo la lluvia” ha dibujado una niña de 8 años, a quien denominó con una versión femenina de su propio nombre. Esto sorprende, porque, en términos generales, se espera que las personas dibujen a alguien de su mismo sexo y de una edad semejante. Relató que en esa edad de su vida, se sentía feliz por ser hijo único y muy querido por toda la red familiar. El nacimiento posterior de una hermana mujer fue causa de muchos sinsabores. Ella creció como una joven con dificultades emocionales, muy dependiente y sobreprotegida por sus padres. Carlos ha sido discriminado en cuanto al acceso a los bienes familiares y a la herencia, ya que sus padres lo han percibido como capaz de valerse por sí mismo, mientras que consideraron que su hermana requería protección especial. Esta situación, además de significar una desventaja económica para él, le ha causado un gran dolor. Anhela haber sido una niña, para recibir los dones amorosos y económicos que sus padres brindaron a su hermana. Vemos aquí una preferencia inconsciente por depender, que deriva tanto de la identificación con su hermana como de la inhibición del deseo de superar a su padre. Esta situación subjetiva, si bien no le ha impedido un desarrollo laboral por momentos adecuado, ha constituido un obstáculo al progreso de este hombre, quien podría, dada su capacidad, haber alcanzado una posición más ventajosa y estable.
El desempeño laboral de Fernando, otro varón entrevistado para este estudio, se ha caracterizado por su inestabilidad, situación que lo coloca de modo habitual en riesgo de desamparo. Mantiene una situación de endeudamiento crónico y cuenta con una red de amigos y con su madre, quienes hasta el momento sostienen esa situación, debido al cariño que le profesan y al hecho de que paga sus deudas. Su encanto personal no es ajeno a que esta red continúe sosteniéndolo. Fernando cultiva un estilo de seducción juvenil que no es habitual en los varones masculinizados según el modelo hegemónico. Es un hombre de aspecto agradable, inteligente e inquieto, y manifiesta tener pasión por estudiar. Sin embargo no establece una conexión entre los conocimientos que adquiere y alguna profesionalización que le permita acceder a ocupaciones más calificadas y estables. Su estrategia laboral es frenética y errática. Cuando no tiene recursos, se agota realizando “lo que salga” o sea trabajos no calificados tales como pintar paredes, vender algo, etcétera. La característica más notoria de su desempeño laboral es la falta casi total de planificación, de consistencia. Pese a que está siempre sobre- ocupado, es posible suponer que pierde mucho tiempo, por falta de organización. Durante la crisis del 2001-2002, padeció una situación de desamparo, donde convergieron una grave crisis del contexto con una inserción laboral frágil e improvisada, que tal vez hubiera sido moderadamente exitosa en un entorno más favorable.
III) Interpretación de las tendencias observadas. El debate entre las categorías teóricas de sexualidad e identidad
En varios de los varones estudiados, se observan rasgos de carácter y actitudes que se encuentran con mayor frecuencia entre las mujeres. Una visión psicoanalítica tradicional, podría favorecer la inferencia de deseos de cruzar géneros en estos casos. Considero que efectivamente estos deseos existen en alguna medida, pero que no deben remitirse en primera instancia a la sexualidad genital. O sea que la preferencia por ocupar alguna posición feminizada no implica una identificación con la madre como compañera erótica del padre, sino que lo que se pone en juego son deseos vinculados con la auto conservación. Los deseos vinculados al anhelo de recibir dones por parte de figuras que los protejan, expresan un apego a la posición infantil, así como el sufrimiento por el que atraviesan los varones para asemejarse al modelo dominante. Algunos lo logran con mayor éxito, pero en otros casos la dependencia infantil no resignada constituye un obstáculo para el desarrollo laboral en la competitiva sociedad tardo- capitalista. La excesiva protección, la indulgencia con los deseos pasivos, conspira contra la construcción de un estilo caracterológico compatible con la masculinidad dominante. El alivio de los rigores de la existencia se paga entonces, con un sentimiento de indignidad.
Una situación similar es igualmente válida en el caso de las mujeres, en las que una protección excesiva también puede inhibir el desarrollo de autonomía necesario para desempeñar roles sociales adultos. Pero los efectos intersubjetivos son menos dañinos, porque aún hoy, se admite más que las mujeres dependan en alguna medida de los compañeros o de otros parientes.
No debemos apresurarnos a referir de modo rutinario la pasividad laboral de algunos varones a una corriente psíquica homosexual. En algunos casos puede ser así, pero no es lo más habitual. Por el contrario, considero que la elección homosexual de objeto, en algunos casos se debe a un sentimiento de insuficiencia para asumir el rol masculino adulto, o sea que la relación puede ser inversa. La sexualidad aquí se ve desplazada del lugar de ser una causa última de la conducta, y se transforma en un efecto de otras motivaciones conflictivas. Margaret Mead cuando estudió a los berdache, indígenas travestidos de modo ritual, que integraban la confederación séneca, expresó como hipótesis que esta opción vital podría constituir un desenlace de las dificultades de algunos varones para asumir el rol de guerreros (Meler, 2000). En estos casos, el motor último se encuentra en la autoconservación, y la opción sexual es un vehículo que habilita al sujeto para recibir la protección anhelada.
En el caso de varones heterosexuales cuyo desarrollo laboral es precario de modo habitual y no coyuntural, los deseos de cruzar géneros se referirían en principio a motivaciones vinculadas con la auto conservación, con el deseo de gozar de una existencia más protegida, de no ser los responsables únicos o principales de la provisión económica del grupo familiar. También aparecen deseos de realizar actividades más placenteras, escogidas en función de una vocación y no de su rentabilidad, un lujo que pocos hombres se permiten.
Estos deseos no debieran ser penalizados considerándolos indignos, porque resultan muy comprensibles y legítimos. La cuestión consistiría en tramitar al interior de la pareja conyugal y también en relación con el contexto social, las estrategias que hagan compatible el sustento cotidiano en condiciones aceptables para todos, con la satisfacción subjetiva en el trabajo creativo y la disponibilidad de tiempo para las relaciones de intimidad. Tal vez el estudio de estos varones cuya masculinidad consensual ha resultado algo fallida, no del todo lograda de acuerdo con el modelo hegemónico, nos permitan construir modelos alternativos para una existencia más satisfactoria para todos.
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