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El invierno es una casa cerrada, sin pintar. Es un altar boca abajo. El descenso a los infiernos. No la habitual hoguera, sino el piso fracturado; los tablones rotos, llevan a otro piso igual, y a otro.
Ése desciende a los infiernos con un vestido rojo que tiene ala. No sé quién es. Ya bajaron dos o tres.
Para siempre, jamás.
En cada puerta sale y crece el lirio blanco; una mano de adentro, por una hendija, lo saca y lo pone en la olla. Él hierve en el frío, se esponja como nieve.
Por un rato hay hilachas blancas por todo el cuarto.
Dentro de la cama yo ofrezco mi ostra, pequeña, oval, ribeteada de coral, por donde Juan lleva y hunde su puñal. Que me parte en dos. Después, yo lo abrazo. Como si no me hubiera querido matar.
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El bosque de casuarinas donde un día se presentó el Diablo.
-¿Se presentó el Diablo?-
Sí, y todo tejido en lana roja y negra. Como una manta y un saco.
Yo era chica y dije: -¿Qué es un diablo?-
Era adolescente y quedé alelada.
Era una mujer y quedé picada.
Me le acerqué, pero no mucho, porque no se podía; a ratos, parecía que no estaba.
De pronto dije:
-Yo soy una princesa. Pero, legítima; no de pacotilla como las que salen en los diarios.-
Al oír esta oración extraña, parpadeó, aunque sus ojos eran inmóviles, y algo se asombró. Quedaba tieso. Parecía un objeto, un tejido olvidado.
Yo, por aliviar las cosas, vencer esas extrañezas, fui hasta la cocina, tomé, desde un platillo, dulces de higo, salí a mirar las ramas.
Pero, él ya estaba allí; con un salto invisible y opaco, ya estaba allí.
Le dije: -Diábolo.-
Él contestó: -Mariposa Glicina. Y Glicina Mariposa.-
Llamándome así por mis nombres prohibidos, pues, por salvarme de todo mal, no me habían hecho figurar en el Registro.
Me acerqué a su lana. Él dijo: -Vayamos a los infiernos donde están nuestros hermanos.-
-¿Cómo…?!!-
Di un grito que no se oyó.
Pero, le tendí los dedos, que él acarició por sumo instante. Pidió: -Y dame las cosas de abajo-
Aunque parezca mentira me acerqué y separé las piernas.
Él buscó y encontró los orificios; lamió y hendió; uno a uno, los lamía y los partía. Yo, un poquito, brincaba. Dijo: -Vayamos al infierno, ya. Eres de las que sirven bien. Vamos, bromelia, móntate en mi lomo. Y vamos.
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[*] Del libro Rosa Mística (relatos eróticos) de Marosa di Giorgio. Ed. Interzona. Bs.As. 2003.
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