Hoc non pereo habebo fortior me
‘Lo que no me mata, me fortalece’
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Proverbio latino |
El objeto de este trabajo estriba en mostrar cómo gran parte de conceptos ínsitos en las matrices intelectuales de Thomas Hobbes y Carl Schmitt [1] pueden cobrar un valor añadido cuando se los piensa a través del enfoque que propone la Historia Conceptual, tal y cómo es esbozada por Koselleck en su obra Futuro Pasado.
Si existe un concepto que hace fértil el suelo sobre el cual poder elaborar cualquier teoría política que se plantee justificar como necesario instituir un Estado, éste es el de representación. Es a partir de la idea de representación que Hobbes puede dar el salto desde su ficcionado Estado de Naturaleza hacia el Leviatán: la sociedad civil.
El concepto de la representación es definido por Hobbes en el capítulo XVI como aquello que liga a los representados con su representante, donde los representados se convierten ellos mismos en actores de las acciones del representante.
Thomas Hobbes es considerado, con más o menos buen tino, como el primer pensador de la estatalidad - al menos del período clásico-; bien es verdad que quienes [2] tematizaron la cuestión del Estado después de Hobbes, abordan dicha cuestión de distinta forma pero, a pesar de ello, tuvieron siempre muy presente al filósofo inglés.
Hobbes no fue, ni tiene porque haberlo sido, conciente de que su Leviatán es obra de una operación -nos atrevemos a decir que la primera- de secularización de conceptos teológicos en conceptos políticos [3].
Nos interesa especialmente mostrar cuánto de teológico aporta vigor al planteo hobbesiano, ya que, la transustanciación de lo natural a lo civil que da como resultado un Estado con un representante, sólo puede producirse si, a la base del orden político se encuentra un fuerte cimiento teológico capaz de amalgamar las almas en algo más que un moderno "pacto de cada hombre con cada hombre (...) [4] " [empíricamente imposible de efectivizarse].
El aspecto teológico es habitualmente escamoteado soslayado por muchos estudiosos de la obra de Hobbes. Ciertos pasajes de la Biblia mantienen paralelismos que hacen que cualquier lector pueda admitir la duda sobre cuál es el origen que marca al inglés cuando piensa en el Estado:
"¿Quieres vivir sin temor a la autoridad? Haz el bien y tendrás su aprobación, porque es ministro de Dios para el bien. Pero si haces el mal, teme, que no en vano [él] lleva la espada. Es ministro de Dios, vengador para castigo del que obra mal. Es preciso someterse no sólo por temor del castigo, sino por conciencia" [5]
Volviendo a Hobbes, a propósito del por qué de las leyes de naturaleza, nos advierte: "Los humanos tienen la costumbre de llamar leyes a los que son dictados de la razón, pero es un error, pues no son sino conclusiones o teoremas que conciernen a lo que conduce a la conservación y defensa de sí mismos; la ley, en cambio, adecuadamente entendida, es la palabra de quien tiene derecho a mandar a los otros. Pero si consideramos los mismos teoremas como enunciados en la palabra de Dios, que tiene derecho a mandar sobre todas las cosas, entonces es correcto llamarlos leyes". [6]
En otras palabras, si se quiere hacer de Hobbes el "inventor" de la representación,
se corre el grave riesgo de pensar que el inglés pensaba más allá de su tiempo o, que cuando diseñaba more geométricamente el dios mortal leviatánico, no tenía a su disposición más que su ingenio y no -como creemos- procedía operando a través de todo un campo semántico que se encontraba en ese momento a su disposición, y especialmente, aquel que provenía de la teología.
La representación en tanto concepto no fue lo mismo -en el sentido que su contexto implicaba siempre un límite y abría horizonte- cuando este concepto era mentado por Hobbes en el Leviatán ni el que está in nuce en el célebre texto de Emmanuel Joseph Sieyès ¿Qué es el Tercer Estado? [7], donde la representación que él somete a crítica en momentos en que la revolución francesa está ya a punto de estallar es la de un representante que poseía mandato imperativo, esto es, cada representante de los distintos estamentos, al reunirse los llamados Estados Generales en una asamblea, acudía con una directiva expresa de sus representados respecto de cómo votar; después de la revolución francesa ese tipo de representación no volvió a funcionar de la forma que lo hacía.
Recordemos que uno de los reclamos del panfleto de Seyès era "una cabeza, un voto"; por otro lado el mentor intelectual del pensamiento jacobino, J.J.Rousseau, en El Contrato social se encarga de dejar en claro su desconfianza hacia la idea de representación política, "nadie puede querer por mí" dice el ginebrino, toda vez que la participación no puede tener para él otra forma que la del citoyen que decide patrióticamente en la asamblea cual es el bien común de la república, de aquí que al oír la mención de que vivimos en una democracia representativa debería de producirnos un profundo malestar dado que se fusionan en un mismo concepto términos que se autoexcluyen.
Este modelo de representación (el del mandato imperativo), no caducó sino hace poco más de dos siglos, pese a que pocos recuerden que permaneció vigente durante varios siglos de la edad media.
Poco interesa para nuestro cometido si se menciona a la representación política como un concepto actualmente en crisis, lo cierto - y es lo que a futuro nos interesa demostrar- es que los conceptos no se pueden deducir de los hechos sociales a los que hacen referencia, dado que ellos son, también, factor de esa situación. Lo que nos incumbe especialmente es mostrar que desde Hobbes hasta las obras más tempranas de Schmitt, ya en el siglo XX, cuando con la irrupción de las masas el concepto de representación adquiere un estatus que reconfigura todo el campo semántico de la filosofía política y retomando lo que anticipábamos, vuelve a encontrarse en este momento procediendo como factor y vector.
Es en este sentido que pensamos que la historización de este concepto nos posibilita que a través de un enfoque sincrónico se nos provea de una serie de significados que, repensados en el análisis diacrónico, nos muestra que su inserción en el campo de la filosofía política -más concretamente en la historia de la filosofía política- se ha utilizado la mayoría de las veces al concepto de representación de manera unívoca [8], pero que, esta univocidad tiene como trasfondo una ausencia de referencia al contexto histórico en el que se han dado, así, el concepto aparece vaciado, despojado de su ser esencialmente histórico.
Para que sea permitido el análisis diacrónico de los conceptos, es necesario que partamos siempre de una referencia al presente. No basta con atenerse absolutamente al lenguaje de las fuentes, debido a que accedemos siempre de manera mediada por la situación presente.
Para decirlo con Koselleck, un concepto "en el sentido que aquí se está usando -o sea, para la historia conceptual-, no sólo indica unidades de acción: también las acuña y las crea. No es sólo un indicador, sino también un factor de grupos políticos o sociales" [9], el concepto es índice pero no por eso deja de ser productor de realidades pues opera siempre interviniendo en ellas, ora ampliando el horizonte, ora limitando la experiencia posible.
El debate en su contexto actual
En sus textos dedicados específicamente a tratar la cuestión de la representación política, Giuseppe Duso es muy preciso al señalar que ésta forma parte, ineludiblemente, de una operación que tiene en su génesis teórica a la obra de Thomas Hobbes y en su realización efectiva a la revolución francesa.
La caracterización, por demás detallada ofrecida por Duso, incluye por lo menos un tercer componente fundamental en su opinión: la aparición, en el período que sigue a la revolución, de las constituciones modernas, textos donde se asientan de manera definitiva lo que para Duso provee a los incipientes Estados de "poder y legitimidad", categorías inescindibles para su manera de entender la lógica política moderna. Por supuesto, como puede imaginarse, toda esta lógica es aquella expuesta por vez primera en el Leviatán publicado en 1651.
En opinión de Duso, si pensamos representación política en la modernidad, debemos de asumir que este concepto liquidó el concepto medieval de representación "dado que no se produce un cambio de significado sino más bien el nacimiento de un concepto nuevo" [10].
El veredicto de Duso, quien no en vano es gran conocedor del enfoque que propone la Historia Conceptual, opera deshistorizando una noción que no nos parece que pueda entenderse como desgajada de su acervo histórico. La impronta de Duso liquida inapropiadamente todo cuanto para el señalado por el mismísimo Duso como padre de la política moderna: Thomas Hobbes, quien entendemos, no podría haber dado el salto hacia la sociedad civil (llámese Estado, República) de no haberse valido del Derecho Natural: derecho que se encuentra fundamentado -lógicamente- en Dios.
El controvertido capítulo XVI, donde el inglés introduce subrepticiamente el concepto de representación, no resiste ser analizado sin remitirnos a su génesis teológica, andamiaje sin el cual la exposición hobbesiana quedaría expuesta a burdas objeciones, desde pensar que el planteo contempla una posible teoría del doble pacto, hasta la idea de que la fortaleza del Leviatán está dada por "la unidad de los representados", con lo que tendríamos que aceptar a Hobbes como un contractualista más, idea que se nos plantea absurda.
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