“¿Quién
se lo dijo?- Kafka ladeó la cabeza-. La fotografía
concentra nuestra mirada en la superficie. Por esa razón
enturbia la vida oculta que trasluce a través
de los contornos de las cosas como un juego de luces
y sombras. Eso no se puede captar siquiera con las lentes
más penetrantes. Hay que buscarlo a tientas con
el sentimiento. Esa cámara automática
no multiplica los ojos de los hombres sino que se limita
a brindar una versión fantásticamente
simplificada del ojo de una mosca”.
Fragmento de Conversaciones
con Kafka, de Gustav Janouch.
El universo de Internet, con su foco puesto en la generación
de dinámicas de comunicación, se transformó
necesariamente en uno de los principales lugares de
producción de sentido y nuevos lenguajes. Este
mundo digital revolucionó las formas de comunicación
del sujeto actual y, al mismo tiempo, determinó
nuevos modos de intercambio social. Sabemos que el sujeto
modifica, según las épocas, sus modos
de comunicarse, pero también los de interactuar
con otros, de amar, y de vivenciar su identidad social.
Tomamos de Castoriadis [1]
la concepción del sujeto como constituido por
lo histórico-social, referida a que cada época,
cada sociedad, determina significaciones propias de
su medio y de lo que es realidad
para esa sociedad (lo valioso, lo que existe,
lo normal, lo aceptado o no, etc.). Esta constitución
por las significaciones de la sociedad hace plausible
para el sujeto el tener un lugar en ella. Al mismo tiempo,
el vínculo con los otros sujetos y con los objetos
del mundo, instituyen modificaciones en la subjetividad.
En la época actual, Internet toma a su cargo
y delimita espacios virtuales: las redes sociales donde
se despliegan las relaciones entre sujetos y dentro
de las cuales no se produce el encuentro de cuerpos,
dejando –así- un lugar protagónico
a la presencia de imágenes. Entre ellas, la fotografía.
En espacios como Facebook, Fotologs, Twitter, blogs,
chats, etc., se ofrecen nuevos modos de la interacción
entre personas. Según el uso que cada uno haga
de este medio, se ponen en relación la pluralidad
de visiones del mundo que tienen los distintos sujetos
que interactúan y/o se perfilan, también,
modos uniformes en la presentación que cada cual
hace de sí mismo. Las redes sociales ofrecen
la posibilidad de generar espacios de homogenización
tanto como de diferenciación. Podemos observar,
así, -junto con la atención múltiple,
acelerada y surfeante, al decir de Baricco [2]-
algunos de los modos en que se configura la subjetividad
contemporánea.
Partimos de pensar que este mundo virtual asume un rol
en la puesta en escena de la identidad virtual. Y proponemos
reflexionar sobre algunos elementos característicos
de estos espacios, como las fotografías compartidas.
Como sabemos, en las redes sociales tienen un fuerte
protagonismo las imágenes: la presencia física
queda excluida de este ámbito, y son pocas las
palabras con las que un sujeto “se narra”,
se da a conocer. Las fotos, un nick, un avatar, un nombre
de contacto (real o inventado) que oficia de imagen,
crean una nueva corporeidad virtual. Las redes sociales
se constituyen, entonces, en lugares de encuentro con
otros, en espacios de identificación colectiva
donde -a la manera de un imperativo categórico-
las fotografías perfilan modos de ser y de pertenecer
en este campo social virtual.
Si uno recorre los perfiles de algunas redes sociales
(facebook, fototologs, etc) en los que la fotografía
es un elemento esencial, se encuentra con una serie
de retratos que terminan pareciéndose entre sí:
imágenes de cuerpos que poseen una cierta sensualidad
estandarizada. Autorretratos sacados frente a espejos,
fotos con gestos y poses repetidas, en espacios pretendidamente
íntimos -como dormitorios, baños-; fotos
que terminan por delatar un lenguaje erótico
‘de plástico’ y estándar.
Aun en su uso más narcisista, la fotografía
termina por despersonalizar la relación con el
mundo y por borrar singularidades.
De todas maneras, pensamos al mundo virtual que se abre
con las redes sociales como un espacio en el interior
del cual se hace posible generar lazos sociales alternativos,
en un mundo de fluidez de
la subjetividad y de los lazos sociales, al decir
de Ignacio Lewcowicz [3]
. Asimismo, las redes sociales replican una realidad
social y un modo de constitución de la subjetividad
y de la identidad donde puede aparecer tanto la expresión
de un sujeto aplastado en la masa homogénea,
como una manifestación singular y creativa de
un sujeto particular. Estas comunidades se prestan a
ser pensadas como un doble del mundo real, a la manera
de un espejo con el cual experimentar una unificación
de la imagen del cuerpo y del perfil subjetivo -aunque
sin perder su virtualidad- y donde la autenticidad no
sea un valor que regule el intercambio.
Fotografía e Internet
Desde sus orígenes, la fotografía asombró,
deslumbró al hombre, pero también le hizo
temer el final de otras formas de la representación
de la realidad. Afortunada o lógicamente –dados
los procesos de complejización de la creatividad
humana- no fue así.
Un recorrido por la historia de la fotografía
nos lleva del retrato a la fotografía como documentación
histórica. También de la fotografía
como documentación, al periodismo fotográfico;
del realismo crudo a la creación fotográfica.
Y en algún momento cercano a los inicios de esta
historia, la fotografía pública devino
un valor. Y más acá, luego de las dos
guerras mundiales, su uso y consumo se volvió
masivo. La cámara fotográfica se transformó
en un objeto doméstico al alcance de todos y
económicamente accesible que las personas usan
para documentar, para intentar “apresar”
experiencias personales y familiares. Más tarde,
llegaron sistemas más complejos de la imagen
como son el cine, la televisión, el video. Y
finalmente, alrededor de un siglo y medio después
de estos inicios, apareció la fotografía
digital, con su promesa de la creación inmediata
de imágenes [4].
Por otro lado, Internet se fue perfilando como un campo
tecnológico y de comunicación, donde se
despliegan “ventanas” que retoman elementos
de otros medios de comunicación social: la escritura,
la fotografía, el video, la circulación
de información, los trabajos de comunicación
académicos, etc. Pero si bien la web toma estos
modos de expresión, los reformula en un producto
diferente, más complejo y con variables que la
transforman, dando lugar a nuevos elementos como, por
ejemplo, las redes sociales.
Más que en ninguna otra época, esta sociedad
favorece la cultura de lo visual, de las imágenes.
En las redes sociales, donde el retrato o autorretrato
deviene en cuerpo exhibido, en pose fabricada, en estandarización
de modos de la sensualidad, la fotografía tiene
el valor de creación de la imagen de sí
mismo que siempre tuvo.
Susan Sontag, en su hermoso ensayo Sobre
la fotografía [5],
instala la idea de la fotografía como una creación
en sí misma, en la que existe una porción
de verdad, de realidad, pero también la presencia
de una subjetividad que es innegable y que, al mismo
tiempo, el sujeto incorpora como verdad. También
habla del uso de la fotografía como objeto; un
objeto que permite la ilusión de posesión
de esa experiencia, lugar u objeto retratado. Es por
eso que no nos referimos aquí a la fotografía
como expresión artística en sí
misma, sino al uso social/subjetivo del objeto fotografía
en la época actual y en las redes sociales.
Esas fotografías -que hemos visto en muchos perfiles,
sobre todo de adolescentes que ensayan poses y gestos
seductores frente a espejos- son fotos/objetos que permiten
la ilusión de la posesión de características
emblemáticas. Características que muchas
veces se quedan en la máscara de una femineidad,
de una masculinidad o de un erotismo impuesto como imprescindible
para la construcción de una subjetividad socialmente
“presentable”. Estas fotos tendrían
un valor, al decir de Sontag, de “certificación”
del ser: se es, se goza, se consume tal como lo exige
la sociedad en la que están insertos los sujetos.
No hablamos aquí de la fotografía como
huella de lo vivido –como lo son aquellas que
documentan la experiencia- sino más bien como
emblema que constituye en
algo al sujeto. La fotografía posibilita,
así, una imagen de participación e inclusión
en los estándares sociales más representativos
de la época. Sontag advierte en esto un proceso
por el que se uniformiza la significación de
los acontecimientos. Parafraseándola, podemos
decir que en las redes sociales, en lo que involucra
además a la subjetividad, también se produce
este efecto de homogeinización en la significación
de las imágenes. Podemos pensar que los procesos
detenidos o inacabados de trabajos constitutivos del
sujeto son facilitadores de este fenómeno.
Barthes, en La cámara
lúcida [6]
plantea la preeminencia de un sujeto de la imagen, de
un cuerpo que en la fotografía deviene imagen
y es creado, en ese mismo acto, como nuevo. Un sujeto
que en su mostrarse en
determinada pose se crea a sí mismo en una versión
que se adelanta al
cuerpo-ser que es en ese momento. Para Barthes la fotografía
es lenguaje en tanto, más
allá de posibilitar la reproducción
analógica de la realidad, rescata el análisis
semiológico de las imágenes, el más
allá de lo fotografiado que refleja. Barthes
habla de “elementos
retóricos”, o
de “elementos
de connotación” que, en este caso,
asimila al lenguaje. Dirá: “Yo quisiera
una Historia de las Miradas. Pues la Fotografía
es el advenimiento de yo mismo como otro: una disociación
ladina de la conciencia de identidad” (Ob.
cit. Pág.44). También dirá,
sobre el retrato, que es una empalizada de fuerzas:
“Cuatro imaginarios que se cruzan, se afrontan,
se deforman. Ante el objetivo soy a la vez: aquel que
creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el
fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve
para exhibir su arte” (Ob.
cit. pag 45). Y es en esa lucha de fuerzas que
el sujeto se imita a sí mismo en el retrato fotográfico;
se crea, haciendo inevitable en sí misma la sensación
de inautenticidad; poses que devienen en impostura.
En las redes sociales -donde el retrato o autorretrato
deviene en cuerpo exhibido, en pose producida para la
ocasión, en estandarización de modos de
la sensualidad - la fotografía tiene ese valor
de imagen fabricada de sí mismo que siempre tuvo,
desde sus orígenes.
Esas fotos de perfiles de adolescentes (etapa en donde
la imagen y el cuerpo son fundamentales, constitutivos
de procesos subjetivantes), son algo así como
un modo de adelantar una imagen de sí, frente
a sí mismo y a la mirada de otros. Son un modo
de saltear la incomodidad que lo inacabado de la constitución
subjetiva produce en ellos, dejando una constancia tranquilizadora
en las redes, exorcizando los sentimientos desagradables,
de inadecuación típica de la etapa. Imagen,
entonces, que parece otorgar una existencia aparente
a lo que es, pero que también delata su ausencia.
La pubertad los encuentra apurados en tareas vinculadas
a la adolescencia, y la adolescencia a trabajos de los
jóvenes adultos. Sontag dice: “Las fotografías
son un modo de apresar una realidad que se considera
recalcitrante e inaccesible, de imponerle que se detenga.
O bien, amplían una realidad que se percibe reducida,
vaciada, perecedera, remota. No se puede poseer la realidad,
se puede poseer y ser poseído por imágenes”
(Ob. cit. pág. 229).
A modo de conclusión
Podemos pensar que, aun en el plano de las nuevas tecnologías,
siguen vigentes las formas de concebir al sujeto y los
modos de producción de subjetividad. Encontramos
nuevos modos de pensar los intercambios sociales a través
de las redes sociales, nuevos modos de contactarse,
de mostrarse, pero también de definirse, especialmente
en la confección de perfiles y en las fotografías
expuestas. Una subjetividad actual que busca, anhela,
la perfección de una imagen en esas fotografías
en serie que también son productoras de cánones
de belleza y de espacios de inclusión. Pero,
incluso así, esa imagen deja vislumbrar en la
impostura de la máscara, algo de la realidad
desnuda que la sustenta.
Corremos el riesgo de banalizar lo que ocurre en los
nuevos entornos digitales-sociales. Estos nuevos espacios
de intercambio, las redes sociales, son complejos y
las diferentes personas los usan de diversas maneras.
Puede decirse de ellos que son espacios en donde se
despliegan características diferenciables, particularizantes
de la subjetividad actual. Pero - aun en este entorno-
la subjetividad sigue poniendo en juego un conjunto
de operaciones que, más allá de los cambios
de contenido, son eficaces. En el marco de las redes
sociales el sujeto debe poner en juego diversas operaciones
para habitar este espacio social contemporáneo,
vincularse con otros, pensar, detenerse en medio de
la aceleración y, aun así, construir
sentidos.
Silvia Bleichmar, en El
desmantelamiento de la subjetividad [7],
plantea que las diversas generaciones de niños
o jóvenes componen lo indiciario de modo diferente;
dirá que la generación actual “se
atiene menos al relato que a la imagen, articula secuencias
y construye sentidos. Pero
construye sentidos, y esto es algo que ninguna red neuronal
puede variar en el ser humano. Aun cuando conectemos
a un niño o a un joven a miles de canales simultáneos
de información que le permitan acceder a una
serie de información insospechada hasta hace
algunos años, lo esencial desde el punto de vista
que nos ocupa, es que seguirá guiando sus búsqueda
por preocupaciones singulares que no son reductibles
a la información obtenida, y que procederá
ésta bajo los modos particulares que su subjetividad
imponga” (Ob. cit. Pág 30. El subrayado
es de la autora)
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