Cuarenta años después de su aparición,
que se produjo en 1972, tal vez deberíamos
releer El Antiedipo (Capitalismo
y esquizofrenia) [1]
con la intención de descubrir una nueva perspectiva
desde la cual observar en qué se ha convertido,
tras este tiempo transcurrido, el capitalismo y en
qué se ha convertido la esquizofrenia.
La multiplicación de las fuentes de enunciación
en la época de las redes, la globalización
comunicativa imaginaria y económica, son condiciones
que los autores de El Antiedipo han previsto y de
alguna manera pre-conceptualizado, pero de las cuales
obviamente no podían predefinir los efectos
sobre el Inconsciente y sobre las dinámicas
del deseo. Hoy debemos desplazar la mirada del pensamiento
deseante al interior de la esfera del Semiocapitalismo.
En los años ’70 leíamos aquel
libro ante todo como una crítica a la reducción
lingüística del síntoma, una crítica
a la reducción freudiana del Inconsciente en
representación, y a la reducción lacaniana
del Inconsciente en lenguaje.
“Quelque chose se
produit: des effets de machine, et non des metaphores”
[2]
está escrito en la primera página de
El Antiedipo. De ahí hemos partido. Hemos leído
el Antiedipo como una crítica al logocentrismo
implícito en el culto freudiano y lacaniano
a la interpretación. Fue y sigue siendo legítimo.
Pero hoy, cuarenta años después, debemos
saber leer más allá, debemos leer antes
que nada la distancia que se acumuló entre
aquel texto, entre sus no agotadas potencialidades,
y aquello que ha cambiado tras este tiempo transcurrido
en el imaginario y en el psiquismo colectivo.
Debemos saber leer aquel libro como una prefiguración
de la nueva fenomenología y de la nueva clínica
del sufrimiento psíquico.
Deleuze dijo que “escribir significa cartografiar
distritos por venir” ¿Cuáles son,
entonces, los caminos que El Antiedipo ha pre-cartografiado
y que en estos cuarenta años se han desplegado?
En la década siguiente a su publicación
El Antiedipo encontró, inspiró, alimentó
a un movimiento que fue la directa continuación
del mayo francés y que proliferó por
todas partes. Por ejemplo, en la ciudad italiana de
Bologna, donde en las manifestaciones estudiantiles
se gritaban slogans alusivos a Deleuze y Guattari
en mayor medida que al Che Guevara o Mao Zedong. En
Bologna leímos a El Antiedipo de un modo unilateral,
y aquella lectura de masas se convirtió en
la única autorizada, ante todo por los propios
autores. Llamémosla lectura autónoma
deseante. Aquella lectura nuestra identificaba en
el deseo una fuerza y en el rizoma un modelo revolucionario.
Se trataba entonces de desplegar plenamente la liberación
de la vida colectiva de las redes represivas del capitalismo
industrial y, contemporáneamente, del modelo
centralizado y autoritario del estado disciplinario.
Aquella lectura era legítima políticamente,
pero parcial y reductiva desde el punto de vista filosófico.
Hoy, cuarenta años después, se impone,
según mi punto de vista, el abandono del triunfalismo
y la exaltación de la potencia liberadora del
deseo y de su expresividad esquizoide, para encontrar
otras dimensiones de aquel texto.
Expresividad deseante y proliferación rizomática
-los dos procesos que El Antiedipo promueve o más
bien conceptualiza- han desestructurado la forma represiva
y neurótica del dominio del capitalismo y del
dominio estatal en su forma industrial. Pero en este
tiempo se crearon las condiciones de un nuevo modelo
de dominio que tiene características prolíficas
y rizomáticas, y que se basa sobre el investimiento
económico del deseo en función psicopatógena.
La primera salvedad teórica que deberíamos
hacer tiene que ver con el conocimiento de que el
deseo no es en sí mismo una fuerza unívocamente
positiva (progresiva, liberadora, feliz). No es tampoco
una fuerza; el deseo es más bien un campo:
el campo en el que se desarrolla la dinámica
más importante de la comunicación social,
del movimiento colectivo, de la lucha entre el trabajo
y el capital.
Los procesos desintegrativos e integrativos fundamentales
para la composición social y para la transformación
del poder, se desarrollan en el campo deseante. Este
es el gran descubrimiento de El Antiedipo. Pero este
descubrimiento ha sido objeto de un malentendido.
Terminamos creyendo que el deseo era en sí
mismo una fuerza de liberación, y esto nos
condujo a no entender la potencia patógena
del proceso de desterritorialización en su
forma semiocapitalista y, particularmente, sus efectos
patógenos de la aceleración de la Infosfera,
de la intensificación ilimitada de la experiencia
que el semiocapitalismo ha estimulado. Cierto triunfalismo
multitudinario, que se manifiesta por ejemplo en el
pensamiento de Toni Negri y Michael Hardt, parece
a veces continuar este malentendido o esta infravaloración.
Para reconstruir este malentendido y resituar el
problema de la autonomía en la época
de la desterritorialización semiocapitalista,
es oportuno referirse a la relación –que
El Antiedipo propone- entre fenomenología de
la neurosis y política de la psicosis. Es oportuno
hacerlo para vislumbrar su fuerza prefigurativa, pero
también para redefinirla desde el punto de
vista psicoanalítico y político.
Para analizar la nueva relación entre neurosis
y psicosis que se manifiesta en la época actual,
me remito a L’uomo
senza inconscio, un libro de Massimo Recalcati
[3]
que, partiendo de algunos textos lacanianos, trata
de abordar la problemática planteada por las
formas contemporáneas del malestar psíquico,
que yo definiría como patologías de
la generación de conectividad precaria.
Recalcati se ocupa del malestar de la hipermodernidad,
focalizando su atención clínica en patologías
como el pánico, la anorexia, la dependecia
de sustancias tóxicas, es decir, patologías
que difícilmente se puedan pensar desde la
tipología neurótica del análisis
freudiano y que requieren un marco interpretativo
y contextual nuevo, en el sentido de tener en cuenta
el efecto de desterritorialización post-fordista,
postindustrial, precarizante o, como yo prefiero decir:
semiocapitalista.
Con la expresión Semiocapitalismo me refiero
a un estadio de la producción capitalista en
el cual el producto general no es más el bien
material físico individualmente consumible,
sino el bien inmaterial de origen semiótico,
informático, informativo, estético,
afectivo.
Este tipo de bien, aun siendo infinitamente reproducible,
no es de consumo individual sino que puede ser consumido
por innumerables usuarios sin por esto agotarse. Este
tipo de bien, producto de la actividad cognitiva,
encuentra su mercado en la atención; es decir,
invade esencialmente el espacio mental y produce sus
efectos en la dimensión afectiva y psíquica
además de hacerlo en la cognitiva o intelectual.
En el espacio que yo defino como Semiocapitalismo,
la producción de mercancías semióticas
provoca una expansión y una aceleración
de la Infosfera, y ésta produce de manera directa
sus efectos en la Psicósfera, o sea en la dimensión
afectiva, sexual, imaginaria.
La relación entre proceso de producción
e Inconsciente se convierte así en mucho más
inmediata y compleja de lo que era en la época
industrial, cuando la producción y el consumo
investían solo indirectamente la esfera psíquica
colectiva.
La aceleración infosférica pone, por
así decir, el Inconsciente en la superficie
de la relación social contemporánea.
El Psicoanálisis en la época de Freud
se propuso llevar la peste a la ciudad bien ordenada
de la sociedad burguesa; es decir, se propuso llevar
la visión del abismo a una comunidad que pretendía
remover y limpiar cada aspecto inquietante de la corporeidad
de la sexualidad y de la imaginación.
Ahora debemos partir de una premisa totalmente distinta,
de la explosión de la dimensión imaginaria,
de la “liquefazione”
[4]
del lazo social. La psicosis, la perversión,
no son más contenido encubierto, oculto, comprimido,
sino que estallan en la dimensión cotidiana
como factor de constante desterritorialización
de la actividad imaginativa, del deseo.
Esta nueva situación expone un problema teórico
difícil de resolver con los instrumentos de
los que el psicoanálisis freudiano disponía,
pero también con los instrumentos de los que
dispone el esquizoanálisis guattariano.
¿Se trata, tal vez, de reivindicar una vuelta
al orden moral, a la lenta gobernable dimensión
familiar jerárquica y territorializada de la
burguesía protestante y de la ciudad industrial
y trabajadora?
Evidentemente no, pero no se puede tampoco insistir
en la pura y simple exhibición de la peste,
en la exaltación de la potencia infinita del
deseo. Es ese carácter pánico
del deseo la gran novedad de la época
Semiocapitalista, el carácter infinitamente
huidizo y prolífico de un deseo que moviliza
de modo constante energías en la promesa de
la inmediatez del placer.
Buscando identificar las innovaciones que la hipermodernidad
trae aparejada a nivel clínico, Recalcati escribe:
“Por un lado tenemos una clínica que
se ocupa de la “liquefazione”
del lazo con el Otro a partir de una incandescencia
de la dimensión del placer pulsional que aparece
como no regulado por la castración y privado
del marco del fantasma inconsciente; por otro lado
tenemos una clínica que se ocupa de las patologías
de la identificación, de las identificaciones
sólidas, compactas, privadas de flexibilidad,
rígidas, que tienden a ofrecer un dominio ilusorio
al sujeto a costa de la cancelación de su misma
singularidad deseante” (Recalcati: L’uomo
senza inconscio, Cortina, Milano, 2010, pag.
XV).
Aquello que Recalcati define como
“liquefazione” del lazo con el
Otro podría leerse como la consecuencia esencial
de la desterritorialización en la época
de la globalización y de la aceleración
infinita. La precariedad es uno de los aspectos de
esta desterritorialización. Y aquello que Recalcati
define con la expresión “identificaciones
sólidas, compactas, privadas de flexibilidad”
es el efecto de los procesos de re-territorialización
que empujan la subjetividad contemporánea a
los rincones ciegos del identitarismo, del populismo,
del razismo y del fascismo.
La aceleración tendencialmente infinita de
las trayectorias de atracción semio-psíquica
ha producido una explosión del lazo de solidaridad
social, que encuentra su plena manifestación
en la forma de la precariedad. El mercado del trabajo
ha estado devastado por la precarización de
la relación productiva, pero también
el mercado de los signos adquiere una potencia de
sobreexcitación y de movilización de
las energías deseantes. El pánico es
el efecto más inmediatamente leíble
de esta nueva condición que inviste la comunicación,
la producción, el lenguaje. La multiplicación
de las líneas de desterritorialización
sin centro pone al organismo deseante en condiciones
de pánico, y acelera el estímulo más
allá del punto en el que es posible el goce
orgásmico singularizante.
Si en el discurso freudiano la neurosis regía
como represión de la instancia del deseo y
como acumulación reprimida de energía
no investida, sino sublimada, en la realidad presente
aquello que el Semiocapitalismo suscita y moviliza
es la hiper-expresividad que produce efectos de tipo
psicótico.
En la neurosis el deseo es removido para dejar espacio
a la potencia (fantasmática, fantasmatizada,
interiorizada) de la realidad; en la psicosis, es
la realidad misma la que es removida, en nombre de
la potencia ilimitada del deseo.
Pero la potencia del deseo no es ilimitada, puesto
que soporta los limites pulsionales, orgánicos,
pero también culturales y económicos
de los organismos deseantes.
Por eso hoy nosotros asistimos a un fenómeno
nuevo, no previsto por el Psicoanálisis ni
por la autonomía deseante en los años
’70: en la época de las redes se ponen
en movimiento circuitos de la aceleración del
deseo que desembocan en las patologías del
pánico. Dominada por la intensidad del flujo
semiótico -estimulación neuro-eléctrica
ininterrumpida- la subjetividad contemporánea,
o mejor, el organismo consciente y sensible que subjetiviza
en la época presente, reacciona con el pánico.
La vibración del ritmo deseante se ha hecho
demasiado intensa para poderse reencontrar en un estribillo
singularizante, en una sintonía del cuerpo
y la mente. De aquí debe volver a partir un
esquizoanálisis del Semiocapitalismo.
Sería tonto exaltar la potencia del inconsciente
o la potencia del deseo como si fueran infinitas.
El sufrimiento, la enfermedad, la muerte, la descomposición
de la materia orgánica y cerebral, el aprovechamiento
económico, son el límite material, físico,
temporal, a la potencia del deseo.
Esta es la lección de la cual debemos partir
para una nueva lectura de El Antiedipo, cuarenta años
después de su publicación.
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