Un niño
de 12 años responde, apresuradamente, a la docente
que le pregunta de dónde sale el pollo: “Del
freezer”.
Una niña de 2 años y 9 meses anuncia a su
mamá que se irá a dormir jugando, que pensará
en un conejo saltarín, o mejor, en un “dagón
dojo” y que después le contará.
Ambos niños son ‘nativos digitales’.
Introducción
Ya en 1929 Freud desplegaba una especie de debate entre
“apocalípticos” e “integrados”
en relación con las consecuencias desgraciadas
o ventajosas del progreso. Así, da varios ejemplos,
en los que argumenta a favor y en contra, mientras intenta
despejar en qué medida los avances de la cultura
afectan el bienestar humano. Dice, por ejemplo, que
se puede festejar el logro técnico de comunicarse
con un hijo que se ha ido lejos, pero que -a la vez-
ha sido la posibilidad de recorrer grandes distancias
en tren lo que nos ha traído infelicidad al separarlo
de nosotros. [1]
Siempre adelantado a sus congéneres, Freud sostiene
este tipo de debate consigo mismo y - lejos del maniqueísmo-
plantea que hay, como sea, una porción ineliminable
de conflicto, de malestar inevitable para el hombre,
en cada ventaja obtenida por la cultura.
Podemos retomar, sin perder de vista esta conclusión
freudiana, el contrapunto, inaugurado por Marc Prensky
en 2001, respecto de lo que se plantea como brecha entre
los que nacimos antes de la época en que proliferó
la informática -antes de 1998/99-, los llamados
“inmigrantes digitales”, y los que nacieron
luego, los “nativos digitales”. [2]
Lo que nos lleva a hacerlo es el creciente grado de
incomodidad que se detecta en la comunicación
entre ambos grupos, los problemas que denuncian aquellos
que se dedican a la educación, el desagrado de
muchos niños frente al aprendizaje y -en especial-
los así llamados “trastornos” que
ellos presentan. [3]
Mucho y muy interesante hay escrito ya sobre el tema.
Por ello, dialogaremos con algunos referentes que lo
han investigado y sólo nos ocuparemos de algunas
cuestiones que conciernen a la producción de
subjetividad. Se trata de considerar su constitución
y lo que creemos que, más allá de los
mundos que hoy se les abren a los “nativos digitales”,
tiene que poder garantizarse de inicio para que ellos
puedan desplazarse por dichos mundos desde un lugar
apropiadamente humanizado. Así, quizás
estarán en condiciones de diseñar los
recorridos según los motivos que los empujen,
de hacer lazos con otros y -en especial- de disfrutar
del ‘viaje’.
Acerca del contraste entre Inmigrantes y Nativos
Marc Prensky -en el texto ya citado- describe: “Los
Nativos Digitales están acostumbrados a recibir
la información en forma realmente acelerada.
Les gusta realizar en paralelo el proceso y la multitarea.
Prefieren los gráficos a los textos más
que a la inversa. Prefieren accesos azarosos (como a
través de hipertextos). Funcionan mejor en red.
Se desarrollan en la gratificación inmediata
y las recompensas frecuentes. Prefieren los juegos al
trabajo ‘serio’. (¿Algo de todo esto
les suena familiar?)”
Alejandro Piscitelli, [4]
toma casi textualmente, aunque no lo cita, varios párrafos
de Prensky y denota, según creemos, demasiado
optimismo en cuanto al rol que pueden tener los avances
tecnológicos en la creación de nuevas
matrices de subjetividad. Describe, así, ciertos
rasgos de época que sirven a los nostálgicos
para denostar los efectos de la tecnología: los
chicos casi no leen, no se interesan por la ‘cultura’,
etc. Piscitelli, quien se confiesa ardiente defensor
de los nativos digitales, remite esas quejas al desconocimiento
y califica los rasgos criticados -finalmente- como “competencias
digitales” que devienen irreductibles a la alfabetización
tradicional y que terminan siendo desaprovechadas por
la incompetencia de los “inmigrantes digitales”
que son los docentes de hoy.
Dice: “Dejémonos de sermonear con/a la
crisis y empecemos a vivir del lado de la oportunidad.
La cultura inteligente ya no es más un suplemento
vitamínico que se inyecta a los chicos de clase
media cuando no se sabe qué hacer con ellos,
mientras se los diagnostica como ADD. Se trata de una
invitación a compartir un mundo inmensamente
más complejo y por tanto más enriquecedor”
[5].
Asimismo: “La lengua del mundo se gesta hoy en
la publicidad, en la música ligera, en el periodismo,
en el deporte, en la moda, en muchísimos lugares
externos a los libros en sí.
Para los bárbaros, los libros son la captura
de esas secuencias, esos segmentos de algo más
amplio que a lo mejor se ha generado en el cine, ha
pasado por una canción, ha desembarcado en la
televisión y flotó después en el
imaginario colectivo gracias a la ayuda de Internet.
El libro no es un valor,
lo que vale es la secuencia.”
Piscitelli, siguiendo nuevamente casi textualmente
a Prensky, realiza un profundo análisis de los
recursos disponibles - videojuegos, series de TV, etc.-
y se muestra optimista en cuanto a las nuevas habilidades
y condiciones de los nativos. Destaca que los docentes,
quienes no estarían a la altura de lo que exige
la alfabetización digital, provocan el alejamiento
de los chicos respecto del saber al proponer temas que
los aburren, enseñados de modo tradicional.
Elogio del deseo
A sabiendas de estar cometiendo un exceso de síntesis
con las ideas que despliega Piscitelli, diremos que
pone el acento en encontrar el estilo comunicativo para
acceder al nativo digital y toma el ejemplo de la comunicación
publicitaria –siguiendo a Joan Ferrés [6]-
dado que ésta apunta a despertar el deseo. Es
fundamental esta observación para entender cuál
es la transmisión que cuenta en relación
con el saber: la transmisión de un deseo.
Piscitelli insiste, como Prensky, en que hay que llegar
a los nativos digitales a través de los medios
que los cautivan y con la aceleración propia
de los estímulos que más los seducen,
por ejemplo Pokemon o Harry Potter, la estética
del videoclip, el aprovechamiento de la fugacidad con
la que los chicos sostienen la atención, etc.
Sería como favorecer la transferencia con el
medio para acceder a cualquier otro contenido. Los docentes
deberían, según él, convertirse
en especies de Marcelo Tinelli y transmitir, de ese
modo, contenidos.
Pensamos que es muy probable que, al compás
de la aceleración y la fugacidad, logremos que
los chicos permanezcan más contentos en el aula.
Sin embargo, y aunque puedan en esas condiciones atrapar
contenidos, no es seguro que desarrollen una subjetividad
crítica y que desplieguen, desde allí,
su propia creatividad. Acopio de información
no es conocimiento. Se trata de que accedan a interrogarse
para qué y por qué, de ayudarlos a tener
un lugar crítico frente a los saberes, de fomentar
su imaginación y reflexividad.
La diversión no es necesariamente condición
del aprendizaje, como tampoco el fomentarla puede confundirse
con la transmisión de un deseo de saber. Divertir
a los niños, mientras se les ‘inyectan’
contenidos a pesar de su gran desinterés por
los temas en cuestión, puede ser una estrategia.
Apunta a un tipo de eficacia presente en el ciberjuego:
sortear los obstáculos como prueba de destreza.
Se espera que, de ‘contrabando’, los datos
sean retenidos.
Esta forma de ver el aprendizaje nos presenta muchas
dudas, incluso sin entrar a considerar la relación
entre la producción de estos juegos, su comercialización
y difusión y el negocio multimillonario que se
abriría con su extensión oficial a los
sistemas educativos. Asimismo, estamos dejando de evaluar
la otra ‘brecha’, la que se abre entre los
que disponen de la tecnología y aquellos que
la miran desde lejos.
La prisa, el empuje a la eficiencia, la competencia
desmedida, son todos factores condicionantes para los
sujetos en la sociedad capitalista actual. El ‘trabajo’
de alcanzar el conocimiento y el grado de ‘sufrimiento’
que puede implicar tienen hoy muy mala prensa. Nada
de esto parece poder ser tolerado ni vivido como parte
de una aventura que brinda, además de esos escollos,
una buena prima de placer.
Para el Psicoanálisis, el factor tiempo -ligado
también al aprendizaje y a la tolerancia a la
espera- es decisivo en cuanto a la posibilidad de elaboración
[7].
Asimismo, la transmisión de un deseo de saber
-que no necesariamente puede homologarse con hacer divertir-
sería el eje de la cuestión, más
allá de los medios de los que se pueda valer
el que enseña. Se trata de una posición
de sujeto deseante que considera a los niños
también como sujetos.
La opción de la transmisión armada, para
simplificar, como ‘o cuentos o videojuegos’
tiene -para nosotros- una importancia respecto de la
constitución subjetiva y, por lo tanto, siempre
que se considere el tema de las “matrices de subjetivación”.
El sujeto y la narrativa
No hay en estos autores, o al menos no está
explicitada, una teoría del sujeto que explique
cómo éste se constituye, ni para el inmigrante
ni para el nativo digital. Por momentos parece haber
continuidad entre el humano y la naturaleza y sólo
complejidad creciente para explicar las diferencias
con el reino animal. Como si no hubiese ningún
salto cualitativo en la producción de un sujeto.
Piscitelli dice que, durante casi cinco siglos, “ser
fue ser contado”. Se refiere a que las historias
fueron siempre la condición del aprendizaje y
del ejemplo, así como de la consolidación
del sentido. Este es un punto que merece toda nuestra
consideración: el lazo entre el ser y el texto.
Para los autores, esta relación está profundamente
alterada y la enseñanza debe acompañar
y alentar esa alteración.
Para el Psicoanálisis la subjetividad es un producto,
una creación, una novedad que surge en el intercambio
amoroso/palabrero entre el bebé y el Otro que
lo recibe. La narratividad, la textualidad, es el terreno
privilegiado de este encuentro. Podemos referirla tanto
al lugar que el infans tiene en el deseo de su madre
-heredero de la ecuación “niño-falo”-,
como al sitio, que ella vehiculiza, otorgado por el
Otro social. Es en una historia, es en los dichos y
en los no dichos, en las tradiciones orales de un grupo
familiar, es en la narrativa que atañe a la pareja
que lo gestó, es en toda esa textualidad saturada
afectivamente que se llega a inscribir el sujeto a venir.
El deseo es el protagonista y el ‘desarreglo’
de los humanos su producto.
También podríamos destacar que esa lluvia
de significantes, signos, símbolos y gestos de
amor, se produce de un modo que podríamos calificar
como ‘multimediático’ (8); es decir
que comprende todos los sentidos, que pone en juego
el cuerpo y el afecto, que involucra la motricidad,
y que -más allá de que desde el lado del
infans no haya todavía ni sí mismo ni
otro- el sujeto surge en el seno de una relación.
Pero los canales que permiten el vínculo están,
para el Psicoanálisis, al servicio de la narratividad
que se teje entre las generaciones; lo que se inscribe,
lo que instala la represión, y lo que permite
recubrir de sentido al ser.
Esa narrativa, por otro lado, es un texto necesariamente
agujereado. En la medida en que hay lenguaje e inscripción,
hay representación y hay lo no representable.
Hay identificación y su contrapartida, lo que
no se deja domesticar, hay el mundo pulsional. El sujeto,
así creado, está desfuncionalizado, separado
del ámbito natural. Esa textualidad que lo aloja,
así agujereada, es posibilitadora porque deja
el margen para la ambigüedad, aloja los tropos
del lenguaje, la interrogación, la angustia y
el síntoma, que vienen a ser respuestas propiamente
humanas. Es en esos intersticios, también, donde
nacen otras creaciones humanas como son las del arte
y la ciencia.
El descrédito de la narrativa
y la patología epocal
Los fenómenos de época pueden trastocar
el lazo entre ser y texto, pero creemos que la causa
de esa alteración no radica, en sí, en
el progreso tecnológico. El ‘siempre más’,
el ‘ganar mucho y rápido’, los fundamentos
del discurso capitalista, son motores de implementación
de la tecnología en función de una necesidad
mercantil de producir sujetos cada vez menos críticos
y más dóciles al consumo.
Consideremos, además, que el capitalismo actual
se encuentra despojado de los relatos de la modernidad,
lo cual deja al sujeto desprotegido frente al sinsentido
y ofrecido a las demandas del mercado, las que vendrían
-con el slogan de turno- a ocupar aquel lugar. En lugar
del “Hacer la América”, por ejemplo,
el “Just Do It”; en lugar de la promesa
del “Hombre Nuevo” la certeza de que “Coca
Cola es vivir de verdad”.
Los así llamados “trastornos”, que
se incluyen en la tendencia creciente de patologización
de la infancia y de la vida humana en general, son una
muestra notable de esa aspiración al ‘más
y más rápido es mejor’ que no está
contenida en ninguna unidad narrativa mayor. El tipo
de respuestas subjetivas se corresponde con el vértigo
característico de la tecnología - irritabilidad,
ansiedad, intolerancia a la espera, dificultad para
focalizar y sostener la atención, hiperactividad,
todos los matices de la impulsividad, etc.- pero no
es exclusivamente el efecto de esa tecnología.
Aun así, suponer que la tecnología podría
remediar estos problemas es desconocer sus orígenes.
El ataque al lazo entre ser y texto -entre sujeto y
narrativa secuencial- por parte de un entorno en el
que predomina la simultaneidad y la prisa- viene bien
al aplanamiento de la subjetividad. Los niños
son un blanco que -a la vez- resiste esa operación.
En este sentido y respecto del llamado déficit
atencional, dice Berardi: “Más que una
enfermedad es el intento de adaptación del organismo
sensible y consciente de un niño a un ambiente
en el cual el contacto afectivo ha sido sustituido por
flujos de información veloces y agresivos.
Las raíces de la devastación psíquica
que golpea a las generaciones post-alfabéticas
se encuentran en el enrarecimiento del contacto corpóreo
y afectivo, en la modificación horrorosa del
ambiente comunicativo, en la aceleración de los
estímulos a los que la mente es sometida. Los
educadores que viven en contacto con los niños
de las escuelas primarias testimonian sobre un disturbio
en sus capacidades de socialización. Cuando establecen
contacto entre ellos, cuando pueden tocarse, conocerse
y jugar, los niños de esta generación
tienden, antes que nada, a agredirse. No conocen ya
los modos de acariciarse y muerden una oreja. Ninguna
decisión política, ninguna restauración
del autoritarismo escolar podrá modificar la
situación de los chicos que han crecido en un
ambiente donde el aprendizaje del lenguaje ha quedado
escindido del contacto físico con el cuerpo de
la madre.” [9]
Creemos que, además del contacto afectivo, corporal,
se trata de la operación de la narrativa que
hemos descripto, que demanda tiempo, presencia y poder
valorizar al sujeto a venir en tanto tal. La cuestión
a considerar es si los padres van a poder alojar al
infans en un texto, en su texto singular, o es que el
discurso de la época, no por digital sino por
el avance capitalista, va a impedir el contacto necesario
para esa operación.
La demanda del mercado provoca muy tempranamente la
separación madre/hijo, y privilegia lo nuevo,
lo instantáneo y descartable, siendo que el niño
toma su seguridad del retorno de los signos, del ir
y venir de lo mismo, en lo que se juega su ser y el
del Otro de quien debe separarse. Es una de las funciones
del relato, del cuento que calma a la hora de dormir,
ese que los niños exigen que -una y otra vez-
les sea repetido sin ninguna alteración.
Sherry Turkle [10]
describe bien la escena de una madre que lee al hijo,
con su celular a mano -e interrumpe para atenderlo,
recibir y enviar mensajes, etc.- y la consecuencia para
el niño quien tiene la impresión de que
no es importante para la madre el encerrarse siquiera
media hora en una burbuja totalmente independiente del
mundo exterior. Aprenderá, así, que la
atención nunca es total, lo cual le puede afectar
sus relaciones sociales. No es el celular la causa,
sino el privilegio concedido al apuro.
Quienes se autorizan, amparan
La escuela hereda, entonces, los efectos de esa ‘cuna’
que, en esta sociedad, está gravemente afectada.
Por otro lado, tanto los padres como los docentes están
a menudo tomados por la sensación de que el niño
‘sabe’ más. Este dato, motivado por
la confusión entre saber y destreza, hace difícil
para los padres el poder insertarlo en un ‘relato’
mayor que cumpla función de amparo. Ese relato
es incluso el que podría, ocasionalmente, aseverar
que las cosas son de tal o cual modo, sin dar lugar
a cuestionamiento y sin pretender acuerdo. Así
podría ser con todos aquellos temas en los que
se juegue el cuidado, por ejemplo. Al sobrevalorar al
hijo según su performance, se lo desaloja de
su lugar de ser cuidado y el adulto queda como impedido,
angustiado, en una simetría que deja al niño
en orfandad.
Asimismo, despertar el deseo de saber, es acercar a
los chicos a una posición comprometida respecto
de lo que aprenden, que les haga querer atravesar dificultades
en función de una promesa. Es transmitir que
ese saber les concierne, que tiene que ver con su vida.
No en términos, desde luego, de competencia para
el mercado laboral -aunque ese sea un efecto secundario-
sino de claves que pueden ayudarles a entender quiénes
son, dónde están, hacia dónde querrán
ir, etc. Nuevamente, se trata de la inserción
en una narrativa que tiene interrogaciones que vale
la pena intentar resolver.
La crianza y la educación, pensadas desde padres
temerosos de la exclusión social, omite estas
prioridades en función de un supuesto ‘rendimiento’
laboral y económico futuro. Hay depreciación
del saber en la medida en que se privilegia el tener.
Así se promueve el surgimiento de un sujeto que,
en su inclusión social, se constituye como consumidor/consumido
hacia el que apunta el mercado y al que se le pide –por
sobre todo- una imagen.
Hay una brecha, pero transcurre entre niños
nativos digitales que ‘saltan del pollo al freezer’,
cautivados ellos mismos por lo instantáneo de
la imagen, y niños que, también nativos
digitales, se cuentan cuentos para ir a dormir, bañados
por ese efecto de lentitud y de relato, de diálogo
sin prisa.
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