“Computación
Afectiva es la computación que se relaciona
con, surge de, influencias de las emociones o
de otros fenómenos afectivos”.
“Computación
Afectiva es una investigación que combina
la ingeniería y la informática con
la psicología, la ciencia cognitiva, la
neurociencia, la sociología, la educación,
la psicofisiología, diseño centrado
en el valor, la ética, y mucho más.
Reunimos a las personas con una diversidad de
habilidades técnicas, artísticas
y humanas en un espíritu de colaboración
para ampliar los límites de lo que puede
lograrse para mejorar la experiencia humana afectiva
con la tecnología”.
MIT Media Lab; Affective
Computig Group
|
Los sentimientos, afectos y emociones están en
el centro de la investigación de la relación
de la computación con los seres humanos. La investigación
y estrategias de mercado, marketing, afinan cada día
sus instrumentos para, creando orientaciones, hablar
como marketing emocional o el neuromarketing. Estamos
en la era de la manipulación empresarial y política
de los afectos, deseos y emociones de los sujetos. Hace
poco más de una década se busca entender
las emociones, afectos y deseos de los consumidores
y votantes para manejarlos a favor de la actividad por
excelencia de la sociedad contemporánea: comprar
por placer y usar por diversión.
La teoría de lo imaginario se convierte en una
herramienta indispensable para pensar la actual situación
en relación a las nuevas estrategias de mercado
y, en particular, el lugar que ocupan las nuevas tecnologías
de la información y de la comunicación
[1].
Considero a lo imaginario como ensoñación
porque su significado destaca la idea de un territorio
conceptual liminar y fronterizo. Por ello, en este trabajo
me referiré a lo imaginario tanto por sus definiciones
(cfr. Cornelius Castoriadis) como por su relación
con la ensoñación de la sociedad.
Internet: ¿qué
son las “nuevas tecnologías”?
Dada la confusión entorno al significado de
“nuevas tecnologías de la información
y la comunicación” conviene comenzar comentando
su significado. Ante todo una aclaración terminológica:
utilizo la expresión “nuevas tecnologías”
para abreviar la expresión “nuevas tecnologías
de la comunicación y de la información”
a la que comúnmente suele referirse con la sigla
NTIC o TIC, Internet forma parte de ellas. No uso la
abreviatura porque se la esgrime como acrónimo
pronunciándola como si fuera una palabra y de
esta manera transformándola en un nombre.
La costumbre de utilizar la sigla como una palabra ha
desatado su funcionamiento gramatical como nombre
propio. Uso la expresión “nuevas
tecnologías” tratando de dejar en evidencia
este hecho relativamente oculto detrás de la
aséptica apariencia de una sigla “técnica”.
Que se considere a las “nuevas tecnologías”
o la “TIC” como un nombre
no necesita demasiada explicación porque, efectivamente,
hace referencia a un conjunto de entidades técnicas.
Sin embargo, puede parecer poco evidente que también
se trate de un nombre propio,
en el sentido lingüístico, en tanto designar
algo singular, único en su especie. Creo que
este hecho, puesto en contexto, tiene gran importancia
en una interpretación de las tecnologías
en relación a su dimensión imaginaria
y -por lo tanto- como fuente de identidad.
Las nuevas tecnologías son una institución
imaginaria social, es decir, una creación de
la sociedad cuya efectividad no solo se basa en los
mecanismos, materiales y procedimientos propiamente
técnicos sino, sobre todo –esto es lo importante-
en las creencias, expectativas, recuerdos y simbolismos
de la sociedad. Comprender, por ejemplo Internet, implica
considerar el marco y el horizonte de significaciones
en el que se inscriben los componentes tecnológicos
haciéndolos posibles en su existencia y en su
funcionamiento. En otras palabras la eficacia tecnológica
–no la de un aparato aislado, sino la del conjunto
del sistema tecnológico- depende tanto de las
creencias y expectativas que la enmarcan como de sus
componentes materiales y lógicos.
El sistema tecnológico no podría funcionar
sin significaciones imaginarias como “progreso”,
“novedad” o “desarrollo” (con
sus múltiples adjetivos), el imaginario de que
“todo es posible” o la temporalidad del
advenimiento (“ya llegan”), el moderno imaginario
de la moda o la búsqueda de la facilidad de los
usos, etc. Todo ello hace de las “nuevas tecnologías”
un elemento central de las creencias y las promesas
asociadas a los aparatos y los procedimientos.
Estas hipótesis requieren definir las nuevas
tecnologías como institución imaginaria
social: conjunto heterogéneo
de aparatos, instituciones y discursos. Es decir
que las nuevas tecnologías pueden describirse
como un nombre caracterizado por una doble heterogeneidad:
la externa -referida a un conjunto de aparatos, instituciones
y discursos- y la heterogeneidad
radical, en tanto
esa colección es creación-invención
de la sociedad (cfr. Cabrera 2006).
En tanto creación o institución –acción
y efecto de instituir- social las nuevas tecnologías
son nombre propio,
es decir, el sujeto lingüístico de las significaciones
imaginarias sociales de la sociedad de la información
y de la sociedad del conocimiento. En otras palabras
las “nuevas tecnologías” (y en ellas
Internet) constituyen el sujeto discursivo de las promesas,
las representaciones, las creencias y los procedimientos
en función de las cuales se deben tomar decisiones
y actuar tanto a nivel individual como social.
Nuevas tecnologías: el
consumo de los individuos, el sentido de la sociedad
Cuando se miran y leen los discursos publicitarios,
periodísticos, políticos e, incluso, los
educativos, las nuevas tecnologías aparecen como
una promesa cumplida y un advenimiento glorioso. Frases
como “el futuro ya está aquí”;
“las nuevas tecnologías (Internet, un modelo
nuevo de PC, etc.) ya llegan” conducen a pensar
que al consumidor sólo le cabe la fe y la confianza
(cfr. Cabrera 2006). La mayoría de los proyectos
político-educativos están llenos de este
tipo de fe, razón por la que proponen -como una
de sus primeras medidas- comprar aparatos y servicios
para que “todos tengan” y para que “todos
puedan acceder”. Ni amenaza, ni riesgo sino aceptación
ciega.
Como consecuencia y complemento de esta actitud, las
nuevas tecnologías se adaptan al usuario haciendo
fáciles y asequibles los productos tecnológicos
y sus usos. El diseño de los productos y servicios
es un buen testimonio de ello: las formas y colores
utilizados, las interfaces gráficas, la posibilidad
de personalización, etc., todo está preparado
para que la sensación de simplicidad de uso se
encuentre con la experiencia de efectividad de los resultados.
De todas las consecuencias, la principal es la posibilidad
de libertad de movimiento estando conectados a las redes.
El primer poder que las tecnologías dan al usuario
es la continua movilidad
y la conexión permanente.
Las nuevas tecnologías tienen un doble rostro
que se realiza en el usuario: permiten el ejercicio
de la libertad humana y dan poder a quien las utiliza.
Las nuevas tecnologías prometen –a través
de los discursos publicitarios– y, lo más
importante, cumplen con lo prometido: se puede realizar
grandes cálculos en segundos, comunicarse desde
cualquier lugar y gratis, se puede conectar la computadora
e intercambiar información sobre cualquier tema
en cualquier parte del mundo, se puede conversar mirando
al interlocutor... “Las posibilidades son infinitas”,
realizables, sobre todo, reales. Ellas
realizan lo que el usuario quiere, y el usuario quiere
lo que pueden solucionar las tecnologías.
Si se tiene una computadora para escribir, se quiere
escuchar música, y ver fotos, y conectarse a
Internet, “bajar” películas... Entonces
se necesita un modelo mejor, pantalla más grande,
más potencia, más bonito... y altavoces,
un micrófono, una impresora, un escáner...
Un aparato tecnológico es la puerta abierta al
sistema técnico total al que remite, esto es,
al conjunto de habilidades manuales, visuales, auditivas;
a una modalidad del lenguaje y el vocabulario; a nuevos
modos de trabajar, pensar e imaginar y a nuevas relaciones
sociales, con la naturaleza, con el tiempo y el espacio.
Por ello Rheingold advierte “lo que nos preocupa
no es sólo cómo utilizamos la tecnología,
sino también el tipo de personas en que nos convertimos
cuando la utilizamos” (Rheingold 2004).
Entre la facilidad de sus usos, por un lado, y el “don”
de la omnipotencia, por el otro, se juega el sistema
social que sostiene a las nuevas tecnologías.
Por ello hay que tomarse en serio algunos de los principios
y estrategias del marketing. El marketing, en la actual
sociedad, constituye un conjunto de estrategias
de creación y colonización de la imaginación
individual y colectiva, como en la sociedad medieval
lo fue la propaganda política
y religiosa. Y en este sentido, las nuevas tecnologías
son el contenido de una promesa, un advenimiento y un
destino. Cuando la dimensión de las palabras
confunde unos hechos (aparatos) con otros de mayor trascendencia
(sistema social y técnico) pasando los atributos
de uno a otro, se tiene la base de una creencia irrefutable,
se está ante la magia.
En la encrucijada entre el presente, de la acción
del aparato técnico, y el futuro, anunciado por
los discursos, hace falta la presencia de un beneficiario
agradecido y un esperanzado creyente. Cuando la eficacia
inmediata de los aparatos neotecnológicos aparece
como incuestionable, la espera en las promesas entraña
una esperanza garantizada. Espera y esperanza se confunden
en torno a los aparatos técnicos y la espera
del aparato prometido posibilita la esperanza en la
tecnosociedad que
lo genera. Si lo que se promete es el aparato, lo que
se genera es la tecnología como hecho social
total. El discurso se refiere al artefacto (servicio,
sistema lógico, etc.); sus sentidos, a la sociedad.
Estoy convencido de que no puede interpretarse adecuadamente
el funcionamiento de las nuevas tecnologías sin
adentrarse en este componente imaginario. Entre la eficacia
experimentada y la promesa anunciada se desarrollan
las significaciones imaginarias sociales, relacionadas
con las nuevas tecnologías como reglas de funcionamiento
y condiciones de posibilidad. Así, se ponen en
juego dos niveles de significaciones imaginarias: la
eficacia experimentada personalmente
(nivel de los individuos) y las promesas
anunciadas socialmente (nivel de la sociedad).
La “magia” de las nuevas tecnologías
constituye la base de la ensoñación social.
Marketing y comunicación: el ensueño tecnológico
de la sociedad
La palabra “sueño” en español
tiene una historia curiosa destacada por Joan Corominas
en su célebre diccionario etimológico:
“Sueño,
del lat. somnus ‘acto
de dormir’, con el cual vino a confundirse en
castellano el lat. somnium
‘representación de sucesos imaginados
durmiendo’.”
El sueño ocupa, desde hace milenios, un lugar
muy importante en la experiencia de la humanidad. Hay
innumerables apariciones del fenómeno del soñar
en las obras de la cultura -La
vida es sueño según Calderón
de la Barca; La interpretación
de los sueños de Freud; el sueño
de Martin Luther King que, según sus propias
palabras, se trataba de un
sueño profundamente enraizado en el mismo sueño
american; los hermanos Wachowski, que concibieron
un mundo onírico en la trilogía fílmica
Matrix, etc.-. Sin
embargo no es el sueño en sí mismo lo
que me interesa sino el fenómeno de la cultura
y la comunicación –y dentro de él
las nuevas tecnologías- como sueño social
o mejor aún, como ensoñación social.
Aprovechando el juego que nos permite el uso del nombre
en español me refiero a la palabra “ensoñación”
como representación
fantástica del que duerme pero
también como
la experiencia liminal y confusa donde la fantasía
del durmiente y la realidad del despertar no se distinguen
aún. Ese momento en el cual el durmiente
aún tiene oportunidad de decidir terminar con
el sueño –regresar al dormir y sus representaciones-
o, por el contrario, cuando el que vive la vigilia experimenta
una entrada en el mundo ensoñación diurna.
La ensoñación social remite
a ese momento donde el límite de la vigilia y
el dormir no se aclaran; donde la luz de la razón
y la oscuridad del mundo emotivo no se definen. Ensoñación
es una categoría de límites –en
el sentido de un amanecer o un ocaso- y por ello creativa:
ni sólo orden y ley; ni tampoco sólo caos
y sin sentido. Es el momento del tránsito donde
lo histórico se confunde con lo arquetípico;
la significación con el simbolismo; lo determinado
con lo indeterminado.
La cultura actual, la “cultura de masas”,
puede ser entendida como una ensoñación
social en los dos sentidos destacados: como representación
fantástica del que reposa relajadamente y como
experiencia confusa de los límites de la realidad
y la fantasía. La ensoñación
tiene como sujeto a los individuos, pero también
a las instituciones y a las sociedades. La comunicación
social es el espacio donde esas experiencias se producen
y reproducen, es decir, el complejo formado por los
medios masivos de comunicación y su lógica
empresarial mercantil.
La comunicación social –el cine, la televisión,
la publicidad, etc.- forman un conjunto heterogéneo
de prácticas -sistemáticas e instrumentalizadas
por estrategias mercadotécnicas- que proponen
modelos de conducta, pautas de creencias, objetos de
deseos, etc. y que -junto a otros productos como la
autoayuda, los manuales para el éxito personal,
las recetas para conseguir el amor deseado, las dietas
para el cuerpo ideal, las revista de consulta anímica,
etc.- constituyen un conjunto heterogéneo que
materializa las creencias, los deseos y los anhelos
sociales.
Manuel Castells en su reciente Comunicación
y Poder describe algo de esto en clave sociológica,
con la ayuda de las ciencias cognitivas y en relación
a la naturaleza del poder: “el poder se ejerce
fundamentalmente construyendo significados en la mente
humana mediante los procesos de comunicación
que tienen lugar en las redes multimedia globales-locales
de comunicación de masas” (Castells 2009:535).
La relación de esas esferas más altas
del poder se vincula con los actores sociales trasformando
“a los seres humanos en audiencia vendiéndonos
las imágenes de nuestras vidas” (p.
541 Destacado en el original). La perspectiva sociológica
de las estructuras y las dinámicas del sistema
de comunicación contemporánea muestra,
tal como la hace Castells, una de las dimensiones de
la realidad de lo que llamo ensoñación
social.
La idea de ensoñación social la entiendo
en relación a la teoría de los imaginarios
sociales como un estado
mental y existencial en el cual el
mundo de fantasías y ficciones de los
individuos y de la sociedad se entremezcla con el
mundo de la realidad cotidiana interpersonal
y social.
Me refiero a un “estado mental y existencial”
para designar una manera de pensar, sentir y actuar
que los individuos consideran propia, personal, “natural”
y característica. Esa manera de pensar, sentir
y actuar se entreteje de representaciones, emociones
y deseos que toman la forma de anhelos, esperanzas,
creencias y afectos, y que encuentran un “correlato”
y una “fuente” en las relaciones familiares
y laborales, la carrera profesional, el diseño,
la arquitectura, las ciudades, etc. con sus formas,
imágenes, colores, sonidos, olores, etc.
La sociedad da sentidos y significados a la psique
para que ésta pueda entrar en el mundo del sentido.
Un mundo común que fundamenta ante todo el lenguaje
y con él, la “realidad” y la identidad.
Mundo que, desde siempre, ha tenido en la educación
y en la religión una dimensión fundamental
y que hoy parece ocupado por la comunicación
social en cuyo corazón tiene un lugar destacado
el marketing. Algo que parece pasar desapercibido para
la mayoría de los análisis del sistema
cultural y de la comunicación (incluso en las
más de 600 páginas de Castells 2009).
He destacado la importancia de estas ideas que he analizado
como el “imaginario neotecnológico”
(cfr. Cabrera 2006) y que constituye la matriz de las
experiencias de los sujetos. En este punto conviene
ilustrar esta posición con algunas ideas del
famoso e influyente libro del marketing Posicionamiento:
la batalla por su mente de Al Ries y Jack Trout
porque resume perfectamente lo que pretendo subrayar
(cfr. Ries y Trout 1986 y 2002).
En la década de los ochenta del siglo pasado
(el original es de 1981) estos autores retoman una idea
clásica del marketing, el posicionamiento, para
definirlo como el trabajo en la mente del consumidor
(2002:5-10). El trabajo del marketing consistiría
no tanto en crear algo nuevo como en manipular lo que
ya está en la mente (p. 33-42). Una expresión
resume este objetivo y trabajo: “conquistar la
mente del consumidor”. Y la clave de tal batalla
y abordaje se encuentra en la comunicación centrada
en la producción de mensajes definidos no por
lo que el “emisor” quiere decir sino por
lo que la mente del “receptor” necesita
escuchar (p.11-20). Se trata de “asaltar la mente”
de la gente porque “la mente es el campo de batalla”.
Por ello los autores tienen claro cuál es “el
objetivo último de toda comunicación:
la mente humana” (p. 33) y desarrollan toda una
estrategia para que esta idea sea eficaz. Evidentemente,
esta comunicación más que racional es
emocional, controlando la expectativa y creando la ilusión
de que el producto realizará el milagro que se
espera.
Los manuales y libros de moda de marketing permiten
entender con toda claridad lo que significa la comunicación
como espacio clave para la formación de las creencias,
los anhelos y las expectativas con las que la gente
decide y hace su vida. Lo que sucede con el marketing
en relación con la gente puede compararse con
una famosa técnica, usada por chamanes y terapeutas,
conocida como “ensueño dirigido”.
En él se crea un sueño en estado de vigilia,
conducido por otra persona con el fin de obtener -a
través de la imaginación- una experiencia
nueva. El marketing constituye una técnica de
ensoñación dirigida por el que la sociedad,
en pleno uso de sus facultades, vive la experiencia
de un viaje satisfactorio y agradable.
La ensoñación social, aunque no se agota
en las estrategias de comunicación y de marketing,
tiene en ellas una de las dimensiones más transparentes
de la construcción del imaginario social. Sin
embargo, también he destacado que la capacidad
de creación y de invención no se agota
en sus producciones, por lo que siempre existen otras
posibilidades que no son producto del cálculo
o la previsión.
Sociedad hipercomunicada y ensoñación
El sueño es un ámbito en el que ser humano
amortigua el espacio y con él todos los límites
y limitaciones. Cuando dormimos, comenta Gaston Bachelard,
el espacio pierde “sus estructuras, sus coherencias
geométricas. El espacio en que vamos a vivir
nuestras horas nocturnas ya no tiene lejanía”
(Bachelard 2005). En el sueño se produce la síntesis/con-fusión
del sujeto y la “realidad”. Esa misma fusión
se experimenta, por ejemplo, en la ficción televisiva,
cinematográfica o en los videojuegos, pero también
en toda experiencia de mediación simbólica
comunicativa. Manuel Castells llamó a esto “la
cultura de la virtualidad real”: “un sistema
en el que la realidad misma (esto es la experiencia
material/simbólica de la gente) es capturada
por completo, sumergida de lleno en un escenario de
imágenes virtuales, en el mundo del hacer creer,
en el que las apariencias no están sólo
en la pantalla a través de la cual se comunica
la experiencia, sino que se convierten en la experiencia”
(Castells 1996:449)
La sociedad hipercomunicada en la que vivimos puede
definirse, siguiendo a Walter Benjamin, como la época
del sueño como fenómeno colectivo (cfr.
Benjamin 2005). No se trata sólo de que el “sueño
impregna la vida de una cultura como las fantasías
de la noche dominan la mente del que duerme” (Mumford
1998). La sociedad vive una ensoñación
cuyas imágenes y símbolos son diseñados
y producidos en y a través del sistema de comunicación
social.
El tiempo de la producción industrial de las
metáforas, imágenes y ficciones es el
tiempo del sueño colectivo, el que parece tan
vívido -con tal fuerza afectiva- que no puede
distinguirse de la “realidad”. En la cultura
contemporánea, la oposición “sueño”
[social]/“realidad” [social] parece tener
límites muy difusos e incluso, se podría
decir, no necesariamente marcados por una censura prohibitiva
o coercitiva sino, sobre todo, por una “censura”
estimuladora, seductora y productora.
Estamos en la era de la proliferación al infinito
de la fantasía colectiva a través de una
multiplicidad de obras “creativas”: publicidad,
cine, periodismo, diseño, artes, arquitectura,
marketing, juegos interactivos, etc. Los productos culturales,
en tanto forman un sistema cultural, son mucho más
que simples objetos. Un halo los envuelve y sólo
por esa aureola siguen vivos en la vida social. Los
aparatos neotecnológicos se mantienen vivos en
la sociedad a causa de su realidad simbólica
y no por su funcionalidad o su utilidad. Su pertenencia
al mundo de las creencias y esperanzas colectivas hace
de las nuevas tecnologías lo que la sociedad
cree que son.
Vivimos en la época de la producción
sistemática del sueño colectivo a través
de un saber y una técnica específica,
el marketing –en el sentido amplio ya destacado-.
Los individuos de las sociedades modernas creen, esperan,
imaginan y sueñan asistidos en su producción
social y sistemática de imágenes, en y
a través de la comunicación. Y ese hacer
creer, esperar, imaginar y soñar acaba creando
el hacer de los individuos y de la sociedad.
Interpretar este modo de ser de la comunicación
y de la sociedad contemporánea exige comprender
la ensoñación colectiva desde un onirismo
sin reducir el imaginario social a representaciones
ideacionales ni a ideas de un determinado grupo dominante.
No sólo se trata de representaciones sino también
de afectos, deseos y emociones. No sólo son ideas
sino también imágenes, símbolos
y arquetipos. No sólo los produce un grupo dominante,
hay también negociación simbólica.
No sólo hay imposiciones violentas sino persuasión,
seducción y fascinación. El imaginario
social tiene una dimensión radical, irreductible
e inagotable cuyo constante fluir no puede reducirse
a producciones culturales y sociales concretas.
La hipótesis del imaginario –de la capacidad
humana de creación- supone a un sujeto sólo
parcialmente dueño de sus acciones. Un sujeto
productor de sus ensoñaciones y un sujeto-sujetado
al incesante fluir desfuncionalizado de su imaginación.
Imaginario y ensoñación suponen un sujeto
y una humanidad instalada en el límite entre
el automatismo y la autonomía. La vida humana
es una batalla nunca definitiva entre el yo y lo/s otro/s;
entre el hablar y el ser dicho; entre actuar y ser actuado;
en definitiva: entre imaginar y soñar o ser imaginado
y soñado. La ensoñación es ese
terreno liminal que, como el amanecer y el atardecer,
no se decide entre la conciencia y lo no consciente.
La ensoñación es la matriz de las experiencias
de los sujetos en relación con las nuevas tecnologías.
Una matriz que nos permite explorar algunos de los contenidos
de los sueño del sistema neotecnológico.
¿Con qué sujeto sueñan las nuevas
tecnologías?
Lo dicho hasta aquí obliga a reconsidera la
llamada “realidad” de las nuevas tecnologías
a la cual se enfrentarán los sujetos. Para decirlo
de manera muy simple: si la realidad no puede negarse
entonces obliga y el que debe cambiar es el sujeto.
Aunque pueda inventarse un dispositivo que la ponga
entre paréntesis, no puedo negar la ley de la
gravedad, debemos contar con ella. La comparación
no es casual Negroponte, en un célebre texto
de 1994, comparó el avance de las nuevas tecnologías
con la fuerza de la gravedad: ambas son imparables.
Y en muchos sentidos tenía razón.
El sistema tecnológico
sueña con sujetos confiados y creyentes:
confiados en que la solución a los problemas
tecnológicos requiere más tecnologías,
confiados en que sólo cabe esperar mientras seguimos
por el mismo camino, creyentes en los mensajes y en
las imágenes que promocionan el mundo que traerán
las tecnologías, creyentes en que una solución
técnica es neutra, no es política.
Somos soñados y viviendo
en ese sueño acostumbramos nuestro cuerpo a la
adaptación permanente a las pantallas,
a la velocidad, a los teclados, a las interfaces, a
las conexiones. Un sujeto que se considere incompleto,
necesitado de mutaciones psíquicas y corporales
que encuentran en las tecnologías la posibilidad
de in-corporar y
hacer cuerpo los aparatos. Normalmente comienza llevando
aparatos junto al cuerpo, luego en el cuerpo y finalmente
se sueña con que se conviertan en parte del cuerpo.
El cyborg es el horizonte del sistema técnico
del cual las tecnologías móviles (celulares,
etc.) constituyen uno de los caminos directos.
El sistema tecnológico
sueña con sujetos jóvenes que sepan
disfrutar del sueño tecnológico donde
los códigos son la diversión y la seducción.
No hay imposición, ni necesidad de adaptación
forzosa. Se trata de vivir alegremente en el país
de la ensoñación, los nativos digitales
no sufren las transformaciones, se adaptan rápidamente
porque así fueron educados: siempre móviles,
siempre conectados. Un sujeto que considere evidente
la utilidad de los aparatos, que cuando estén
disponibles los compre con ilusión y los use
con pasión hasta que el aburrimiento lo lleve
a la renovación. Un sujeto para quien la renovación
constante y cíclica de sus aparatos sea una necesidad
obvia e incuestionable.
El sujeto soñado es adaptable,
en camino de formación permanente; su modo de
vida es el continuo cambio total. Su problema es la
concentración en una única actividad,
la dedicación a una sola tarea. Lo natural es
la navegación: los terrenos líquidos,
sin límites fijos, confusos, sometidos a los
cambios de los vientos… un navegante que se maree
en los terrenos fijos y estables. El sujeto soñado
vive en el reino de la posibilidad total. Su “experiencia”
le dice que “todo es posible”. Y si no lo
es, sólo tiene que esperar porque lo será.
Y, como en toda creencia, la promesa encierra un olvido.
Lo prometido tecnológico es lo que ya se está
diseñando, proyectando o fabricando y si, en
el peor de los casos, no llegara a funcionar, no importa
mucho porque una nueva promesa hará olvidar la
anterior. Porque, como se sabe, en todas las creencias
sólo cuenta lo que justifica favorablemente el
credo. El sujeto soñado confía, no cae
en la falta de fe. Todos los días el milagro
tecnológico lo reafirma en su fe. No tiene tentación
de extrañar el pasado, camina confiado por el
desierto de lo real (para seguir la cita baudrillariana
de Matrix).
Un sujeto al que sólo
le interese el flujo constante, donde la realidad
es, a la manera de twiter, un constante fluir en el
que se pueda “pescar” por ecos y repeticiones
el evento que destaque y que me debe interesar. Un sujeto
capaz de vivir en estado de novedad permanente sin ansiedad,
ni agobios.
Un sujeto regido por el imperativo
tecnológico: lo que puede ser hecho, se hará.
Todo el sistema tecnológico contemporáneo
se fundamenta en esta ley como argumento último.
Si es posible clonar o hacer la bomba de hidrógeno,
por ejemplo, es necesario realizarlo porque si no lo
hacemos nosotros lo hará otro. Un sujeto para
quien la disponibilidad y la posibilidad tecnológica
signifiquen necesidad y obligación. Un sujeto
para quien la mera disponibilidad tecnológica
obligue a todos.
Un sujeto sorprendido constantemente
por las novedades de los aparatos y las soluciones
de los servicios. Un sujeto capaz de convertir su “experiencia”
del milagro diario en la evidencia de las bondades del
sistema tecnológico. Cada aparato le permite
“probar” lo que fue prometido a través
de los gurús y el marketing. “Prueba”
en sus dos sentidos, “degusta” y “fundamenta”
esa evidencia promocionada. Poseyendo o no, existe la
convicción inequívoca de que su presencia
es necesaria para la mejor y más rápida
consecución de los objetivos que impone la vida
social. Por ello, la necesidad se transforma en obligatoriedad.
Un sujeto “convergente”.
La convergencia es técnica, por ejemplo: el móvil
comenzó siendo un teléfono sólo
para voz; luego se convirtió en agenda, reloj,
base de datos, cámara fotográfica, radio,
cámara de filmación, terminal de Internet,
aparato de compra y medio de pago. Esta lógica
es la base de las nuevas tecnologías de la información
y de la comunicación pero también de la
lógica de los sujetos. Las profesiones tienden
a ser trasformadas por la “convergencia”
de oficios diferentes que se reúnen alrededor
de una persona con competencias heterogéneas.
Un periodista, por ejemplo, trabaja con la información;
eso significa que la busca, fotografía, filma,
redacta, edita, diseña y luego transmite a través
de periódicos gráficos, electrónicos,
por radio, por televisión, por Internet. El convergente
es el sujeto cuya adaptación supone una transformación
constante.
Un sujeto conectado continua
e instantáneamente. Las nuevas tecnologías
de la información y de la comunicación
sueñan con un sujeto regido por el imperativo
de la conexión perenne. Resulta inconcebible
tener un móvil apagado o no responder las comunicaciones
electrónicas. Tener un aparato de comunicación
implica la necesidad de estar conectado y, como prueba
de ello, responder instantáneamente. El imperativo
de conexión tecnológica parece obligar
a los sujetos a estar enchufados permanentemente a la
red social. De allí el imperativo de “estar
en contacto” donde se sobreentiende la relación
humana como “estar en contacto”. No se habla
de comunicarse, ni de informarse, sino de estar “conectado”
y “en contacto”.
Un sujeto en formación
permanente, es decir, una formación entendida
como relativización de los contenidos (argumentos,
historias, etc.) a favor del aprendizaje de métodos
formales (el “aprender a aprender”) que
impulsen las respuestas novedosas y adaptables para
un éxito rápido. Un sujeto para quien
los contenidos deben ser reducidos a etiquetas que,
por lo tanto, envejezcan rápidamente. Un sujeto
experto en “buscadores”, un profesional
en encontrar respuestas para el momento en el que se
debe actuar.
¿Qué miedos habitan en la ensoñación
de las tecnologías?
La ensoñación de las nuevas tecnologías
perfila unos sujetos cuyas representaciones, las afecciones
y deseos dialogan con los contenidos de las estrategias
del sistema tecnológico de mercado. La esperanza
se confunde con el miedo y la “gestión”
de estas posibilidades es la clave del “avance”
tecnológico. Sabemos de sus expectativas y esperanzas
pero ¿a qué le teme el sistema tecnológico?
¿Cuál es el miedo de las empresas tecnológicas
y de los gobiernos de los países que las alojan?
Las tecnologías
en tanto sistema parecen tener miedo a “parar”
y a “mirar atrás”. Las nuevas
tecnologías son inconcebibles sin una cierta
creencia en el progreso, en el mirar hacia delante,
el acelerar el paso convencidos de un futuro mejor.
El sistema político empresarial de las nuevas
tecnologías teme que la fe en el progreso se
desvanezca. Algún tipo de convicción ciega
sobre el futuro es necesaria para que las tecnologías
sean posibles. Hasta principios del siglo XX se lo llamó
“progreso”; desde la post Segunda Guerra
Mundial se lo llama “desarrollo” y se le
agregan diversos adjetivos: “sustentable”,
“sostenible”, “integral”, etc.
Mirar al futuro, mirar adelante, confiar que todo será
para mejor constituye una fe incuestionable desde la
cual las tecnologías se hacen posibles. Por ello,
el sistema tecnológico no se entendería
sin un sector de fabricación de creencias y esperanzas
colectiva. El marketing y la comunicación constituyen
uno de los elementos claves en la conformación
de fe que sostiene a las nuevas tecnologías.
Pero mirarlos desde una teoría conductista, como
la de promoción de productos o la de búsqueda
de los hábitos de consumo no ayuda mucho para
una correcta interpretación del papel del marketing
y la comunicación en relación las nuevas
tecnologías.
Entre lo no dicho y lo negado en los discursos sobresalen
las fuentes del miedo: dejar de mirar hacia adelante,
perder la velocidad, mirar hacia abajo. Las
nuevas tecnologías son imposibles sin algún
tipo de creencia de la sociedad en el progreso. Perder
esa fe y esa esperanza constituye el mayor de los miedos
del sistema tecnológico actual.
Ni el célebre Gólem del Rabí Loew
ni el famoso monstruo del Dr. Frankenstein, dos de los
imaginarios más potentes de las tecnologías
(cfr. Cabrera 2011), tienen nombre. Las tecnologías
han tenido siempre lo indefinido y lo ilimitado como
un campo abierto de metáforas. El gran desafío
de los promotores de las nuevas tecnologías es
estimular la imaginación de los posibles usuarios
y consumidores para que encuentren aplicaciones y usos.
La ausencia de límites legales, presupuestarios,
etc. es una solicitud recurrente entre investigadores
y tecnólogos para “ejercer con libertad”
su derecho de investigar sin restricciones.
La ausencia de límites es el único territorio
de una imaginación creativa; sin embargo, representa
también el terreno donde puede perderse más
fácilmente. En ese desierto ilimitado de la imaginación
tecnológica brota el miedo como una forma de
supervivencia: no regresar, no hundirse, sólo
mirar adelante, caminar lo más rápido
posible. Esos parecen ser los límites no cuestionados
por el sistema tecnocientífico. El atrás,
el regreso, el abajo y la lentitud son dudosas, equivalen
a regresar a la intemperie de la prehistoria. El que
se atreva a defenderlo es un neoluddita, un enemigo
del progreso tecnológico, un loco que no contempla
“la realidad”. Este es uno de los puntos
que es necesario volver a pensar porque las nuevas tecnologías
no pueden pensarse a sí mismas sin una referencia
al progreso, al avance y a la velocidad.
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