CLINICA
OTROS ARTÍCULOS
Sobre los límites
Por Yago Franco

¿El cielo es el límite?
Por Leonel Sicardi

Trastorno afectivo bipolar
Por Vera Lúcia Veiga Santana
 
 
 
Green tea (1942) de Leonora Carrington
Título: Green tea (1942) de Leonora Carrington. Imagen obtenida de:
http://www.artshistory.mx/sitios/index.php?id_sitio=9007&id_seccion=8555&id_
subseccion=3707&id_documento=813
El niño de las tormentas
 
Por Por Diego Venturini
Lic. y Prof. en Psicología.
Miembro del Colegio de Psicoanalistas
diegoventurini@elpsicoanalitico.com.ar
 
Ariel

Ariel actualmente tiene 12 años, pertenece a una familia de clase media, su padre es viajante de comercio, su madre ama de casa. Cuando Ariel era muy pequeño, su padre se ausentaba del hogar por largos períodos debido a su trabajo, por tal motivo la madre sostuvo desde un principio el vínculo con Ariel y más adelante sus tratamientos.

Al llegar a la primera consulta conmigo Ariel tenía 7 años y tanto él como sus padres, ya habían consultado a diferentes profesionales e instituciones quienes lo evaluaron y concluyeron cada uno y a su vez, que los padecimientos del niño correspondían a diversos criterios diagnósticos (según el profesional o institución que los realizó). Esa diversidad de criterios diagnósticos confundieron en alguna medida a sus padres, mencionaré algunos de ellos: Trastorno Autista, Trastorno de Asperger, Trastorno Generalizado del Desarrollo no especificado, Trastorno negativista desafiante (todos según el DSM IV) y Psicosis Infantil (desde la Psiquiatría Clásica). Los padres también habían consultado guías diagnósticas en internet que les aportaron una confusión aún mayor.

Al presentarse por primera vez en mi consultorio, Ariel manifestó un modo particular de vincularse a través de la agresión, hecho que (según me habían anticipado sus padres) acontecía especialmente con todos los profesionales de consulta individual y de las instituciones a las que había concurrido y no solía suceder con sus pares. Describo brevemente la situación: El niño ingresa al consultorio observa detenidamente todo y luego sin mediar palabra comenzó a golpear indiscriminadamente juguetes y almohadones que luego terminó por arrojarme. Fue en ese primer momento de la evaluación diagnóstica, cuando le señalé cálida pero firmemente que éste era su espacio y en él podíamos hablar y jugar. Le dije también que me gustaría mucho que se quede aquí pero,  aunque rompiera todo el consultorio (hecho que repetía continuamente en todas las admisiones para ser derivado a otros profesionales y/o instituciones) no le iba a permitir que me pegara como forma de vincularse ya que yo sólo esperaba que hable y juegue. El niño se quedó atónito ante mi planteo y de ésta manera se abrió un espacio para un futuro vínculo terapéutico con él.

Además de la evaluación diagnóstica conmigo, Ariel estaba iniciando en paralelo un proceso de evaluación para ser admitido en una nueva institución educativo-terapéutica e insistía en querer estar con su madre a medida que iba pasando por las diferentes áreas de dicha institución (musicoterapia, terapia ocupacional, psicopedagogía, etc.). En ese proceso, el niño generaba situaciones que rápidamente se tornaban violentas y la evaluación era inmediatamente suspendida. Debido a ello, decidí como su futuro analista, acompañarlo y permanecer cerca de él durante ese proceso para aliviar el nivel de angustia que se le suscitaba a cada momento (intervención que la institución permitió (cosa que no es habitual).

Frente a las situaciones de desborde que el niño planteaba en el consultorio y/o en la institución aparecían las intervenciones a través de la palabra tratando de instalar un marco de legalidad, allí donde parecía no haberla. Debido a la alta receptividad que aparentemente parecía tener el niño a mi palabra, manifestada en la escucha y en la disminución de situaciones de agresividad mientras estaba yo presente, paulatinamente pude comenzar a indagar sobre las razones de sus desbordes. A partir de allí, con un intenso trabajo de análisis individual (a través de juegos y charlas como herramientas de intervención) y también entrevistas con los padres, se comenzaron a evidenciar algunos hechos de la historia familiar que podrían haberse constituido como causa de los mismos. Ambos padres presentaban en su estructura algunas características sintomatológicas muy particulares. En el caso del padre se podían observar una serie de actuaciones conductuales con ciertos matices perversos y contrafóbicos y en el caso de la madre una estructura hístero-fobígena con un componente notable de ingenuidad frente a su marido. Este hombre solía someter a esta mujer en la vida sexual de la pareja, para poder así reafirmar su masculinidad, llegando a situaciones donde los límites para esa sexualidad eran muy escasos (la agresividad, el sometimiento y la perversión eran una constante diaria). Ambos padres desde el comienzo de su relación quedaron capturados en dicho pacto perverso por las conductas mencionadas y por su propia estructura y eso luego generó una marca en la historia del niño. Ellos, solían mantener relaciones sexuales sin preocuparse por resguardar su intimidad, promoviendo la expectación de Ariel, dejando la puerta del dormitorio abierta o iniciando y terminando las relaciones en presencia de éste.

Pude estimar que Ariel, al presenciar estos hechos desde muy pequeño (escena primaria vivenciada como real) probablemente realizó de allí en adelante una asociación inevitable entre cada situación de su vida cotidiana vivenciada como agresiva, amenazadora y/o destructora, con la vivencia originaria de su propia vivencia de castración. Este padre que necesitaba degradar a su mujer desde la palabra y desde los hechos, tomándola como objeto fetiche y no como objeto amado, por su estructura no pudo poner coto a la relación especular madre-hijo que se da normalmente en la segunda fase del período edípico. Por lo tanto no pudo privar a la madre de su falo (el bebé) y castrarla, y por ende, no pudo pasar Ariel, como debiera, al tercer estadio del Edipo, donde se da la instauración de la ley del padre, la identificación con él como ideal del yo y el reconocimiento de que él no es el falo de la madre, como tampoco lo es el padre, quien lo tiene pero no lo es, estando sujeto también el padre a la castración. Tampoco en su momento apareció este padre como dador y habilitador. También la madre, tal vez por su estructura, obturó toda posibilidad de que éste padre apareciera significado de otra manera en éste vínculo.

Desde la historia familiar quien sí aparecía habilitado por la madre como figura de significación era el tío materno (avunculado, desde Levy-Strauss) dándole a este (al tío) la habilitación que no le fue dada por ella al padre, y en relación al niño. A consecuencia de ésta habilitación materna, Ariel obtenía vivencias satisfactorias de identificación yoica provenientes del tío pero secundarias a los vínculos primarios generados perversamente por sus padres con él. Más allá de todo lo mencionado, el tío, cuando estaba, funcionaba como ordenador y habilitador para el niño.


Las tormentas

Retomando la vivencia de castración de Ariel podemos mencionar un síntoma peculiar que surgió frente a lo antes mencionado. Ariel tenía una increíble percepción anticipada de las tormentas y así lo manifestaba a su entorno que lo tomaba como un “adivino” o un “iluminado”. Analizando su historia a través de los jirones que otorgan las palabras y los juegos pude hipotetizar que el ruido del desplazamiento de la cama durante el acto sexual de los padres (el cual se repetía en algunos períodos de su infancia varias veces al día), fue muy probablemente asociado por Ariel al ruido de los truenos, desarrollando a posteriori una fobia grave desplazada a las tormentas. Aparentemente, luego de varias indagaciones, pude pesquisar que Ariel vivenciaba imaginariamente que aquel trueno y específicamente el posterior rayo, al caer, le cortaría su pene transformando de esa manera lo imaginario en el eje de su incipiente estructuración y constitución subjetiva y por ende transformando también su vínculo con el mundo.

Su nivel de percepción acerca de las tormentas realmente se transformó en un scanner imbatible acerca de las mismas. Ariel las anunciaba con una rigurosidad que los pronosticadores del clima podrían haber envidiado sin lugar a dudas. Su conexión perceptiva con la humedad del ambiente y su interés permanente por la observación del cielo y los fenómenos climáticos implicaban un desarrollo necesario para el sostén de su lábil estructura psíquica. El sonido de un trueno siguió despertando reacciones agresivas en Ariel durante varios años, a pesar de sus incipientes mejorías en el transcurso de su tratamiento. En éste tratamiento se le pudo señalar por primera vez a la familia que el padre llegaba de sus viajes cada tanto, como una tormenta y que la madre reafirmaba en el niño ciertas vivencias asociadas a lo inesperado, al decir cada vez que el padre regresaba de tales viajes: “uh, mira! cayó piedra!”. La piedra debería romper (la díada especular en éste caso), pero a diferencia de eso, lo verbalizado por la madre en esas ocasiones tenía un sentido de nueva complicidad hacia el hijo. Por un lado facilitaba una vez más la vivencia del padre como un objeto fobígeno y de ella como acompañante contrafóbica y protectora del niño ante ese objeto y por otra parte, generaba un lazo con el niño desde el lenguaje (gestual especialmente) que no daba lugar ni posibilidad para romper la díada especular entre ambos con la llegada de ese otro ausente-presente, esperado-inesperado, deseado-odiado y especialmente temido.

Basando el caso en las hipótesis mencionadas, fue desde los sucesivos señalamientos en esa línea que la sintomatología fue paulatinamente abordada desde varios aspectos, entre ellos principalmente la legalidad propuesta en el espacio del análisis operando como limitadora a ciertas actuaciones que Ariel comenzó a realizar en el consultorio. Mencionaré un ejemplo, entre muchos otros que se dieron: Ariel intentó varias veces masturbarse en sesión queriendo que yo como su analista lo observe, intentando por ende repetir activamente lo sufrido pasivamente. La posibilidad de correrme de ese lugar marcándole la imposibilidad de participar en su sexualidad, no desde la agresión, como lo hacían en su casa cada vez que lo veían en una situación similar, marcó una importante diferencia. En ese sentido, mi posición fue contenedora y firme a la vez, ya que si él percibía en mí cierto matiz de agresión lo remitiría de nuevo a su vivencia terrorífica de castración (y a las tormentas). Por ello, se intentó intervenir desde el encuadre a través de una propuesta ordenadora de la legalidad dejando abierta la posibilidad para que Ariel pudiere si lo quisiese masturbarse en el baño de su casa pero marcando claramente la pauta que eso no podía hacerlo en el consultorio y/o en mi presencia y/o en la institución a la que concurría (en la que también habían aparecido episodios similares que el niño terminó resolviendo con agresividad, probablemente ante intervenciones, en un principio, carentes de la lectura estructural de su caso).

A partir de este nuevo hito en el proceso analítico con Ariel se abre la posibilidad de un profundo trabajo al que también se le sumaron otro tipo de intervenciones desde lo institucional (trabajadas y consensuadas en equipo). Ariel pudo entonces ir encontrando de a poco un anclaje en el que se diferenciaban  los objetos primarios conocidos provocadores de temor  de otros objetos dadores de sentido, afecto y palabra. Comenzó a obtener mejoras notables desde lo vincular con los demás profesionales de algunas áreas de la institución a la que concurría y en las que comenzó a participar con mayor productividad: psicopedagogía, terapia ocupacional, musicoterapia, dándose en Ariel un reforzamiento favorable acerca de la estructura yoica lábil que poseía.

A través del tiempo y en relación a esto último, se observó en Ariel una evolución que fue la siguiente: de un primer momento en que el niño vivía en estado de alerta permanente ante la posibilidad de una tormenta (o algún cambio (como sustituto simbólico) y ante una situación desencadenante de su sintomatología, le pegaba al objeto que vivenciaba como agresor, por ejemplo le pegaba a aquella persona que le decía que no iba a llover. Posteriormente, paso a un segundo momento en el que a pesar de seguir en estado de alerta, registraba y verbalizaba la vivencia amenazante de ese otro pero aún no podía detener su manifestación sintomatológica (o sea, el golpe aparecía igualmente ante aquella persona que le decía que no iba a llover pero previamente avisaba: “va a llover, no me digas que no, te voy a pegar, te voy a pegar, va a llover” y entonces pegaba). En un tercer momento logró mediatizar su temor mediante la palabra y (en muchas ocasiones) no concretar el golpe. Una frase característica de Ariel en ésta última etapa era: “Ahora no pego, hablo”, incluso logró reírse de algunos chistes: “me decís que va a llover pero no va a llover”. Antes la sola mención de la lluvia implicaba una posible situación de agresividad.

Luego de varios años de trabajo, Ariel logró cierta  estabilización, con un buen nivel de verbalización, anticipación y disminución de su sintomatología. Esto pudo observarse en el consultorio y también en su nivel de integración grupal dentro de la institución a la que concurría, allí comenzó a manifestar una alta transferencia al aprendizaje en todas las áreas y talleres que se daban en la misma.


Aclaraciones finales

Dada la riqueza y amplitud del caso han sido recortados muchos aspectos importantes del mismo. Asimismo y en ese sentido, se advierte que en relación al relato se ha tomado la determinación de contar sólo algunas de las intervenciones realizadas y no la totalidad de las mismas respetando el deseo de la familia en relación al secreto profesional.

Es importante aclarar que las hipótesis diagnósticas mencionadas en este caso, como en el caso de cualquier otro niño deben ser tomadas solamente como orientativas ya que su finalidad es utilizar, a partir de las mismas, los criterios de intervención que se consideren más apropiados según él o los profesionales tratantes, partiendo siempre desde la concepción teórica que los niños son sujetos en formación y que en dicho proceso de formación se dan innumerable cantidad de variables.

 
Compartir
 
Bibliografía
 
Velázquez, Diego: Sujeto del populismo
Franco, Yago, “Sobre la destrucción del afecto”, en Más allá del malestar en la cultura. Psicoanálisis, subjetividad y sociedad, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2011, Págs. 123-124.
Laplanche J. y Pontalis J., Diccionario de psicoanálisis. Editorial Paidos. 1990.
Plon M. y Roudinesco, E., . Diccionario de psicoanálisis. Editorial Paidos. 2008.
Lacan, J., Obras Completas. Editorial Paidos. 1998.
Freud, S.,  Obras Completas. Editorial Amorrortu. 1991.
subir