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La ecología como dilema en la obra de Castoriadis
Por Germán Ciari
germanciari@elpsicoanalitico.com.ar
 

La obra del filósofo greco francés Cornelius Castoriadis no se ocupa con gran detalle de la ecología. Si bien existen algunos trabajos aislados y conferencias [1], es sobre todo el modo en que el autor pensó la sociedad, el sujeto y la historia el que nos brinda herramientas para repensarla.
Castoriadis fue contemporáneo del crecimiento del movimiento verde, fundamentalmente en Europa y Estados Unidos, y también del desarrollo sostenido de la preocupación por el tema en ámbitos académicos y científicos, pero advirtió tempranamente que estos avances carecían de la profundidad de análisis socio histórico necesario para llegar a cumplir con los objetivos que se planteaban, haciendo correr a sus demandas y reivindicaciones el peligro de quedar encerradas en un “reformismo” fácilmente asimilable por el sistema. ¿Por qué?
Para el autor la sociedad capitalista es la primera en la historia de la humanidad en hacer de la racionalidad una ideología. El lugar que en otras sociedades ocupaban centralmente los mitos o la religión en las sociedades capitalistas fue ocupado por “la razón”. En términos de producción esto se tradujo en el dominio racional de una naturaleza que una vez despojada de los mantos mitológicos anteriores quedó expuesta a todo el filo del que la flecha del Progreso es capaz.
Se produjo entonces un “Desarrollo” sin precedentes que haría decir a Marx y Engels en 1848: “mediante el rápido mejoramiento de todos los instrumentos de producción y los medios de comunicación facilitados, la burguesía conduce a todas las naciones, incluso a las mas bárbaras, a la civilización…en una palabra, crea un mundo a su propia imagen”. [2]

La producción mundial aumentó en 200 años más de lo que había aumentado en los 20 mil años anteriores. Del mismo modo y como un dato que por mucho tiempo fue considerado menor, esta espectacular expansión se produjo devastando los recursos naturales acumulados durante los años que antecedieron a la revolución industrial.
Es un hecho que ello no fue un problema durante siglos, como no hubiese sido un problema realizar un sacrificio humano en la América Azteca o un sacrificio Azteca en la América Hispana. Un complejo magma de convenciones recubre y dona sentido al puñal que se entierra en las carnes. Matar por Dios al ritmo de los ritos es necesario, en el sentido en que para esa sociedad y en esa sociedad toma un valor siempre particular.
Asimismo, en las sociedades capitalistas (y también en las comunistas) la expansión ilimitada del dominio racional resultó durante mucho tiempo indiscutible. La supuesta neutralidad de la ciencia y la técnica es hija de esta ideología. No hay nada oscuro, oculto, perverso o sucio en el puñal que asesina, como tampoco lo hay en el denodado esfuerzo por hacer que la tierra produzca la mayor cantidad en el menor tiempo posible.
Viendo entonces que el ánthropos de la época situaba aquí la centralidad de las significaciones que lo animan, Castoriadis pensó que la clave para comprender el así devenido dilema de la ecología se encontraba en torno de su concepto de “heteronomía” [3]
El autor dice, refiriéndose a las democracias procedimentales occidentales, que no hay ninguna que proponga con mayor o menor algarabía nada que esté por fuera de esta promesa esencial: Usted podrá, si me vota, consumir un poco más de lo que ahora consume. Y de hecho agrega: que se tenga esa sensación por parte de los votantes es la clave para ganar las elecciones. Y entonces imagina la siguiente situación: el mundo entra en una etapa de crecimiento, de expansión. Hay ilusiones renovadas, sensación de bienestar. Se promete el aumento del consumo, la mejora en las condiciones de vida así entendidas, y esto sucede en países superpoblados como India o China. Supongamos que se logre finalmente el objetivo que se plantea llevando el nivel de vida, no al del primer mundo sino al de una economía media como es la de Portugal; es el ejemplo que da el autor y pregunta: ¿Cuanto deberá crecer la producción y la consecuente depredación de los recursos naturales para abastecer esta nueva demanda?
Así se describe un círculo vicioso en el que las partes están obligadas a continuar a riesgo de perecer al mismo tiempo que el perecer es una cada vez más clara posibilidad inherente al continuar. Si pensamos en los otros elementos que integran el círculo, para las grandes empresas -hoy deslocalizables- la tecnología necesaria para evitar la contaminación ambiental es un costo importante y por tanto evitarlo significa una ganancia neta o, peor, una ventaja competitiva frente a las demás empresas del rubro, lo que se traduce en que evitar el gasto implica crecimiento, desarrollo, éxito. En definitiva, atendiendo al pensamiento de la época diremos que mientras sea cierto que sanear las emanaciones toxicas resulta mucho más costoso que sanear la “imagen de la empresa”, estas continuarán contaminando.
Si las partes del círculo siguen priorizando sus riesgos individuales a los colectivos que ellas mismas generan y teniendo en cuenta que no podrían hacer ese viraje y al mismo tiempo seguir siendo lo que son, lo que se podrá ir articulando tendrá que ver más bien con salidas procedimentales: las empresas podrán instalar como slogan “la ecología”, los estados podrán crear ministerios de medioambiente o financiar ONG que se dediquen a la difusión del tema. Podrán construir manuales de escuela donde se hable de las bondades de la minería a cielo abierto, o incluso se podrán modificar los estándares de tolerancia a ciertas sustancias tóxicas haciendo aparecer como aceptables para la salud, en los lugares implicados en una posible explotación, niveles de contaminación del agua que en todas partes del mundo aparecen como nocivos. Lo que no podrán hacer es resolver el dilema. Porque para resolverlo o incluso para pensarlo como problema hace falta pararse en otro lado, hace falta animarse a inventar.
La potencialidad de transformación social del movimiento ambientalista tomado en términos generales, cuando este se anima a hacer frente a los cuestionamientos que el mismo genera es inmensa porque lo que se pretende es decir NO a un modo de hacer y pensar que hizo nacer la época en la que vivimos. Movimiento que en sus sentidos suele remitir a una auto limitación no instituida, a una “prudencia” que está por fuera de la sociedad, y que de instituirse haría lo que hacen los instituidos cuando desplazan a otros que antes ocupaban la centralidad de las significaciones de una sociedad: una revolución. Claro está que aunque se trate de la única real, esta es la salida difícil, siendo más probable que se hable de “revolución verde” cuando algunas empresas se dispongan a cambiar un par de tubos y a pintar la fachada.
Castoriadis no llego a ver la Argentina contemporánea y no sabemos que habría dicho al respecto, pero sí podemos aventurarnos a afirmar que si algo mostró el conflicto por la instalación de las plantas papeleras en Gualeguaychú es que los dos gobiernos involucrados (el argentino y el uruguayo) no sólo no pueden frenar las consecuencias más nefastas que hoy imponen las exigencias del mercado sino que no pueden siquiera cambiar de lugar una empresa. [4]
Al mismo tiempo vemos desarrollarse un movimiento asambleario que hoy se extiende por un amplio territorio y que ha logrado, allí donde naciera una asamblea, ponerle freno a la explotación de los recursos naturales [5] al mismo tiempo que instalar el debate, justo donde las certezas y su filo hacen estragos.
Este movimiento presenta varias diferencias respecto a los movimientos ambientalistas conocidos. En primer lugar no está integrado por ambientalistas sino por ciudadanos comunes y las causas que se defienden no anclan en una “ideología verde” por así decirlo sino en la defensa frente a lo que se percibe como una amenaza [6] para la comunidad. Es el carácter de imposición arbitraria lo que mancomuna, imposición que, a medida que la praxis de resistencia toma curso, va desnudándose como legitimada por las instituciones existentes, forzando al pensamiento asambleario a ir más allá de la reflexión sobre el conflicto puntual llegando a formularse preguntas de una extraordinaria potencialidad de transformación social, como por ejemplo: ¿Quiénes son los que deben decidir cuáles son los modos de desarrollo apropiados?. [7]
Teniendo en cuenta este tipo de preguntas no puede resultar extraño que se suela tildar a los asambleístas de locos. Locos de una locura necesaria para pensar más allá de la época, para hacer del dilema ecológico un problema, es decir para imaginar un mundo en el que sea posible no correr el riesgo de sucumbir sencillamente porque sí.

 
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Notas
 
[1] Se pueden encontrar una variedad de menciones esparcidas en toda la obra, pero el texto más relacionado con el tema es “De la Ecología a la Autonomía” producto de la desgrabación de un debate producido el 27 de febrero de 1980 en Louvain-la-Neuve (Bélgica) en el que participaron Castoriadis junto con Daniel Cohn-Bendit, (Eric el Rojo durante el Mayo Francés), que no ha sido traducido al castellano. Luego tenemos 2 artículos publicados en “Una Sociedad a la Deriva” que llevan el título respectivamente: “La ecología contra los mercaderes” y “La fuerza revolucionaria de la ecología”. Al mismo tiempo, son interesantes las menciones al tema que realiza en las dos conferencias que diera en Buenos Aires (Facultad de Odontología en 1993 y Facultad de Psicología en 1996) conferencias de las cuales nos valemos para escribir este artículo.
[2] “El manifiesto comunista”, Marx y Engels, 1848.
[3] Heteronomía: es el estado de la sociedad opuesto al de la autonomía. Los sujetos-atados a un mito desconocido por ellos como tal-atribuyen un origen extrasocial a las leyes que los gobiernan, como si no fueran obra de los humanos, como si todo fuera un instituido, perdiéndose la noción de la capacidad instituyente del colectivo.(extraído de: “Magma” de Yago Franco, glosario -Pág. 176 a 177- )
[4] Vale aclarar que la relocalización nunca fue una demanda de los asambleístas. Ello resulta tan claro como que de lograrse hubiera sido un excepcional elemento de negociación para la resolución del conflicto.
[5] Los ejemplos son cuantiosos. Sólo en la Argentina podemos mencionar que se ha logrado frenar emprendimientos que presentaban una clara amenaza de contaminación en Esquel 2003, Gualeguaychú 2006 (la pastera Empecé), Loncopué 2008 y 2009, Famatina 2008, Tinogasta 2008, y en los últimos días el proyecto Agua Rica en Andalgalá.
[6] A nuestro entender la amenaza de la que hablamos no puede ser comprendida sino se tiene en cuenta que el fenómeno se da en el marco de una crisis/descomposición de las instituciones sociales vigentes.
[7] Como si se tratara de un científico que intenta mutar un virus haciendo que devenga en otro para el cual ya se tiene vacuna, el ambientalismo en el caso de los conflictos socio ambientales en la Argentina parece configurarse mas bien como un “mote” utilizado en ese sentido con frecuencia por quienes pretenden encerrar las demandas de los asambleístas en los marcos institucionales vigentes intentando que así que las productividades mas notables de los cuestionamientos que el movimiento realiza sean “manejables” o queden truncas.
 
 
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