El “Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales” (de eso se trata esta sigla, traducida
al español) encierra – como veremos seguidamente
- en su propio nombre las claves de lo que es. ¿Por
qué el DSM? ¿Para qué? ¿Para
quién?
Podremos responder a estas cuestiones partiendo de
circunscribir su existencia al histórico-social
actual. El capitalismo, cuya significación
es la que ordena la vida de la mayor parte de las
sociedades del planeta, se presenta a sí mismo
como un sistema racional.
No sabemos al respecto si esto mismo guarda, realmente,
alguna racionalidad:
ocurre que, autoinstituido como un régimen
racional, el capitalismo se justifica a sí
mismo. La pregunta está respondida antes de
poder ser formulada. De acuerdo a esta racionalidad,
pretende medir, clasificar, ordenar, cuantificar,
controlar por lo tanto, todo lo existente (la producción,
la naturaleza … el ser humano). Con la finalidad
de optimizar recursos y ganancias, hacer de los procesos
de producción (producción de lo que
sea) aquello que permita obtener la mayor ganancia.
Para ello necesita incrementar la velocidad de producción.
Cuanto menos tiempo se necesite para producir (desde
un neumático hasta una prestación médica,
pasando por la construcción de un edificio,
etc.), mayor la utilidad de la empresa y de sus dueños.
Empresas que van desde una destinada a la educación,
o las que fabrican caramelos, termómetros,
películas, salud … todo lo que existe.
A esto debe agregarse que desde hace un tiempo, la
producción es acompañada y superada
por el capitalismo financiero, que pretende que el
dinero se reproduzca sin que medie producción
alguna. Esto hace que todo se acelere aún más.
La tecnología digital ha acelerado permanentemente
las comunicaciones e intercambios, de los que depende
en mucho la reproducción del sistema, ya que
debe acompañar la aceleración de la
producción y la financiera. El truco es sencillo:
más rápido se fabrica un producto (manteniendo
en igual nivel los salarios y honorarios, o en la
medida de lo posible, haciendo que disminuyan), más
plusvalía se obtiene, para lo que además
es necesario que los objetos caduquen rápidamente
(cada vez duran menos, como puede apreciarse en los
electrodomésticos, los automóviles:
pero también las noticias, que han devenido
en una preciada mercancía que de paso ordena
la vida política). Más velozmente voy
cambiando el dinero de lugar, de acuerdo al rendimiento,
más rápido este se reproduce. Claro
que con la salvedad de que hay humanos de por medio,
que sufren los avatares de estos movimientos, sin
obtener beneficio alguno, pero corriendo con sus costos.
La tecnología actual intenta acompañar
esta aceleración, a la que contribuye.
Franco Berardi señala que hay un desfasaje
entre los emisores digitales y la psique. Esta no
puede traducir semejante invasión y velocidad
de estímulos. Claudine Haroche señala
la imposibilidad de pensar o sentir en estas condiciones
de existencia.
Esto es insoportable y
pernicioso para el psiquesoma humano. Pero
hay que aguantar porque hay sostener el sistema, estando
presente además la amenaza de la exclusión,
en tiempos de flexibilización laboral. El lector
habrá podido observar la notable aparición
de publicidades de medicamentos que prometen y han
sido creados para no interrumpir el ritmo cotidiano:
no hay que enfermarse.
El DSM ha decretado la existencia de los trastornos
en lugar de las neurosis y los síntomas de
estas. Categoría blanda
(Roudinesco), toma el relevo de los diagnósticos
psicoanalíticos y psiquiátricos, y se
dedica a recopilar síntomas que terminan siendo
defectos (tal la idea de trastorno), alejados de la
lógica del deseo, la defensa, las determinaciones
inconscientes, el Edipo, la castración, etc.
De esta manera, el camino para el reinado de los psicofármacos
se ha facilitado, ya que se aplican para solucionar
dichos trastornos
(de los cuales muchos son en realidad la consecuencia
de vivir en esta sociedad). Un camino también
allanado para tratamientos “científicos”,
centrados en la conducta. De ahí a prescribir
tratamientos como si fueran fármacos hubo solo
un paso: bastan 30 sesiones de psicoterapia para resolver
los padecimientos, cuestión decretada por las
empresas de medicina prepaga en Argentina. Así
el DSM es algo que apunta
“fundamentalmente a demostrar que el trastorno
del alma y del psiquismo debía ser reducido
al equivalente de una avería en el motor”
(Roudinesco, Elisabeth, ¿Por qué el
psicoanálisis?, Paidos, Buenos Aires, 2000,
Pág. 41)
El sistema es insoportable, y no es posible dejar
que alguien se salga del molde en el que debe estar
inserto. El DSM, que trata de objetos humanos y no
de sujetos, intenta poner orden en las conductas,
y también en el sentir.
“Por qué estamos contentos de tener psicotrópicos?
Porque la sociedad en que vivimos es insoportable.
La gente ya no puede dormir, está angustiada,
tiene necesidad de ser tranquilizada, sobre todo en
las megápolis. A veces me reprochan haber inventado
la camisa química (…) (pero) Sin los
psicotrópicos, se hubiera producido tal vez
una revolución en la conciencia humana que
clamara: ‘ Esto no se soporta más!’
, mientras, seguimos soportando gracias a los psicotrópicos”.
Esto lo dijo Henri Lavorit, creador de la psicofarmacología.
(Roudinesco, Elisabeth, Ob. Cit., Pág. 23).
Volvamos a la significación del capitalismo.
Ella simpatiza con aquello de lo real que responde
a la lógica denominada por Cornelius Castoriadis
como conjuntista-identitaria. Esta se aplica sobre
aquello que en lo real puede ser clasificado, ordenado,
medido … Ordenar,
clasificar, jerarquizar, sumar, restar, dividir, multiplicar,
combinar, principio del tercero excluido, principio
de no contradicción, principio de identidad,
cuantificar, formalizar en ecuaciones …
Pero, Ud., querido lector, ¿ha intentando alguna
vez ordenar, clasificar, medir, un sueño, o
un fantasma, o un deseo? ¿Las representaciones
y afectos y deseos actuantes en estos? ¿O las
que intervienen en un síntoma? ¿Cuántas
representaciones, cuál es su orden? ¿Y
los afectos? ¿Hay un medidor para la angustia,
para el complejo edípico, para un síntoma
obsesivo, una fobia, la inestabilidad de fronteras
entre la psique y el mundo y sus propias instancias?
Resulta que en la psique – en el inconsciente
de esta sobre todo, pero también en el yo cuando,
por ejemplo, ejercitamos la asociación libre
- no hay principio de no contradicción, ni
de identidad, ni de tercero excluido: se resiste a
la lógica formal. Una representación
puede ser muchas, muchas pueden conducir a una, no
existe un elemento aislado, su significación
adviene del lugar ocupado en una cadena de significaciones
… hay desplazamiento, condensación. Se
puede amar y odiar al mismo tiempo, desear lo que
se teme, tener sueños de angustia, actuar contra
sí mismo … El DSM
está edificado sobre la negación del
modo de ser de la psique,
y transmite la creencia de que sus elementos, representaciones,
afectos, deseos, fantasmas, síntomas, etc.
pueden seguir un destino cuantificable, ordenable,
jerarquizable, por lo tanto, controlable. De acuerdo
a esto, el “Manual diagnóstico y estadístico
de los trastornos mentales” indicará
una metodología (no psicoanalítica)
para volver todo a su cauce.
El DSM supone la existencia de patologías por
fuera de los sujetos. Es el sueño cumplido
de la paloma de Kant:
Ahora, sin el aire que le hace resistencia, puede,
¡por fin!, volar libremente. No es de extrañar:
esto responde a la absurda y peligrosa pretensión
de dominar lo real (pseudo dominio, pseudo racional,
dijo incisivamente Castoriadis), y confirma el pasaje
de una sociedad de vigilancia y castigo a una de control
(Foucault), que se completa con el pasaje del foucaultiano
panóptico al sinóptico (Bauman). Todos
mirando el mismo hipnotizante punto.
El DSM ha sido adoptado/canonizado
por la Organización Mundial de la Salud …
De la psicopatología
de la vida cotidiana, a la psicopatologización
de la vida. No va a quedar ninguno sano.
En su evolución desde 1952, el DSM llega al
paroxismo de su versión N° V, que avanza
claramente hacia una normativización psicológica
de la vida, expulsada – finalmente – la
subjetividad.
Décadas atrás el DSM no ocupaba el lugar
que ocupa ahora: directamente no ocupaba ninguno.
Los psicoanalistas y los psiquiatras manteníamos
un diálogo – no exento de tensiones –
que permitía la elaboración de diferentes
miradas, posiciones, el disenso, la discusión,
el acuerdo. No necesitábamos una lengua común:
¿por qué debíamos tenerla, si
los objetos eran en buena medida diversos, y terminábamos
hablando un dialecto a través del cual nos
entendíamos? Era en todo caso una tarea productiva
la de traducirnos, un trabajo de la subjetividad.
Podíamos trabajar de todos modos, y salir adelante
de muchos atolladeros clínicos. En la psiquiatría
existía una clara diferencia (que hoy no lo
es tal) entre la psiquiatría
dinámica (aquella rica disciplina ligada
a H. Ey y vinculada con el psicoanálisis) y
la biológica, que parece haber triunfado finalmente.
De hecho, el psicoanálisis y la psiquiatría
dinámica ocupaban un lugar central en las primeras
versiones del DSM. Pero esto fue siendo dejado de
lado, abandonándose – como señaláramos
- categorías como neurosis, síntomas,
inconsciente … para pasar a hablar de trastornos
y a realizar una obsesiva e imposible catalogación
de estos.
Por supuesto que detrás de toda esta cuestión
hay dinerillos en juego, por partida doble. Por un
lado, obviamente, el avance de la industria farmacológica.
Poner orden, que nadie salga del molde, es, además,
un excelente negocio. Consumir un antidepresivo hace
más tolerable lo intolerable, permite sostener
el sistema incrementando además su eficiencia
al disminuir ausentismos, rebeldías y protestas,
mal desempeño, etc., pero además permite
seguir edificando una industria que está entre
las que más utilidades dejan, junto con el
tráfico de armas y de personas.
Así, se produce el pasaje
de la psicopatología de la vida cotidiana freudiana,
que mostraba la presencia del sujeto aún en
las cuestiones más irracionales en apariencia
(lapsus, sueños, accidentes de la vida cotidiana)
confirmando su carácter de sujeto trágico
(traccionado por la culpa, el deseo, los ideales,
etc.), a psicopatologizar la vida cotidiana de los
ciudadanos. Un niño inquieto por la
estimulación constante a la que es sometido
por la TV, los videojuegos; una mujer que pierde el
sueño junto con el amor de su vida, o quien
lo sufre por la muerte de un ser querido; un oficinista
angustiado por la competencia laboral; un profesional
que debe trabajar gratuitamente en hospitales y siente
profunda tristeza; un operario que sabe que en la
empresa en la que trabaja (y cuyo sueldo no le alcanza)
está elaborando una lista de despidos y siente
confusión, desesperanza, angustia:
¡todos en la misma bolsa, todos enfermos!
Y al mismo tiempo, se abandonan las categorías
de la psicopatología: se tratan los daños
colaterales que produce esta sociedad, y se crea una
confusión generalizada acerca de lo que es
un padecimiento del sujeto. No se toleran los duelos,
la tristeza: se solicita e indica indiscriminadamente,
medicación o tratamiento, el que sea. No
se toleran las pasiones del alma.
Hay en este momento, en algún lugar del planeta,
“científicos” “serios”
decidiendo qué es normal y que es patológico,
en todos nosotros, en todas las edades.
Al DSM-V hay que oponérsele, denunciándolo,
desenmascarándolo, discutiéndolo en
cada reunión del staff de psicopatología
de las empresas prestadoras de medicina, en los equipos
asistenciales de las obras sociales, en los hospitales.
Las pesadillas expuestas en Farenheit
451 (Bradbury) y en Un
mundo feliz (Huxley) están a la vuelta
de la esquina. Pastillas para poder seguir en pie
mientras el boxeador contrario nos sigue pegando.
No hay knock out,
se puede seguir y seguir, hasta que la psique quede
vaciada de subjetividad y nos transformemos en patéticas
marionetas sacudidas por los golpes y siempre sonrientes.
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