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mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar
 
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Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
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‘Esa es tu pena’, Olga Orozco, 1987

Al comienzo: una pena

Una pena única que aqueja a un sujeto único. Es con lo que nos encontramos cuando alguien viene a vernos, califica su sufrimiento como insoportable, y cree posible librarse de él. El Psicoanálisis suscribe el decir de la poetisa. Aporta algún remedio para esa pena, pero dice también que el sujeto alberga en sí mismo lo incurable.
Objeto perdido, represión originaria, ombligo del sueño, castración, pulsión de muerte son algunos de los nombres que tiene en Freud la ‘herida’ fundamental del cachorro humano. Cada sujeto, en el mejor de los casos, tendrá que habérselas de modo único con sus efectos dolorosos: la inhibición, limitación y empobrecimiento; la angustia, afecto privilegiado; y el síntoma, modo de ‘satisfacción’ que entraña sufrimiento. Es crucial considerar cuándo y por qué alguien decide hablar con un psicoanalista movido por estos efectos.
Lacan retoma los términos freudianos y los ilumina al resaltar el papel del Otro que antecede al sujeto, el rol de su deseo, el lugar del lenguaje que lo invalida al tiempo que lo constituye al separarlo de la naturaleza. Es así tanto respecto de las pérdidas que mortifican su ser como de los ‘excesos’ que lo afectan. [1]
La enseñanza de Lacan se sostiene y culmina sin esperanzas de salvar la falla propia de la constitución subjetiva. Muy por el contrario, Lacan la destaca y plantea la clínica en función de ese ‘imposible’ y de los recursos subjetivos, también únicos, para arreglárselas con ello. El análisis no va en la dirección de ningún Ideal [2]

El análisis es el invento de un modo de recibir esa ‘pena’, de encontrarle un nombre particular para ese sujeto, de alojarla en transferencia, tramitarla y alentar un trabajo elaborativo con ella. Es interesante remitirse a la etimología común de la palabra ‘pena’, como sufrimiento y también como castigo, para situar el lugar del superyo, de la pulsión de muerte, en el trabajo analítico y en su pronóstico.

De la ‘pena’ al trastorno

El decir del Otro social estará, veladamente, presente desde el inicio en el modo en que el sujeto califica su pena como pasible de ser llevada a una consulta. Las quejas subjetivas toman forma también a partir del discurso de época, el que sanciona lo que sería ‘normal’ y lo que no. Es importante destacar este dato en relación con el tema que nos ocupa, el DSM en general y el DSM V en particular. La ciencia es ahora la que, con sus clasificaciones, ha comenzado a gritar lo que antes se susurraba ya que indica, con pretendida exactitud, cuándo un niño, por ejemplo, se aparta de la expectativa exacta que ella dibuja para su edad. El problema, gravísimo, es que cada vez más y más seres se ven incluidos en los casilleros que los designan como ‘enfermos’. ¿O será mejor, de acuerdo con la terminología epocal, decir ‘trastornados’?
La versión masificante de la ciencia -la que nos designa ‘todos iguales’- pretende, por un lado, patologizar la vida cotidiana y, por otro, anunciar la buena nueva: no hay incurable. Es decir, un dato significativo del avance del DSM IV al proyecto DSM V parece ser concluir que estamos todos trastornados, pero, a la vez, prometer que hay remedio, literalmente, para cada uno: ‘Todos trastornados’, entonces, ‘pero no incurables’. Es un mensaje muy bien recibido por los sujetos de esta época que rehúsan saber acerca de la castración.
El Psicoanálisis, por su parte, dice: ‘Todos incurables pero no todos enfermos’. Es cuidadoso al recibir una ‘pena’ hasta verificar su posibilidad de aliviarla. Para ello, se basa en el lugar que ésta tiene para el sujeto, en principio en su decir. Asimismo, considera el lazo que puede hacer con quien lo escucha. La Psicopatología, en todo caso, es un telón de fondo que funciona como ‘olvidado’ para el analista en ese momento. Por otro lado, el Psicoanálisis califica algunas ‘penas’, como los duelos por ejemplo, como ‘curación’ frente a la pérdida y no como patología.
Los cuestionarios que se ofrecen a la respuesta del sujeto, en cambio, anulan tanto su lugar como el de quien recibe su queja. La ‘pena’ será tal si entra en los casilleros y, del DSMIV al V, cada vez parece haber lugar para más ‘patología’. El cuestionario obtura la posibilidad del sujeto de diseñar su relato, de desplegarlo según el orden de sus significantes inconscientes, lo encierra absolutamente en un camino trazado de antemano, lo desconoce y lo confina en el traje que la ciencia ordena.
La norma de la época nos pretende iguales. Lógicamente, la consecuencia es que se elaboren cuestionarios descriptivos con los que se cree abarcar cada vez más y más posibilidades de comportamientos desviados respecto de dicha norma, o sea describir cada vez más detalladamente los así llamados ‘trastornos’. Es cuestión de aproximarse más o menos a un modelo de salud que se sabe de antemano. La ciencia ‘avanza’ y, al servicio del mercado que necesita vender más, hace entrar los nuevos signos en la patología; casi todo termina siendo alteración y remite a una anomalía presuntamente neuroquímica. Los signos, como vemos, se dicen con las palabras del científico, el sujeto se identifica y se adapta allí. [3]

Nombrar y proveer de un objeto

Las clasificaciones proponen ‘nombres’ posibles: fóbico, TOC, bipolar, depresivo, etc. Son las denominaciones que colectivizan y reúnen. Promueven la identificación sobre el fondo del lazo social disgregado de la época, así como el mercado promueve un tipo de vestimenta o de marca a consumir que supuestamente acentúa pertenencia e identidad. El diagnóstico es, por lo tanto, independiente del sujeto que demanda ayuda para su padecimiento y también del que lo recibe pues depende de los casilleros. Es el ‘descuartizamiento’ siempre en función de que el amable y complaciente consumidor se mantenga en acción.
En esta misma línea, también se ofrecen objetos/medicamentos para el consumo. Entre los múltiples objetos propuestos actualmente, el objeto ‘medicamento’ viene a facilitar la no implicación subjetiva, la inmediatez de la satisfacción, el ‘lleno’, el ‘hazlo ya’, en fin: el rechazo de la castración, rechazo tan afín al discurso del capitalismo. El objeto/medicamento, por lo tanto, es un instrumento más de control social. Lo podemos verificar si consideramos que está dirigido al consumidor, que favorece la continuidad del sistema, pero también cuando advertimos que se lo aplica en forma discriminada sobre los sectores más vulnerables: “Además, por ser pobre duplica la probabilidad de que usted recibirá medicamentos antipsicóticos si sólo tiene uno de los llamados "trastornos perturbadores" y no psicóticos. Y si usted es pobre también significa que tiene una alta probabilidad de recibir medicamentos antipsicóticos, incluso si no tiene ninguna enfermedad psiquiátrica en absoluto.” [4]
El Psicoanálisis, por su parte, opera sobre la satisfacción pulsional y sostiene que el objeto de la pulsión es intercambiable y no predeterminado, que se aloja en un vacío, y que la pulsión da su vuelta en derredor, hace un recorrido que deviene satisfacción siempre inacabada, parcial. Como dice Freud, ese cambio corporal sentido como satisfacción es la meta de la pulsión. [5]. La pulsión implica recorrido significante y satisfacción sentida, aun cuando esa satisfacción sea displacentera para el Yo del sujeto. Operar allí apunta al acceso a otro ‘arreglo’ en relación con la pulsión.
En cada época, la cultura propone objetos -que cumplen en mayor o menor medida con ciertos ideales éticos y/o estéticos- aptos para coincidir con modos de satisfacción pulsional (oral, anal, escópico, invocante). En esta coincidencia con los ideales están incluidas las formas autorizadas de vincularse con el otro. Así, puede ser sancionado negativamente el espiar en un baño público pero puede adquirir prestigio el consumir solitariamente determinada clase de pornografía -que satisfaga el mismo voyeurismo- e intercambiarla a través de alguno de los ‘aparatos’ de goce provistos por la tecnología: celulares, sitios web, etc.
En esta época, los lazos sociales no están facilitados ya que vincularse con otro conlleva necesariamente cierto acercamiento al límite, al conflicto, a la castración. Para evitarlo la elección recae sobre modos solitarios y aislados de goce. La tecnología y la ciencia son, de este modo, las proveedoras de objetos que acompañan bien la subsistencia del capitalismo en su insaciable propuesta a los consumidores: ‘Todo es posible, se puede y se debe gozar sin límite’.
La medicación psiquiátrica se inscribe en este propósito. Está muy bien pensada para el consumidor sumiso y obediente y, para ello, la propuesta de su divulgación masiva desconoce al sujeto que es siempre una molestia y un obstáculo. El espíritu crítico, el cuestionamiento, la angustia, la aptitud para el arte, el humor y la pasión, por ejemplo, son buena materia prima para la literatura universal pero no dan buenos dividendos a los laboratorios.
Recapitulando, tanto la oferta de un nombre, un signo más que un significante, como la de un objeto protector medicamentoso favorecen la no implicación del sujeto. En el mismo sentido, del desconocimiento del sujeto en su singularidad, las terapias reeducativas ‘saben’ de antemano qué es lo descartable en la ‘pena’ ya transformada en ‘trastorno’, y qué debe lograrse y, por ello, inyectan modos saludables de ser. [6]
El mercado, en el afán de que todo siga su curso sin sobresaltos, pretende anular rasgos ‘indeseables’, curar hasta de lo que nos hace humanos, robotizar a sus consumidores. En este sentido, el duelo, las crisis vitales, la inquietud de los niños, todo puede ser incluido en lo que se llama ‘trastorno’, desviación frente a lo esperable, y medicado/reeducado para que entre en su norma. [7]
Críticos del DSMV, incluso organicistas como Allen Frances, destacan y señalan como muy peligrosa la posible prescindencia de tomar el rasgo ‘significación clínica’ -malestar o impedimento en distintos ámbitos de desenvolvimiento- para designar patología, con lo cual se torna borroso el límite con la ‘normalidad’. También critican la aparición de nuevas designaciones, como la de ‘riesgo de psicosis’ -un traje que podría caberle a muchos- así como la ‘medicalización del duelo normal’, al acortar el período de tolerancia de sus manifestaciones. Los casos ‘positivos’ -incluidos los ‘falsos positivos’- aumentan, así, considerablemente, para beneplácito de la industria farmacéutica. [8]
Estas consideraciones no implican el desconocimiento de la pertinencia de la indicación de medicación bajo ciertas condiciones y en casos específicos, así como tampoco niegan el alivio subjetivo que puede brindar. Se debe, sin embargo, señalar que el criterio para su uso ha tomado, como vemos, un sesgo extremadamente peligroso. Al decir de Jacques-Alain Miller, el ‘destino estadístico’ amenaza la subjetividad. [9]

De la pena a la creación y la invención

El sujeto -el que considera y recibe el análisis, reconocido en su singularidad- podrá hacer un duelo, crear, forjar una invención a partir de la ‘pena’ por la que ha consultado. Pero no podrá nunca ser sin alguna suerte de pena.
Desde el punto de vista de la etología, si comparamos la peculiaridad subjetiva con la conducta adaptativa de los animales tendremos que aceptar lo ‘disfuncional’ para todos. El humano ha perdido el ‘saber’ del instinto, está herido por el lenguaje y por ello su modo de gozar es estrafalario. Toma algún tipo de contacto con la posibilidad de su propia desaparición, puede autodestruirse y es peligroso para sus congéneres, para la especie misma.
Si pensamos en el mundo de la creación, incluso en el de la invención, que despliega el humano para lo mejor y para lo peor, diremos también otras cosas. Sobre todo, diremos que cada sujeto es único, marcado y animado por lo que ha sido su peculiar acogida en el mundo y, también, único al producir su propio y singular modo de sobrellevar su humanidad. No se trata de rasgos paradigmáticos para indicar patología como pretenden los DSM. Su ‘disfunción’ es condición necesaria pero no suficiente para ello.
Así, para incluir un pantallazo clínico, un sujeto llega al análisis a partir de sus dificultades amorosas: los nombres que toma para él la disociación de la vida erótica. En ese recorrido se encuentra con el asco ante una madre obscena, quien promueve el contacto con su cuerpo deteriorado, y llega a dedicarse a la ‘cirugía reparatoria de mama’. Es destacado por sus aportes en esa disciplina. Obtiene, luego, una respuesta singular a su dificultad inicial con las mujeres: hace de la ‘puta’ una madre.
El camino del análisis, en todo caso, sólo sirve a un sujeto; es un camino hecho de significantes privilegiados, de recorte, pérdida y recuperación del goce pulsional que hace ‘penar de más’. No hay casillero que admita esa ‘pena’; es más: su enmarcado, el hecho mismo de destacarla y nombrarla, es del quehacer clínico mismo. Del mismo modo, no hay enunciado para su ‘solución’, a la que se arriba, en este caso, luego de algunos años de trabajo de asociación libre en transferencia.

 
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Notas y Referencias
 

[1] “Es evidente que la gente con que tratamos, los pacientes, no están satisfechos, como se dice, con lo que son. Y no obstante, sabemos que todo lo que ellos son, lo que viven, aun sus síntomas, tiene que ver con la satisfacción. Satisfacen a algo que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos, lo satisfacen en el sentido de que cumplen con lo que ese algo exige. No se contentan con su estado, pero aun así, en ese estado tan poco contento, se contentan. El asunto está justamente en saber qué es ese se que queda allí contentado.
..........
Digamos que, para una satisfacción de esta índole, penan demasiado. Hasta cierto punto este penar de más es la única justificación de nuestra intervención.”
Lacan, Jacques, Seminario 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, pág. 173; Paidós, Argentina. 1.987.
[2] “Pues, a decir verdad, no se puede decir nunca que intervengamos en el campo de ninguna virtud. Abrimos vías y caminos y allí esperamos que llegue a florecer lo que se llama virtud”.
Lacan, Jacques, Seminario 7, La ética del Psicoanálisis, pág. 19; Paidós, Argentina 1.988.
[3] Rodríguez, Marcelo, Enfermos no tan enfermos, La Nación, 29 de mayo, 2.010, http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1269966
[4] Levine, Bruce E., Fármacos psiquiátricos y niños pobres, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3394
[5] “Será mejor que llamemos ‘necesidad’ al estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la ‘satisfacción’. Esta sólo puede alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la fuente interior del estímulo”
Freud, Sigmund, Pulsiones y Destinos de Pulsión, Obras Completas, Tomo IV, pág. 114; Amorrortu, Argentina, 1.986.
[6] Juan José Ruiz Sánchez y Justo José Cano Sánchez, Manual de Psicoterapia Cognitiva, http://www.psicologia-online.com/ESMUbeda/Libros/Manual/manual.htm
[7] Czubaj, Fabiola, Ya hay una prueba para medir la salud mental de los chicos, La Nación, 6 de febrero, 2.010, http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1230185&origen=NLCien
[8] Frances, Allen, Abriendo la caja de Pandora: Las 19 peores sugerencias del DSM V, http://www.sepypna.com/documentos/criticas-dsm-v.pdf
[9] “Y el hecho de ese cálculo, de esos cálculos que nos rodean, vuelve, en efecto ínfimo al individuo y le prescribe un nuevo tipo de destino, desconocido entre los griegos, el destino estadístico, (…) y tiene como efecto la evaporación de lo único reemplazándolo por lo típico.”
Miller, Jacques-Alain, Psicoanálisis y Política, pág. 60; EOL Grama, Argentina, 2.004.

 
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