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Porque tu pena es única, indeleble y tiñe
de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes
bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas
de un nuevo paraíso prometido.
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‘Esa es
tu pena’, Olga Orozco, 1987 |
Al comienzo: una pena
Una pena única que aqueja a un sujeto único.
Es con lo que nos encontramos cuando alguien viene
a vernos, califica su sufrimiento como insoportable,
y cree posible librarse de él. El Psicoanálisis
suscribe el decir de la poetisa. Aporta algún
remedio para esa pena, pero dice también que
el sujeto alberga en sí mismo lo incurable.
Objeto perdido, represión originaria, ombligo
del sueño, castración, pulsión
de muerte son algunos de los nombres que tiene en
Freud la ‘herida’ fundamental del cachorro
humano. Cada sujeto, en el mejor de los casos, tendrá
que habérselas de modo único con sus
efectos dolorosos: la inhibición, limitación
y empobrecimiento; la angustia, afecto privilegiado;
y el síntoma, modo de ‘satisfacción’
que entraña sufrimiento. Es crucial considerar
cuándo y por qué alguien decide hablar
con un psicoanalista movido por estos efectos.
Lacan retoma los términos freudianos y los
ilumina al resaltar el papel del Otro que antecede
al sujeto, el rol de su deseo, el lugar del lenguaje
que lo invalida al tiempo que lo constituye al separarlo
de la naturaleza. Es así tanto respecto de
las pérdidas que mortifican su ser como de
los ‘excesos’ que lo afectan. [1]
La enseñanza de Lacan se sostiene y culmina
sin esperanzas de salvar la falla propia de la constitución
subjetiva. Muy por el contrario, Lacan la destaca
y plantea la clínica en función de ese
‘imposible’ y de los recursos subjetivos,
también únicos, para arreglárselas
con ello. El análisis no va en la dirección
de ningún Ideal [2]
El análisis es el invento de un modo de recibir
esa ‘pena’, de encontrarle un nombre particular
para ese sujeto, de alojarla en transferencia, tramitarla
y alentar un trabajo elaborativo con ella. Es interesante
remitirse a la etimología común de la
palabra ‘pena’, como sufrimiento y también
como castigo, para situar el lugar del superyo, de
la pulsión de muerte, en el trabajo analítico
y en su pronóstico.
De la ‘pena’
al trastorno
El decir del Otro social estará, veladamente,
presente desde el inicio en el modo en que el sujeto
califica su pena como pasible de ser llevada a una
consulta. Las quejas subjetivas toman forma también
a partir del discurso de época, el que sanciona
lo que sería ‘normal’ y lo que
no. Es importante destacar este dato en relación
con el tema que nos ocupa, el DSM en general y el
DSM V en particular. La ciencia es ahora la que, con
sus clasificaciones, ha comenzado a gritar lo que
antes se susurraba ya que indica, con pretendida exactitud,
cuándo un niño, por ejemplo, se aparta
de la expectativa exacta que ella dibuja para su edad.
El problema, gravísimo, es que cada vez más
y más seres se ven incluidos en los casilleros
que los designan como ‘enfermos’. ¿O
será mejor, de acuerdo con la terminología
epocal, decir ‘trastornados’?
La versión masificante de la ciencia -la que
nos designa ‘todos iguales’- pretende,
por un lado, patologizar la vida cotidiana y, por
otro, anunciar la buena nueva: no hay incurable. Es
decir, un dato significativo del avance del DSM IV
al proyecto DSM V parece ser concluir que estamos
todos trastornados, pero, a la vez, prometer que hay
remedio, literalmente, para cada uno: ‘Todos
trastornados’, entonces, ‘pero no incurables’.
Es un mensaje muy bien recibido por los sujetos de
esta época que rehúsan saber acerca
de la castración.
El Psicoanálisis, por su parte, dice: ‘Todos
incurables pero no todos enfermos’. Es cuidadoso
al recibir una ‘pena’ hasta verificar
su posibilidad de aliviarla. Para ello, se basa en
el lugar que ésta tiene para el sujeto, en
principio en su decir. Asimismo, considera el lazo
que puede hacer con quien lo escucha. La Psicopatología,
en todo caso, es un telón de fondo que funciona
como ‘olvidado’ para el analista en ese
momento. Por otro lado, el Psicoanálisis califica
algunas ‘penas’, como los duelos por ejemplo,
como ‘curación’ frente a la pérdida
y no como patología.
Los cuestionarios que se ofrecen a la respuesta del
sujeto, en cambio, anulan tanto su lugar como el de
quien recibe su queja. La ‘pena’ será
tal si entra en los casilleros y, del DSMIV al V,
cada vez parece haber lugar para más ‘patología’.
El cuestionario obtura la posibilidad del sujeto de
diseñar su relato, de desplegarlo según
el orden de sus significantes inconscientes, lo encierra
absolutamente en un camino trazado de antemano, lo
desconoce y lo confina en el traje que la ciencia
ordena.
La norma de la época nos pretende iguales.
Lógicamente, la consecuencia es que se elaboren
cuestionarios descriptivos con los que se cree abarcar
cada vez más y más posibilidades de
comportamientos desviados respecto de dicha norma,
o sea describir cada vez más detalladamente
los así llamados ‘trastornos’.
Es cuestión de aproximarse más o menos
a un modelo de salud que se sabe de antemano. La ciencia
‘avanza’ y, al servicio del mercado que
necesita vender más, hace entrar los nuevos
signos en la patología; casi todo termina siendo
alteración y remite a una anomalía presuntamente
neuroquímica. Los signos, como vemos, se dicen
con las palabras del científico, el sujeto
se identifica y se adapta allí. [3]
Nombrar y proveer de un objeto
Las clasificaciones proponen ‘nombres’
posibles: fóbico, TOC, bipolar, depresivo,
etc. Son las denominaciones que colectivizan y reúnen.
Promueven la identificación sobre el fondo
del lazo social disgregado de la época, así
como el mercado promueve un tipo de vestimenta o de
marca a consumir que supuestamente acentúa
pertenencia e identidad. El diagnóstico es,
por lo tanto, independiente del sujeto que demanda
ayuda para su padecimiento y también del que
lo recibe pues depende de los casilleros. Es el ‘descuartizamiento’
siempre en función de que el amable y complaciente
consumidor se mantenga en acción.
En esta misma línea, también se ofrecen
objetos/medicamentos para el consumo. Entre los múltiples
objetos propuestos actualmente, el objeto ‘medicamento’
viene a facilitar la no implicación subjetiva,
la inmediatez de la satisfacción, el ‘lleno’,
el ‘hazlo ya’, en fin: el rechazo de la
castración, rechazo tan afín al discurso
del capitalismo. El objeto/medicamento, por lo tanto,
es un instrumento más de control social. Lo
podemos verificar si consideramos que está
dirigido al consumidor, que favorece la continuidad
del sistema, pero también cuando advertimos
que se lo aplica en forma discriminada sobre los sectores
más vulnerables: “Además, por
ser pobre duplica la probabilidad de que usted recibirá
medicamentos antipsicóticos si sólo
tiene uno de los llamados "trastornos perturbadores"
y no psicóticos. Y si usted es pobre también
significa que tiene una alta probabilidad de recibir
medicamentos antipsicóticos, incluso si no
tiene ninguna enfermedad psiquiátrica en absoluto.”
[4]
El Psicoanálisis, por su parte, opera sobre
la satisfacción pulsional y sostiene que el
objeto de la pulsión es intercambiable y no
predeterminado, que se aloja en un vacío, y
que la pulsión da su vuelta en derredor, hace
un recorrido que deviene satisfacción siempre
inacabada, parcial. Como dice Freud, ese cambio corporal
sentido como satisfacción es la meta de la
pulsión. [5].
La pulsión implica recorrido significante y
satisfacción sentida, aun cuando esa satisfacción
sea displacentera para el Yo del sujeto. Operar allí
apunta al acceso a otro ‘arreglo’ en relación
con la pulsión.
En cada época, la cultura propone objetos -que
cumplen en mayor o menor medida con ciertos ideales
éticos y/o estéticos- aptos para coincidir
con modos de satisfacción pulsional (oral,
anal, escópico, invocante). En esta coincidencia
con los ideales están incluidas las formas
autorizadas de vincularse con el otro. Así,
puede ser sancionado negativamente el espiar en un
baño público pero puede adquirir prestigio
el consumir solitariamente determinada clase de pornografía
-que satisfaga el mismo voyeurismo- e intercambiarla
a través de alguno de los ‘aparatos’
de goce provistos por la tecnología: celulares,
sitios web, etc.
En esta época, los lazos sociales no están
facilitados ya que vincularse con otro conlleva necesariamente
cierto acercamiento al límite, al conflicto,
a la castración. Para evitarlo la elección
recae sobre modos solitarios y aislados de goce. La
tecnología y la ciencia son, de este modo,
las proveedoras de objetos que acompañan bien
la subsistencia del capitalismo en su insaciable propuesta
a los consumidores: ‘Todo es posible, se puede
y se debe gozar sin límite’.
La medicación psiquiátrica se inscribe
en este propósito. Está muy bien pensada
para el consumidor sumiso y obediente y, para ello,
la propuesta de su divulgación masiva desconoce
al sujeto que es siempre una molestia y un obstáculo.
El espíritu crítico, el cuestionamiento,
la angustia, la aptitud para el arte, el humor y la
pasión, por ejemplo, son buena materia prima
para la literatura universal pero no dan buenos dividendos
a los laboratorios.
Recapitulando, tanto la oferta de un nombre, un signo
más que un significante, como la de un objeto
protector medicamentoso favorecen la no implicación
del sujeto. En el mismo sentido, del desconocimiento
del sujeto en su singularidad, las terapias reeducativas
‘saben’ de antemano qué es lo descartable
en la ‘pena’ ya transformada en ‘trastorno’,
y qué debe lograrse y, por ello, inyectan modos
saludables de ser. [6]
El mercado, en el afán de que todo siga su
curso sin sobresaltos, pretende anular rasgos ‘indeseables’,
curar hasta de lo que nos hace humanos, robotizar
a sus consumidores. En este sentido, el duelo, las
crisis vitales, la inquietud de los niños,
todo puede ser incluido en lo que se llama ‘trastorno’,
desviación frente a lo esperable, y medicado/reeducado
para que entre en su norma. [7]
Críticos del DSMV, incluso organicistas como
Allen Frances, destacan y señalan como muy
peligrosa la posible prescindencia de tomar el rasgo
‘significación clínica’
-malestar o impedimento en distintos ámbitos
de desenvolvimiento- para designar patología,
con lo cual se torna borroso el límite con
la ‘normalidad’. También critican
la aparición de nuevas designaciones, como
la de ‘riesgo de psicosis’ -un traje que
podría caberle a muchos- así como la
‘medicalización del duelo normal’,
al acortar el período de tolerancia de sus
manifestaciones. Los casos ‘positivos’
-incluidos los ‘falsos positivos’- aumentan,
así, considerablemente, para beneplácito
de la industria farmacéutica. [8]
Estas consideraciones no implican el desconocimiento
de la pertinencia de la indicación de medicación
bajo ciertas condiciones y en casos específicos,
así como tampoco niegan el alivio subjetivo
que puede brindar. Se debe, sin embargo, señalar
que el criterio para su uso ha tomado, como vemos,
un sesgo extremadamente peligroso. Al decir de Jacques-Alain
Miller, el ‘destino estadístico’
amenaza la subjetividad. [9]
De la pena a la creación
y la invención
El sujeto -el que considera y recibe el análisis,
reconocido en su singularidad- podrá hacer
un duelo, crear, forjar una invención a partir
de la ‘pena’ por la que ha consultado.
Pero no podrá nunca ser sin alguna suerte de
pena.
Desde el punto de vista de la etología, si
comparamos la peculiaridad subjetiva con la conducta
adaptativa de los animales tendremos que aceptar lo
‘disfuncional’ para todos. El humano ha
perdido el ‘saber’ del instinto, está
herido por el lenguaje y por ello su modo de gozar
es estrafalario. Toma algún tipo de contacto
con la posibilidad de su propia desaparición,
puede autodestruirse y es peligroso para sus congéneres,
para la especie misma.
Si pensamos en el mundo de la creación, incluso
en el de la invención, que despliega el humano
para lo mejor y para lo peor, diremos también
otras cosas. Sobre todo, diremos que cada sujeto es
único, marcado y animado por lo que ha sido
su peculiar acogida en el mundo y, también,
único al producir su propio y singular modo
de sobrellevar su humanidad. No se trata de rasgos
paradigmáticos para indicar patología
como pretenden los DSM. Su ‘disfunción’
es condición necesaria pero no suficiente para
ello.
Así, para incluir un pantallazo clínico,
un sujeto llega al análisis a partir de sus
dificultades amorosas: los nombres que toma para él
la disociación de la vida erótica. En
ese recorrido se encuentra con el asco ante una madre
obscena, quien promueve el contacto con su cuerpo
deteriorado, y llega a dedicarse a la ‘cirugía
reparatoria de mama’. Es destacado por sus aportes
en esa disciplina. Obtiene, luego, una respuesta singular
a su dificultad inicial con las mujeres: hace de la
‘puta’ una madre.
El camino del análisis, en todo caso, sólo
sirve a un sujeto; es un camino hecho de significantes
privilegiados, de recorte, pérdida y recuperación
del goce pulsional que hace ‘penar de más’.
No hay casillero que admita esa ‘pena’;
es más: su enmarcado, el hecho mismo de destacarla
y nombrarla, es del quehacer clínico mismo.
Del mismo modo, no hay enunciado para su ‘solución’,
a la que se arriba, en este caso, luego de algunos
años de trabajo de asociación libre
en transferencia.
|
Notas
y Referencias |
|
[1]
“Es evidente que la gente con que tratamos,
los pacientes, no están satisfechos,
como se dice, con lo que son. Y no obstante,
sabemos que todo lo que ellos son, lo que viven,
aun sus síntomas, tiene que ver con la
satisfacción. Satisfacen a algo que sin
duda va en contra de lo que podría satisfacerlos,
lo satisfacen en el sentido de que cumplen con
lo que ese algo exige. No se contentan con su
estado, pero aun así, en ese estado tan
poco contento, se contentan. El asunto está
justamente en saber qué es ese se
que queda allí contentado.
..........
Digamos que, para una satisfacción de
esta índole, penan demasiado. Hasta cierto
punto este penar de más
es la única justificación de nuestra
intervención.”
Lacan, Jacques, Seminario
11, Los Cuatro Conceptos
Fundamentales del Psicoanálisis,
pág. 173; Paidós, Argentina. 1.987.
[2] “Pues, a decir
verdad, no se puede decir nunca que intervengamos
en el campo de ninguna virtud. Abrimos vías
y caminos y allí esperamos que llegue
a florecer lo que se llama virtud”.
Lacan, Jacques, Seminario
7, La ética del Psicoanálisis,
pág. 19; Paidós, Argentina 1.988.
[3] Rodríguez,
Marcelo, Enfermos no tan enfermos, La Nación,
29 de mayo, 2.010, http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1269966
[4] Levine, Bruce E.,
Fármacos psiquiátricos y niños
pobres, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3394
[5] “Será
mejor que llamemos ‘necesidad’ al
estímulo pulsional; lo que cancela esta
necesidad es la ‘satisfacción’.
Esta sólo puede alcanzarse mediante una
modificación, apropiada a la meta (adecuada),
de la fuente interior del estímulo”
Freud, Sigmund, Pulsiones y Destinos de Pulsión,
Obras Completas, Tomo IV,
pág. 114; Amorrortu, Argentina, 1.986.
[6] Juan José
Ruiz Sánchez y Justo José Cano
Sánchez, Manual de Psicoterapia Cognitiva,
http://www.psicologia-online.com/ESMUbeda/Libros/Manual/manual.htm
[7] Czubaj, Fabiola,
Ya hay una prueba para medir la salud mental
de los chicos, La Nación, 6 de febrero,
2.010, http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1230185&origen=NLCien
[8] Frances, Allen, Abriendo
la caja de Pandora: Las 19 peores sugerencias
del DSM V, http://www.sepypna.com/documentos/criticas-dsm-v.pdf
[9] “Y el hecho
de ese cálculo, de esos cálculos
que nos rodean, vuelve, en efecto ínfimo
al individuo y le prescribe un nuevo tipo de
destino, desconocido entre los griegos, el destino
estadístico, (…) y tiene como efecto
la evaporación de lo único reemplazándolo
por lo típico.”
Miller, Jacques-Alain, Psicoanálisis
y Política, pág. 60; EOL
Grama, Argentina, 2.004.
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