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“Los
nombres de la verdad son “palabras-patrones”
de una lógica de rechazo del conflicto:
Por eso es que tener la verdad nunca es un estado
de reposo”
Etienne Balibar |
“No
creo que sea discriminatorio. Hago lo que me
enseñó mi mamá: clasificar.”
Del film: Amor sin escalas
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Clasificar niños está de moda hace ya
un tiempo. Se los clasifica en función de cierta
lectura de aquellas conductas y rendimientos que se
consideran trastornados y se lo hace desde una supuesta
asepsia técnica y neutralidad valorativa. Por
consiguiente se les ponen nombres a esos trastornos,
nombres que pasan a ser nuevas palabras
maestras [2],
dotadas de un denso valor de verdad, nombres válidos
para un referente único, el DSM-IV hasta ahora
y en breve el DSM-V que está cerca de ver la
luz. Si esto pudiera ser así, entonces ya no
habría más conflictos, las cosas serán
llamadas como corresponde y no habrá más
confusiones.
Claro que siempre habrá voces disonantes: “Notoriamente
no hay clasificación del universo que no sea
arbitraria y conjetural. La razón es muy simple:
no sabemos qué cosa es el universo”
[3] . Pero pese a ellas la duda, jactancia
de los intelectuales, cosa de timoratos, no parece afectar
el curso actual de las cosas ya que, de todos modos,
se va imponiendo la idea de que “clasificar es
esencial para el progreso científico en cualquier
disciplina”. [4]
No podría ocurrir otra cosa en la nuestra. Veamos
si no: “El estudio de cualquier tipo de fenómenos
requiere de un sistema para agrupar y denominar eventos.
En el campo de la Salud Mental, el DSM es esta formulación”.
[5]
No hay timidez alguna. Hay una afirmación rotunda.
Indubitable.
Esto no se compadece, sin embargo, con las críticas
que han recibido las ediciones anteriores ni tampoco
con las que está recibiendo el embrión
de la que les sucederá. Por un lado se critica
lo innecesario del secreto en que fue concebida la versión
5.0, sus excesivas ambiciones y sus métodos desorganizados.
[6]
Además el planteo es que los borradores conocidos
de la nueva criatura adolecen de un “pecado”
importante si tenemos en cuenta sus objetivos antes
señalados: una escritura a la que le falta claridad
y consistencia. Al parecer la tendencia que se desarrollará
será la de una incorporación de nuevos
“diagnósticos” cuya vaguedad y amplitud
ampliará las tasas de trastorno mental y un descenso
del “umbral” que ubica como trastorno a
conductas antes “dudosas” con lo que el
riesgo será “la creación de millones
de falsos positivos y nuevamente mal identificados (newly
misidentified) “pacientes”.[7]
Nuevos nombres impropios que exacerbarán los
problemas causados por un DSM-IV ya generosamente inclusivo
a ese respecto.
“Habrá un masivo sobre-tratamiento con
medicaciones que son innecesarias, caras, y muchas veces
bastante nocivas. El DSM-V aparece promoviendo lo que
más temíamos: la inclusión de muchas
variantes de la normalidad bajo la rúbrica de
enfermedad mental, con el resultado de que el concepto
nuclear de trastorno mental queda grandemente indeterminado”.
[8]
Algo muy grave si tenemos en cuenta que los sistemas
clasificatorios como el DSM pretenden recoger “evidencias”,
“hechos”, como si de especies botánicas
se tratara, imponiendo nombres pretendidamente libres
de interpretaciones teóricas. No se plantean
conjeturas. Se trata de aproximaciones a universos muchas
veces microscópicos, que no toman debidamente
en cuenta los lentes que en ellas se emplean. La imposible
asepsia de las lecturas. Ni su provisoriedad.
A veces parece que algunos de estos nombres han sido
puestos por primera vez. Que lo que antes no existía
ha cobrado presencia gracias a esta nueva nominación.
Los trastornos generalizados
del desarrollo (TGD), el déficit
atencional (ADHD); los niños oposicionistas
y desafiantes (ODD), los trastornos obsesivo-compulsivos
(TOC), los bipolares infantiles
(TBPI) etcétera parecen ir hallando así
un lugar y una explicación a sus dificultades.
Antes no había. En cambio ahora, debido a epidemia
o mutación, los nuevos trastornos crecen por
todas partes como hongos para los que afortunadamente,
en el mismo manual o en otros ad hoc, se encuentra la
base genética originaria, el trastorno biológico
causante y el arsenal medicamentoso de primera línea
para normalizar tanto descarrío.
Esta ilusión de nombrar con certeza
“divina” se pone en obra en esta llamada
Biblia de la salud
mental con la expansión del término trastorno
que en rigor pretende desplazar (y por lo tanto
emplazar) un nombre, una nueva palabra
maestra pre-freudiana que es tomada de otro lado,
(de la medicina del siglo XVII) para reemplazar otros
términos como por ejemplo neurosis,
que en su momento fueron un progreso nominativo, claro
que herético,
de los modos de sufrimiento mental. O sea que el trastorno
es un retorno. La restauración de viejos dogmas
en nuevos odres.
La creación de estos términos que identifican
ciencia con verdad aparenta ser un problema epistemológico,
de incumbencias y territorios del conocimiento. Pero
se trata básicamente un problema ético.
La propuesta neo-psiquiátrica asume el semblante
de una superación de las ideologías, de
una neutralidad positivista ante la cual se nos plantea
el desafío de rescatar la dialéctica de
lo verdadero y lo no verdadero de los entresijos de
un discurso pleno de tecnicismo, psicologismo y moralismo.
Esa superación aparente se basó en una
crítica al psicoanálisis que ha sido generalmente
injusta y descalificadora. No obstante creo que, pese
a su lenguaje tecnocrático, ella ha echado luz
sobre algunas limitaciones y contradicciones de los
abordajes psicoanalíticos. Sobre lo que Derrida
llama las resistencias del
psicoanálisis. [9]
Quiero decir que sería hoy ya insostenible hablar
de madre “esquizofrenógena” o “refrigeradora”
como determinación causal de la esquizofrenia
o del autismo.
Propuesta realizada con un ropaje laico que, a su pesar,
permite adivinar debajo sus pliegues una sacralización
de las enunciaciones “científicas”
que pretenden la fijación unívoca de determinados
significantes (trastorno/desarrollo) a un significado
con la consiguiente clausura (término también
religioso) de la multivocidad y conflictividad de cualquier
nominación.
La tarea a desarrollar es, en cambio, mantener la enunciación
como historicidad y contradicción [10]
en lugar de convertir la nominación en nomenclatura.
¿Quién
dice que estamos ante un esto
qué es? Se
trata de que en los intervalos de los saberes escritos
otras verdades puedan hablar de lo impensado de ese
pensamiento.
El lenguaje en tanto acto de enunciación es a
la vez lugar de la verdad que pretende afirmar como
del error pues la unión de un nombre y un concepto
no es, nunca ha sido, inmune a los deseos de poder o
de gloria. “La muerte de la interpretación
es el creer que hay signos que existen primariamente,
originalmente, realmente, como marcas coherentes pertinentes
y sistemáticas”. [11]
Y la verdad, o verdades en juego en el sufrimiento y
el goce no se debaten en un espacio puramente teórico.
Las verdades “hacen acto de presencia” en
un espacio de prácticas donde ese sufrimiento
se despliega simbólica y lúdicamente en
el mejor de los casos. Lo opuesto es la clausura taxonómica
y pretendidamente aséptica expresada en la nada
infrecuente frase: “Si habla me confunde el diagnóstico”.
Discutimos la verdad entonces como un nombre que figura
en enunciados pero no podemos obviar los actos de enunciación,
agentes, reglas, sujetos circunstancias o condiciones
de “uso”. [12]
No podemos interpretar lo escrito pasando por alto que
interpretamos a quien ha propuesto la interpretación.
A quién, cómo, cuándo y dónde
lo dice y además, respondiendo a qué intereses,
lo sepa o no.
Porque el mismo valor de verdad que se atribuye a la
“ciencia” (frente a otros discursos y prácticas
cuyas verdades cotizan menos), depende también
de un cierto discurso sobre
la ciencia. Ciencia que pretende ser “realista”,
pero a la que le cuesta inspeccionar el monto de ficciones
implícitas en sus “verdades”.
Palabras maestras entonces resaltadas por la sutil notación
de una mayúscula (Uno, Bien, Belleza, Ser, Cosa,
Dios, Tierra, Libertad, Ciencia, Espíritu, Revolución,
Pueblo, Clase…). En psiquiatría: Genes,
Neurotransmisores, Desarrollo. Psicofármacos.
Y en el Psicoanálisis: Angustia. Es decir lo
que no miente. Lo
que brinda certeza.
Que permite creer. Que da garantías, fundamento,
existencia y pertenencia.
Los nombres que se instituyen y emplazan en un enunciado
y que pretenden adquirir valor de verdad, aspiran a
la certeza (al estilo de la verdad revelada, de lo incuestionable)
pero llevan en su seno la huella del conflicto. Con
humor se decía que lo que luego fue llamado ADD
o ADHD y antes Disfunción Cerebral Mínima
(un nombre descartado por su inconsistencia), en lugar
de llamarse DCM debería haberse llamado CDM,
es decir Confusión Diagnóstica Máxima.
Por ende cada nombre nuevo no se incorpora a un territorio
virgen sino que desplaza a muchos otros con los que
entra en conflicto. No podría no haberlo en tanto
se juegan concepciones diferentes de lo humano y sus
determinaciones. No es lo mismo pensar que la biología
humana es la determinante y transmisora de lo heredado
en cuanto a comportamientos, que pensar a la biología
humana como resultante histórica de una evolución
y está afectada por las producciones materiales,
simbólicas e imaginantes. Es decir que la biología
no sólo no configura una determinación
absoluta sino que es, en lo humano, ella misma una dimensión
sobredeterminada.
Por lo tanto referirse a la biología humana desde
una perspectiva “científica” debería
contemplar lo relativo e inacabado de nuestras formulaciones.
Mucho más en lo que hace a establecer causalidades
y nombres definitivos. Nunca la verdad puede ser agotada
en una formulación, nunca puede decirse “toda
la verdad”. Hay co-presencia de verdad y error
en cada formulación. De allí que el conflicto
y la contradicción son inherentes e inevitables
en cualquier pretendida formalización al igual
que su historicidad y relatividad. Los signos deben
considerarse máscaras que lejos de indicar neutralmente
un significado imponen una interpretación.
Ello es así porque tanto para la filosofía
como para las llamadas “ciencias humanas”
no hay objetos constituidos y objetivos independientes
de nuestra cosmovisión e intervención.
Nuestro cerebro no es un calefón. Hay cuestiones,
situaciones, problemas respecto de los que efectuamos
lecturas y frente los cuales intervenimos. Y aunque
la metaforicemos hablando de “tuercas flojas”
nuestra tarea es muy diferente al noble oficio de los
plomeros. Que los neurotransmisores son reputados como
causa de trastornos no es más que la manera en
que hoy nos representamos
un problema. Mañana serán otros los neurotransmisores
y eventualmente otras las explicaciones.
Y si bien el concepto
de neurotransmisor es cierto,
en cambio la teoría que lo implica en un problema
es materia de discusión en cuanto a los alcances
y relevancias que adquiere. La extensión presuntuosa
e hiperbólica de una
ideología “científica”
que, aun cuando arrastre conceptos verdaderos, se extralimita
en cuanto a sus conclusiones es un núcleo problemático
de la psiquiatría actual de la infancia.
Alimentada por una mitologización de la biología
y la genética [13]
la marea clasificatoria del DSM adormece
nuestra sensibilidad y, en lugar de acercarnos, nos
aleja de las verdades, las lógicas y los contextos
del sufrimiento infantil. Que nunca se puede agotar
en el interjuego de algunas moléculas. Aunque
lo implique.
Alain Badiou propone romper este monopolio de la verdad
por parte de la ciencia y plantea la existencia de diferentes
prácticas de la verdad entre las que se inscribe
la ciencia pero también el arte, la política
y el amor. [14]
Tal vez podamos avanzar en una práctica con niños
que tenga en cuenta estas multiplicidades que se ponen
literalmente en juego (y en el juego) de un niño.
Pensar en profundidad
no siempre es pensar en términos de interioridad.
Esa sería la mirada focalizada del especialista.
Entiendo que, por el contrario, como psicoanalistas
(aún cuando nos espacialicemos
y especialicemos en trabajar con niños)
debemos contextualizar entendiendo la profundidad como
un pliegue de la superficie,
como “una exterioridad resplandeciente que fue
recubierta y enterrada”. [15]
Hace algunos años [16]
planteé un modo de pensar nuestra práctica
que hoy quiero retomar. Suelen considerarse tres puntos
de vista diferentes respecto al saber en la relación
entre el narrador y sus personajes. En el primer caso,
el narrador omnisciente de las novelas clásicas
sabe más que sus personajes. “Ella lo odiaba,
lo que no sabía es que lo amaba”. En el
segundo, ambos, narrador y personaje van aprendiendo
juntos a resolver los misterios de una trama. Es lo
que ocurre en las buenas novelas policiales. En el tercero,
el narrador sólo sabe lo que sus personajes hacen
o dicen pues su interioridad es respetada como opaca.
Tal el caso de la prosa de Ernest Hemingway. [17]
El psiquiatra que, a sabiendas o no, se asume como “ingeniero
(¿o deberíamos decir plomero?)
del alma”,
que por saber de lo particular de cuadros, medicamentos
y neuronas cree que alcanza la verdad última
del ser ubicada en la biología, se ubica en el
primer escalón. Hace jugar al fármaco,
no al niño.
El psicoanalista de adultos, que acompaña desde
su atención flotante las asociaciones libres
de su analizante produciendo, sobre la marcha, un saber
sobre la singularidad encuadra en el segundo grupo.
Por último, el analista de niños que sólo
ve lo que un niño pone en escena en su jugar
transferencial, que sólo escucha los parlamentos
de los personajes creados a partir de esa trama conjunta
del juego en las sesiones, pertenece al tercer grupo.
Y como Faulkner sigue las derivas de sonidos y furias.
[18]
Como el viejo marino escucha y mira el mar enigmático.
Sin tanto apuro por secarse las salpicaduras con la
toalla pretendidamente aséptica de una sigla
y un nombre.
Los invito pues a salpicarse. |
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Notas
y Referencias |
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[1]
Juan Vasen, Psicoanalista. Especialista en Psiquiatría
Infantil. Autor de ¿Post-mocositos?
(Lugar 2000), Contacto
Animal (Letra Viva 2004) Fantasmas
y Pastillas (Letra Viva 2005) La
atención que no se presta: el “mal”
llamado ADD (Noveduc 2007)
Las Certezas Perdidas (Paidós
2008) y El mito del niño
bipolar (Noveduc 2009)
[2] Balibar,
Etienne:
Nombres y lugares de la verdad. Nueva
Visión. Bs.As.1995
[3] Borges Jorge Luis.
El idioma analítico
de John Wilkins. Emecé. Bs. As.
2005
[4] Rapoport, Judith
y Ismond, Deborah: DSMIV
Guide for diagnosis of Childhood Disorders.
Routledge. New York –London. 1996
[5] Idem.
[6] Frances, Allen: A
warning sign on the road to DSM-V: Beware of
Its unintended consequences. Psychiatric
Times 2009; 26:1,4. …
[7] Idem
[8] Idem
[9] Derrida, Jacques:
Las resistencias del psicoanálisis.
Paidós. Bs. As. 2001
[10] Balibar, Etienne:
Op. Cit
[11] Foucault, Michel:
Nietzsche, Marx y Freud.
Anagrama. Bs. As. 1981
[12] Balibar, Etienne:
Óp. Cit.
[13] Vasen, Juan: El
mito del niño bipolar. Bs. As.
Noveduc 2009
[14] Badiou Alain:
Manifiesto por la Filosofía.
Cátedra. Madrid. 1994
[15] Foucault, Michel:
Op. Cit.
[16] Vasen Juan: La
atención que no se presta: el “mal”
llamado ADD. Noveduc. Bs...As. 2007
[17] Leopoldo Brizuela:
Los trucos del perfecto cuentista. Bs. As. Curso
MALBA. Febrero 2007
[18] William Faulkner:
El sonido y la furia. Madrid. Cátedra.
1995.
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