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Luca Signorelli, The Damned in Hell. Detail. 1499-1502. Fresco, San Brizio Chapel, Orvieto. Imagen obtenida de: http://xo-skeleton.tumblr.com/post/38064774658/luca-signorelli-the-damned-in-hell-detail-san
Hoy el padre no sabe pero las TCC*
Primera parte
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar

 
El escándalo freudiano

El Psicoanálisis, cuando Freud lo inventa, es un escándalo. Para la moral victoriana significa un reto inadmisible para las normas, para lo que debía ser: el padre sabía y su transmisión valía. Sin duda, Freud -a pesar de que llega al hueso de la estructura psíquica al reconocer que la subjetividad se abisma en un núcleo de caos y sinsentido, como cuando examina lo que denomina Ello- oscila entre sostener la preeminencia simbólica, la autoridad del padre, y reconocer la fuerza de lo que opera desde el núcleo pulsional  ingobernable.  Las histéricas, por su lado, ya estaban haciendo lo suyo en la dirección de desnudar la vacilación del padre. ¿Qué si no, por ejemplo, son las denuncias,  en sus decires y con sus síntomas, de Dora y de Isabel?  El Psicoanálisis se abrió camino, de la mano de su inventor, contra las bases más sólidas de la cultura dominante al introducir los conceptos de sexualidad infantil, de bisexualidad, de descentramiento de la Conciencia, etc. En una sociedad dominada por el prejuicio y la represión era, desde luego, el mensajero de las malas noticias. Asimismo, como novedad contundente y respecto de los efectos de la cura, sus resultados –entonces y por muchos años- fueron impactantes.

El cuestionamiento de lo establecido por parte del Psicoanálisis influyó en movimientos libertarios posteriores; aspiraciones de todo tipo tendientes a salvar al hombre de diversas prisiones de la cultura. Estos incorporaron, más o menos explícitamente, aquellas premisas a sus banderas. Así lo hicieron las feministas, por ejemplo, y los movimientos que reivindicaron la diversidad sexual. Por más que ambos criticaran el falocentrismo freudiano –malinterpretándolo las más de las veces- todos se apoyaron en la conmoción de su descubrimiento.  

Esos movimientos crecieron contrariando una cultura donadora de significantes con los que identificarse, en la que a cada uno se le ofrecía material simbólico muy determinado, como para  creer saber bien de dónde venía y hacia dónde iba. Las uniones matrimoniales a menudo estaban planificadas por padres y acuerdos de familia. En general, los sujetos dependían únicamente de esa familia tradicional hasta entrar en la latencia, cuando no eran hasta escolarizados en la casa natal. La normo o heterosexualidad era lo que se daba a ver; lo que escapaba a ella restaba en sombras o era tildado de escandaloso. La distribución de roles, masculinos  y femeninos, en fuera y dentro del hogar era la división aceptada. El padre, en ese marco, era la figura fuerte cuya palabra era incuestionable. La ola libertaria,  los movimientos por los derechos de mujeres y de otras minorías,tuvo mucho que ver con lo que luego fue la caída de esos significantes Amos así como con la dilución de sus efectos de significación.

En este sentido, es interesante el lugar que Jacques Alain Miller le da al Psicoanálisis en el proceso de cambio que remata en el estado socio cultural actual. Así, dice: “El psicoanálisis que hizo temblar los semblantes sobre los cuales descansaban los discursos y las prácticas, el psicoanálisis que develó de este modo lo que Lacan llamaba la economía del goce, el psicoanálisis que es, si puedo decirlo, un socratismo mezclado con cinismo, y bien, ahora la irrisión y el cinismo han pasado a lo social con apenas lo justo de humanidad que hace falta para velar aquello de lo que se trata. Esta propagación de la irrisión no se le ahorró al psicoanálisis mismo. El psicoanálisis constata hoy que es víctima del psicoanálisis.” [1]. El cruce que se plantea es especialmente complicado pues lo que del Psicoanálisis quedó grabado en la cultura le vuelve ahora como obstáculo en el abordaje de los casos y como desafío para buscar una nueva posición desde la cual seguir en pie, con efectos en la cura, en el nuevo escenario.

Mucho del descrédito en que cayó el Psicoanálisis se debió a su tardanza para pesquisar los cambios y moverse a su compás. No se puede, sin registro de este devenir, con los descubrimientos que tanta conmoción provocaron en su momento abordar, en la actualidad, la incredulidad respecto del valor del saber y la palabra, el ocaso de las significaciones que una vez fueron dominantes, las patologías del acto, las conductas adictivas, la pérdida del deseo, etc.; manifestaciones que se despliegan frente a la caída de esos semblantes, cuando asoma  el  vacío.  

Paralelamente con esas dificultades para el ejercicio del Psicoanálisis, al estado actual de la cultura corresponde a las terapias cognitivo comportamentales (TCC) ser las requeridas por los sistemas de salud, por los medios que las publicitan y, por lo tanto,  ser demandadas por muchos de los sujetos que sufren. Veremos que su difusión, el peso de su presencia actual, el crédito que se les otorga, están íntimamente relacionados con lo que hoy -momento de opacidad del padre y de silencio, o mejor: de murmullo, de las causas libertarias- más conviene al capitalismo y a su instrumento, el mercado. ¿Acaso no se ha retomado, desde ese lugar difuso, la voz del padre?


La época y su malestar

Vamos a enfatizar algunas de las cuestiones que más nos preocupan en tanto las consideramos como productoras de malestar subjetivo, de dolor psíquico, y en la medida en que vemos que pueden producir cambios indeseados en la formación de subjetividad. No queremos,  por ello, negar todo lo que las novedades científicas y tecnológicas nos aportan de bueno. Dejaremos sin desarrollar lo que aporta la cibercultura, las ventajas para los niños que están en ella protegidos por adultos; todo lo que se ha abierto en un marco permisivo que trastornó incluso las bases mismas de la producción del Arte y su abordaje por los jóvenes, quienes cada vez más eligen alguna de sus disciplinas. Resaltaremos sólo las condiciones generadoras de malestar, porque la clínica nos lo señala, que determinan que esos aportes  resulten en pobreza psíquica, en mayor desamparo subjetivo.

El capitalismo actual, de mercado, de auge de la tecnociencia, se caracteriza por su voracidad, su insaciabilidad y por su ilusión de eternidad e infinitud [2]. Utilizar lo que motiva a los sujetos, estimularlos a creer en alcanzar el ser por la vía de poseer objetos, que apuesten a la felicidad instantánea que dura para siempre, son los modos que toma la fabricación y la oferta de promesas/anzuelos para la subjetividad.  Es lo que la cultura transmite a los sujetos, tanto a través de los Otros significativos como de las Instituciones que los albergan muy tempranamente.  El padre está en el ocaso.

Las zanahorias de la época toman formas variadas pero se exige una forma universal de alcanzar la felicidad, el para todos. Como contrapartida, los sujetos se unen en defensa de modos peculiares de goce que se tornan adictivos. Puede ser cualquier objeto o cualquier actividad; lo adictivo es la modalidad de la adherencia, el aislamiento que implica su práctica, la exclusividad del interés que les despierta, la abolición de la crítica, en suma: un proceso de desubjetivación tan perjudicial como el que pretendieron evitar con su apartamiento de los cantos de sirena del mercado.

De hecho, el mercado detecta y aprovecha esos datos para fomentar nuevos nichos de consumo. Como aspira  a la normalización, al todos iguales, todos consumidores, unisex y unigoce, ofrece consuelos que apuntan a una supuesta felicidad: el cultivo del cuerpo y el de espiritualidades alternativas varias como modos de lidiar con la mortalidad; el hacer de más que deviene en adicción al trabajo; los medios tecnológicos  que permiten el aislamiento como respuesta a los conflictos intersubjetivos; todos consuelos que pretenden soslayar la castración. Estos arreglos  pueden, con facilidad, tomar un sesgo adictivo como el modo privilegiado de relación con lo que sea. Éste implica desubjetivación pues es el sujeto quien termina consumido, en posición de objeto.

Para pertenecer, para estar incluido de alguna manera, hay que ostentar estos rasgos que se pretenden deseables tanto en relación con los objetos como en cuanto a las destrezas, el mantenimiento de la juventud y la felicidad y otras propuestas imposibles. En este camino, la ciencia va patologizando datos que son de la existencia, angustia, tristeza, afectos del duelo, y otros que incluso se incrementan en esta cultura gracias a que la distancia con el Ideal siempre deja al Yo en falta: sentimiento de vacío, falta de metas, aburrimiento, etc. Lo disfuncional para el capitalismo es el sujeto, se prefiere al consumidor. El psiquismo es en sí disfuncional y el sujeto se opone al aplastamiento -al maltrato del deseo- a través del síntoma de modo privilegiado y de modos variados que tenemos que pesquisar en cada caso. Esta cultura trata al síntoma como aquello que perturba, sin poder admitir ni su sentido ni su necesariedad; lo trata de modo prefreudiano; no tolera el conflicto y, por lo tanto,  quiere  hacerlo desaparecer. Es en este marco que se da el auge de las TCC. Por  sus listados ahora sí  se sabe cómo no se puede/debe ser.


Familias

Lo decimos en plural, desde luego, ya que  sabemos de las múltiples formas que puede tomar hoy ese núcleo, nido de los sujetos. Es interesante abordar el modo, si es que lo hay, y en cada caso, como se instalan las funciones que siempre consideramos indispensables en la  producción de subjetividad.  Asimismo, el tiempo de  permanencia y  estabilidad de los núcleos familiares es hoy variable dado que las uniones y separaciones se alternan y se realizan sin mayores restricciones. Creemos que, bajo el mandato instantáneo de felicidad, no se está muy dispuesto a trabajar/sufrir para reparar un lazo. Lo descartable y la pasión por las novedades también se dan cita en el terreno vincular.

Los roles de hombres y de mujeres se fluidifican; las mujeres trabajan más que antes fuera de la casa y hay padres expulsados del mercado laboral que se quedan a cuidar niños. Sin dejar de valorizar lo que este intercambio -sin llegar al extremo que describimos- tiene de enriquecedor para ambos géneros, vemos efectos que no son exclusivamente favorables para la subjetividad. Una familia más móvil, desentumecida, puede ser también precursora de dificultades en la asunción de las identificaciones. Quizás porque el viejo modelo familiar aún persiste como fondo ideal con el que compararse, los  padres aparecen homerizados, su palabra está desvalorizada y prolifera la caída del deseo y la emergencia de angustia. Las mujeres/madres se encuentran a menudo como dentro de una carrera de obstáculos para ser siempre eficientes, amorosas y deseables, en el orden que privilegie cada una, pero a menudo con la sensación de no dar la talla. En ellas es frecuente la angustia, la depresión y los compromisos somáticos que la medicina intenta abordar sin efecto alguno: las mialgias inespecíficas, la fatíga crónica, etc.

Asimismo, -más allá de las familias de los míos, los tuyos, los nuestros- asistimos a la conformación de otros tipos de agrupamientos familiares en los que, por su novedad, es incierto -sin que esta advertencia albergue una calificación ni negativa ni positiva- el tipo de rasgos que imprimirán en los sujetos que allí están surgiendo. Se trata de parejas homosexuales que aspiran a la maternidad/ paternidad y que recurren, para ello,  a bancos de semen, y  a vientres voluntarios. También, aparecen elecciones menos azarosas cuando se busca un donante conocido, un amigo/a, que consiente en ser padre/madre biológico/a o, incluso, padre efectivo sin por ello formar pareja con la madre que recibe ese semen. Las combinaciones son múltiples: madres solteras que forman pareja parental con un amigo homosexual; parejas de hombres que donan semen a parejas de mujeres sin implicarse en la paternidad, etc. [3]. Como contrapartida, están los que desisten de la procreación, parejas que arman su vida de modo narcisístico extremo, sin posibilidades de libidinizar a un tercero [4]. Hay también mujeres para las que los sobrinos, carnales o no, pueden ser antecedente o sustituto de hijos propios sin que ello implique la imagen tradicional de la solterona encerrada ni nada parecido [5]. Todos estos nuevos modelos son, por supuesto, estudiados, clasificados y sopesados por las agencias de marketing y por los emprendedores,  que los ven -con los anteojos del mercado- como nichos de consumo. Ser es estar apto para consumir.


Niños

La diversidad sexual, afortunadamente admitida y, hasta cierto punto, respetada, ha ganado legitimidad y legalidad, al menos en este país, cuestión que saludamos. Podríamos decir, sin embargo, que este gran avance en cuanto a Derechos Humanos tiene su contrapartida, un efecto indeseado pero contundente. Surge la idea peregrina de que el respeto por la elección de género debiera estirar su alcance hasta llegar al disparate de que los adultos responsables de su crianza amparen al niño para que éste no sea víctima de la determinación biológica. Así, vemos surgir el absurdo de no nombrarlos o de no asignarles un género hasta que ellos decidan [6]. Los efectos de desamparo, de desalojo del Otro, que es quien puede y debe nombrar pero que deja en suspenso, no se hacen esperar. Lo políticamente correcto sería callar.  Si bien, afortunadamente, no es un dato muy extendido en nuestro medio, vale señalar una tendencia que podría expandirse.

Los niños, a diferencia de lo que sucedía antes, son educados fuera de la casa desde muy pequeños y sufren de entrada –si no hay quien, advertido, lo filtre- el ataque del sistema.  Las características de época que hemos señalado, con su invasión de promesas/anzuelos para el consumo, con el privilegio concedido a la imagen por sobre la palabra, favorecen  el arrasamiento de la producción de complejidad en el psiquismo. Esta producción de complejidad -la que consiste en multiplicidad de conexiones significantes, representacionales, efectos significativos y, por lo tanto, posibilidades de elaboración- es el único modo en que el infans puede tramitar la así llamada cantidad, o sea la emergencia del goce pulsional parcial y anárquico. El afecto y el deseo del Otro que provee, acompaña y suministra la calidad de ese enriquecimiento es clave allí. Esta riqueza de la subjetividad constituye el  modo privilegiado de tramitación para los niños, del que podrán o no disponer en la vida. Crear ámbitos de estimulación de producción de complejidad es el modo de moderar los efectos del arrasamiento epocal.

Si escasea la complejidad psíquica encontramos goce, bajo la forma de las patologías del acto, las impulsiones, las adicciones.  Frente al aburrimiento, tan presente hoy en muchos niños, los adultos -tomados por los apuros del trabajo o captados por la ilusión de la propaganda- les ofrecen lo que llamo embuche. Éste fracasa cuando se pretende que sustituya la carencia de complejización pero ofrece un molde para el armado de modos adictivos de consumo.  Así, se multiplican tanto las actividades extraescolares como los objetos de embuche. El supuesto que rige es “Más es mejor”. Los adultos siguen ocupados en sus cuestiones pero están tranquilos porque los niños hacen muchas cosas. Los niños, en ausencia de un hacer o cuando no tienen novedades,  se aburren. Estamos en plena cultura de objetos rápidamente descartables, de gadgets, de prótesis, suplencias para el desamparo subjetivo. La suplencia puede ser una buena solución ya que el desamparo es estructural, pero no  es jamás una opción exitosa desde la propuesta universalizante de esta cultura. Cómo cada cual puede llegar a lidiar con el desamparo es un dato singular que se obtiene sin embuches y a lo largo de una construcción que no puede prescindir ni del campo simbólico ni del lazo afectivo.

Asimismo, los cambios de la época han derribado represiones y obstáculos que aportaban para la aparición y regulación de los diques que Freud indicó como contención al desborde pulsional: asco, pudor, vergüenza, estética, moral [7]. Se trata de aquello que Freud designa como constitucional y que podemos entender como inherente a la construcción de la pulsión, que -sabemos bien- no es un dato de la naturaleza. Los objetos de estos diques, que sin duda permanecen como mecanismos, han variado. Se impone pesquisar frente a qué se elevan hoy. El discurso de la época, el capitalismo, impulsa un todo es posible que no es sintónico con el deseo sino con su deflación. Lacan trabaja este tema y dice que lo que el analista tiene para dar es su deseo, un deseo advertido: “¿Qué puede ser un deseo tal, el deseo del analista principalmente? A partir de ahora, podemos de todos modos decir lo que no puede ser. No puede desear lo imposible” [8]


Adolescentes

Los mandatos epocales los apuntan con especial agudeza. Hay mucho para venderles, sobre todo si tenemos en cuenta que -a lo que ya es una tarea difícil de por sí: habitar ese nuevo cuerpo y darse un ser-  se agrega el empuje a ser feliz, a avanzar sobre el supuesto de que todo se puede/debe alcanzar en el camino del goce. La facilitación de los medios para comunicarse y la permisividad en cuanto a los tipos de uniones posibles han llevado -¡supuesta paradoja!-  a un intenso aislamiento y a crecientes dificultades para el encuentro amoroso. ¿Qué si no es la institución de la previa [9] entre ellos como modo de animarse? En este sentido, tenemos que recordar que  el obstáculo es sintónico al deseo. Lo que se prescribe pierde, desde ya, su efecto agalmático.

La rebelión, típica posición de los adolescentes en su búsqueda, no tiene objeto cercano contra el cual desplegarse -ya que todo parece estar permitido- y entonces lo busca -dada la necesidad de encontrar lugar diferencial frente a los adultos- en zonas de cada vez más riesgo y apartamiento, como lo son los episodios de coma alcohólico que se registran en guardias de esta ciudad los fines de semana; como lo son los actos impulsivos violentos en las escuelas, en la calle, etc. Los recursos simbólicos parecen no estar tan a mano, como lo decíamos al describir los efectos del arrasamiento de la complejidad psíquica.

Los adultos se presentan a menudo en posición tan simétrica con sus hijos adolescentes que resultan  carentes a la hora tanto de protegerlos como de acompañarlos en la separación inherente a esta etapa. El mandato de ser jóvenes siempre los deja, más bien, en una paridad con sus hijos que resulta en orfandad para éstos. Los grupos de afinidad, como es clásico en la adolescencia, cumplen, entonces, una función de alojamiento y tramitación de mayor peso que nunca. A la vez, hay quienes -sí desde un lugar asimétrico- quieren albergar a estos chicos. Se trata de los narcos, por ejemplo, que los ven como un botín inmejorable. Si se trata de adolescentes marginales, desplazados del consumo, serán apuntados como mano de obra; si son jóvenes con poder adquisitivo, se los verá como consumidores potenciales. Los adolescentes, en este sentido, constituyen una franja en serio riesgo que podemos advertir irá profundizando su desamparo mientras no haya cambios que contemplen la desventaja en la que se encuentran [10].

Hemos dibujado, así, algunos trazos que describen la caída de saberes y de ideales y algunas de sus consecuencias para la subjetividad. En ese marco se impone, para el Psicoanálisis, un rescate que reavive su escándalo, que lo reinstale en cada cura. En el próximo número abordaremos la afinidad de las TCC con los rasgos de época, la coincidencia de sus métodos y conclusiones con las metas del mercado capitalista, lo que explica que sean las preferidas de las empresas de salud. Su saber, el que proviene de patologizar todo aquello que escape a una subjetividad normalizada según los dictados de sus manuales, es el que pretende imponerse hoy.

(*) TCC (Terapias Cognitivo Comportamentales)

 
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Notas
 
[1] Miller, Jacques Alain, Punto Cénit. Política, religión y el psicoanálisis, Una Fantasía,  pág. 48, Colección Diva, Buenos Aires, 2012.
[2] Franco, Yago, El Psicoanálisis y la época, Revista El Psicoanalítico, Ultimo Momento.
[3] Paternidad entre amigos
[4] Oleaga, María Cristina, DINK, Revista El Psicoanalítico, Último Momento.
[5] Tías PANK: sin hijos, gastan en sus sobrinos
[6] Oleaga, María Cristina, ¿Peluches o niñ@s? Una disyunción engañosa, Revista El Psicoanalítico Número 20: ¿Moral sexual psicoanalítica?
[7] Freud, Sigmund, Obras Completas, Tomo VII, Tres Ensayos de Teoría sexual, pág. 161, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1987.
[8] Lacan, Jacques, El Seminario, Seminario VII: La Ética del Psicoanálisis, pág. 358, Ediciones Paidós, Buenos Aires, 1988.
[9] “La previa” es el nombre que le dan los adolescentes a la reunión anterior a la salida nocturna a bailar. En ella se encuentran con pares y toman alcohol, a veces hasta emborracharse, de modo de tomar ánimo antes del encuentro en los locales bailables o boliches.
[10] Oleaga, María Cristina, Jóvenes, Revista El Psicoanalítico, Último Momento.
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