CLINICA
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Luca Signorelli. The End of the world. Apocalypse. Detail. 1499-1502. Fresco, Chapel of San Brizio, Duomo di Orvieto.

Luca Signorelli. The End of the world. Apocalypse. Detail. 1499-1502. Fresco,
Chapel of San Brizio, Duomo di Orvieto. Imagen obtenida de: http://byricardo marcenaroi.blogspot.com.ar/2013/10/painter-luca-signorelli-part-1-bio-data.html

“Perdónenlo, no sabe lo que hace”.
Sobre el padre en psicoanálisis (*)
Por Yago Franco
yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar
 

Entonces comprendió Jesús que vino traído al engaño como se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio de los principios para morir así, y, trayéndole la memoria el río de sangre y de sufrimiento que de su lado nacerá e inundará toda la tierra, clamó al cielo abierto donde Dios sonreía, Hombres, perdónenlo, no sabe lo que hace.

José Saramago









Introducción

Este texto es la continuación natural del presentado en el Colegio de Psicoanalistas el año pasado, Sexualidad, sexuación, Edipo: alteraciones en la teoría y en la clínica, que a su vez continuaba dos trabajos presentados en la Asociación Psicoanalítica Argentina en 2013/14 [1]. Forma parte de un programa de trabajo: retomar la cuestión edípica en todas sus dimensiones: lo paterno, lo materno, la castración, las diferencias sexuales anatómicas y sus consecuencias psíquicas, el estado de encuentro originario, etc., cuestiones que entiendo que urgen ser revisitadas por lo que hoy plantea el trabajo clínico debido a los notables cambios epocales, pero también porque desde Reich en adelante se han encendido distintas alarmas respecto de los aspectos ideológicos al interior de la teoría. Algo de lo cual en su trabajo sobre Edipo señaló entre nosotros Carlos Guzzetti hace un par de años [2]. Quien nos decía que el de Edipo “es un concepto que se ha tornado confortable, norte de la conducción de muchos análisis, razón última de los vínculos conflictivos, en especial los transferenciales, aun a costa de aplanar la clínica a una hermenéutica de la verdad oculta, que, una vez revelada, se muestra siempre la misma. En definitiva “c’est toujours la chose edipienne”, podríamos decir, parafraseando al maestro que le reveló a Freud el fundamento sexual de los síntomas histéricos”.

Espero que sepan disculpar la desprolijidad de este texto, se trata realmente de un work in progress, en el cual están a la vista los senderos producidos por mis recorridos, con avances y vueltas al punto de partida: con movimientos que van y vuelven del patriarca al padre, a ir más allá de éste, para intentar salir del lugar que habitualmente se le otorgó reubicándolo en la teoría y la clínica. Complejo nodular de las neurosis, el Edipo tiene en el complejo paterno su eje principal: cualquier alteración no puede ser sin consecuencias para la teoría y la clínica.


I. El padre, Freud y Lacan

El padre freudiano recogía la gorra del barro, o producía un estrago como a Schreber, o mandaba a matar a su primogénito, como Layo... ni que hablar del padre del pequeño Hans que sin Freud lo hubiera empujado al niño a quién sabe qué cosa. Para Freud el padre –más allá de estos avatares, sobre los cuales no extiende su pluma- está en el eje del sujeto, sea como rival y/o modelo y está a cargo de ejercer la prohibición edípica. El padre está de principio a fin de su obra. Es también el enigmático Padre de la Prehistoria personal: es decir, el padre que está antes de la historia del sujeto. Para Lacan durante buena parte de su obra será además el agente de la Ley que regula el registro simbólico-: un ser que viene a arrancar al sujeto de las fauces maternas.

Moisés era un patriarca, o sea un padre dentro del más puro orden patriarcal, y su asesinato a manos del pueblo hebreo originó culpa, pactos, creencias, y búsqueda de castigo colectiva para dicho pueblo, sostendrá Freud, que además dirá que Moisés creó a los judíos. Este patriarca retornaba como reminiscencias. El Padre de la Horda –en el mito científico incluido al interior de los desarrollos freudianos- era un jefe-padre tirano, dueño de mujeres, bienes, y de la vida de todos sus hijos (todos eran sus hijos) y su asesinato da origen a la cultura, el superyó, las prohibiciones y los ideales: está en el origen de la vida en común. Ambos han sido distintas aunque cercanas versiones del padre, personajes que más bien eran la Ley, diferencia fundamental para la clínica, cuestión no suficientemente aclarada en la teoría, que ha centrado su mirada en lo que el asesinato de un padre origina, realzando el valor de dicho asesinato y el valor de dicho padre, más presente cuanto más muerto esté. Dicho Padre es el prototipo del padre. En el caso de Moisés, se trataba de una Ley que venía de él aunque se originaba más allá de él. Era la Ley de Él. Las Tablas de la Ley enarboladas y luego destruidas por Moisés han sido para muchos autores ejemplo del poder del padre y de su eficacia en dar lugar a prohibiciones y un ordenamiento social, familiar, psíquico. Así, se ha llegado a sostener que “la consistencia de la teoría psicoanalítica del padre proviene del mito de la horda primitiva, centralmente, del asesinato del padre” (J. Dor). Hay que tomar nota de esta aseveración que será retomada más adelante.

Partamos de la base de que se ha tendido a  realizar una equivalencia entre padre y patriarca [3]. Así lo (mal)-entendió Lacan y perpetuó el equívoco (¿?) con conceptos como el de la Ley del Padre y la Metáfora Paterna, que fueron “bajados” a la clínica forzando apartamientos, prohibiciones, presencias, adaptaciones, alejamientos, acercamientos, etc. llegando esto a niveles notables en el análisis con niños, el tratamiento de familias y parejas, el trabajo con psicóticos, etc. Los distintos destinos de la Metáfora Paterna causarían que el sujeto se encaminara hacia la neurosis, la psicosis o la perversión de acuerdo a que fuera transmitida, incorporada, desmentida o rechazada. Y cuando Lacan –hacia el final de su obra según la versión milleriana- quiso relativizar al padre y desprenderse del Edipo, no hizo más que insistir en aquél como eje: se trataba de que el infans viera en el padre a alguien que reconociera a la mujer como causa de su deseo. Por otra parte, si bien insistió en la cuestión de la función, finalmente se recayó en el padre real, sea portador de una Ley, del registro simbólico, o de un deseo causado por un objeto a situado en la mujer. Es una perè-versión que finalmente permite sostener el Nombre del Padre. Es -a nivel teórico- como un perro que se muerde la cola. De todas maneras es importante prestar atención a este mencionado giro en su obra, que pertenece al denominado por Miller “el ultimísimo Lacan”… aunque nunca sabremos lo que nos espera si aparece un recontra-ultimísimo… .

Este movimiento de Lacan tuvo su antecedente en Freud: me refiero a esta intención de plantear ir más allá del padre. Lo hizo al recordar la afectación de su memoria al visitar con su hermano la Acrópolis. Freud describe que ante la visión de ésta se le produjo una desrealización por apartarse del padre, quedando un residuo de culpa y piedad: tal la consecuencia de ir más lejos que el padre. Podemos colegir de esto que el padre es la realidad, por fuera de la cual ésta vacila. En sus palabras: "Pareciera que lo esencial del éxito consistiera en llegar más lejos que el propio padre y que tratar de superar al padre fuese aún algo prohibido".
La realidad es la que instituye el padre. La culpa, la piedad, la desrealización se hacen presentes al apartarse de éste. Debemos rescatar que el sujeto se aparta de dicha realidad para crear otra. La cuestión de la culpa y la piedad  parecen referir a presencia judeo-cristiana al interior de la teoría. Falta a la cita el perdón.
Ahora bien, en El evangelio según Jesucristo –citado en el epígrafe- es éste quien lo solicita para su Padre. Que –dice- no sabe lo que hace. Tal vez en el psicoanálisis tampoco cuando se adhiere acríticamente a la versión freudolacaniana del entronamiento/destitución/asesinato del padre. O cuando éste es ubicado en una escena colectiva, familiarizando el espacio social, transplantando una categoría que hace a la psique al dominio históricosocial, edipizando dicha escena [4]. Entiendo que se trata de retomar una operación teórica ya preanunciada –erráticamente y de modo poco riguroso es cierto- por Reich, Deleuze y Guattarí y que guarda cierta relación y lógica con postulados de Castoriadis. También se trata de asomarse a los vericuetos de Freud y Lacan en los cuales se pueden observar otra miradas sobre el padre. Claro que siempre con esa figura como eje. Pero un eje que puede hacerse a un lado si se presta la debida atención a elementos presentes en los intersticios de sus elucidaciones teóricas, que de ningún modo deben desecharse de modo masivo –arrojando al bebé junto con el agua sucia de la bañera, como nos advirtiera reiteradamente Silvia Bleichmar. 

La posición de Freud con respecto a lo paterno no es unívoca: de descubrir en sus sueños la presencia del amor por la madre y el odio al padre -y ampliarlo a todos los sujetos-, a señalar el lugar colectivo de la instancia paterna –Tótem y Tabú-, la culpa que el asesinato del padre tiránico produce y el aumento de su poder al ser introyectado, y la ambivalencia hacia éste; finalmente, y como también mencioné, el trastorno que produce apartarse del padre, pasando por la marca imposible de ese imposible Padre de la prehistoria personal…

Algo a resaltar: todas estas elucidaciones tienen al varón como ejemplo. Pero claro, el superyó de las mujeres es más débil y la mujer, para Lacan, no tiene representación en nuestra cultura, no existe. Verdad relativa esta última porque obedece a un históricosocial que ya está en transformación, pero verdad que es elevada hasta un lugar metafísico/ontológico para sostener dicha inexistencia más allá de la sociedad y la historia. ¿Y la madre? ¿No tiene Ley? ¿No hay “Metáfora Materna”? ¿Tendría que haberla? Nos enteramos que en realidad debe portar y transmitir dicha Ley… la Ley del Padre. Es la poseedora de las llaves que abren la puerta de la Ley: personaje caprichoso si los hay… pero bueno, es, a fin de cuentas, mujer… [5]

Podría decirse que existió efectivamente un modo de la paternidad tal como el descrito por Freud y Lacan, un lugar nítido en la estructura familiar, que transmitía el orden patriarcal, que entre otras cosas intentaba designar con absoluta precisión qué era ser hombre o mujer. Orden –ignorado en su origen- que fue dado por natural por ambos autores. Pero ocurre que ni ese orden es tal en la actualidad -bien puede tratarse de una alteración que no implique su abolición- ni los padres son lo que eran antes: cuestión que así ha sido manifestada por Miller, para quien ya no podemos más con el padre... Y algo importante ocurre: si “clásicamente” se trató en el análisis de conducir al apartamiento de dicho padre, de disolver la tensión edípica -lo cual mostraría en realidad una función cuasi iatrogénica del Edipo- al mismo tiempo se intentaba reconciliar a los sujetos con la Ley de dicho padre, edipizándolos en el lecho analítico. Edipización forzada.

El psicoanálisis ha padecido de una familiarización al interior de la teoría. Y de la clínica: ya lo había sostenido el mismo Lacan diciendo que "El psicoanálisis no es el rito de Edipo". Pese a esta advertencia se tendió a edipizar pacientes. ¿Cómo? El sujeto en análisis no habla del padre, no sueña ni asocia con él, pero se sospecha y se remite todo personaje de la vida real u onírica al padre, o aparecen celos y se los edipiza, el sujeto se rebela contra el jefe, resulta que es el padre, toda figura de autoridad es un retoño de éste, etc. Lo mismo vale para la madre y los hermanos. Ni que hablar de las interpretaciones transferenciales o en transferencia.

En pocas palabras: este accidente histórico –el del padre-patriarca- fue elevado a la categoría de paradigma en la teoría psicoanalítica. Si antes fue una equivocación que necesitaba de una urgente revisión, sostener hoy estas elucidaciones es una catástrofe para la teoría pero también –lo más importante- para el ejercicio clínico.

Como decía, ahora de lo que se trata es de que hay que vérselas con un orden en el cual las cosas están mucho menos claras. Dicha figura se ha modificado. En la clínica es observable, sobre todo en pacientes jóvenes, el relato y la marca de padres que, de diversas maneras, no han funcionado como adultos responsables, abandonando buena parte de su función, o que ejercieron y están ejerciendo la misma de un modo diferente a como fuera relatado por el psicoanálisis. ¿No hay más Ley del padre entonces? ¿Pero de qué se trata la misma?

La Ley crea lo que será luego prohibido –sostienen Deleuze y Guattarí-: es performativa del inconsciente. Esto forma parte de las astucias y procedimientos de la Ley. Así, para estos autores, los deseos prohibidos son adquiridos. Edipo es inducido por la represión. Edipo –decíamos antes- está primero en la cabeza del padre… Deleuze sostiene que así como Freud descubre la producción deseante, luego la encadena a Edipo a través de la mentada Ley paterna.

Hablaba en esta parte del trabajo del padre, Freud y Lacan. Hugo Urquijo hace un par de años abordó magníficamente esta temática [6]. Allí decía que “Lacan plantea entonces que la tragedia de Hamlet es la tragedia del deseo... que  se desenvuelve en el atolladero de un duelo imposible. Lo que le  imposibilita la realización de un duelo normal es, para Lacan, su sometimiento al deseo DE la madre y no al deseo POR la madre, que es el planteo de Freud.” Así “Freud y Lacan  piensan a Edipo y Hamlet como dos versiones del mito que para Freud es fundante de lo humano:  el del asesinato del padre primordial.” Volvemos a lo que señalaba al inicio: el padre y su asesinato en el origen de la Historia y de la historia, aseveración que se da por cierta sin discusión alguna.

A su vez, J. A. Miller dice que Lacan plantea que “el Padre es un síntoma. Aquí (Lacan) lo muestra en el ejemplo de Hamlet… la formalización del Edipo, el acento puesto en el Nombre-del-Padre– no era más que su punto de partida. El Seminario 6 ya lo remodela: el Edipo no es la solución única del deseo, sólo es su forma normalizada; ésta es patógena; no agota el destino del deseo. De ahí el elogio de la perversión que remata el volumen. Lacan le da el valor de una rebelión contra las identificaciones que garantizan la conservación de la rutina social.” [7]

Quiero decir unas palabras sobre esto: hay a mi entender –insisto- una gran confusión entre la forma patriarcal que se intenta transmitir en el Edipo, y el padre. Nuevamente la superposición padre-patriarca. Hamlet enloquece por la voz del padre (Lacan). Digo: tanto éste como la madre profieren de viva voz sus deseos: deseos que son órdenes. Como tantos neuróticos, Hamlet está a merced del vasallaje a dos deseos que lo impotentizan. También están, por supuesto, sus deseos por la madre y los deseos mortíferos por el padre, también la identificación con éste. La dialéctica deseante es compleja. Barrer a Edipo junto con el padre-patriarca es absurdo. Edipo –¿lo seguiremos llamando así por mucho tiempo más?- es aquel complejo que contiene las prohibiciones fundamentales que hacen al orden humano, también los deseos y expectativas colectivas que son transmitidas por esos otros primordiales. O sea: no solo las prohibiciones. El elogio de la perversión es un modo confuso, o hasta tramposo de querer salir del atolladero del padre-patriarca.


II. Interludio vienés: “Padre, aparta de mí ese cáliz”

Retomemos el camino: ¿Qué era para Freud un padre? Por un lado, alguien cuya presencia iba de la mano de la interdicción edípica. También alguien que gobernaba a los sujetos desde su inconsciente. Habitaba el superyó cultural, y también el origen de la civilización, como intentó demostrar en Tótem y Tabú y en Moisés y la religión monoteísta. El asesinato del Padre de la Horda primitiva, por un lado mostraba el asesinato del tirano, pero al mismo tiempo la emergencia del superyó, la culpa... El padre muerto introyectado seguía tiranizando al sujeto, tenía más poder que en vida. El problema que nos plantea la visión freudiana es que el lugar de la Ley quedó fijado al padre –aunque Freud nunca habló de Ley del padre ni de nada parecido, está claro –como dije- que dicho padre era el eje y el origen de la cultura tanto a nivel colectivo como individual.

Allá por la primavera de 1936, una joven de 18 años, recién egresada de la escuela secundaria, es llevada al consultorio de Freud,  en Bergasse 19 casi a rastras por su padre [8].  Un verdadero patriarca que era por lo tanto dueño de su destino, de su deseo, de sus proyectos. La habían tachado de loca y alguien le recomendó a este Sr. que la llevara al consultorio de un experto en chifladuras, que seguramente la enderezaría de acuerdo a lo que el patriarca quería. Las cosas serían diferentes para Margarethe Walter, quien recordaba en 2006 - setenta años después de dicha consulta- que su madre falleció en su parto, que el padre era distante, que vivía aislada y que éste tomaba todas las decisiones respecto de ella. Luego de un tiempo de espera, insoportable para el patriarca, Freud ingresará al consultorio y se sienta entre padre e hija. Ya anciano, sin embargo se muestra firme y decidido. "Era un hombre muy viejo que me ha visto entera y por completo. Me miró directamente a los ojos". La vio entera: no la vio como algo propio, le dio un lugar de sujeto. Freud le hace preguntas a Margarethe, pero es el padre quien responde. Habla por ella. Cortés y firmemente -recuerda Margarethe- le dice al padre: "Por favor, vaya a la habitación contigua. Me gustaría hablar con su hija en paz." "Sigmund Freud fue la primer persona en mi vida que realmente demostró simpatía por mí, que quería saber de mí algo, ¡el único que me ha escuchado a mí de verdad!". Así, le contará de sus aventuras de lectora nocturna, leyendo libros que le están vedados. Libros sobre relaciones amorosas. Le habla de su deseo: ir una vez al cine y que el padre no la haga retirar del mismo cuando aparezca la pasión amorosa en pantalla, diciéndole "esto no es para ti". Freud sigue alentándola a que hable. El destino decidido por el padre para Margarethe es continuar su obra, asumir la dirección de su fábrica. Pero ella quiere otras cosas: el arte, sea el canto, la actuación, la escultura... Setenta años después ella recuerda la intervención final de Freud en esa, la única entrevista que tuvo con él: "Ahora Usted tiene 18 años de edad y por lo tanto es adulta ... la edad adulta es la superación de la queja y la realización de aquello que hace a una personalidad. Atender a los deseos. Entender las frustraciones. Preguntar por qué y no aceptar cualquier respuesta tontamente. Lo que realmente importa es la determinación, la firmeza y la calma para afirmarse… Y cuando llegue la siguiente escena de beso en el cine, ¡Usted se queda sentada! Se lo digo claramente: ¡Se queda sentada!". ¡Piense en mí!".
 
Margarethe dice que Freud "me despertó, me abrió y me dejó ser. Me dio el impulso decisivo y la libertad de tomar cualquier rumbo. No más sin voluntad, no más una niña, mucho menos una cosa, sino adulta, independiente, responsable y un Yo. He seguido, incansable, lo que él me enseñó. Y esa fuente de alimento para mi alma no se ha secado en más de setenta años".

En la siguiente función de cine Margarethe se quedó sentada cuando el padre dio la orden, y éste salió de la sala y la esperó afuera. "Y jamás dijo una sola palabra". Ella tomó su propia palabra y dejó mudo al padre. Con el tiempo será escultora. Fue más allá del deseo de su padre, pero a diferencia de lo sucedido a Freud en Atenas, ni la culpa ni la piedad se hicieron presentes.

En 2006 Margarethe era la última paciente de Freud que estaba con vida. Su intervención marcó toda su vida. Una intervención en la cual Freud arrojó al patriarca a su otoño. Ya no Moisés y la culpa por su asesinato, ya no el padre que recoge la gorra, ya no el inepto padre de Juanito o el terrorífico padre de Schreber y su estrago. Freud abre paso en su clínica a la destitución de un padre que se apropia de la subjetividad de su hija. Y quisiera resaltar algo: en su operación analítica Freud no recurrió a ninguna intervención edípica, simplemente introdujo un corte, una separación.

Debemos prestar atención a lo siguiente: esos hijos de la época de Freud –y durante buen parte de la época de la elucidación lacaniana- debían apartarse e ir más allá del padre: un padre-patriarca. Hoy esto se encuentra mucho menos presente dada la alteración de la figura real de los padres, y aquéllos de las épocas de Freud –sobre todo- y de Lacan forman parte de un conjunto muy heterogéneo. ¿Se habrá desplazado este gran poder hacia otras figuras, modelos y discursos sostenidos por significaciones que inundan la sociedad y se propagan por los medios masivos? ¿Son estos los que ahora intentan colonizar la psique de los sujetos?

El intento de destitución de la forma padre-patriarca sería generalizado en las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, y más allá de sus ambivalencias, Freud había sembrado la semilla. Ocurre que ese Padre que conducía al hijo al sacrificio de su deseo fue combatido en las décadas citadas con el advenimiento de las luchas de los jóvenes, que los instituyeron a ellos y a las instancias parentales en un lugar diferenciado del previo. Lo cual no significa la caída del patriarcado. Sí la crisis de su significación, que aún continúa.

Volviendo a la única entrevista que tuvo con esta joven: Freud propició un apartamiento de dicho padre, haciendo operar así a una Ley que aquél no podía llevar a cabo eficazmente, la Ley de la interdicción del incesto: la prohibición de que se superpongan las relaciones de parentesco con las de alianza. Que es fundamentalmente dirigida hacia los padres antes de que recaiga sobre su producto: la interdicción de ejercer dominio y tener goce sobre los hijos. Es en un aspecto fundamental, una operación mediante la cual los padres deben reconocer que ante ellos se encuentra otro que no es parte de ellos, que hay alteridad entre ambos. Esta Ley está más allá del padre o la madre reales, es una Ley que atañe a todo adulto que pueda considerarse responsable, adulto a cargo de la crianza, sea hombre, mujer, homosexual, heterosexual, transexual, etc.


III. “Padre, por qué me has abandonado”

¿Qué cáliz, qué sufrimiento se le solicitaba al Padre que apartara de sus hijos? Dicho pedido de Cristo es completado en el Evangelio por “pero que no se haga mi voluntad sino la Tuya”; si algo de esto último está hoy presente en quienes se analizan, -que se cumpla la voluntad del otro renunciado al propio deseo- el sufrimiento que predomina en la clínica pareciera no ser el mismo: o en todo caso, el sacrificio demandado por el padre no es el mismo, o por lo menos el de entonces ya no es el único.
Si aquel padre solicitaba/imponía una Ley que guardaba una estrecha relación con el orden patriarcal, y de ahí el sacrificio del orden deseante que iba con ella, las instancias parentales en la actualidad (ya no solamente el padre) aparecen muchas veces en la clínica como habiendo abandonado al sujeto a su propio goce no incentivando la limitación.

Hoy puede observarse en los consultorios que se hacen presentes variaciones de lo paterno tal como es portado por los sujetos: padres “distraídos”, padres que comparten su goce con los hijos, padres bajo la sombra de las madres, a veces como hijos de estas, otras como dedicados a su propio goce. También padres incestuosos. Lo mismo vale para las madres. Por supuesto –como dije previamente- también están los padres y madres que se ubican como adultos responsables.

No se trata entonces de no poder ya con el padre –como sostiene Miller-: se trata de no poder seguir sosteniendo en psicoanálisis la existencia de ese padre-patriarca –confundiendo al padre con ese padre-, que exigía el sacrificio del deseo, implicando intervenciones analíticas orientadas por dicha concepción de lo paterno, la Ley, el modo de ser hombre, mujer, padre y madre, y de una forma de la familia que se ha alterado considerablemente. Así, la generalización hoy en día no es posible dada la fragmentación de la sociedad.


lV. ¿Qué hacer con el padre?

Para avanzar en este recorrido: voy a sostener que para ser rigurosos y desfamiliarizar a la teoría, no debiera tratarse ni del padre ni de la madre, que sean heterosexuales u homosexuales, etc., sino de que los adultos responsables del infans, del niño, ejerzan la separación de generaciones y no gocen sexual o psíquicamente de sus hijos (Violencia secundaria), que transmitan una Ley que hace a la prohibición de la coincidencia del orden de parentesco con la alianza. Que sean claros agentes de las leyes del deseo y de la filiación. Es así  necesario “salir” del padre, ubicarlo como alguien que forma parte de una trama, de la trama de la subjetivación del humano, en la cual es transmisor de un universo social, cultural y simbólico, tanto como la madre, como alguien del cual el sujeto debe apartarse tanto como de la madre… sean quienes sean los que ocupen ese lugar.
De la mano de esto va el denominado complejo de Castración, que propongo entender del siguiente modo: la castración de los adultos a cargo permite el advenimiento del sujeto social, de su lazo con otros, entendiendo a dicha castración como la autolimitación que ejercen los adultos y al mismo tiempo la desidealización que realiza de ellos el infans, permitiendo una la otra.

Dos cuestiones antes del último punto:

Para reintroducir una polémica que se inició en los años 70: el problema en nuestra cultura es que se trata de un orden en el cual Edipo va de la mano de una represión social que se aprovecha de la represión psíquica para dejar al sujeto sujetado a un orden social. En la vertiente deleuziana, al orden capitalista, que impone la represión de las máquinas deseantes. Ahora bien, ¿se puede pensar en una sociedad que permita la libre circulación deseante, o, más profundamente, la liberación de la imaginación radical? Castoriadis señalará que eso es parcialmente posible en una sociedad autónoma, que tiene al cuestionamiento de la Ley –ya que no es considerada como sagrada- entre sus actividades, llevada a cabo por la política, la filosofía y la educación, movimiento del cual forma parte, a nivel individual, el psicoanálisis. Se trata de una sociedad en la cual la mortalidad como significación se encuentra instituida en lo colectivo tanto como a nivel individual. Dejo abierta aquí la polémica.

La segunda cuestión: no debe entenderse que la figura del padre ligada al orden patriarcal haya ingresado sin más al psiquismo: la actividad fantasmática de la psique la ha hecho tambalear. Eso es observable a nivel individual y tiene efectos en lo social. No por nada la sociedad intenta interrumpir todo lo que puede la conexión entre el Yo y la imaginación radical, que todo lo trastoca, dirá Castoriadis. Y Piera Aulagnier sostendrá “El poder de la realidad sobre el funcionamiento psíquico no es menor que el poder que la psique pueda ejercer sobre la representación de la realidad” [9]. El análisis tiene esa tarea imposible de desbrozar mínimamente realidad y fantasma. Reconozco que en pacientes jóvenes muchas veces me resulta difícil saber sobre el deseo de los padres. A veces este brilla por su ausencia o es muy confuso, generando todo tipo de dificultades para el sujeto en relación a elaborar su propio proyecto identificatorio y deseante.
Por otra parte, analizar el deseo del Otro no significa erradicarlo, pero sí da la posibilidad de una relativa autonomía: tal la tarea –entre otras- del análisis. El análisis de los vasallajes, que contiene el saber sobre los deseos a partir de los cuales se ha constituido el sujeto.


V. ¿Otoño del patriarcado?

Finalmente: no tiene sentido ir más allá del padre, o de quien sea: de lo que se trata para el psicoanálisis es de salir de la trampa familiarista que hizo de esta disciplina muchas veces un instrumento de adaptación. Acuerdo con lo que Deleuze y Guattarí sostienen: "No se trata de negar la importancia vital y amorosa de los padres. Se trata de saber cuál es su lugar y función en la producción deseante, en lugar de hacer a la inversa, haciendo recaer todo el juego de las máquinas deseantes en el código restringido de Edipo" [10]. Y esto no se reemplaza ni mejora, dirán estos autores, por las llamadas funciones: todo sigue igual "por más que se reemplace el papá-mamá tradicional por una función-madre, una función-padre" que vuelve a "unir todavía mejor el deseo con la Ley y lo prohibido, y llevar hasta el final el proceso de edipización del inconsciente" [11]

Lo que está en el otoño está más allá del padre o del patriarcado: lo que caduca, lo que otoñece son las significaciones imaginarias sociales relativas a la familia, la niñez, el ser hombre o mujer, la paternidad y la maternidad, que estuvieron presentes hasta hace unas décadas [12] crisis que –en sus aspectos negativos- se origina en la centralidad de otra significación que todo lo disloca: la ateniente a lo ilimitado, que ocupa el lugar central en nuestras sociedades. Esta significación hinca sus dientes en lo más profundo de la psique humana, lugar en el cual habita la omnipotencia, que desconoce todo límite. Estamos ante la primera sociedad en la historia que promete que lo ilimitado –la inexistencia de la castración- sería posible. No es ajena a esta situación la presencia notable del abuso sexual infantil, la trata de personas, etc.

Pero esta crisis, así como va acompañada de un movimiento de destitución, lo es también de institución de formas de la niñez, la familia, lo femenino y lo masculino, la sexualidad, etc. más libres del peso  del orden patriarcal.

Finalmente: el siglo XX ha sido el siglo del apartamiento del padre. Pero ese poder, esa figura habría sido transferida: es decir, sigue presente la existencia de un Otro que produce un dominio, una servidumbre voluntaria en los sujetos. El Patriarcado sería solamente una versión de ese poder, un poder que transmite la significación de lo ilimitado a través de un Otro anónimo, presente en los medios masivos de comunicación que bañan al sujeto desde su arribo al mundo, participando de su socialización y apartando o por lo menos compartiendo con los padres ese espacio. Simultáneamente continúa siendo visible el mayor poder de los hombres en todas las esferas: el femicidio es su expresión extrema. El masculinicidio es inexistente.

En medio de esta superposición de descomposición y creación, no debiera llamar la atención que el Padre hoy no sepa muy bien qué hacer…


(*)Presentado en el Colegio de Psicoanalistas, 26-03-2015


 
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Notas
 
[1] En los paneles Sexualidad y subjetivación. Homosexualidades-Heterosexualidades-Identidad- Identificación ¿Desenlaces del Edipo? Y Edipo y sexuación, respectivamente. Inéditos.
[2] Guzzetti, Carlos. Edipo. Mito, tragedia, complejo. Destinos de un enigma.
[3] Ver en este número los textos de Leticia Glocer, Luciana Chairo y María Cristina Oleaga. También remitirse a El psicoanálisis y la época
[4] ¿O acaso, como sostienen Deleuze y Guattarí, la escena social ya está edipizada y es el padre quien introduce este instituido social en la psique del infans? “Edipo comienza en la cabeza del padre”.
[5] Ver mis textos Deseo de esa mujer y Sexo loco.
[6] Urquijo, Hugo. Hamlet. ¿Qué dice Freud y qué dice Lacan?
[7] Miller, Jaques Alain en el Teatro Sorano. https://www.youtube.com/watch?v=cOqlTD3cqGg
[8] Roos, Peter. "Freud es la clave de mi vida". Entrevista a Margarethe Walter, paciente de Freud. https://m.facebook.com/notes/anal%C3%ADtica-salud-mental/freud-es-la-clave-de-mi-vida-entrevista-a-margarethe-walter-paciente-de-freud/407734942600566/
[9] Aulagnier, Piera. ¿Qué es la realidad para el psicoanalista?. Revista APA, Tomo LI N° 4, Buenos Aires, 1994, pág. 707.
[10] Deleuze, Gilles. Guattarí, Felix. En Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. Barral Editores, Barcelona, 1974, pág. 52.
[11] Deleuze, Gilles. Guattarí, Felix, ob. cit, pág. 88.
[12] Spivacow, Miguel. Nuevas familias, nuevos desafíos para el psicoanálisis.
 
Bibliografía
 
Deleuze, Gilles. Guattarí, Felix. En Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. Barral Editores, Barcelona, 1974, pág. 88.
Dor, Joël. El padre y su función en psicoanálisis. Nueva Visión, Buenos Aires, 1991.
Freud, Sigmund.
------------: Moisés y la religión monoteísta. Biblioteca Nueva, Madrid, 1973.
------------: Tótem y Tabú. Biblioteca Nueva, Madrid, 1973.
------------: Un trastorno de la memoria en la Acrópolis. Biblioteca Nueva, Madrid, 1973.
Lacan, Jacques. Escritos. Ed. Siglo XXI, Buenos Aires. Seminarios. Ed. Paidós, Buenos Aires.
Leclaire, Serge. Para una teoría del complejo de Edipo. Nueva Visión, Buenos  Aires, 1986
Olivier, Christiane. Los hijos de Orestes o la cuestión del padre. Nueva Visión, Buenos Aires, 1995.
Rifflet-Lemaire, Anika. Lacan, Sudamericana, Argentina, 1981.
This, Bernard. El Padre. Acto de Nacimiento. Paidós, Argentina, 1996.
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