Introducción
Luego de muchos años de haber estado preguntándome
e indagando acerca de la salud de los profesionales
y del stress laboral, y habiendo coordinado los últimos
dos años entre 10 y 12 grupos-taller mensuales
de prevención y elaboración del burnout
en equipos profesionales interdisciplinarios que trabajan
con víctimas de violencia doméstica
y sexual, he notado algunos rasgos que persisten en
muchos de estos, además de las emociones producidas
por las depositaciones que se producen en las consultas.
En un primer momento, en otro artículo [1],
mencioné que predominaba la tendencia a la
queja y a utilizar el espacio del taller como ámbito
de catarsis únicamente. Si bien la catarsis
es parte del proceso elaborativo [2],
me preguntaba si no habría -entrelazado con
la queja por las dificultades institucionales- un
resto correspondiente a otro origen, un sustrato,
acerca del que habría que pensar un poco más
profundamente.
Conformación del yo
y su sistema de ideales
Si pensamos acerca de la elección vocacional,
que es parte del proyecto que elabora una persona
para su vida, podemos interrogarnos acerca de su relación
con el sistema de ideales que en su desarrollo psíquico
esta persona conformó.
El diccionario de Laplanche, al definir el Ideal
del Yo, refiere: “…constituye un modelo
al cual el sujeto intenta ajustarse” [3].
Yago Franco, en su libro sobre los postulados de Cornelius
Castoriadis, dice: “La tercera fase, la edípica,
es aquella en la cual el yo es creado, y en la cual
se instaurará una diferencia entre el yo y
su narcisismo, al crearse los ideales del yo, y trasvasarse
el narcisismo del yo ideal hacia ellos” [4].
El sistema de ideales de una persona se vincula con
lo que ésta desea lograr como proyecto personal,
con la valorización de determinados rasgos
que se relacionan con los ideales de los padres y
de aspectos que incorpora de lo social. Podemos suponer,
entonces, que el ámbito de los ideales incluye
una zona referida al hecho de elegir y ejercer una
tarea profesional o laboral, al modo de ejercerla,
y a la gratificación esperada, ya sea por el
placer de realizarla bajo ciertos cánones o
por el reconocimiento a obtener a partir de la misma.
Pensemos, entonces, qué pasa cuando el cumplimiento
del proyecto profesional, articulado con la realidad
laboral, está en permanente tensión
con la representación que estaba acuñada
en su ideal.
La enfermedad de la idealidad
Al describir el síndrome de Burnout, hay tres
ejes a tener en cuenta: la relación con la
institución, la relación con la tarea
en sí y el efecto que, luego, los aspectos
anteriores producen en la estructura psíquica
del operador.
En base a lo anterior y considerando que algunos autores,
al referirse al síndrome de Burnout, lo denominaron
la enfermedad de la idealidad, tomaremos esta línea
de análisis para ver cómo afecta una
tarea de asistencia a personas víctimas de
violencia doméstica y sexual, al sistema de
ideales del profesional a cargo de la misma.
“Aubert N. y Gaulejac (1991) refinan la concepción
del burnout y lo consideran una ‘enfermedad
de la idealidad’, fruto de un enganche maligno
entre el funcionamiento psíquico individual
y el funcionamiento de las instituciones-organizaciones.
Es decir, no acentúan la influencia de las
víctimas en la aparición de la enfermedad
sino apuntan al funcionamiento de las instituciones.”
[5]
Tomando esta definición podemos pensar en
la relación entre el psiquismo individual,
portador de su sistema de ideales, y la modalidad
de las instituciones en las que se producen determinados
abordajes profesionales.
Podemos considerar que cierto aspecto del ideal está
logrado, por ejemplo: cuando un profesional –que
trabaja apuntando a proveer alternativas de resolución
a una problemática social determinada- es reconocido
por su desempeño, efectuado con seriedad y
capacidad, y tiene una remuneración acorde;
así, lo deseado, ideal, y lo obtenido, real,
podrían no entrar en tensión.
Por el contrario, cuando esto no se logra, o se logra
sólo una pequeña parte, pensemos cómo
puede sentirse el profesional ante la fuerte tensión
entre lo deseado y la realidad de su quehacer profesional
diario. Es el caso del profesional que trabaja seriamente
en lo suyo, sin obtener reconocimiento institucional
ni económico, en un clima laboral que produce
un continuo desgaste ya sea por la falta de un espacio
adecuado para trabajar cómodamente, por mala
relación al interior del equipo, o por continuas
presiones institucionales.
Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos
decir que se da el circuito siguiente: ideal- realidad-
frustración y que el proyecto de estos profesionales
entra en crisis. Esto nos permite concluir que la
enfermedad que padecen es la de la desilusión.
Esta desilusión da cuenta del sentimiento permanente
de agobio y desgaste, de que no hay posibilidad de
modificación. Si bien este sentimiento puede
corresponderse, en parte, con depositaciones de las
consultantes, desde la perspectiva del proyecto profesional
se conecta con la desilusión frente a lo que
esperaban a nivel personal a partir de su desarrollo
profesional y con la frustración constante
a la que las somete el acontecer institucional.
Un ejemplo de burnout y desilusión
Al taller que tomaremos de ejemplo, es la primera
vez que vienen tantas integrantes; pertenecen a equipos
que trabajan con consultas constantes de víctimas
de violencia.
Algunas llegan retrasadas, dado que tienen diferentes
horarios, pero muestran su interés en participar;
anteriormente venían muy pocas integrantes,
había una cierta creencia de que “no
había nada que hacer”.
Las participantes manifiestan el bienestar que les
produjo un encuentro que se propusieron informalmente
el año anterior. Se divirtieron, compartieron,
conocieron a compañeras de otros turnos o que
se habían incorporado recientemente, la pasaron
muy bien. Agregan que este año no se realizó.
Pienso que esta asociación parece una respuesta
directa a mi asombro inicial de que hayan venido tantas
a la reunión. Manifiestan sus ganas de reunirse,
de no estar disociadas, separadas, su necesidad de
red, de sostén grupal, de apuntalamiento mediante
el sentimiento de pertenencia.
Hablan, luego, de la cantidad de enfermedades que
se registraron en el equipo. Además de las
gripes del inicio del invierno, mencionan descomposturas,
lumbalgias, problemas de presión, temas gástricos,
cardíacos y que varias compañeras pidieron
licencia, a pesar de que les descontaran los días.
Este último es un índice importante
de stress laboral: manifiestan no tener más
fuerzas para continuar con su tarea, lo que las lleva
a tomarse una licencia por cuenta propia, aún
cuando pierdan el premio por presentismo. La fantasía
que surge en el grupo, es que se trata de “una
bomba de tiempo” que puede explotar en cualquier
momento.
La sensación que circula en el taller es la
de una desilusión muy grande. Perciben que
no hay ningún cuidado desde lo institucional
y que, si no las cuida la institución, no les
queda más remedio que cuidarse ellas, como
puedan.
Trabajo psicodramáticamente el sentimiento
de agobio y desilusión mediante una escultura
que realiza con su cuerpo cada una de las integrantes.
Las emociones que circulan son de dolor, tristeza,
pero -a la vez- hay un cierto alivio por desplegar
el malestar. Comentan que se imaginaban su desarrollo
profesional de otra manera, que están desgastadas,
cansadas, y esta referencia produce una fuerte angustia
de la cual una integrante es la portavoz principal.
El escenario institucional
En este equipo interdisciplinario recuerdan, relato
que se repite en varios grupos, que en otros momentos
tenían más integrantes y que podían
hacer un relevo en su tarea o tener una tarea diferente
para cortar con lo habitual.
Una integrante relata que la presión de la
institución -que les requiere la atención
de una elevada cantidad de consultas diarias a las
que hay que responder sin demora- les impide hacerse
un espacio para reflexionar sobre los casos, para
un mínimo intercambio al interior del equipo
y hasta para poder almorzar.
A nivel institucional, no se considera insalubre
esta tarea: trabajar en horarios extensos, en espacios
sin buena iluminación y ventilación,
sin los soportes administrativos y técnicos
necesarios y adecuados, sin las posibilidades de rotación
o de tiempos de pausa para absorber y metabolizar
las ansiedades y emociones que las consultas les producen,
con el agregado de la urgencia que requieren este
tipo de consultas que no se pueden postergar o demorar
porque hay riesgo de muerte.
Podemos pensar que estas profesionales -que trabajan
con víctimas de violencia doméstica
y sexual, en confrontación con la muerte, dado
que sus consultantes pueden ser asesinadas por su
partenaire violento y de hecho en muchos casos es
lo que les acontece- tienen en lo institucional una
réplica de lo que le sucede a las víctimas:
una vivencia estar impotentes, atrapadas sin salida,
en un circuito de frustración y desilusión.
El riesgo es que este circuito se naturalice y cronifique
al modo de un ‘subsistir por no tener otra alternativa’
y no como una elección de desarrollar una tarea
profesional en un ámbito determinado, acorde
con la misma.
La contratransferencia del
coordinador
Como coordinador mi sentimiento es de impotencia:
hablan todas a la vez, no se escuchan ni me escuchan,
hay mucha ansiedad, la depositación del malestar
en forma de quejas es constante, aparece la falta
de sentido, ¿de su tarea?, ¿de mi tarea?
Predominan las protestas sin propuestas, mi sensación
es también, como la de ellas, la de estar “sin
salida” para mejorar su situación laboral,
así como se sienten las víctimas de
violencia: “atrapadas sin salida” frente
al victimario.
Mi registro corporal es de tensión, a veces
siento dolores de cuello y hombros, como representación
de los pesos que ellas reciben. En ciertos momentos
ellas los metabolizan y, en otros, circulan en la
transferencia y los registro yo.
El sentimiento que me surge es que lo que hago es
siempre insuficiente. En muchas ocasiones, para salir
del encierro en que me encuentro, las aliento con
énfasis a que hagan algunas propuestas concretas
para mejorar su situación. En este taller que
menciono, las propuestas no surgen porque quedan sepultadas
por el agobio.
Luego de algunos encuentros, surgen algunas propuestas
que se pusieron a elaborar juntas: hacer ellas mismas
pequeños cortes en el ciclo diario para comer,
distenderse o hablar de lo que les pasa con su trabajo;
tener reuniones de intercambio social entre ellas
como espacio lúdico y de distensión;
pedir que incorporen más personal lo que permitiría
más rotación; pedir que modifiquen los
horarios de atención; presentar un pedido formal
para que les otorguen un día de asueto semanal
por tarea insalubre.
Conclusiones
Dice Sebastián Plut [6]:
“…….un trabajo es promotor de salud
mental en tanto y en cuanto se den dos condiciones:
que requiera de “trabajo psíquico”
y de la cualidad de este trabajo psíquico (dejo
de lado las variables ligadas con la retribución
económica y las condiciones y medio ambiente
de trabajo que también resultan fundamentales)”.
Y continúa más adelante: “…..
la respuesta inicial aparece con la definición
de pulsión: Freud decía que la pulsión
es una exigencia de trabajo para lo psíquico
y también el motor del desarrollo”.
Observamos que, en los casos planteados, no se cumplen
las condiciones para que estas profesionales que trabajan
con la salud mental, vaya paradoja, tengan un trabajo
que la promueva en ellas mismas.
Con respecto a la tarea de atender a víctimas
de violencia doméstica y sexual, por medio
de diferentes dispositivos, estos equipos se enfrentan
constantemente con la muerte; con la posibilidad real
de que mueran las consultantes-víctimas, lo
cual es un telón de fondo permanente que conecta
con lo que podemos denominar el horror de la cultura,
situación que genera un sentimiento de impotencia.
Se suma a esto el malestar institucional y la falta
de reconocimiento que aportan mayor frustración,
generando un estado de desilusión que puede
naturalizarse y cristalizarse. Tal como puede haber
una naturalización de la violencia en las víctimas,
sucede con el profesional y su padecimiento.
El test de Maslach, sobre indicadores de Burnout
en los profesionales [7],
toma tres ítems. Uno de ellos es la realización
personal, la que en este “síndrome de
desilusión” está sumamente afectada
y coartada.
Lo importante es recalcar que esa tensión
y ese duelo cronificado, no elaborado, por el proyecto
profesional pueden producir y de hecho producen una
serie de síntomas físicos que resultan
en una seguidilla de enfermedades que van de menores
a graves en los equipos. Se trata de dolencias tanto
físicas como psíquicas; en ambos casos
invalidantes para una vida laboral y personal satisfactoria.
Difícil sostener el deseo frente a tanto escenario
de muerte, o -podríamos decir- difícil
sostener la llama encendida, Eros, cuando Tánatos
llama constantemente a tu puerta.
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