“…mirad
lo que he de sufrir, y por obra de hombres. Y todo,
por haber respetado la piedad”. Antígona,
Sófocles
Título original:
Etz Limon. Director: Eran Riklis. Productor: Eran Riklis.
Distribución: IFC Films. Guión: Eran Riklis.
Cinematografía: Reiner Klusmann. Música:
Habib Shehadeh Hanna. Montaje: Tova Asher. Interpretes:
Hiam Abbas (Salma Zidane), Ali Suliman (Ziad Daud, Rona
Lipaz-Michael (Mira Novan), Ministro de Defensa Novan
(Doron Tavory). Duración: 106 minutos. País:
Israel, Alemania, Francia. Año: 2008. Género:
Drama.
Salma es una mujer palestina, viuda, de 45 años
de edad que, desde siempre, ha trabajado y preservado
su herencia familiar. Entre otros bienes posee unos
limoneros que han sido cultivados por su padre y que
desea conservar. Ella vive en la conflictiva región
de Cisjordania, su vivienda se encuentra en el límite
con el Estado de Israel. El ministro de Seguridad de
ese país, ha decidido mudarse justo frente a
la casa de Salma y, por razones de seguridad, el gobierno
envía a cortar sus limoneros para levantar, justo
en el medio, el muro que separará Israel de Cisjordania,
cercenando así tanto la propiedad de la mujer
como parte de su historia.
Según el ministerio de Seguridad, según
su lógica, los limoneros constituyen un verdadero
peligro de Estado; sin embargo, Salma asegura que jamás
ha habido un ataque desde esa zona hacia Israel; de
hecho los israelíes no logran probar que se trate
efectivamente de una “zona peligrosa”. De
todos modos, no es escuchada por su condición
de “enemiga”. La seguridad del ministro
y su accionar supone el avasallamiento de los derechos
palestinos. Inclusive el Estado de Israel cuenta con
esos risibles juicios en los que se nota la paranoia
que justifica sus procedimientos de intimidación.
El Estado considera que una indemnización puede
subsanar el sentimiento de pertenencia de una persona
o el peso de una tradición y una cultura.
El árbol de lima
es un estudio en profundidad de la vida de un alto funcionario
israelí, de su modus
vivendi, repleto de compromisos y asediado por
su cargo que pesa inclusive cada vez más en su
mujer Mira, quien, poco a poco, va sintiendo que su
nueva casa se ha convertido en una prisión de
lujo, así como de la vida de los palestinos;
y por el otro, de la vida de los palestinos como ciudadanos
de segunda, raleados por un Estado que los mira siempre
con desconfianza, mirada que los deja prisioneros del
otro lado de las arbitrarias decisiones que barren con
sus más elementales derechos.
Al principio da la sensación de que estamos frente
a otro film de denuncia de las prácticas del
Estado de Israel, pero no es así: hacia la segunda
mitad, la película produce un viraje y muestra
que el problema es más hondo, acaso más
ancestral. Durante la primera media hora enfrentamos
dos mundos diferentes con culturas claramente contrapuestas:
la israelí que se ha occidentalizado y tecnificado,
en la que el consumo y el lujo ocupan un lugar esencial,
y la palestina que sigue más cerca de sus viejas
tradiciones.
El acercamiento entre ambos mundos va a producirse a
través de las mujeres y entonces, de repente,
nos damos cuenta de que no se trata de una película
sobre judíos y palestinos, sino más bien
de la tensión entre el orbe masculino y el femenino.
Los hombres levantan muros y buscan, mediante el ejercicio
del poder, separar lo judío de lo palestino;
así lo hace el ministro de Seguridad. Así
también es condicionada Salma por los mismos
hombres de su comunidad, quienes vigilan que continúe
con su luto riguroso de mujer viuda. Las mujeres, en
secreto, en la intimidad buscan vasos comunicantes,
formas de quebrantar esa separación. Salma viola
sistemáticamente la prohibición de ingresar
a su limonar, Mira descubre el drama de Salma, poco
a poco la va comprendiendo e intenta, en dos oportunidades,
acercarse a ella y dialogar. En un mundo lleno de decretos
y leyes masculinas se desliza esta secreta forma de
comprensión femenina que va a quebrantar esas
leyes.
A su vez, Salma se siente impulsada a aceptar la relación
que le propone su abogado -Ziad Naud, más joven
que ella- aunque siempre dentro de un conflicto permanente
entre su propio deseo y los mandatos culturales que
la condicionan.
El joven abogado representa, dentro de esta trama, el
acercamiento al orbe femenino por parte de un hombre
que es capaz de comprender el drama de la protagonista.
Asimismo, la jueza israelí -que no da lugar a
las peticiones de Salma- forma parte del orbe masculino,
cargado de leyes absurdas e implacables. No es que la
película se desentienda del conflicto político
sino, más bien, que decide abordarlo desde otro
sistema de pensamiento, más antropológico
quizás que partidario, alejándose de las
recetas seguras de un cine abiertamente político.
El árbol de lima
constituiría, en este sentido, una actualización
de la tragedia de Antígona, puesto que Salma
resiste los decretos que le prohíben trasponer
el umbral de su casa rumbo al limonar, como resiste
también todo el sistema legal israelí
que la somete a una prohibición absurda. Hay
en los primeros planos de su rostro un temple que puede
ser pensado como la idea de sostén en una actitud
resistente; la cámara comenta su valentía
silenciosa mediante la presentación de su semblante
tenso, pero que no ha perdido el propio control. Es
Antígona por el hecho de que involucra también
la vida del ministro de defensa Novan, a través
de su mujer Mira quien, una vez que toma conciencia
de su situación, abandona a su marido, conciente
ya de su condición de prisionera de lujo, del
mismo modo que el decreto de muerte de Creonte lo involucra,
sin él saberlo, dado que su hijo Hemón,
enamorado de Antígona, se suicida al enterarse
de que su padre ha decidido condenarla a muerte. También
se conecta con la tragedia de Sófocles en su
reflexión acerca del funcionamiento legal y de
cómo las leyes arbitrarias, abusivas y que dimanan
de un poder ciego, terminan volviéndose en contra
de quien las ha promulgado. Quizás en nuestros
días es en Palestina donde más claramente
se pueden encontrar estas manifestaciones de un poder
absoluto avasallador y que, extrañándola
radicalmente, no contempla ya la humanidad del semejante.
Eran Riklis, el director israelí del film, toma
una posición más humana que política,
evitando adentrarse en temas controversiales sobre los
que la gente ya está cansada de leer en la prensa.
Su posición, sin dejar de ser crítica,
no se enrola en ninguna visión programática,
elige mostrar antes que demostrar.
Pareciera ser que la reserva, en cuanto a la comprensión
profunda de lo humano, estaría en el orbe de
lo femenino puesto que son las mujeres quienes recuerdan
siempre que, por encima de toda ley histórica,
existe una ley natural que supera cualquier otra: esa
ley habla siempre de la condición humana. Y es
justamente lo humano lo que se encuentra en franco retroceso
dentro el modelo globalizado. En la película,
esa ley aparece enunciada con referencia al limonar:
“El árbol es
como un ser humano, no hay que tocarle ni un pelo”.
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