Quiero
empezar diciendo que la preocupación por la
identidad corresponde básicamente al siglo
XX, dado que no era un tema abordado previamente,
que está vinculada centralmente a la cuestión
relativa a las luchas anticoloniales. Fue entonces
que toda la conceptualización antropológica
y sociológica del siglo XX se relaciona con
esta cuestión que se reactiva hoy en función
de una globalización que está propuesta
como una forma de reparto del poder en el mundo, con
subordinaciones de los estados más débiles.
El tema se replantea en la medida en que la cuestión
hoy es mucho más sutil pero al mismo tiempo
es mucho más eficaz, indudablemente, por las
formas mistificadas que asume. Es por ello que el
problema de la identidad y el problema de la subjetividad
van juntos.
Me parece muy interesante lo que planteó Aníbal
Ford, cuando señaló que en lugar de
hablar de industrias culturales habría que
hablar de lo simbólico, en la medida que son
industrias productoras de subjetividad. En este tema
me quiero detener. La identidad en el ser humano se
constituye de igual manera que en los pueblos, de
una forma similar en la medida que la identidad es
algo del orden de la subjetividad aunque sea compartida.
En primer lugar se produce como una negación
determinada: a partir de que sé lo que no soy
afirmo lo que soy; así surgen los estados y
así se produce en los niños desde muy
pequeños cuando el niño se puede oponer
al deseo de la madre y empieza a constituirse como
una negación. Hay personas a las que este proceso
les dura toda la vida, y llegan a saber lo que quieren
a través de lo que quiere el otro. Hay un segundo
tiempo de una afirmación diferenciada que es
el pasaje al ‘sí’, cuando se puede
afirmar sobre lo que se quiere, por ejemplo el ‘sí
quiero’: “¿Querés polenta?”,
“Sí”. La afirmación implica
una discriminación, a partir de la cual existe
un pasaje a la búsqueda de un modelo de la
identidad. Este tercer tiempo es el último
como afirmación del ser mismo, con procesos
muy complejos en los cuales se van definiendo convicciones
acerca de la propia existencia, del mismo modo que
se definen las convicciones de los pueblos sobre su
propia existencia.
Yo tengo la impresión de que nuestro país,
la Argentina, durante los años de su organización
nacional desarrolló una identidad negativa
que lamentablemente no se definía por los vecinos,
no se definía por los grandes centros de poder,
sino que se definía porque los argentinos éramos
los no bolivianos, los no brasileños, los no
peruanos, los no paraguayos, los no latinoamericanos
en última instancia. Nos considerábamos
europeos desarraigados geográficamente, con
lo cual se nos vino nuestro destino geográfico
encima, al formar parte de un continente totalmente
devastado.
De manera que esta cuestión de la cultura
como formadora de identidad tiene que ver también
con la subjetividad como un producto de cultura, y
en esto la subjetividad no es simplemente algo del
orden de la intimidad. La subjetividad es la forma
con la que una sociedad define quiénes son
los sujetos que pueden integrarse a ella: hay una
producción de subjetividad en Esparta y hay
una producción de subjetividad de Argentina
del cincuenta. Hoy existe, indudablemente, un conflicto
grave en la medida en que han desaparecido los modelos
estatales de producción de subjetividad, a
partir de la devastación de la salud y de la
privatización de las industrias simbólicas.
En nuestro país hubo dos grandes proyectos
de producción de subjetividad, que están
ligados a los dos grandes proyectos educativos y a
los dos grandes proyectos de constitución del
estado-nación. Son los grandes proyectos de
Sarmiento y de Perón, dado que ambos intentan
la producción de un sujeto que se integre con
ciertos valores, con cierta manera de pensar, que
tienden a una suerte de deconstrucción de una
subjetividad estatal compartida. Por eso la polémica
de 1958, que muchos sectores de la izquierda consideran
encubridora de la venta del petróleo, no resulta
así. La polémica del 58 es una polémica
sobre la producción de subjetividad en la Argentina,
es una polémica sobre si el estado va a tener
el monopolio de la producción de simbolizaciones
compartidas, de identidades compartidas o si no lo
va a tener. Recrea las viejas polémicas desatadas
entre la iglesia y el estado por la producción
de subjetividad, con lo cual va aunando el ángulo
de vista de la identidad nacional a la deconstrucción
de un proceso de subjetividad que también se
manifiesta en la expropiación de la riqueza
nacional.
Esto es lo que ha caracterizado nuestra historia
en estos últimos años. Me resultó
muy impresionante cuando escuchaba a Jorge Tartarini
plantear la pregunta de cómo hacer de la diferencia
una oportunidad. Es muy interesante porque nuestro
problema hoy es cómo se vienen planteando procesos
de una construcción de la identidad nacional
severos, durante años, que hoy son revisados.
Por ejemplo, esto se manifiesta muy claramente en
que por primera vez en Argentina los símbolos
patrios ya no son patrimonio de la derecha más
reaccionaria. Por primera vez los sectores populares,
nosotros mismos, sentimos deseos de apropiarnos de
los símbolos patrios. Es por eso que hay una
enorme circulación en el arte, inclusive la
forma con la que Charly García hizo el himno
es una forma de apropiación de los símbolos,
en una nueva etapa de un país. Otro ejemplo
son las formas con las que aparecen la pintura y la
literatura en el rescate de la historia y de la identidad.
Hay una fuerte propuesta, hoy, de lectura de los textos
históricos que es un intento de apropiación
de una historia que quedó acartonada, como
una historia producida y no como una historia en circulación.
Hace algún tiempo, una maestra me preguntó,
en Córdoba, cómo debíamos proceder
para que los niños puedan entender que San
Martín y Moreno no son figuras de bronce. Le
respondí a los niños, explicándoles
que la nuestra es una historia inconclusa y que ellos
son los futuros San Martín y Moreno de la Patria,
y que nosotros hemos heredado una historia que ha
quedado cancelada en muchos puntos, de deconstrucciones
severas de la subjetividad y de la simbolización.
La década del noventa fue un momento culminante
de alienación y de deconstrucción de
la identidad, que contribuyó a la pérdida
de la identidad con la ilusión de ser primer
mundo. Un escritor dice que la desilusión es
el sobreprecio acumulado del autoengaño. Esta
es una frase extraordinaria, porque uno no se desilusiona
de nada que no se haya mentido a si mismo. No es verdad
que el otro nos desilusiona, nos desilusiona lo que
creímos del otro. Una de las cosas que ocurrió
en la Argentina es que el proceso de pauperización
ha llevado a niveles importantes de subjetividad y
de identificación. El ser humano tiene dos
grandes necesidades: mantener su auto-conservación
biológica, las representaciones que tiene de
su propia existencia, y la auto-preservación
simbólica. En general, cotidianamente, no nos
damos cuenta porque podemos seguir siendo quienes
éramos por parecer vivos. Pero éste
no es el caso de las situaciones extremas de la historia.
Por ejemplo, en la época de la represión
del terrorismo de estado había que renunciar
a la vida para seguir siendo o renunciar a lo que
se era. En la literatura de la segunda guerra mundial
aparecen estas opciones que plantean que la existencia,
como forma de vida lógica, tiene carriles que
no sólo se recubren, sino que en muchos casos
se enfrentan.
Todo esto es muy interesante por lo que pasó
muchos años en la Argentina donde, a partir
de la crisis y de la pauperización, tuvieron
lugar otros intentos de transformar una enorme cantidad
de argentinos en sujetos biológicos definidos
por la auto-conservación del organismo. En
el debate sobre la educación, esto se expresó
en la polémica en torno a si las escuelas tenían
que dar de comer o tenían que enseñar.
La primera opción suponía, en última
instancia, mantener el cuerpo biológico a costa
de rifar totalmente el futuro, de condenar al país
a no poder nunca más tener mentes científicas.
Porque las mentes que sí se producían,
estaban recluidas en lugares que eran atípicos
respecto del país: eran escuelas donde no se
construía identidad, sino lugares de paso.
La única salida posible entonces era precisamente
la salida del país, con lo cual quedó
extinguida la posibilidad de producción de
las simbolizaciones dentro de la identidad y la posibilidad
de preservación de las identidades.
Esto es muy interesante porque las críticas
que se hicieron sobre lo que la gente pedía
podían conducir desde una biopolítica
a un proceso de desintegración subjetiva. Por
ejemplo, recuerdo una historia que, como en la picaresca
española por la que tengo una gran simpatía,
muestra que existe una forma de empleo del talento
nacional para la supervivencia simbólica y
biológica. En la anécdota, una vecina
recorre el barrio contando que tiene un hijo epiléptico
y un marido desempleado. Todas mentiras, pero también
verdades, porque en última instancia hay verdad
en su desprotección y en sus carencias. Una
vez que le dan la moneda ella va y se compra dos medialunas
y se las come. Me parece que este es un acto de resistencia
cultural. La gente se enoja porque piensa que debería
comer pan. Pero, para la vecina, comer medialunas
es un intento de seguir siendo quien era.
Cuando tomamos, entonces, la cuestión de la
identidad, ésta es pertenencia. Por un lado
es la conciencia de la propia existencia, y la propia
existencia se constituye sobre enunciados que dan
cómo un sujeto o un pueblo se siente posicionado
ante sí mismo. Esto es muy importante porque,
en el debate acerca de la constitución de la
subjetividad, aparece la pregunta que realiza Silvia
Fajre sobre cuáles son los soportes identitarios
con los que se construye en un país la identidad.
Del mismo modo que hay que preguntarse cuáles
son los soportes identitarios acumulativos que hacen
que un ser humano pueda sentirse parte de éste.
Cuando se hablaba en esta mesa de la forma en la cual
el patrimonio público es desconocido por los
habitantes de este país no hay que perder de
vista que quien desconoce ese patrimonio no se siente
dueño de ese espacio, ni se siente dueño
de su historia. A mi me impactó mucho cuando
los marginales ocuparon la Plaza de Mayo y la destruyeron.
Yo pienso que lo terrible del caso no es que destruyeran
la Plaza de Mayo, sino que esa gente fue a repudiar
una Plaza que siente que no es propia y por eso la
destruye. La depredación es parte de una expulsión,
no de la pertenencia geográfica, sino de la
pertenencia representacional a un lugar.
Aníbal Ford habló de los modos globalizados
de la pertenencia y Gilda Waldman traía lo
de la sociedad líquida de Bauman. Yo recuerdo
algunas frases de la publicidad, como “Pertenecer
tiene sus privilegios”, de una tarjeta de crédito,
o la que decía “Esta es la única
Visa que necesita para estar en la Argentina”.
Estas publicidades son realmente pavorosas porque
la imagen que muestran es que nosotros no somos un
país sino un lugar que se puede adquirir con
la tarjeta que permite una pertenencia. Son tarjetas
que no tienen identidad nacional, sino poder adquisitivo.
Para retomar cuestiones relativas a la identidad
y la diversidad, quiero volver sobre la polémica
entre diferencia y diversidad. Es importante tener
en cuenta que la diversidad es presentada a veces
como una actitud políticamente correcta, a
partir de la cual somos todos iguales. Esto es mentira
porque el reconocimiento de la diferencia social y
económica implica ver quien tiene más.
Recuerdo una frase de una adolescente que me impactó
brutalmente cuando me señaló algo realmente
escandaloso: “Yo cuando un pobre me pide dinero,
aunque no le dé lo miro a los ojos, porque
no hay que desconocerlo”. No podía creer
lo que estaba oyendo porque era de un nivel tan perverso
del desconocimiento de la realidad del otro que indicaba
una homologación de la diversidad y su reconocimiento.
Que es en realidad como los americanos plantean el
tema de forma políticamente correcta. Esto
es una gran mentira; en última instancia, es
una forma hipócrita de reconocer que somos
iguales y de no reconocernos en nuestras diferencias.
Yo creo que uno de los temas que se está planteando
es la relación entre alteridad y responsabilidad.
La alteridad no es solamente el reconocimiento del
derecho ontológico a la existencia del otro
sino también el deber de proveer los medios
para que pueda realizarla. El reconocimiento a la
alteridad no implica que yo reconozco que hay otro
que pueda existir, sino que yo reconozco que tengo
que proveerle los medios para ayudarlo a que exista.
Hemos tenido formas de recomposición muy notables
en la sociedad Argentina. Por ejemplo, las formas
en que se planteó el debate sobre educación,
los módulos de resistencia cultural más
diversos y las nuevas formas de organización
de los marginales que son formas de reidentificación.
También las formas de la constitución
del piquete son formas de reidentificación:
los piqueteros son de alguna manera una forma de identidad.
Porque el movimiento piquetero rescata gente que ha
quedado absolutamente suelta, sin ninguna posibilidad
de tener ningún anclaje en ningún sector.
Esto es muy interesante porque alude a intentos de
resubjetivación espontáneos y a formas
de construcción. Lo mismo pasa con las cooperativas
cartoneras. Se pueden discutir las formas que toman
estos movimientos, pero indudablemente no podrían
tener formas maravillosas en un estado que ha sido
corrupto desde la raíz misma. No se le puede
pedir a la gente que sea sana y honesta como si fueran
socialistas franceses del año 18, cuando nosotros
venimos de tener el “menemato”, de tener
una dictadura, de un proceso de destrucción
de la moral. En este sentido, creo que uno de los
riesgos más serios que corre la sociedad Argentina
es que, si bien se han dado pasos importantes en el
reconocimiento de identidades compartidas, en formas
nuevas de autopensarnos, al mismo tiempo se están
redefiniendo los universos internos del universal
de lo humano o de lo no humano. Hay una parte muy
importante del país, no numéricamente
pero sí con poder y con presión, que
está pidiendo que se redefina el universo del
semejante y que, de una vez por todas, se avance con
el país que quedó parado, y se acabe
con los escollos y los escombros que quedaron de la
época de la convertibilidad. Estos escollos
aparecen metaforizados en el corte de las rutas y
de las calles, porque el país no puede pasar
para avanzar rápidamente.
No voy a terminar de exponer sin decir que nuestro
problema central, en el marco de la globalización,
es redefinir el problema de la diversidad pero con
el reconocimiento a la diferencia. Este reconocimiento
a la diferencia tiene que ser para plantarnos como
los países pobres frente a los países
ricos, para reconocer que hay clivajes nuevos en el
mundo, como señaló Gilda Waldman retomando
a Bauman, como los de quienes se mueven por los aeropuertos
provistos de elementos que les permiten estar en contacto
con otros seres humanos, y cuya identidad está
dada por una pertenencia simbólica a un cierto
grupo económico. Pero que hay una enorme cantidad
de argentinos, de brasileños, de gente de este
mundo que está en proceso de deconstrucción
de subjetividad.
La imagen de la pérdida de la identidad en
el exterior vuelve constantemente con un rebote y
consolida nuestra identidad interior, pero falta que
ahora se plasme en un proyecto que pueda acoger este
deseo. Nuestro gran problema como país hoy
es la distancia entre nuestro deseo de permanecer
acá y el de un país que nos acoja y
que no nos expulse periódicamente. Muchas Gracias.
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