El
reconocimiento de la propia ignorancia
En el espacio de este intenso e inteligente libro
hay una superficie poética más que significativa,
donde convergen textos que conforman una síntesis
y prolongación de dos anteriores libros (Quis,
quid, ubi. Poemas de Quintiliano y Una complicidad
que sobrevive) y que, junto a éste,
son de los más logrados del autor. Para quién,
como podemos constatar a partir de la lectura de sus
poemas, “la época y la poesía,
el lenguaje y el pensamiento, la historia, la naturaleza
y el hombre son problemas, y no temas”. En este
sentido, Osvaldo Picardo adhiere a la idea de ciertos
poetas, como Alberto Girri oYves Bonnefoy, para quienes
uno no debería llamarse nunca a sí mismo
“Poeta”. Esta afirmación “narcisista”
significaría que uno ha resuelto los problemas
que ha venido y sigue planteando la poesía.
Conciente de esta limitación –que no
deja de ser a la vez una ventaja, en cuanto a la exigencia
creativa- Picardo, sin embargo, no deja de agotar
en sus poemas el campo de lo posible. Con una mirada
llena de asombro, inequívoca, cuando surge
de una inesperada alteración de lo real. Y
no con el aburrimiento retórico ante lo cotidiano.
A veces con tono irónico, como una estrategia
de resistencia frente a la resignación y al
implacable “avance de la insignificancia”.
Y otras veces con sutiles, líricas e intelectuales
pinceladas que intentan neutralizar tanta rutina y
“clima” siniestro, entendido éste
como lo entendía Freud: aquello
familiar que se ha tornado desconocido. A propósito,
leemos en el poema Un pedazo
de espejo:
“Hay un pedazo de espejo/entre los pastos y
la basura/en el baldío. Un vidrio plano/ que
carece de preocupación alguna/Víctima
de alguien que no soportó/su propia cara o,
simplemente/de la torpeza y la mala suerte…Aparte
y extraño, allí,/ sin quien lo use,
ni necesidades,/sigue siendo una verdad en sí
mismo”.
Escribir para Picardo, aunque no sea nada más
que una simple palabra, es constatar, en ese mismo
instante, que una lengua está ahí y
se agita afanosa y, con ella, todas las ambigüedades,
los espejismos y todo el pasado del lenguaje. Es que,
para poetas como Picardo, nunca existe lo inmediato.
Incluso sus textos parecen advertirnos, en cuanto
a pretender crear en las palabras su densidad infinita
o su puro vacío, que sólo puede ser
un deseo, insensato desde que aparece. “Todo
está dicho y llegamos demasiado tarde. De ahí
que hablemos por boca de otros y sobre-escribamos
un poema infinito (¿Pasiones
de una línea infinita?- el agregado
es mío-) que nadie alcanzará a leer
sino de a pedazos. ¿No es esa la primera limitación
que debemos asumir? Lo nuestro es escribir entre comillas,
citar, aún no sabiendo que citamos.”
nos dice Picardo sobre su propia poesía. Y
en esa particularidad, en ese
“correlato objetivo”, encontramos
más un sentimiento de solidaridad que una inclinación
a la conquista y usurpación de los elementos
culturales del museo universal. “Correlato objetivo”
(seguramente Picardo lo leyó en Eliot) que
en este libro funciona como un verdadero instrumento
de precisión: para expresar su emoción
el autor busca una puesta en escena de situaciones,
un marco de acontecimientos, un grupo de objetos,
de animales y personas que deberán ser la ecuación
de esa emoción particular; tales que, cuando
los hechos externos que deben terminar en una experiencia
sensorial sean dados, la emoción sea evocada.
Un modelo formal, una “lupa poética”,
a través de la cual, los sentidos del poeta
miran para hallar esa emoción, ahora transformada
en escritura.
También creo, que uno de los ejes a partir
del cual, se genera y estructura el discurrir poético
del autor es el problema de la memoria, el pasado
que se impone a pesar de toda voluntad, pero, sobre
todo, la de un sujeto perforado por varias voces.
El peso de lo histórico y de la tradición
cultural. En Pasiones
de la línea, como en sus otros dos libros
citados, conviven y dialogan (o sea entran en conflicto)
Quintiliano, Catón, Séneca o Nicolás
de Cusa, con personajes, situaciones cotidianas y
distintos animales: escarabajos, babosas, gatos, picaflores,
ballenas y arañas. El proceso de asimilación
de elementos ajenos que, en mayor o menor grado, advertimos
en todo creador, en el caso de Osvaldo Picardo presenta
un interés muy particular: es uno de los rasgos
que lo distinguen.
Sin embargo, esta poesía no es hermética
ni oscura, por el contrario, es de una extrema claridad
en los detalles. No hay nada impreciso en sus imágenes,
ninguna niebla alrededor de los sentimientos que formula,
sus medios de expresión son directos y los
planos de su puesta en escena están trazados
con precisión. Picardo, en sus poemas, llega
incluso a hacer sentir la consistencia de lo sólido,
aun en situaciones difíciles de materializar.
Objetos e imágenes que determinan ensueños
“fáciles y efímeros”; una
ensoñación poética que trabaja
con la mirada. Ante este mundo de formas cambiantes,
la voluntad de ver (la voluntad del amor) sobrepasa
la pasividad de la visión y se proyecta en
los seres más simples. Y donde hasta “La
lentitud no deja de ser un movimiento,/ un estar acá
y allá, aunque nadie lo vea/sino a través
de la levedad de una imagen en el agua”, como
leemos en el poema Un libro
al agua, texto que alude a la leyenda sobre
la infancia de Nicolás de Cusa, de cuya obra
más importante, De Docta
Ignorantia (Capítulo XIII), Picardo
extrae la idea central de su libro, estructurado en
tres partes:
La máquina del
mundo – Error de cálculo – Lectura
y variaciones de la línea, que, a su
vez, se corresponden con los tres conceptos-base del
mismo: 1- la máquina
del mundo tiene su centro en todas partes y su circunferencia
en ninguna. No existe un único y solo infinito
2- El conocimiento no puede ser alcanzado por nuestro
entendimiento. Todo saber es la conciencia de “un
no saber”. 3- La poesía nace del reconocimiento
que hace el poeta de su propia ignorancia.
Desde esta perspectiva, el poema El
ignorante es más que significativo.
También podríamos afirmar que la poesía
de Picardo es el lugar de la mirada. Picardo mira
e interroga (escribe), o sea hace algo con lo visto.
¿Y qué otra cosa puede ofrecer un poeta
si no es su mirada? Aunque “Mirar no es ver
sólo esto que se muestra/ ni siquiera lo que
existe”, se nos advierte en ese mismo poema.
”El mundo como realidad y ficción: esta
es la visión que depara, como discurso disparador,
la poética de Osvaldo Picardo. Su lectura nos
entrega el ejercicio y el resultado de una
mirada de vasto espectro sobre las cosas que
nos rodean y nos habitan, las visibles y las escondidas,
las evidentes y las secretas…”, comentó
Joaquín Giannuzzi, a partir de la lectura de
los textos de Picardo.
Diremos, por último, que estos poemas son
un acto de humildad y, al mismo tiempo, la constatación
de que la movilidad de la vida crea, en el poeta,
la conciencia de la totalidad del mundo y el drama
de nuestra existencia pasajera.
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