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Realidad psíquica y narratividad
Por Alberto Marani
Médico psiquiatra. Psicoanalista.
Miempro del Colegio de Psicoanalistas y de la Asociación de Psicología y Psicoterapia de Grupo, en la que es docente.

marani@fibertel.com.ar
 
Prof. Juan Ángel Magariños de Moretín,
In memorian.



Cuando escuchamos a nuestros pacientes y nos ponemos en contacto con la superficie de su discurso tenemos la posibilidad de conocer su realidad psíquica, algo imprescindible para poder intervenir en la clínica. Tal como lo indicó Freud, estamos obligados a servirnos de la moneda (forma del valor) que predomina en el país que investigamos (Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico).
El abandono de la teoría de la seducción [1] llevó a Freud a la postulación de una nueva dimensión de la realidad, psíquica. Es decir, un tipo particular de realidad determinada por las fantasías de deseo y las defensas que las deforman.
Si la realidad psíquica está a la altura de su nombre, debe ser consistente. ¿Cuál es, entonces, su estructura? Que está constituida por un conjunto de representaciones es una respuesta cierta pero aproximativa. No se trata sólo de una colección de representaciones; éstas, con grados de investimento, están articuladas con variables niveles de complejidad.
Debemos diferenciar también las formas en que están organizadas esas representaciones. Suelen expresar una serie eslabonada de acontecimientos en orden cronológico. Esta es la razón por la que los psicoanalistas, en general, hablan de historia. Porque la historia es una versión reconstructiva de una sucesión de acontecimientos, sus causas y sus consecuencias. Y es lo que los pacientes se proponen, por ejemplo, cuando exponen la historia de sus padecimientos y sus conflictos.
Pero debemos considerar que dos características son inherentes a estos discursos: por un lado, que los acontecimientos son contados de determinada manera, son narrados; la segunda es que se trata de narraciones orales.
El relato da forma a la historia personal. El yo se historiza narrativamente. [2]
La narración puede correlacionarse con la enunciación y el relato con el enunciado, ambas categorías centrales para el estudio de la subjetividad en el lenguaje.
La realidad psíquica, que incluye la verdad histórico-vivencial, está hecha de relatos; relatos la traman, son tramas las que la constituyen [3]. Ya en la Psicopatología primitiva, Freud llamaba “poetizaciones” y “novelas” a las fantasías; es decir, relatos (ver Manuscrito M, por ejemplo).
La elaboración secundaria, una forma de narrativización [4] espontánea, resulta ejemplar para entender uno de los fundamentales trabajos del yo.
El relato es constituyente de la realidad psíquica porque permite articular, explicar y explicarnos las experiencias vividas activa o pasivamente; de encontrarles sentido; de comunicarlas; de trasladarnos en el eje del tiempo (inclusive de anticipar); de conjeturar posibilidades (de lo que podrá ocurrir o de lo que podría haber ocurrido); de tornar inteligible lo inesperado y lo caótico.
La realidad psíquica está estructurada como relatos.
En nuestra existencia singular, la narración es la manera de dar forma a las experiencias vividas. Pero, a su vez, las vivencias se vierten en matrices narrativas que las ordenan. Permanentemente estamos creando y recreando relatos: la superación o la modificación de esos relatos se produce por medio de… otros relatos. Naturalmente, no estoy diciendo que estas narraciones sean ficcionales.
¿Qué es el Complejo de Edipo sino un relato de las vicisitudes afectivas de los seres humanos vertidos en la matriz de una tragedia clásica, derivada a su vez de un relato mitológico? ¿Cómo está plasmada la realidad histórico-vivencial, sino en un complejo relato, como el que, por ejemplo, reconstruye Freud en Moisés y la religión monoteísta? ¿Qué son sino narraciones las “formaciones” que “permiten captar […] el conflicto fundamental que, por intermedio de la rivalidad con el padre, liga al sujeto con un valor simbólico esencial”, en el mito individual del neurótico (Lacan)?
Los autores que estudiaron los relatos, nos informan de la existencia de una estructura narrativa elemental, que consiste en la relación de un sujeto con un objeto cuya falta pone la en marcha (V. Propp; J. Courtés).
La narración establece un punto de equilibrio entre dos opuestos, permanencia vs cambio (o entre cambio y permanencia). La definición más elemental de relato es: lo que da cuenta de un cambio de estado, el paso de un estado a otro, es decir de la transformación entre dos estados sucesivos y diferentes (Cf. J. Courtés, Análisis semiótico del discurso). Es inherente al relato la secuencia temporal antes > después (o su inversa).
El equilibrio entre permanencia y cambio es una de las razones principales por la que los relatos permiten formular preguntas y respuestas acerca de la identidad de ego (como dicen los antropólogos) y de los otros.
Ofrece particular interés para nosotros la tesis de Vladimir Propp, que en los años ’20 del siglo pasado investigó el cuento fantástico. Propp afirmaba, después de analizar esos relatos, que en todos ellos se podía ver el paso de una carencia como situación inicial a la supresión de esa carencia. Por supuesto que la dirección de esta secuencia puede invertirse.
Su investigación le permitió definir funciones dentro del conjunto de acciones de los personajes (por ejemplo, la prohibición, la transgresión, el engaño, etc.).
Pero volvamos sobre lo que dije al pasar unas líneas más arriba: ¿qué pone en marcha la necesidad del relato? La respuesta, vigente hasta hoy, la ofreció Aristóteles: el giro de las acciones en el sentido opuesto al que venían desarrollándose “conforme a la regla [de] probabilidad o [de] necesidad”; el cambio en la fortuna: la peripéteia, de donde se deriva “peripecia” (Cf. Poética).
Veamos ahora someramente algunas articulaciones entre narración y metapsicología.
Todo lo que nos afecta y nos transforma debe es compulsivamente ordenado por el yo de una manera que permita su inteligibilidad; cuando no lo logra, permanece como un estímulo incesante, que no da descanso en la tarea de encontrarla.
Esto ocurre cuando el ser humano –independientemente de su edad, y en cada caso con los recursos que tenga a su disposición- es afectado por un traumatismo, por el micro-traumatismo de lo inesperado o por un sueño. Es potencialmente traumático todo acontecimiento que no encuentre una trama preconsciente-consciente en la que alojarlo.
Es inherente al sujeto, y no solamente al yo, tratar de encontrar sentido a las situaciones vividas y a sus actos. La narración es una continuación natural del juego infantil.
En nuestro trabajo, creo que debemos considerar dos momentos: el de la narración, la producción narrativa y el del relato como su resultado, como producto establecido.
La producción es siempre a-posteriori de lo que afectó al sujeto.
Al relato producido le es inherente un tiempo en términos de un antes y un después.
Como se puede ver, las flechas temporales van en sentidos contrarios:

el de la constitución del relato, va del después al antes, de ahora al acontecimiento pasado al que tiene que encontrársele sentido;
el tiempo propio del relato constituido tiene su propio tiempo interno, con su antes y su después.
(Podemos tomar, por su valor ejemplar, el caso de Emma, en la segunda parte del Proyecto de psicología: a la paciente se le configura un relato estabilizado a los 13 años, que da lugar a los síntomas, de lo que le habría ocurrido a los 8.)

Los relatos pueden consistir en representaciones estructuradas como:

• relatos que el sujeto tiene de sí y de su historia, preconscientes;
• relatos de la historia de los otros en los que de algún modo queda involucrado, afectado;
• pero también de las que se configuran narrativamente en las fantasías inconscientes [5] (cuyo ejemplo paradigmático es la fantasía “Pegan a un niño”).

Esto significa que el vínculo con la realidad, con los otros, y con nosotros mismos, está siempre mediatizado por una interfaz fantasmática, que funciona como pantalla y superficie de contacto. (Después de todo, como decía Donald Meltzer, vivimos entre dos mundos, el externo y el interno).
La superficie de contacto (equivalente a una pantalla anti-estímulo dinámica) también está hecha de representaciones articuladas en relatos que le permiten al sujeto:

a. Modular los estímulos que ingresan al aparato (recuerden lo que decía Freud en Más allá del Principio de placer: para el sujeto es casi más importante protegerse de los estímulos que recibirlos).
b. Pero también situarse en esa configuración, ya sea como sujeto o como objeto.
La importancia central de la narración y del relato en la subjetividad es tal que resulta imposible pensar al sujeto sin sus narraciones. Dentro de nuestra práctica, ya en la primera entrevista somos destinatarios de un primer relato del paciente respecto de su padecimiento. Y así continúa en las siguientes y durante el proceso analítico o psicoterapéutico. Pero más allá de los consultorios, los relatos surgen espontáneamente en todo encuentro humano. Inevitablemente.

 
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Notas
 

[1] Pero como demuestra Laplanche con la Teoría de la Seducción Generalizada, había y hay un núcleo verdadero –de realidad material- incluido en esa teoría.
[2] La historización, de la que hablaba Piera Aulagnier, es la construcción de una narración.
[3] Voy a dejar de lado, porque no es el propósito de este texto, la cuestión acerca de la realidad material y la posibilidad de reconstrucción -o su imposibilidad, según otros-.
[4] En este texto tomo frecuentemente como términos equivalentes relato y narración, aunque es más apropiado hablar de narración como el acto productivo de narrar, y relato al enunciado narrativo, al producto de la narración.
[5] Por mi parte, creo que la puesta en relato es una facultad del preconsciente.

 
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