Prof.
Juan Ángel Magariños de Moretín,
In memorian.
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Cuando escuchamos a nuestros pacientes y nos ponemos
en contacto con la superficie de su discurso tenemos
la posibilidad de conocer su realidad psíquica,
algo imprescindible para poder intervenir en la clínica.
Tal como lo indicó Freud, estamos obligados a
servirnos de la moneda (forma del valor) que predomina
en el país que investigamos (Formulaciones
sobre los dos principios del acaecer psíquico).
El abandono de la teoría de la seducción
[1]
llevó a Freud a la postulación de una
nueva dimensión de la realidad, psíquica.
Es decir, un tipo particular de realidad determinada
por las fantasías de deseo y las defensas que
las deforman.
Si la realidad psíquica está a la altura
de su nombre, debe ser consistente. ¿Cuál
es, entonces, su estructura? Que está constituida
por un conjunto de representaciones es una respuesta
cierta pero aproximativa. No se trata sólo de
una colección de representaciones; éstas,
con grados de investimento, están articuladas
con variables niveles de complejidad.
Debemos diferenciar también las formas en que
están organizadas esas representaciones. Suelen
expresar una serie eslabonada de acontecimientos en
orden cronológico. Esta es la razón por
la que los psicoanalistas, en general, hablan de historia.
Porque la historia es una versión reconstructiva
de una sucesión de acontecimientos, sus causas
y sus consecuencias. Y es lo que los pacientes se proponen,
por ejemplo, cuando exponen la historia de sus padecimientos
y sus conflictos.
Pero debemos considerar que dos características
son inherentes a estos discursos: por un lado, que los
acontecimientos son contados de determinada manera,
son narrados; la segunda es que se trata de narraciones
orales.
El relato da forma a la historia personal. El yo se
historiza narrativamente. [2]
La narración puede correlacionarse con la enunciación
y el relato con el enunciado, ambas categorías
centrales para el estudio de la subjetividad en el lenguaje.
La realidad psíquica, que incluye la verdad histórico-vivencial,
está hecha de relatos; relatos la traman, son
tramas las que la constituyen [3].
Ya en la Psicopatología primitiva, Freud llamaba
“poetizaciones” y “novelas”
a las fantasías; es decir, relatos (ver Manuscrito
M, por ejemplo).
La elaboración secundaria,
una forma de narrativización [4]
espontánea, resulta ejemplar para entender uno
de los fundamentales trabajos del yo.
El relato es constituyente de la realidad psíquica
porque permite articular, explicar y explicarnos las
experiencias vividas activa o pasivamente; de encontrarles
sentido; de comunicarlas; de trasladarnos en el eje
del tiempo (inclusive de anticipar); de conjeturar posibilidades
(de lo que podrá ocurrir o de lo que podría
haber ocurrido); de tornar inteligible lo inesperado
y lo caótico.
La realidad psíquica está estructurada
como relatos.
En nuestra existencia singular, la narración
es la manera de dar forma a las experiencias vividas.
Pero, a su vez, las vivencias se vierten en matrices
narrativas que las ordenan. Permanentemente estamos
creando y recreando relatos: la superación o
la modificación de esos relatos se produce por
medio de… otros relatos. Naturalmente, no estoy
diciendo que estas narraciones sean ficcionales.
¿Qué es el Complejo de Edipo sino un relato
de las vicisitudes afectivas de los seres humanos vertidos
en la matriz de una tragedia clásica, derivada
a su vez de un relato mitológico? ¿Cómo
está plasmada la realidad histórico-vivencial,
sino en un complejo relato, como el que, por ejemplo,
reconstruye Freud en Moisés
y la religión monoteísta? ¿Qué
son sino narraciones las “formaciones” que
“permiten captar […] el conflicto fundamental
que, por intermedio de la rivalidad con el padre, liga
al sujeto con un valor simbólico esencial”,
en el mito individual del
neurótico (Lacan)?
Los autores que estudiaron los relatos, nos informan
de la existencia de una estructura
narrativa elemental, que consiste en la relación
de un sujeto con un objeto cuya falta pone la en marcha
(V. Propp; J. Courtés).
La narración establece un punto de equilibrio
entre dos opuestos, permanencia vs cambio (o entre cambio
y permanencia). La definición más elemental
de relato es: lo que da cuenta de un cambio de estado,
el paso de un estado a otro, es decir de la transformación
entre dos estados sucesivos y diferentes (Cf. J. Courtés,
Análisis semiótico
del discurso). Es inherente al relato la secuencia
temporal antes > después (o su inversa).
El equilibrio entre permanencia y cambio es una de las
razones principales por la que los relatos permiten
formular preguntas y respuestas acerca de la identidad
de ego (como dicen los antropólogos) y de los
otros.
Ofrece particular interés para nosotros la tesis
de Vladimir Propp, que en los años ’20
del siglo pasado investigó el cuento fantástico.
Propp afirmaba, después de analizar esos relatos,
que en todos ellos se podía ver el paso de una
carencia como situación inicial a la supresión
de esa carencia. Por supuesto que la dirección
de esta secuencia puede invertirse.
Su investigación le permitió definir funciones
dentro del conjunto de acciones de los personajes (por
ejemplo, la prohibición, la transgresión,
el engaño, etc.).
Pero volvamos sobre lo que dije al pasar unas líneas
más arriba: ¿qué pone en marcha
la necesidad del relato? La respuesta, vigente hasta
hoy, la ofreció Aristóteles: el giro de
las acciones en el sentido opuesto al que venían
desarrollándose “conforme a la regla [de]
probabilidad o [de] necesidad”; el cambio en la
fortuna: la peripéteia,
de donde se deriva “peripecia” (Cf. Poética).
Veamos ahora someramente algunas articulaciones entre
narración y metapsicología.
Todo lo que nos afecta y nos transforma debe es compulsivamente
ordenado por el yo de una manera que permita su inteligibilidad;
cuando no lo logra, permanece como un estímulo
incesante, que no da descanso en la tarea de encontrarla.
Esto ocurre cuando el ser humano –independientemente
de su edad, y en cada caso con los recursos que tenga
a su disposición- es afectado por un traumatismo,
por el micro-traumatismo de lo inesperado o por un sueño.
Es potencialmente traumático todo acontecimiento
que no encuentre una trama
preconsciente-consciente en la que alojarlo.
Es inherente al sujeto, y no solamente al yo, tratar
de encontrar sentido a las situaciones vividas y a sus
actos. La narración es una continuación
natural del juego infantil.
En nuestro trabajo, creo que debemos considerar dos
momentos: el de la narración, la producción
narrativa y el del relato como su resultado, como producto
establecido.
La producción es siempre a-posteriori
de lo que afectó al sujeto.
Al relato producido le es inherente un tiempo en términos
de un antes y un después.
Como se puede ver, las flechas temporales van en sentidos
contrarios:
el de la constitución del relato, va
del después al antes, de ahora al acontecimiento
pasado al que tiene que encontrársele sentido;
el tiempo propio del relato constituido tiene
su propio tiempo interno, con su antes y su después.
(Podemos tomar, por su valor ejemplar, el caso de Emma,
en la segunda parte del Proyecto
de psicología: a la paciente se le configura
un relato estabilizado a los 13 años, que da
lugar a los síntomas, de lo que le habría
ocurrido a los 8.)
Los relatos pueden consistir en representaciones estructuradas
como:
• relatos que el sujeto tiene de sí y de
su historia, preconscientes;
• relatos de la historia de los otros en los que
de algún modo queda involucrado, afectado;
• pero también de las que se configuran
narrativamente en las fantasías inconscientes
[5]
(cuyo ejemplo paradigmático es la fantasía
“Pegan a un niño”).
Esto significa que el vínculo con la realidad,
con los otros, y con nosotros mismos, está siempre
mediatizado por una interfaz fantasmática, que
funciona como pantalla y superficie de contacto. (Después
de todo, como decía Donald Meltzer, vivimos entre
dos mundos, el externo y el interno).
La superficie de contacto (equivalente a una pantalla
anti-estímulo dinámica) también
está hecha de representaciones articuladas en
relatos que le permiten al sujeto:
a. Modular los estímulos
que ingresan al aparato (recuerden lo que decía
Freud en Más allá del Principio de placer:
para el sujeto es casi más importante protegerse
de los estímulos que recibirlos).
b. Pero también situarse
en esa configuración, ya sea como sujeto o como
objeto.
La importancia central de la narración y del
relato en la subjetividad es tal que resulta imposible
pensar al sujeto sin sus narraciones. Dentro de nuestra
práctica, ya en la primera entrevista somos destinatarios
de un primer relato del paciente respecto de su padecimiento.
Y así continúa en las siguientes y durante
el proceso analítico o psicoterapéutico.
Pero más allá de los consultorios, los
relatos surgen espontáneamente en todo encuentro
humano. Inevitablemente.
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