Las diversas
configuraciones que fue adoptando la sexualidad adolescente
dependieron para su producción y puesta en
acto de los movimientos significantes que se llevaron
a cabo al interior del imaginario social de cada época.
No obstante, sus consecuentes modificaciones en los
usos y costumbres de dicha sexualidad no pudieron
ser expresados sino por cuenta y obra del accionar
del imaginario adolescente de turno (Cao, M. 1997),
en tanto éste último siempre operó
como una caja de resonancias de las alteraciones que
se produjeron en el ámbito del primero.
Es en este sentido que podemos afirmar que no hay
modos de representar, de sentir, de pensar y de hacer
que no tengan una raigambre social, cultural, e histórica.
Por esta razón, las significaciones imaginarias
sociales de cada época van a imponer su sello
a dichos modos. Asimismo, estas significaciones van
a incidir sobre el destino de las pulsiones al decidir
sobre la forma y el contenido que en el psiquismo
adquieran sus representantes: deseos, afectos y representaciones.
Por tanto, cada época va a proponer para estos
representantes una serie finita de caminos, la cual
a la manera de un consenso social implícito
permitirá dotar de cierta uniformidad a la
dinámica societaria.
Ahora bien, para validar sus aseveraciones este enfoque
transubjetivo requerirá de una serie de datos
provenientes de las producciones culturales de la
época, ya que a partir de ellos se podrá
desentrañar cuales son aquellos movimientos
significantes que influyen en la formación
de los hábitos sexuales adolescentes. Para
encarar dicha tarea optaremos por la cinematografía,
una de las producciones culturales más penetrante
y difundida a lo largo del último siglo.
Sex and the city
La cinematografía, al igual que otras producciones
artísticas, opera de manera simultánea
como receptora y transmisora de los valores e ideales
que circulan en una cultura. Los recibe, en tanto
se nutre de ellos, para poder plasmar en la estructura
del guión la trama de sentidos que sostiene
el relato fílmico. Asimismo, los trasmite moldeando
de manera identificatoria la subjetividad, induciendo
a incorporar estos nuevos modelos de pensamiento y
acción. Asimismo, en este campo de inducciones
queda incluida la filmografía publicitaria
con su cada vez más sofisticada incitación
a un consumo sin fronteras, basado también
en una identificación icónica con sus
protagonistas y situaciones.
Los filmes presentan, representan y trasmiten modelos,
tal como lo demostrará esta pequeña
recorrida. Empecemos por Verano del ’42, aquel
film rodado por R. Mulligan en 1971, que describe
las vacaciones de tres adolescentes en el marco de
la Segunda Guerra Mundial. El nudo argumental narra
el romance entre uno de ellos y una mujer cuyo esposo
está en el frente. Mas el hilo conductor que
los une es el de la iniciación sexual, para
la cual se aprenden de memoria un libro sobre técnicas
sexuales. Por esta razón, la tierna y graciosa
escena donde los otros dos van a la playa a debutar
con sendas chicas se corona cuando entre las dunas
uno le susurra al otro su desconcierto, porque según
la tabla de excitación que describe el libro
él va por el número 8 y ella por el
15.
En Los soñadores, filmada en 2003, Bertolucci
aborda la iniciación sexual ubicándola
en un triángulo amoroso que se despliega en
el marco del Mayo Francés. Allí un joven
yanqui entabla amistad con una pareja de hermanos
quienes lo invitan a vivir en su departamento mientras
sus padres están ausentes. Como el invitado
comparte su afición por el cine, los tres juegan
a recrear escenas de películas clásicas
mientras debaten ideas políticas. Entre tanto
el invitado y la hermana terminan envueltos en una
relación amorosa estimulada y obstaculizada
por la presencia del hermano. El triángulo
trazado ingresa en un huis clos, lugar hermético
representado por el departamento, donde se produce
una iniciación a través de juegos literarios
y rituales eróticos. A diferencia del film
anterior, éste muestra los efectos de la información
y la liberalización de las costumbres en el
marco del derrumbe de los valores sostenidos por la
burguesía.
Lejos de los ecos de la revolución sexual y
del cuestionamiento del statu quo, y antes del vaciamiento
subjetivo a manos del posmodernismo filosófico
y del neoliberalismo político-económico,
la línea romántica retorna en el film
Antes del amanecer, dirigida en 1995 por R. Linklater.
Aquí un joven yanqui conoce a una francesita
a bordo de un tren que marcha hacia Viena. Allí
él la convence de pasar un día juntos.
En el curso de esas 24 horas se conocerán a
fondo, con sexo nocturno en el parque y promesa de
reencuentro incluida. El modelo en juego es el del
encuentro vivencial entre dos subjetividades, cuyo
intercambio de afinidades y diferencias permite construir
un espacio imaginario-simbólico donde plasmar
una relación sexual y eventualmente un lazo
amoroso.
También en 1995, pero a años luz de
la anterior por la patética densidad de su
temática, Larry Clark estrena Kids. La película
retrata un día en la vida de un grupo de adolescentes
neoyorquinos sumergidos en el alcohol, las drogas
y el sexo en el marco de relaciones vacías
e indiscriminadas. Este film nos arrastra al corazón
de las tinieblas de la década del ’90,
ya que refleja como un sector de la juventud vive
su despertar sexual con la presencia estelar del SIDA
y la flagrante ausencia de los adultos. El guión
se centra en un joven de 17 años quien cree
protegerse tanto del SIDA como del embarazo acostándose
con chicas vírgenes. El giro paradójico
del film surge cuando una de sus conquistas descubre
que es portadora del virus y que fue él quien
se lo trasmitió.
Fue durante esta misma década que comenzaron
a recalar en la filmografía que abarca o incluye
la problemática adolescente las respectivas
versiones homosexuales. En 1998 se estrena Descubriendo
el amor (Fucking Åmål), del sueco L. Moodysson.
Este film muestra como se despliega una relación
amorosa entre dos alumnas del secundario en el contexto
de los prejuicios y la falta de contención
de los adultos de un pequeño pueblo (Åmål).
En cambio, en Happy together, filmada por el hongkonés
W. Kar-Wai en 1997, lo que se muestra es la relación
tormentosa de una pareja gay que viaja para conocer
las cataratas del Iguazú.
Estrenada en 2007, La joven vida de Juno es un film
dirigido por J. Reitman, donde detrás de una
sutil idealización del embarazo adolescente
se filtra un alegato antiaborto. A sus 16 años
Juno descubre que está embarazada de su amigovio,
y aunque inicialmente decide abortar luego opta por
la adopción. Toma esta decisión apoyada
en el discurso pro-vida de una amiga, ya que el amigovio
se esfuma y su familia no logra apuntalarla. El film
refleja la inconsistencia adulta a la hora de contener
a los jóvenes, apelando a una edulcorada y
pasiva cesión de responsabilidades. Es por
ello que Juno imposta un rol maduro cuando debe enfrentar
una situación que la desborda, tal como se
refleja cuando se quiebra frente a tanta presión.
Paradójicamente, la exaltación de la
heroína solitaria tan cara a la filmografía
de Hollywood, nos vuelve a enfrentar con la ausencia
de los adultos en la problemática adolescente
actual.
En Paranoid Park, película dirigida por Gus
Van Sant en 2007, un adolescente descubre un circuito
marginal para skaters que lo llevará a una
exploración tan inesperada como fatal. Un guardia
que lo descubre jugando en un tren de carga muere
luego de un forcejeo, a partir de allí su vida
adquirirá un clima oprimente. Sin embargo,
antes del incidente el divorcio de sus padres ya había
perturbado el curso de sus intereses vitales. El vínculo
con una chica, que lo presionará para dejar
atrás su virginidad y salir de inmediato a
contárselo a sus amigas, se diluirá
tras su resistencia a formalizar. Así, el sexo
adquirirá para ambos un valor de cambio tan
diferente que los alejará de un encuentro significativo.
Este breve recorrido fílmico ilustra algunos
de los modelos en los que abrevan los adolescentes
frente a la problemática sexual. Las modificaciones
acaecidas en ellos a lo largo de las últimas
décadas dan cuenta de los profundos cambios
culturales que aparejaron el ideario posmoderno y
la restauración del neoliberalismo como credos
seculares. No obstante, esta no es ni ha sido su única
fuente, ya que a la hora de obtener información
además de las versiones fílmicas cuentan
con la pornografía gráfica, el pornosoft
que arrecia por cable y con el gran protagonista,
la red de redes, Internet.
En compañía
del miedo
El abordaje de la sexualidad genital desata una serie
de vicisitudes en el registro narcisista adolescente.
Esta serie se articula de acuerdo a la significación
que se lleve a cabo en torno de las vivencias experimentadas
(satisfacción o insatisfacción, éxito
o fracaso, etc.), y de sus consecuencias prácticas
(desenvoltura o inhibición, evitación
o compulsión, etc.). De este modo, la sinergia
que se desprenda de la combinación entre vivencia
y accionar va a delinear los diversos posicionamientos
subjetivos que irán adoptando los adolescentes
en ocasión de este nuevo suceso.
Asomarse al mundo de las prácticas sexuales
que incluyen a otro en calidad de partenaire pone
sobre el tapete las condiciones en que se encuentra
el equilibrio de la autoestima. Sabemos que ésta
se constituye en ocasión de los sucesivos encuentros
con los otros del vínculo, encuentros donde
se pondrá en juego la función apuntalante
y acompañante de los mismos (Cao, M. 2009).
Por esta razón el encuentro con el partenaire
puede devenir en una ocasión para la reafirmación
o el incremento de la autoestima, así como
para su temido drenaje.
Es que para el registro narcisista el encuentro con
el partenaire de turno va a deparar una serie de riesgos
en la medida que se encuentra en juego un conjunto
de sanciones personales, familiares y sociales. Estas
sanciones van a contribuir en la construcción
de un montaje identitario que determinará a
futuro el accionar del sujeto en el territorio de
la sexualidad. Así, las categorías fantasmáticas
de seductor y potente pueden acechar el desempeño
del varón a la hora de poner a prueba sus deseos
y recursos, tanto en el momento de la conquista como
en el de proveer gratificación al partenaire.
Igualmente, los fantasmas de ser atractiva, valorada
y querida ponen sitio a la autoestima femenina, que
se debatirá entre las dudas que aquejan tanto
a su imagen como a su desempeño.
En consecuencia, los miedos e inseguridades que generan
las diversas exploraciones sexuales van a ser bloqueados
por el uso de drogas. La marihuana y el alcohol suelen
tomar la delantera, pero las llamadas drogas duras
no están ausentes. Su utilización de
manera indiscriminada genera un efecto deletéreo
para la vida anímica de los adolescentes. Ya
porque la anestesia o la inconciencia que promueven
las primeras les quitan presencia a sus actos a la
hora de disfrutarlos o sufrirlos, ya porque en su
reverso maníaco las segundas los llevan a un
frenesí artificial que también erosiona
la subjetividad.
De este modo, el consumo defensivo de estas sustancias
conlleva una banalización del encuentro con
el otro, minimizando así el impacto de lo diferente
y de lo ajeno. Una vez más recalamos frente
al mismo escenario: el desafío más riesgoso
es el acceso a la intimidad del vínculo. Veamos
un par de viñetas clínicas.
Esteban se queja de que a sus 18 años todavía
es virgen. Sus intentos no dan frutos porque lo tortura
la fantasía de una falta de erección.
Sin embargo, esta fantasía encubre un miedo
aún mayor: que se quede sin recursos cuando
se encuentre con su partenaire. Cree, entonces, que
no podrá hablar porque no se le va a ocurrir
nada, y que no podrá actuar porque no va a
saber cómo hacerlo. Para paliar estos miedos
se alcoholiza hasta anular el miedo, pero con la consiguiente
y paradójica pérdida de reflejos y…
¡de recursos!
En este traumático círculo vicioso logra
abordar a chicas que responden interesadas, pero cuando
llega la hora de la verdad sucede algo que lo frena.
Ese freno, según él, se dispara cuando
siente que pierde la erección. Desde luego,
ningún argumento lo convence de tomárselo
con calma, de solicitar ayuda, y/o de retomar el juego
amoroso. Para Esteban el humillante fracaso ha golpeado
una vez más su puerta.
Sin embargo, hay algo más que se pone en juego
y que a sus emociones les cuesta manejar. Alguna de
estas chicas le propone una vinculación que
sobreviva más allá de ese único
encuentro, quitándole así el tinte de
una descarga puntual y anónima. Es ahí
cuando su discurso defensivo lo hace dudar: no sabe
si la chica le gusta o no. Entonces, ¿será
que no se le para porque la elige aunque no le gusta,
o elige a la que no le gusta para que no se le pare?
Aquí hace su aparición estelar otro
fantasma: las chicas que le gustan no le van a dar
bola.
Así, mientras todas las salidas parecen clausuradas,
sufre por su exclusión de la genitalidad y
su autoestima se hunde en las arenas movedizas de
la impotencia y del autorreproche. No obstante, cada
vez que despejamos estos nubarrones y ahondamos en
sus emociones, termina aceptando su temor a vincularse
por falta de recursos a la hora de mantener no sólo
la erección sino también el interés
del partenaire.
Carla, por su parte, aparenta estar en las antípodas
de Esteban. Con sus 16 años recién cumplidos
detenta un prontuario sexual frondoso para su corta
edad. Debutó a los 13 con un compañero
al que vivía estampillada. A los 15 conoció
el amor, pero le no duró mucho porque a los
ocho meses él la dejó. A partir de ese
momento no se privó de “comerse a un
pibe” que le gustara.
Carla se muestra sin prejuicios a la hora de relacionarse
con el otro sexo. Sin embargo, cuando ahondamos en
su interior confiesa que no disfruta con cualquiera,
que para gozar tiene que sentir algo por su partenaire.
De hecho, recién accedió al orgasmo
cuando empezó a salir con su gran amor. Por
esta razón, detrás del desprejuicio
con el que se presenta e intenta sostener su autoestima,
se esconde una vulnerabilidad que huye de los embates
del sufrimiento amoroso. Aquel abandono no hizo más
que remachar una historia familiar de fallas, tanto
en el apuntalamiento como en el acompañamiento
que hubiera necesitado.
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