El
tema que me propusieron y que yo de alguna manera
elegí de acuerdo a lo conversado previamente,
tiene que ver con una pregunta: ¿qué
se conserva hoy de la infancia que conocimos? Voy
a aclarar por qué dije “infancia”
y no “niñez”; en realidad no
lo medité previamente, pero me doy cuenta
ahora que estoy frente a ustedes, que la diferencia
es que la niñez es un estadío cronológico
mientras que la infancia es una categoría
constitutiva. La niñez tiene que ver con
una etapa definida por el desarrollo mientras que
la infancia tiene que ver con los momentos constitutivos
estructurales de la subjetividad infantil. Por eso
la apelación al concepto de infancia que
tradicionalmente se usaba para los que no hablan
y, aunque en el psicoanálisis ha sido muy
usado para el niño antes de que tenga lenguaje,
creo que la categoría de los que no hablan
en el caso de la infancia se marca por este nuevo
paradigma, por esta nueva propuesta, del niño
como sujeto. En la medida en que los niños,
aunque hablaran han estado privados de palabra por
muchos años. De manera que la idea de qué
es lo que cambia o qué se conserva de la
infancia que conocimos, se abre en una doble dimensión.
Por un lado, en qué marco se constituyen
hoy las condiciones de producción subjetiva
de la infancia. Por otra parte, de qué manera
hay un desfasaje entre las condiciones históricas
que han derribado de alguna manera una serie de
derechos de los niños, de derechos logrados
durante muchos años en nuestro país
y en el mundo -y ahora me voy a referir a algunos-
y de qué manera, por otra parte, hay un deseo
de reposicionarlos. Hay una paradoja en esto, en
tanto los derechos que estamos planteando constituir
no son nuevos sino que son derechos que se han ido
perdiendo a lo largo del tiempo. Por eso hablo de
qué se conserva hoy de la infancia que conocimos.
Yo siempre insisto en que la esperanza de un país
se mide por la propuesta que tiene para la infancia.
Es a través de lo que se propone a los niños
donde se ve claramente la perspectiva de futuro
que un país tiene.
En el marco de la deconstrucción de la subjetividad
y de los sujetos sociales, tal como lo estamos viendo
en esta etapa histórica es inevitable que
los niños sean arrasados por las mismas condiciones.[1]
Hay un hecho que abarca al conjunto de la sociedad
y muy particularmente en la Argentina y tal vez,
en parte, en Estados Unidos también, que
tiene que ver con la patologización de la
sociedad civil. La patologización de la sociedad
civil, en este momento, es tal vez uno de los riesgos
más graves que estamos enfrentando; si alguien
se queda sin trabajo, se lo considera un depresivo,
si un niño no puede aguantar ocho o diez
horas de clase más tareas extraescolares,
más clases el fin de semana, se lo considera
un hiperkinético. O cambió la genética
de esta ciudad, o algo está funcionando mal,
en la medida en que hay una definición, hay
como una propuesta en la cual el genotipo que se
propone para el porteño, es un genotipo hiperkinético,
a partir de que los niños ya no pueden permanecer
sentados la cantidad de horas que se les propone.
Entonces, esto como para ir abriendo una cuestión
que yo considero de alto riesgo y que podríamos
llamarlo el fin de la
infancia. El fin de la infancia en tanto
moratoria de producción y de creación
de sujetos capaces de pensar bajo ciertos rubros
de creatividad. El terror de los padres porque los
niños caigan de la cadena productiva obliga
permanentemente a que los niños estén
compulsados a trabajar desde chiquitos. No solamente
abriendo y cerrando coches, sino también
en las múltiples tareas que les son propuestas.
Cuando yo era pequeña, uno estudiaba para
ganarse el premio Nóbel, como decían
la mamá y el papá. Era un país
de inmigrantes y de migrantes internos, con lo cual
lo que se esperaba era que los hijos vivieran mejor
que los padres, y se esperaba, además, que
cumplieran no solamente sueños económicos,
sino sueños de realizaciones narcisísticas.
Actualmente los niños estudian para no vivir
peor que sus abuelos. Yo tengo pacientes que dicen
cosas extraordinarias, tales como: “Y bueno,
si no estudio y puedo ser tachero... ¿cuánto
gana un taxista? ¿Ochocientos pesos?”...
Y hacen cálculos respecto de lo que les ocurriría
si no estudiaran. Con lo cual hay algo que es la
caída de los ideales respecto del conocimiento
y lo nuevo es una concepción del conocimiento
como pura mercancía en la cual los sujetos
están preparándose para poder ser
subastados en el mercado de intercambio.
Este es uno de los aspectos que tienen que ver con
el fin de la infancia y que trae como consecuencia,
también desde otro ángulo, la patologización.
El segundo tema al cual quiero referirme es a los
cambios en los modos con los cuales esto influye
en la transmisión de conocimientos y en la
forma en la cual se posicionan los niños
ante los adultos que transmiten conocimientos. Es
indudable que hay dos estallidos severos, importantes,
no digo que sean de riesgo, sino importantes en
cuanto a los modelos tradicionales. Uno tiene que
ver con las formas de procreación, vale decir
con el estallido de la familia tradicional y otro
tiene que ver con el estallido de los modos de circulación
de conocimientos. Hay una serie de falsos enfrentamientos,
en mi opinión bastante pobremente planteados,
respecto, por ejemplo, a la escuela enfrentada a
los medios de comunicación. Como si la televisión
pusiera en riesgo el que los niños estudien.
Cuando yo tengo pacientes adolescentes que se sacan
4 en la botánica de Linneo y me pueden explicar
perfectamente un programa entero de Animal Planet
o de Discovery Channel, donde saben mucha más
biología y ciencias naturales que lo que
el colegio pretende enseñarles. El nuevo
movimiento en los medios de comunicación
ha producido, también, un estallido en los
modos de los procesos tradicionales de simbolización,
que a los adultos nos son difíciles de seguir.
Por ejemplo, no sé si todos los presentes
conocen las diferencias entre Pókemon y Digimon.
Y no es un chiste, es algo muy serio: los Pókemon
existen los Digimon son virtuales. Los Digimon son
creados dentro del espacio virtual como otro espacio
virtual. Con lo cual los niños -y yo tengo
un montón de nietos con los que puedo experimentar
además de los pacientes- me dicen: “Pero,
abuela, es muy fácil; los Digimon no existen,
los Pókemon sí existen”. Entonces,
se ha producido un desdoblamiento de los espacios
virtuales que implican nuevas formas de simbolización.
Sabemos que la lógica combinatoria de Piaget
es una adquisición histórica de la
cultura. No es una lógica fundacional, como
la lógica binaria. Estamos frente a modos
de simbolización que no han sido conceptualizados
todavía y que no estamos en condiciones aún
de instrumentar y darle la potencialidad que tienen.
Entonces, el segundo elemento que ha variado es
el modo de emplazamiento de la familia y de la escuela
frente a los conocimientos, porque éstas
han dejado de ser los centros de transmisión
de conocimientos para ser los lugares de procesamiento
de la información que los niños poseen.
Esto a todos los niveles. Con lo cual el maestro
tiene que recuperar la vieja posición de
maestro, no de alguien que imparte instrucción
sino de alguien que procesa la formación
del espíritu.
Claro, en la medida en que esto no lo transformemos,
se genera una situación muy compleja, porque
para los niños pobres indudablemente los
maestros son compañeros de miseria. Con lo
cual, qué les van a dar bolilla si no les
pueden enseñar a vivir mejor. Y para los
niños ricos, los maestros son empleados de
los padres. Con lo cual, qué les van a dar
bolilla al maestro si lo que aprendió no
les sirvió para ser jefes o pares de los
padres. Ustedes se dan cuenta que estamos en una
situación muy complicada para rearmar los
sistemas de transferencia.
Pero, además, es indudable que los niños
están totalmente parasitados por las angustias
catastróficas de los padres respecto al futuro.
Y no sólo de los padres; de todo el sistema
respecto al porvenir, porque no tienen una propuesta.
Y este es uno de los derechos que nosotros tenemos
que restituir a la infancia; el derecho a..., como
decía una paciente mía: “Silvia,
yo no quiero proyectos, quiero sueños”.
Porque en realidad es imposible estructurar proyectos
si no es sobre el trasfondo de los sueños.
Es imposible estudiar si uno no piensa que algún
día va a ejercer una profesión. Y
es imposible poder formar una pareja si uno no piensa
que algún día va a poder criar bien
a los hijos. De manera que la relación proyecto–sueño
es un derecho que los niños tienen, derecho
a que restituyamos en el eje de la sociedad. Esto
del lado de la cuestión del conocimiento,
la escolaridad y los nuevos estallidos.
Otro tema que tiene que ver con esta cuestión
está muy ligado a un tema que Eva Giberti
ha trabajado mucho con Los
hijos de la fertilización asistida [2]
, respecto a que las nuevas tecnologías abren
no sólo un campo de producción simbólica,
sino un campo de producción reproductiva.
La humanidad ha tardado cientos de años,
digamos milenios, en poder tener relaciones sexuales
sin procrear y ahora está, en este siglo,
preocupadísima por procrear sin tener relaciones
sexuales. Esto es absolutamente extraordinario y
se refleja muy claramente en el pensamiento infantil.
Yo soy psicoanalista y he sufrido varios golpes
en estos años. Por ejemplo, el día
que le interpreté a una niña eso que
los psicoanalistas llamamos escena primaria, vale
decir la relación entre los padres como situación
de exclusión y como escena de engendramiento.
Y me contestó: “No, si mi ya mamá
no puede tener hijos”. Otro fue, por ejemplo,
una niña a la que le pregunté por
qué pensaba que los hombres tenían
pene. Y me contestó lo siguiente -no me contestó
“porque a las mujeres se lo cortaron”,
como pensaba Freud. Me contestó: “porque
el espermatozoide es largo y finito y necesita un
canal adecuado para ser evacuado”. Siete años
tenía. Con lo cual yo tuve una sensación
extraordinaria, porque era una teoría sexual
infantil, no era una teoría científica.
Y lo que sí se conserva es el enigma.
Un niño de ocho años me explicó
hace poco todo lo que hace a las relaciones sexuales;
cómo se producen, qué le pasa al hombre,
a la mujer, todo. Y cuando terminó le pregunté:
“¿Y vos sabés que así
se hacen los chicos?”. Y me contestó:
“¡No me digas! Eso nunca me lo imaginé”.
Es absolutamente extraordinario cómo se reflejan
en los nuevos enigmas de la infancia los nuevos
modos de circulación de las grandes transformaciones
científicas en el interior de las formas
de la reproducción.
Yo he trabajado en estos años para diferenciar
dos conceptos: uno que tiene que ver con la producción
de subjetividad y otro que tiene que ver con la
constitución psíquica. Porque no es
cierto que todo ha variado. Yo les estoy hablando
de que los niños siguen haciendo teorías
sobre los enigmas. Y aunque les expliquen las cosas,
siguen metabolizando y transformándolas en
función de fantasías que los habitan.
La diferencia estaría dada por lo siguiente:
la producción de subjetividad es el modo
por el cual la sociedad define las leyes o reglas
con las cuales un sujeto tiene que incluirse en
la vida social. Cuando yo era chica iba a la escuela
del Estado, y la maestra revisaba si teníamos
pañuelo. Y cuando estaba en segundo grado,
como era un país que no sólo se planteaba
comer sino cambiar la estructura social de sus inmigrantes,
en mi escuela que era una escuela culta de provincia,
de las escuelas normales mixtas de origen sarmientino,
de las maestras que trajo Sarmiento de Boston, a
mí me hicieron llevar comida y nos enseñaron
a usar los cubiertos. La alimentación escolar
hoy es un índice del nivel de regresión
del país en su conjunto, más allá
de que sea necesario ejercerlo y sepamos que hay
una enorme cantidad de niños que requieren
proteínas para aprender y calorías
para poder estar sentados cuando hace frío.
Pero de todas maneras ahí estamos viendo
que hay una propuesta de construcción de
la subjetividad que en mi época tenía
aspectos verdaderos y aspectos mentirosos tales
como que “el ahorro era la base de la fortuna”.
Hace unos días encontré mi vieja libreta
de ahorro con $ 2.50 de aquella época...
Nunca retirados porque la devaluación los
hizo impotables... Bueno, esto es producción
de subjetividad. Producción de subjetividad
en Atenas, en Esparta... los modos en los cuáles
cada sociedad ha ido definiendo cómo deben
ser los sujetos sociales. Una de las cosas que más
conmociona, en estos momentos, es ver en los niños
que la legalidad, digamos, está determinada
por el castigo y no por la culpa. Vale decir, hay
una transformación; no es “no lo hago
porque eso es malo o feo y no sería bueno
si lo hiciera” sino, “no lo hago porque
me pueden agarrar”. Y esto está en
el discurso parental, no es un problema de los niños.
Yo voy a recordar una anécdota terrible,
que me ocurrió en México, cuando vivía
allá en los años duros de la dictadura.
En el estado de Tabasco, un niño de la comunidad,
campesino, en tránsito, fue atrapado por
un robo y entonces el jefe de policía, una
persona realmente encantadora, -y lo digo en serio,
un hombre precisamente puesto ahí para modificar
las formas conocidas de la violencia policial y
la represión- llamó a la madre, que
era indígena y le dijo que su niño
había robado. Entonces la madre agarró
lo que se llama una reata, una cuerda gruesa que
usaba como cinturón, y empezó a pegarle
al chico: “¿Qué te crees, que
eres presidente municipal para robar?, ¿qué
te crees, que eres gobernador para robar?”.
El policía le dijo: “Señora,
lléveselo”. Y otro niño que
le ofreció dinero a la profesora de inglés
para que le dé por aprobado un examen en
el que él había fallado, y cuando
ella, indignada, llamó al padre para informarle
de lo sucedido, este señor le dice: “Claro,
y le ofreció poco, ¿no?”.
Entonces, estamos frente a modos de circulación,
de caída de los sistemas de enunciados valorativos
que, así como antes era una vergüenza
tener piojos y robar, ahora los niños tienen
piojos y roban. Y se habla poco del robo en las
escuelas. Los niños roban, por eso en todas
las escuelas llevan los útiles con su nombre.
Y no roban en las escuelas de pobres, roban en las
escuelas de ricos o de clase media. Lo cual demuestra
que hay una distancia, en este momento, entre la
voracidad que se genera en el conjunto de la sociedad
frente a la enorme cantidad de bienes que circulan
y las posibilidades que cada sujeto tiene de obtenerlos.
Y quisiera plantear algo asociado a eso: la miseria
no engendra delincuencia, lo que engendra delincuencia
es la descomposición social. Y lo que nosotros
estamos viendo -y hay estudios realizados sobre,
por ejemplo, poblaciones periféricas de urbes
obreras empobrecidas, en relación a sectores
de desocupación-, a lo que estamos asistiendo,
es a procesos de descomposición social que
no están determinados mecánicamente
por la pobreza. Y que afectan el conjunto de la
sociedad. Con lo cual esto tiene que ver con la
producción de subjetividad, y no es para
siempre. Lo digo en términos alentadores;
la producción de subjetividad no es para
siempre. Es más, yo les diría que
las formas espontáneas de reconstrucción
solidaria de la sociedad argentina, los modos en
que se producen en estos momentos formas espontáneas
de recomposición solidaria son sistemas educativos
básicos para los niños. Creo que esto
también es algo que hay que tener en cuenta
porque sino entramos en posiciones catastróficas.
Diferencia, entonces, entre producción de
subjetividad y constitución psíquica.
La constitución psíquica tiene que
ver con ciertos universales. Las leyes de producción
de la inteligencia no varían. Los modos de
la simbolización varían en sus contenidos,
pero, más o menos, se mantienen en sus formas,
aún cuando aparecen nuevas formas de simbolización.
Y formas realmente muy interesantes e inéditas
de producción de simbolización, que
vamos a tener que capturar para darles una posibilidad
en los próximos años.
Los modelos tradicionales han caducado o se han
vuelto obsoletos en un porcentaje altísimo,
digamos, de las formas tradicionales en las cuales
funcionan las familias en nuestra sociedad. No me
corresponde a mi decirlo, pero hay una enorme cantidad
de familias en nuestra ciudad con jefas de familias
mujeres, hay un incremento de la desocupación
masculina con mujeres que salen a trabajar; hay
una enorme cantidad de variaciones con las nuevas
formas de fertilización asistida y ya se
están consagrando los primeros acuerdos para
cambio de atribución de sexo y posibilidades
de adopción para personas solas e inclusive
en víspera de posibilidad de adopción
homosexual. Y alguna vez habrá nueva legislación
del matrimonio para personas del mismo sexo. Hay
un gran debate respecto de la adopción homosexual
lo cual es una tontería porque a esta altura
los homosexuales, incluso, pueden engendrar: con
los nuevos medios de fertilización asistida
en Estados Unidos hay una enorme cantidad de parejas
lesbianas que no tienen por qué adoptar porque
hacen fertilización asistida y tienen hijos
dentro de la pareja. Y se turnan para tenerlo. O
de hombres que consiguen una amiga con la cual hacer
una implantación de semen, para poder tener
niños. Entonces, dejémonos de discutir
cuestiones secundarias cuando lo que se está
planteando acá es qué vamos a considerar
nosotros como elemento que sí se sostiene
en la constitución del psiquismo respecto
a la relación adulto–niño. Es
indudable que el viejo cuento del Edipo, del niño
que amaba a la mamá y odiaba al papá,
ya tiene poco lugar: hay pocos niños con
mamá y papá. Ahora los niños
tienen que asesinar al padre, al padrastro, al vecino...
Quiero decir que si Edipo hubiera sido porteño
hubiera tenido que salir al cruce de cuatro esquinas
para liquidar todo lo que se le oponía para
el encuentro con la mamá.
Pero es cierto, y esto es lo que se sostiene en
la constitución de la subjetividad, que no
hay ninguna razón para que los seres humanos
tengan hijos más que su deseo de trascendencia
y de amor. Los que hayan visto “Inteligencia
Artificial”, el último film de Spielberg,
por ejemplo, habrán entendido que la razón
por la que aquella mujer, la protagonista, quiere
un niño, es para ser amada y que ese niño
quiere ser amado por una madre. Yo hago una broma,
a veces, y digo que los seres humanos tienen hijos
para no morir de amor propio. Porque en realidad
no hay ninguna otra razón, al menos en el
horizonte de nuestra cultura; se acabó “la
prole para trabajar la tierra”. Ahora una
boca más es otra boca más para alimentar
y no dos brazos más para trabajar. De manera
que no hay ninguna razón para tener hijos
más que el deseo de trascender y el narcisismo
trasvasante; el deseo de brindar el amor de uno
mismo a otro. Y esto se sostiene y se va a sostener
más allá de las nuevas formas de fertilización
asistida. Se va a sostener salvo que se hagan embriones
humanos para transplante de órganos. Pero
ahí ya no estaremos hablando de condiciones
para la humanización. Ahí estaremos
hablando de cuerpos humanos y no de crías
humanas.
Cuando nos tocó presentar el libro de Eva
Giberti que mencioné, yo decía: “que
nadie se haga la idea fantasiosa de que se van a
producir seres artificiales para la guerra”,
porque la verdad es que con el ejército de
desocupados que tenemos más las nuevas tecnologías,
quién querría procrear un bebé
de probeta, que es carísimo, para mandarlos
a morir en cualquier lugar del mundo. Hoy les sería
absolutamente antieconómico, mucho más
barato les saldría mandar a los desocupados
a morir en cualquier lugar del mundo. De manera
que no nos pongamos apocalípticos con la
idea de que se van a producir seres humanos de probeta
para la guerra. Se van a producir seres humanos
de distintas maneras y estos seres humanos serán
amados por quienes los han encargado. Quiero decir
que lo que se mantiene es esta relación adulto–niño
con una asimetría de poder y de saber sobre
el niño. Y que esta asimetría de poder
y de saber sobre el niño implica que sea
fundamental que la sociedad encuentre modos de legislación
de la relación adulto–niño,
en la medida en que lo que sí se conserva
del viejo concepto de Edipo que los psicoanalistas
alguna vez acuñamos, es que hay una circulación
erótica entre el adulto y el niño
que tiene que ser pautada por la sociedad en la
medida en que el niño está en una
situación de desventaja respecto a conocimientos
y posibilidades de dominio, y que el adulto está
en una posición de poder respecto al cuerpo
del niño. Con lo cual hay que redefinir el
Edipo. Hoy en psicoanálisis, el famoso complejo
de Edipo tiene que ser reformulado en términos
de la interdicción que toda cultura ejerce
respecto de la apropiación del cuerpo del
niño como lugar de goce del adulto. Y esto
va también con la legislación del
tema “Lolitas”. No puede seguir existiendo
una sociedad en la cual se dice que “la nena
quiso...” Como dicen las mamás: “Y,
bueno... la nena quería”. ¿Ella
quería pasearse en bombacha y corpiño
por la 9 de Julio para ganar $ 50...? Esto es un
escándalo. Los niños no pueden definir
los límites por los cuales el adulto se apropia
de su cuerpo. Y hay un movimiento mundial muy grave
que intenta bajar la edad de consentimiento para
la sexualidad. Es más, hay sectas paidófilas
en este momento trabajando en Italia, en varios
países, intentando bajar la edad de consenso.
Y la edad de consenso tiene que ser regulada no
por el deseo. La sociedad no puede definir sus regulaciones
por los deseos de los seres humanos sino precisamente
sobre el deseo de los seres humanos. Nosotros tenemos
una experiencia muy triste en este país respecto
de la historia de los niños apropiados en
la dictadura, donde se pretendía legislar
de acuerdo a lo que los niños sentían.
No se puede legislar de acuerdo a lo que los seres
humanos sienten. Se tiene que legislar respecto
a las acciones de los seres humanos y luego hacerse
cargo de los sufrimientos que se producen.
Cuestiones que siguen variando también en
la subjetividad infantil en los modos en los cuales
circulan los enigmas. Yo señalé que
la diferencia anatómica ya no tiene las respuestas
que tuvo en el Siglo XIX e inclusive en el XX avanzado.
Pero los niños siguen teorizando sobre la
diferencia sexual anatómica.
Y también han variado los modos de la angustia.
Yo no recibo prácticamente en este momento,
más que en porcentajes mínimos, niños
varones que tengan angustia de castración.
Pero si recibo niños que tienen angustia
de pasivización y de penetración.
Hay una enorme angustia violatoria en los niños
de este país, en realidad en todo el mundo,
en Estados Unidos, que empapa al conjunto de Occidente,
al menos en la parte del continente que nos ha tocado.
Quienes hayan visto Ciudad
de Ángeles [3]
podrán recordar cómo hay un niño
que puede morir porque le dijeron que “no
debe hablar con los adultos porque son peligrosos”.
Y una de las cuestiones que se redefine hoy es la
cuestión abuso. Cuando se discute la nueva
ley del menor, una de las problemáticas que
se toma en cuenta es que las penalizaciones tienen
que ser mayores para aquellos que tienen responsabilidades
específicas con los niños. Para los
miembros de las fuerzas armadas, maestros, padres,
padrastros, sacerdotes... Todos aquellos que tienen
poder de convicción sobre el niño
que hace al niño más inerme frente
a sus funciones y que, además, produce una
caída de las condiciones de confianza en
la infancia en el sostén que el adulto debe
brindarle. La vieja idea que entre un niño
de 12 años y uno de 6 se han bajado lo pantalones
en el baño, en juegos sexuales, es ridícula.
Los juegos sexuales se dan en simetría. No
se dan en asimetría. Hay niños en
este momento tratando de sodomizar a otros más
pequeños, en los baños. Con lo cual
hay una tarea muy compleja que es cómo regular
estas situaciones de desborde sin transformar las
escuelas nuevamente en un panóptico. Sin
producir terror en la sociedad civil y sin incrementar
más formas de fractura de los lazos sociales.
La única manera de hacerlo es restituirles
a los niños la palabra. Lo único que
puede posibilitar esto es que los niños tengan
condiciones para enunciar respecto a los hechos
que padecen. Es indudable que esto ha cambiado enormemente
en la Argentina. Hace unos años no se escuchaba
a los niños cuando denunciaban situaciones
de abuso. Y hoy se los escucha y hay un alto índice
de alerta, respecto a eso. En general, se les empiezan
a creer cada vez más y se empiezan a tomar
medidas, más allá de lo dificultoso
que es siempre la cuestión probatoria. No
es mi tema, pero yo he estado trabajando, junto
con otros colegas, en situaciones en las que hay
que definir, para trabajar, no sólo sobre
el discurso, sino sobre las formas indiciarias que
aparecen. Vale decir, en situaciones traumáticas
los modos en los cuales la realidad se nos hace
evidente es a través de indicios y no solamente
a través de fantasías; los niños
pueden fantasear mucho pero los detalles que aparecen
en los dibujos o en los relatos no son fantasiosos,
no son imaginarios. Fracturan el orden del fantasma
y dan cuenta de un elemento real no digerido. De
manera que el trabajo con nuevos modelos para producir
posibilidades diagnósticas de situaciones
traumáticas severas que atraviesan los niños
forma parte de nuestra responsabilidad.
Una o dos cuestiones más para ir cerrando
mi intervención y abrir la posibilidad de
debate.
Estas nuevas formas que se van produciendo, indudablemente
establecen una interceptación en los modos
en los cuales se van constituyendo los procesos
de pensamiento. Los niños no solamente están
trabajando un exceso de horas en este momento, sino
que están bombardeados por una cantidad de
excitación que no pueden metabolizar a partir
de los medios que poseen. Quiero decir que hay un
acceso desmesurado relacionado por supuesto con
los modos de la comercialización; los canales
que, en horario de no protección al menor,
durante el día, dan los avances de lo que
va a ser visto a la noche, en horario de protección
al menor. O, por ejemplo, todo lo que tiene que
ver con los “Reality Show”, que los
niños miran esperando el momento en que pase
algo. El tema de los reality show es muy impresionante;
ustedes vieron que en los canales de aire en este
momento prácticamente son todos reality show.
Se acabaron los programas con argumento.
Es tal la cantidad de información que los
niños están hoy obligados a incorporar
que queda muy poco tiempo para procesarla. Con lo
cual la falta de procesamiento disminuye toda posibilidad
metabólica y en la medida en que no hay posibilidad
metabólica, lo secundario y lo principal
pasan a ser del mismo orden. ¿Por qué?
Porque nadie sabe cuáles son los conocimientos
que van a sobrevivir en cinco años. Es tal
la velocidad de caducidad de los conocimientos que
nadie se atreve a erradicar algunos y a dejar otros.
Entonces se les da simultáneamente una enorme
cantidad de conocimientos a los niños, por
supuesto, más los que ellos perciben por
otras vías; ustedes vieron que hay toda una
jerga en este momento entre los púberes y
los adolescentes que está totalmente atravesada
por los modelos informáticos.
El tema es el siguiente: cómo hacemos para
crear, sin hacer un discurso moralista y vacío,
el contexto de procesamiento de estas condiciones.
Porque indudablemente en la medida en que los sistemas
psíquicos entran en cortocircuito a partir
del exceso de estimulación que recibe, más
el deterioro de las pautaciones valorativas respecto
de la función del conocimiento, más
las formas en que se superponen permanentemente
modelos interhumanos de adquisición de conocimientos
y modelos mecánicos de adquisición
de conocimientos (y cuando digo “mecánicos”
me refiero a que un chico puede perfectamente autoabastecerse
de conocimientos con la computadora, sin necesidad
de un adulto que lo ayude a procesarlos). Con lo
cual, en la medida en que no hay un adulto que lo
ayude a procesar la información, hay una
enorme cantidad de conocimiento que ingresa adecuadamente
y otra que ingresa fantaseado. Siempre el autodidactismo
ha producido estos engendros extraños que
hacen que las teorías circulen sin posibilidad
de intercambio con el otro. En última instancia
el control del delirio está dado por el intercambio
intersubjetivo. No hay manera de controlar la validez
del conocimiento si no es bajo dos formas: la forma
de su aplicación y la forma de la intercomunicación.
Y en la infancia no hay aplicación posible,
lo que hay es intercomunicación.
Entonces, una de las cuestiones es la siguiente:
cómo los adultos logramos una mediatización,
con estas nuevas formas de subjetividad, para que
no estallen en la posibilidad de producción
de inteligencia, para que no estallen en la posibilidad
de organizaciones que al mismo tiempo sean creativas
y, además, racionales.
Esta es la bisagra compleja en la que estamos colocados
en este momento del proceso de adquisición
y producción de conocimientos.
Y, por otra parte, cómo producimos formas
metabólicas ordenadas respecto a la circulación
de información sexual sin que esto se convierta
en una regresión oscurantista respecto al
apartamiento del niño de los conocimientos
que la sociedad está obligada a otorgarle
para que pueda constituirse como sujeto social.
Termino con una cuestión que me parece muy
importante.
Es indudable que el riesgo mayor, en general, en
la sociedad occidental, y que muy especialmente
nos atañe a nosotros, es un estallido de
los procesos de subjetivación. Vale decir,
una cosificación de los procesos de inserción
social con desaparición del reconocimiento
del otro en tanto otro. Esto está dado de
múltiples maneras y nuestra sociedad argentina
arrastra situaciones terribles. Yo siempre digo
que uno de los problemas más serios que tenemos
los argentinos es nuestra capacidad de inventiva.
En los setenta tuvimos la represión, después
tuvimos la hiperinflación y ahora tenemos
la recesión.[4]
Pero lo más serio de esto es una cierta contigüidad,
riesgosa, de la fractura de los procesos de subjetivación.
Hay intentos espontáneos extraordinarios.
Pero creo que tenemos que plantearnos seriamente
espacios como éste para pensar cómo
no nos dejamos ganar por las formas de desubjetivación
imperantes que tienen que ver con la patologización,
por un lado -cuando digo “patologización”
me refiero a la etiquetación del niño
en hiperkinético, hiperactivo, desatento,
dislálico, discalcúlico, dispráxico,
dismamítico... lo que quieran-, pero realmente
esta desestructuración en la que ha entrado
la infancia, en una descomposición sintomática
por una parte, que me parece altamente riesgosa,
y por otra parte en la transformación de
un niño en un sujeto destinado a la cadena
productiva, sin posibilidad de producción
en términos intelectuales.
Es verdad también que los chicos están
en este momento, además de en múltiples
tareas, en múltiples tratamientos. ¿Por
qué? Porque hay una suerte de perfeccionismo
de capacidades, con lo cual tienen exceso de tratamientos
de todo tipo: psicológico, fonoaudiológico,
psicopedagógico. ¿Ustedes vieron el
porcentaje de niños que requieren psicopedagoga
y que requieren auxilio escolar? Días atrás
me sorprendí mucho; encontré en la
facultad de psicología cartelitos de gente
que se ofrecía para preparar alumnos para
los exámenes de la facultad. Yo no podía
creer que la gente necesite de otro para prepararse
para los exámenes de la facultad. Por supuesto,
tiene que ver con una caída de los hábitos
de estudio, tiene que ver con un nivel de irracionalidad
importante en los modelos y tiene que ver también
con una falta de trabajo personal enorme. Y además
con facultades tan multitudinarias, y la enseñanza
más personalizada requiere grupos más
pequeños, y entonces la gente paga maestro
particular para preparar psicopatología II.
Después, que nadie se analice con ellos...
¿ustedes se imaginan al tipo que preparó
con un profesor particular “Psicopatología”
en la facultad? ¿Y al tipo que preparó
“Clínica Médica” en Medicina
con el maestro particular...?
* Conferencia
pronunciada en el marco del Curso “La niñez
y la adolescencia ya no son las mismas - Lo que
todavía no se dijo”, en el Centro Cultural
San Martín, organizado por el Consejo de
los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes,
el jueves 4 de octubre de 2001.
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