Intervención:
¿Los nuevos sistemas de fertilidad asistida
pueden ser perjudiciales para la idea de concepción
de los niños?
S. B.: Bueno, Eva
Giberti ha escrito sobre esto. Yo tengo la idea
de que estos se incorporan como nuevas fantasmáticas
y tienen que ver con los modos con los cuales los
niños y los padres procesan estas situaciones.
Por ejemplo, un señor a cuya esposa le hicieron
una inseminación asistida dice: “Yo
comparto la paternidad con el médico”.
Esto tiene que ver con su fantasía y no con
su realidad, porque este señor ha hecho el
amor con su señora y en otra circunstancia
han usado un espermatozoide de él. Pero su
sensación es que él no es totalmente
padre del niño porque no lo ha gestado en
el cuerpo de la madre. Estos son fantasmas, de distinto
tipo, que se verá qué destino tienen.
Estamos viendo aquellos primeros niños de
probeta, ya como adolescentes en este momento, en
los consultorios. Es muy interesante. Pero yo les
diría que esto forma parte del modo en que
la sociedad en su conjunto lo procesa. Lo que antes
eran situaciones fuera de lo común o anormalidades
ahora son formas de engendramiento que van circulando.
Ustedes se dan cuenta de que en las capas medias
argentinas hay una enorme cantidad de niños
adoptivos. El país ha producido una cosa
muy impactante; tenemos adopciones de niños
del tercer mundo, por infertilidad en el primer
mundo. Es extraordinario lo que ha pasado en Argentina.
Con lo cual tenemos sectores de las clases altas
que no engendran y sectores de las clases bajas
que entregan a sus niños. Tenemos simultáneamente
problemas del primero y del tercer mundo. Entonces
esto está produciendo situaciones totalmente
inéditas. Porque no es solamente madres solteras
o adolescentes, como las americanas; son mujeres
con varios hijos los que entregan periódicamente
a los niños. Hace años que han cambiado
las pautas de la sexualidad entre los niños
y las niñas, ha disminuido la edad de comienzo
de la sexualidad, hay una enorme cantidad de embarazos
en adolescentes de todos los sectores sociales.
Antiguamente, en las escuelas religiosas, cuando
una adolescente se embarazaba era un escándalo;
ahora la aplauden para que no aborte. Entonces van
a la graduación con la panza, viene el obispo,
la saluda... es extraordinario. Claro, la Iglesia
ha elegido el mal menor...
Yo no creo que sea perjudicial. Yo creo que habrá
que ver cómo se procesa. De todos modos los
hijos de los matrimonios heterosexuales que nacían
en el lecho con los camisones que decían:
“No es por vicio ni por fornicio, sino por
dar un hijo a tu servicio”, también
eran psicóticos.
Y como dicen los homosexuales: “los gays son
hijos de parejas heterosexuales”.
Yo soy muy poco moralista sobre los modos en que
los seres humanos resuelven sus pasiones y angustias
siempre que no sea lesionando a otro, o dañándolo.
Quiero decir que mi función es hacerme cargo
de los efectos sufrientes en los seres humanos,
de las transformaciones en las pautas de cultura
y no de pautar, por eso soy psicoanalista y no monja
o cura.
Intervención:
Si el complejo de Edipo no tiene un valor simbólico
en la estructuración subjetiva, ¿qué
viene a ocupar su lugar?
S. B.: El complejo
de Edipo tiene una función estructurante.
Lo que está cuestionado es el complejo de
Edipo entendido en los términos en que fue
concebido en la época de Freud... Bueno,
sigue vigente, pero en poca gente ya. Porque inevitablemente
los descubrimientos psicoanalíticos, en la
medida en que son trabajados con la subjetividad
histórica, van produciendo avances en el
conocimiento. Con lo cual el descubrimiento freudiano
del Edipo es extraordinario, siempre y cuando hoy
se dé cuenta uno de que ya no pasa por el
cuentito, sino que pasa por los modos en los cuales
tiene que producirse una interceptación de
la apropiación del cuerpo del niño
como lugar de goce del adulto. El segundo elemento
que hay que descartar, en mi opinión, es
la concepción de que esta función
instituyente terciaria que tiene la cultura en la
relación adulto–niño, hay que
llamarla “nombre del padre”, como la
llamó Lacan o metáfora paterna. Porque
allí hay algo extraordinario: Lacan hace
un descubrimiento magistral ligado a Levy Strauss,
que es el descubrimiento de que hay una universalidad,
en este aspecto, constituyente. Pero lo llama “nombre
del padre o metáfora paterna”, porque
en el fondo conserva el hegelianismo de la sociedad
europea, de creer que se ha llegado al fin de la
historia, con lo cual la forma más acabada
de todo esto es el nombre del padre o la metáfora
paterna. Hay que conservar esta idea de Lacan respecto
a la función terciaria en la interceptación
del goce, que es un avance importantísimo
respecto a Freud, pero yo no puedo decir sin ruborizarme
que esto es la metáfora paterna o el nombre
del padre. Mucha gente acá que trabaja con
situaciones de abuso, sabe perfectamente de los
horrores que han hecho mis colegas cuando han pensado
que una madre que sustrae el hijo del padre es porque
es una madre fálica que no deja entrar al
padre, cuando el padre en ese momento está
funcionando como seductor, como abusador o como
apropiador del cuerpo del hijo en una relación
perversa y lo que hace, en ese caso la madre, es
tratar de evitarlo.
Intervención: ¿Cómo
podemos, como docentes, impartir pautas de conducta
en estos chicos, cuando desde la familia no somos
apoyados?
S. B.: Bueno, esto
es una situación compleja de la relación
entre familia y escuela. Ustedes saben que acá
ha habido, desde el siglo XIX, una tensión
fuerte entre la función de la escuela y la
función de los padres en la educación,
donde la Iglesia sostuvo durante años que
era la familia quien debía hacerse cargo
y dar las pautas de la educación, mientras
que el Estado -fundamentalmente en sus pensadores
más avanzados y dentro de la misma institución
educativa- se planteaba la construcción del
Estado–Nación, a partir de que fuera
precisamente el Estado el que se hiciera cargo.
Y es también muy claro que acá ha
habido dos grandes proyectos educativos que tienen
que ver con la construcción del Estado–Nación:
el proyecto de Sarmiento a mediados del siglo XIX
y el proyecto de Perón a mediados del siglo
XX. Más allá de mi distancia con el
peronismo, no puedo dejar de reconocer que hubo
un proyecto de Nación en Perón. Y
además, hubo un proyecto educacional que
está plasmado en cosas que comparto y cosas
que no comparto. Entre otras cosas, no comparto
que nos enseñaran, con La
razón de mi vida, que la razón
de la vida de una mujer es un general. Más
allá de mi respeto por Eva Perón.
Quiero decir con esto, que tal vez Evita no hubiera
dicho “la razón de mi vida es el general”,
porque se hubiera muerto de vergüenza. Pero
lo que quiero decir, entonces, es que el problema
es que la escuela tiene que hacerse cargo hoy del
nivel de desintegración de la sociedad civil.
La escuela es una de las pocas instituciones estatales
que está en contacto con la gente. No quedan
prácticamente instituciones... Lo que, cuando
éramos estudiantes en los setenta, llamábamos
“aparatos ideológicos del Estado”,
ahora lloramos para que vuelvan porque los desintegraron
todos. Yo quiero hospitales, quiero escuelas, quiero
todos los aparatos ideológicos del Estado,
que me los devuelvan. Pero la escuela sigue existiendo.
Con lo cual, yo creo que la escuela, -es mi opinión
y no soy una pedagoga- tendría que replantearse
las formas de recomposición de ciertos nexos
sociales con los padres. Es indudable que algunas
acciones, en algún momento del sindicalismo
docente, cumplió esa función en la
medida en que aglutinó detrás de las
preocupaciones de los docentes las problemáticas
de la familia, en la defensa de la escuela pública.
Pero también es cierto que las formas se
agotaron en la medida en que no hubo una respuesta
retributiva sino que era una propuesta centrada
en las necesidades de los docentes, con lo cual
creo que una de las cuestiones que se plantean en
este enfrentamiento es de qué manera la escuela
puede abrir un nuevo horizonte respecto a esta cuestión
de las pautas. Creo que no se puede plantear la
recomposición de pautas y valores para los
niños, sino se rediscuten los modelos de
circulación de esas pautas y valores, en
la sociedad en su conjunto desde la escuela misma.
Tal vez hay que discutir hoy el rol de la escuela
en el interior de toda la sociedad argentina como
instancia educativa reconstituyente de los nexos
sociales. Tal vez hay que volver a replantear una
propuesta del orden de las propuestas de los siglos
XIX y XX, pero no me compete a mi; no soy yo quien
tiene que hacerlo y ni se cómo se hace.
Intervención: ¿Qué
pautas o conductas serían para el niño
de hoy?
S. B.: Ustedes saben
la diferencia que hay entre lo sano y lo normal.
Si yo digo “formemos niños normales”,
tengo que formar cretinos y vivillos. En cada época
histórica de crisis severa y de retroceso
social la normalidad pasa por la cretinez y la avivada.
Si yo tengo confianza en el futuro tengo que formar
sujetos que, aunque sean un poco disarmónicos
con los intereses inmediatos, puedan pautarse en
relación a ciertas propuestas de recomposición
de lazos sociales futuros. Es indudable que esta
es una pregunta que apunta a la ideología.
Entonces no la voy a responder como profesional
y no sé si me corresponde responderla ideológicamente.
Si sé que hay algo que compartimos y por
eso hoy estamos acá, que es la preocupación
por la recomposición de las relaciones intersubjetivas
en el interior de la infancia y de los derechos
del niño. Creo que es alrededor de ese eje
estructurante que hay que rediscutir la cuestión
de impartición de pautas. Los modelos de
aprendizaje, los modelos de sexualidad, los modelos
de la pautación del ocio. El ocio está
en este momento subvertido en su función;
en los niños pobres el ocio se ha convertido
en formas marginales de intercambio atravesados
por microculturas que claramente no se plantean
la menor posibilidad de recomposición en
el interior de la sociedad. Y en los niños
más ricos, el ocio ha perdido todo lugar
y lo lúdico ha quedado capturado totalmente
por el trabajo. El fin de semana es un fin de semana
de trabajo. Así como Levy Strauss contaba
que un tobriandés decía que no se
casaría con la hermana porque no tendría
un cuñado para ir a pescar, los niños
de la clase media argentina no se casarían
con la hermana porque no tendrían un cuñado
para jugar al tenis y para que le consiga trabajo
algún día. Pero estamos hablando de
que están totalmente determinados por intereses
de constitución de microgrupos con fantasía
de poder económico y social los modos con
los cuales hoy se juega el ocio de los niños,
que ya no es ocio.
Intervención: ¿“Articular
proyectos sobre los sueños”? Los sueños
también cambian. Quisiera que hablara un
poco más sobre esto.
S. B.: Yo creo que
uno de los problemas más serios que tenemos
en este momento es la imposibilidad de articular
sueños. Fíjense que lo que está
pasando con el tema del voto en blanco y el voto
anulado está relacionado con eso, claramente.
Está relacionado con la imposibilidad de
soñar, de confiar. Con la imposibilidad de
que alguien “nos haga el bocho”. Yo
diría que esto es un debate que tenemos que
tener todos. ¿Qué quiere decir recomponer
los sueños? Quiere decir recomponer las posibilidades
que tenemos de una sociedad en la cual no caminemos
de manera inerme hacia el deterioro y la pobreza.
Intervención: Usted
afirmó que la esperanza de un país
puede verse en sus políticas de infancia.
¿En qué situación ve a la Argentina
con respecto a esto?
S. B.: Yo agregaría
algo. La situación de un país se ve
no sólo en sus políticas para la infancia,
sino en cómo piensa a sus niños. En
cómo la gente piensa a los niños.
Yo siempre recuerdo con nostalgia que cuando volví
del exilio en México, a la Argentina, en
el 86, pasé y vi en una frutería de
Boedo un cartel que decía “Señora,
¿quiere que su hijo cante como Plácido
Domingo?, llévele nuestro melón Rocío
de Miel. ¿Quiere que su marido gane el Premio
Nóbel, llévele nuestros duraznos priscos?”
Esos eran carteles de una verdulería de Boedo.
Ahí había una esperanza de país
que no pasa por las políticas. Pasa por algo
que se define a posteriori en las políticas
y se realimenta con las políticas. La consigna
de que en la nueva Argentina “los únicos
privilegiados son los niños” no se
le ocurrió a la genialidad de Perón.
Era un país de inmigrantes que confiaba plenamente
en que los hijos vivieran mejor que los padres y
se regalaban pelotas y triciclos; y no solamente
porque había excedente para comprarlos, sino
porque había espacios lúdicos con
los cuales soñar, a partir de que a eso venían
las generaciones que llegaban tanto del Chaco como
de Europa.
El segundo aspecto en que se ve la esperanza de
un país es en qué hace con los viejos.
Porque, cuando uno piensa en qué se le está
dando a los viejos, piensa que, además, le
está dando un modelo a las generaciones futuras.
Quiero decir con esto que una de las cosas graves
que pasa con el tema de los viejos, es que acá
se les empezó a llamar “abuelos”
en lugar de “jubilados”. La categoría
de “jubilados” es una categoría
social y política y tiene que ver con la
deuda que la sociedad tiene con los viejos que han
trabajado y aportado toda su vida, no con la caridad
que tenemos que hacer. Entonces, la categoría
“abuelo” ha suprimido de un golpe a
un estamento con derechos en el interior de la sociedad,
y lo ha transformado en los viejitos de los que
tenemos que ocuparnos. No es así. No son
nuestros abuelitos. “Adopte un abuelo”,
¿vieron todo esos mensajes que aparecieron
hace un tiempo? No, yo entiendo que el Estado está
en crisis. Pero aún estando en crisis, tenemos
la obligación de decir: “Nosotros tenemos
una deuda brutal con las generaciones anteriores,
y no podemos aceptar que se repita con las próximas”.
Y esto es lo mismo que pasa con los niños.
Nosotros necesitamos proyectar en los niños,
no solamente políticas de infancia, no asistencialismo,
sino nuevos modelos en relación al futuro.
Y que se plasme, a partir de ello, una ida y vuelta
entre las políticas de infancia y los nuevos
modelos para pensar el futuro de los niños.
Por eso yo estoy profundamente consternada por la
ausencia de propuestas cotidianas para los niños.
Si bien hay bolsones dignos en todo esto. Ustedes
saben que es impactante cómo en ciudades
de provincia, inclusive muy alejadas, siguen dando
teatro trashumante para los niños... Siguen
existiendo propuestas. Indudablemente hay en la
ciudad de Buenos Aires una militancia recreativa
que es impactante, una enorme cantidad de gente
movilizándose para llevar a los niños
a ver espectáculos, a veces con las últimas
monedas que tienen. Y hablo de los sectores más
empobrecidos, que sigue llevando a los niños
a ver teatro callejero, los sigue llevando a ver
cosas en las plazas. Esto es absolutamente conmovedor;
estamos viviendo los restos de un país que
tenemos que reconstruir. Y no nos podemos permitir
jugar esta historia por más de una generación.
No podemos seguir viviendo del recuerdo de lo que
fuimos.
También se dice que hoy los niños
no leen; no leyeron nunca. En mi época no
leía nadie; no había televisión
y tampoco leían; estaban diez horas con el
balero. No mistifiquemos. Estaban los que leían
y estaban los que no leían. Los que leían
seguimos leyendo y los que no leían no leyeron
nunca. La televisión no le quita la lectura
a nadie. Es un cuento eso.
Los presentes acá de más de cuarenta
años debían leer, por eso están
acá ¿cuántos de sus compañeritos
leían? Además a uno lo cargaban, le
decían cosas... Antes les decían
“tragas”, hoy les dicen “nerds”.
No es verdad que antes se leía más.
Es más, la televisión y el cine han
acercado grandes procesos culturales a la gente.
Han difundido y popularizado a los clásicos;
todos los niños hoy conocen Hamlet
a través de El
rey León. Se han producido fenómenos
muy interesantes.
De manera que yo no soy pesimista en ese sentido.
Estoy altamente preocupada y lo que acaba de ocurrir
en los últimos meses me preocupa profundamente
más porque, además de todo lo que
ocurre en el mundo, se ha sumado el terror por un
lado y la recesión por el otro. Con lo cual
todos estamos preocupados. Pero si uno hubiera vivido
en la Europa del treinta y pico, en la Roma del
siglo V, A.C., siempre hubiera encontrado la idea
de que el mundo se va al demonio y hasta ahora permanecemos...
Intervención: Uno
lee o escucha: “Adolescente mata a otro”;
“Violentos en el recreo”. ¿Qué
hacer con ellos en las escuelas?
S. B.: Todos estamos
muy impactados por la violencia escolar, no solamente
entre pares sino con los maestros. Y esto tiene
que ver con la caída de los sistemas de referencia
hacia los maestros. Los maestros han dejado de ser
respetables e intocables, y es muy brutal la posibilidad
de que se instalen situaciones de terror con los
adolescentes. Pero creo que tenemos que discutir
en primer lugar de qué es efecto la violencia.
Hay un exceso de respuesta fácil. No es efecto
de la desintegración familiar y tampoco es
efecto de la televisión. No se puede definir
tan simplemente eso.
Ahora, además, con lo de Suiza que les liquidaron
catorce tipos, se acabaron los paraísos.[5]
Porque, quién hubiera pensado que a los suizos
les iba a pasar eso, tan mesurados ellos... Entonces,
estamos en situaciones sintomáticas en el
mundo. Y en nosotros aparece en las escuelas. Es
curioso que aparezca todavía poco en las
situaciones laborales. Hay otra violencia allí.
¿Cómo resolverla? No sé. Sí
sé cómo no se debe resolver. No se
puede resolver con palpación de armas. Esta
no es la forma de resolver la violencia adolescente
ni infantil, claramente. No se puede resolver poniendo
máquina de detectar metales como en los aeropuertos.
Eso no se debe hacer. No se puede convertir las
escuelas en un panóptico. Habrá que
buscar formas de redefinición de los enlaces.
Tampoco se va a resolver bajando la edad de punibilidad,
que es el otro punto al que apuntan algunos. El
mandato constitucional establece que el sentido
de la privación de la libertad no debe ser
el castigo, sino la adecuada preparación
para la vida en libertad. Bajar las edades de penalización
incrementa el despojo de derechos de la infancia
como lugar de protección por parte del Estado.
Pero quiero decir una cosa; todas las armas que
llevan los niños vienen de las casas. Con
lo cual, empecemos a discutir no sólo cómo
controlar la violencia en las escuelas, sino qué
está pasando con la Justicia como entidad
y con la impunidad. Empecemos por debatir eso y
por ver qué hacemos con el tema de las armas
en la sociedad civil que están siendo aplaudidas,
por algunos sectores, como forma de autodefensa.
Con lo cual si los adultos hablan de autodefensa,
los niños llevan armas a las escuelas. Estamos
viviendo situaciones muy graves.
De todos modos yo insisto en no ser alarmistas sino
sujetos preocupados, porque tengo la impresión
de que, pese a la gravedad de esta recesión
económica y social que tenemos, tengo la
convicción de que el nuestro es un país
con reservas mayores a las que suponíamos.
Y creo que hay que trabajar con eso, recomponiéndolas.
* Conferencia
pronunciada en el marco del Curso “La niñez
y la adolescencia ya no son las mismas - Lo que
todavía no se dijo”, en el Centro Cultural
San Martín, organizado por el Consejo de
los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes,
el jueves 4 de octubre de 2001.
|