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Licenciado en Psicología. Miembro Activo de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo (A.A.P.P.G.). Autor de los libros Planeta Adolescente y La Condición Adolescente
marceloluiscao@gmail.com
 

Las diversas problemáticas que infiltran la sexualidad adolescente encuentran su fuente en las iniciativas provenientes de los movimientos significantes que circulan por el imaginario social de la época. Estos renuevan de manera permanente los cursos de pensamiento, sentimiento y acción que se encarnan en cada camada juvenil a través de las codificaciones que implementa el imaginario adolescente de turno. De este modo, la radical modificación de los ideales y valores ligados al ámbito de lo íntimo, de lo público, y de lo privado que trajo aparejada la movida posmoderna en gran medida desterró, junto a los prejuicios y escrúpulos vigentes durante la centuria anterior, las emociones que permanecían amalgamadas a ellos. Repasemos algunas de sus consecuencias.


Actos privados

Todo comenzó con aquellos pioneros que en los años ’90 diseminaron sus pequeñas cámaras (webcams) a lo largo y a lo ancho de sus casas (las pusieron en todos los ambientes, incluso hasta en el baño), y las conectaron a Internet para trasmitir urbi et orbi su intimidad cotidiana. Tiempo más tarde llegaría a la TV el programa Gran Hermano (una paráfrasis patética de la creación de Orwell), donde un grupo de desconocidos convivía bajo el mismo techo delante de los ojos de millones de televidentes para competir por una suma de dinero. Estas fueron las primeras manifestaciones concretas de un nuevo modelo de interacción entre las categorías de lo íntimo, lo público, y lo privado que sustentaba el ideario posmoderno, el cual incidió de manera decisiva en la constitución de la subjetividad de fin de milenio.

De este modo, el arribo de estas nuevas configuraciones subjetivas produjo la resignificación de un conjunto de representaciones, afectos, prácticas sociales y culturales. De este conjunto, y en atención a cuestiones de espacio, sólo voy a tomar a la manera de prototipos de esta crucial resignificación el pudor y la vergüenza. Estos dos sentimientos resultan claves en la dimensión intersubjetiva de lo que se muestra y lo que se oculta, en el marco de lo que dictaminan los códigos de intercambio vigentes. Es que pudor y vergüenza forman un ensamble poderoso a la hora de entrar en contacto con el otro del vínculo, ya que ambos sentimientos regulan desde distintos registros las actitudes que asumen los sujetos en ocasión de poner en juego recíprocamente sus corrientes intrasubjetivas.

El pudor, justamente, se encuentra ligado al territorio de la intimidad. Así, se siente pudor cuando uno es descubierto, expuesto, o invadido en un acto de la vida privada. Es por esta razón que muchos chistes y gags (teatrales, televisivos, o fílmicos), se apuntalan sobre la reacción pudorosa, o bien, sobre su categórica ausencia, ya que todos podemos en mayor o menor medida identificarnos como protagonistas de alguna de esas situaciones. De este modo, la dimensión de influencia del pudor se encuentra en la encrucijada que se delinea entre la zona de influencia yoica y el registro narcisista. Por ende, dado que la situación que desencadena este sentimiento puede afectar el equilibrio de la autoestima, en tanto ésta se constituye en las sucesivas vinculaciones significativas por las que transita el sujeto, aquello que el otro deja expuesto en su decir o en su accionar puede redundar en una humillación.

La vergüenza, en cambio, tiene otra línea referencial, ya que se relaciona con las incumbencias propias del Ideal del Yo. Un refrán lo ilustra a la medida: “vergüenza es robar”. Por tanto, este sentimiento procede de una falla o de una transgresión de los ideales que sustentan al sujeto, ideales que a su vez provienen de la circulación de las significaciones imaginarias sociales de la época. De este modo, la vergüenza se dispara cuando uno siente que falló (a otro, a sí mismo, a los lineamientos de un ideal), o bien, cuando cometió un acto indigno o delincuencial. Por esta razón, la sanción no se hará esperar y repercutirá tanto en el registro intersubjetivo como en el intrasubjetivo (recordemos, por ejemplo, el escarnio público cuando un militar es degradado o un funcionario es destituido, y/o los tormentos del autorreproche que arrecian sobre una conciencia culpable).

Por lo tanto, los cambios en la configuración subjetiva y en los contenidos de los ideales que marcan a fuego los usos y costumbres de las generaciones adolescentes, especialmente en el terreno de la sexualidad, van a estar relacionadas entre otras con las nuevas acepciones que asuman o adopten los sentimientos de pudor y vergüenza. Recordemos, sin ir más lejos, el rechazo que causaba a mediados del siglo pasado que una pareja (heterosexual, por supuesto), se besara en la vía pública. Este rechazo obraba a la manera de una censura, o bien, de una autocensura, más allá de aquellos que en minoría y desde una posición rebelde o provocativa enfrentaban las consecuencias de esta sanción (esta censura llegaba a situaciones absurdas, tal como lo demuestra el magnífico film Cínema Paradiso, donde los besos eran suprimidos de las películas que se proyectaban en los cines de pueblo). Otro tanto ocurriría en la misma línea algunas décadas más tarde con el escándalo que generaba la misma escena por parte de una pareja homosexual (aquí tendríamos que remitirnos a los años ’80 a través de la letra de la canción Puerto Pollensa). Desde luego, a la luz de lo que está ocurriendo hoy día esta temática puede parecernos irrisoria, ya que lo que está en juego en aquello que se hace público porta un calibre de otras dimensiones.


Juegos de amor esquivo

Tal como ya puntualizamos, los profundos cambios en torno a ideales y valores culturales que detonaron en la década del ’90 alteraron de manera contundente las relaciones entre lo íntimo, lo público y lo privado. Esto sucede a tal punto que hoy podemos llegar a presenciar escenas antes inimaginables. Después de todo, si en el programa Gran Hermano se pudo ver en vivo y en directo como bajo las sábanas se llevaba a cabo un acto sexual, que argumento ético o moral le impide a una joven parejita circunstancialmente formada en una fiesta encerrarse en un dormitorio o en un baño (teniendo en cuenta que ninguno de los dos vive allí), hacer lo suyo y luego volver a la fiesta como si nada especial hubiera ocurrido, a pesar de que todos los participantes estén al tanto.

¿Por qué, entonces, habría que sorprendernos que a lo largo de una noche en un boliche bailable cualquier adolescente, varón o mujer, pueda estar sucesivamente besándose con otros adolescentes sin preguntarse con quién realmente estuvo? En esta misma línea, y a la hora de sopesar los códigos en vigencia, ¿cuál sería el asombro al comprobar que lo que vemos en la TV, en el cine, o entre los propios adultos respecto a las traiciones amorosas es moneda corriente entre los jóvenes? Los dolorosos relatos de los damnificados por este tipo de acciones dan fe de que lo que sucede arriba también sucede abajo, cuando a edades nos referimos. Tal como puede apreciarse, el vale todo no es el signo de una juventud perdida, en el sentido que apostillaban enfáticamente los adultos de otros tiempos.

Sin embargo, a la hora de las sorpresas más impactantes tenemos que introducir el tema de la prostitución adolescente. Desde hace ya un tiempo se viene detectando una oferta sexual a cambio de dinero por jovencitas de distintas edades y extracciones sociales. Esta actividad no está motivada por razones económicas del orden de la falta de recursos, sino por un deseo imparable de consumir objetos de marca (o sea, costosos), en el marco del ideario posmoderno que determina que ser es tener (o parafraseando a Descartes, tengo luego existo). Por tanto, sacarle un provecho concreto a las bondades de sus cuerpos (una frase muy reiterada por ellas es “si lo puedo hacer por plata, por qué lo voy a hacer gratis”), con una respectiva ganancia de autoestima (son deseadas y buscadas por sus dotes profesionales), colma una vida vacía de expectativas amorosas. Sin embargo, estas adolescentes no se sienten prostitutas, ya que esta actividad no es un trabajo para ellas en la medida que algunas estudian y otras trabajan.

Estos sucintos ejemplos tienen la finalidad de ilustrar una tendencia que discurre en estos días a través de la franja adolescente. Aunque la dimensión que alcanza la onda expansiva de esta tendencia no implica una convocatoria que abarque a todos los sujetos que integran dicha franja por igual. Más aún, resulta palpable el hecho de que existen muchos adolescentes que buscan la intimidad en la vinculación y establecen lazos perdurables, incluso pasándose a veces al otro extremo. Me refiero a las parejas de crianza, aquellas que muy tempranamente inician una estrecha (y a veces asfixiante vinculación), en un intento de compensar las deficiencias en el apuntalamiento y el acompañamiento que deberían haberles brindado los otros significativos. De todas maneras, la dilución de ciertos ribetes represivos que encapsulaba la conducta sexual adolescente de otras épocas resulta a todas luces bienvenida, sin embargo, la inevitable cuota de vacío que a su vez ésta trae aparejada arroja una persistente sombra sobre la buena nueva.

En consecuencia, los nuevos escenarios de la sexualidad adolescente, al igual que todos los que los antecedieron, van a llevar implícita la marca indeleble que deja lo instituyente, debido a que van a estar fogoneados por la circulación de las significaciones imaginarias sociales del momento histórico que les toque atravesar. En este sentido, la caja de resonancias de los cambios socioculturales en la que se constituye cada camada adolescente dará cuenta de los movimientos significantes que insuflan con sus retoques la subjetividad de la época. La porosidad elaborativa, expositiva, y provocativa del imaginario adolescente hará el resto.

 
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Bibliografía y Referencias
 
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Kaës, René (1993): El grupo y el sujeto del grupo. Amorrortu. Buenos Aires, 1995.
 
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