El
engaño del afecto ¿Por qué
priorizar la angustia como único afecto que
no engaña? O mejor ¿por qué uno
debería pensar que en realidad lo que se siente
como amor, odio, ternura, entre otros, son solo inversiones
de una verdad inscripta en otro lado?. Estas quizá
son algunas de las preguntas que retornan a la hora
de aproximarse a la lectura de Lacan acerca del afecto
en psicoanálisis. Coinciden en alguna medida,
con las críticas prodigadas por muchos de sus
colegas contemporáneos.
Ya en los comienzos de su obra, Lacan señala
que el inconciente esta estructurado
como un lenguaje, y con esto pone su sello, marca
la diferencia. Esta afirmación ha resultado
polémica para muchos analistas, entre ellos
Green, quienes coinciden en que representa una intelectualización
del psicoanálisis que evita la cuestión
del afecto y la emoción. Se le cuestiona el
excesivo acento puesto en lo simbólico en detrimento
de lo emocional. Y en cierto punto, por lo menos en
lo que respecta a sus primeros pasos en el campo psicoanalítico,
es cierto que Lacan acentuaba mucho lo simbólico,
con el objetivo de señalar la confusión
existente entre el yo y el sujeto, entre la psicología
y el psicoanálisis.
Lacan llama “método de catálogo”
a la concepción que se tiene en su época
acerca de los afectos, considerando que se basaba
en una perspectiva descriptiva y fenomenológica,
en la que solo se hacia una descripción de
los mismos.
Entre los años 62-63 elige como tema de sus
seminarios el de la angustia,
quizá como respuesta a las críticas
que se le dirigían. Define a la angustia como
un afecto y la diferencia de todos los demás.
Se trataría de un afecto
del sujeto, sujeto como categoría producto
de lo simbólico. Por el contrario, cuando se
trata del amor o el odio, por ejemplo, estaríamos
más bien frente a afectos
del yo, que circulan como eslabones de la cadena
significante. La angustia, no se ubicaría en
dicha cadena, sino que ancla en lo que se dará
en llamar el objeto a. En este sentido, la frase tantas
veces mencionada “la angustia no es sin objeto”,
marca una de las diferencias importantes que el autor
delimita respecto a Freud, para quien la angustia
se produce ante la perdida del mismo.
Al igual que Freud, Lacan dirá que son los
significantes los afectados por la represión,
y que por el contrario, el quantum de afecto queda
liberado para unirse con otro significante.
La angustia, entonces, es presentada por el autor
como una señal, el único afecto que
no engaña, único afecto que no se presenta
disfrazado, desplazado o invertido.
Para Lacan, el afecto está ligado siempre a
nuestra relación con el Otro, es decir a aquello
que nos constituye como sujetos deseantes. La angustia
aparece frente al deseo del Otro. El Otro, como lugar
del significante y, por ello, de la representación.
Es en el campo del Otro que el sujeto se funda. Siguiendo
a Lacan, podemos sostener que somos, en lo que nos
afecta y en tanto sujetos, siempre dependientes de
ese deseo que nos liga con el Otro y que nos obliga
a no ser más que ese objeto siempre desconocido
y faltante. Para Lacan la angustia está asociada
al deseo. Se origina cuando el sujeto es confrontado
a la falta de la falta.
Vemos que Lacan no concibe al afecto por el lado de
la emoción, más bien lo empuja hacia
la pasión, pasión del alma. En este
sentido, la pasión como punto nodal del afecto,
es concebida como efecto del significante, efecto
de estructura, entre lo que se configura como campo
del Otro y campo del sujeto.
Pues bien, luego de este breve recorrido cabría
preguntarnos ¿Qué efectos psíquicos
o subjetivos tiene la clara sinonimia entre afecto
y angustia? ¿Qué implicancias clínicas
y teóricas conlleva el predominio absoluto
y unificante de la angustia como único afecto
certero?
Son varios los autores que han confrontado dichas
afirmaciones, entre ellos tomamos a André Green,
que si bien ha realizado su formación analítica
con una fuerte impronta lacaniana, también
ha sabido marcar sus diferencias y hasta contraponerse
a sus tesis más centrales.
“El psicoanalista del afecto…”
Así fue llamado André Green, quien
motivado por avanzar en la extensión del psicoanálisis,
teoriza acerca de los afectos retomando las ideas
de Freud y señalando sus impasses teóricos.
Si bien su teorización se basa en toda la obra
freudiana, se enmarca fundamentalmente en la segunda
tópica, en el giro de los años 20, y
desde allí denota las insuficiencias clínicas
y teóricas del “padre del psicoanálisis”.
Green, teórico absolutamente comprometido con
la clínica, se preocupa por teorizar puntualmente
acerca de los afectos, a partir de que a su consulta
llegaban pacientes llamados “difíciles”,
pacientes que no se avenían al dispositivo
tradicional del psicoanálisis por presentar
aspectos escindidos, fronterizos, o lo que conocemos
como “locuras privadas”. Freud ya había
detectado estas presentaciones, pero no avanza. Aquí
entonces la hazaña que se propone Green.
Para comenzar, podemos decir que resulta casi imposible
estudiar el afecto en psicoanálisis sin remitirse
a la noción de representación. De hecho
Green es uno de los autores que se ha ocupado de un
análisis pormenorizado de ambas categorías,
señalando “discriminaciones e indiscriminaciones”
entre ellas. ¿Por qué trabajar dichas
nociones? Pienso que discutir acerca de ellas es debatir
acerca de cómo concebimos al inconciente y
la clínica que nos proponemos a partir de ello.
¿Qué nos dice Green? Más que
de representación, nos habla de la actividad
representativa, como genuino trabajo psíquico
que da cuenta del pensamiento, la representación
cosa, la representación palabra, las fantasías,
los afectos, ciertos estados del cuerpo, los gestos,
los silencios, es decir todo lo que se incluye en
el discurso. En este sentido vemos como prima la dimensión
metapsicológica sobre otras, apuntando a dar
cuenta de los avatares de la constitución psíquica.
En 1973 André Green escribe sus ideas acerca
de la concepción psicoanalítica del
afecto. Denuncia la ausencia de una satisfactoria
teoría sobre el tema y se lanza a su cometido.
Refiere que ningún autor, dedicado al tema,
aclaró el punto de aquella descarga, aspecto
cuantitativo, señalado por Freud. De hecho
observa como se ha priorizado en el estudio del afecto,
el sesgo significante, la vía representativa.
Esta cuestión la vemos claramente en Lacan.
Green dirá que la clínica y la teoría
psicoanalítica nos obligan a considerar como
afectos una multitud de estados, en el abanico que
va del placer al displacer, y se pregunta si de todos
ellos puede realmente darse una concepción
unitaria.
Este autor define al afecto como uno de los componentes
de la representación psíquica de la
pulsión, representante-afecto, dotado de cantidad
y cualidad, que junto al representante-representación,
integran el inconsciente, pero pueden estar allí
disociados. Agrega que es “...un término
categorial que agrupa todos los aspectos subjetivos
calificativos de la vida emocional en sentido amplio…”.
Lo comprende como un término metapsicológico
más que descriptivo.
Dirá que en Freud, la noción de afecto
ha estado fuertemente ligada a la de descarga, es
decir a una noción de acción y movimiento.
El autor francés dirá que es por la
descarga que el afecto se hace conciente. Es la representación
la que convoca al afecto y éste en movimiento,
busca a la representación. Esto acontece según
Green siempre y cuando se juegue un efecto
de simbolización, es decir, un trabajo
elaborativo del yo, que el autor denomina afecto
señal.
Green menciona los planteos freudianos que involucran
al afecto en el “Yo y el Ello”. Allí
Freud definiría a los afectos como este “algo”
precursor de lo que se convertirá en conciente
bajo el aspecto cualitativo del placer y el displacer.
Ahora bien, cuando la represión, la defensa
o la inhibición operan sobre estas sensaciones
o sentimientos, no les es atribuida la cualidad de
la conciencia. Green dirá que ante este “algo”
y las dificultades que plantea la concientización
necesaria o no del afecto, los autores psicoanalíticos
han tomado dos caminos: algunos se han decidido por
hablar de cargas de objeto más que de huellas
mnémicas y afectos. Otros, entre los que se
cuenta Green, mantienen la distinción entre
afecto y representación, y también la
de la heterogeneidad de los materiales del inconciente,
cuestión que marca una gran diferencia entre
nuestro autor citado y Lacan, punto señalado
una y otra vez por Green.
Palabras finales
En el trabajo “Acerca de la discriminación
e indiscriminación afecto-representación”
Green dice “…el afecto, incluso abordado
desde el punto de vista de la conciencia, continúa
siendo un perturbador enigma que se extiende más
allá de los psicoanalistas, a los filósofos,
los psicólogos, en los que no encontramos mucha
más unanimidad, más bien menos".
(A. Green. 1999).
Luego del recorrido, que solo ha intentado ser una
aproximación al tema de los afectos, esta frase
sigue resonando. Quedan aún muchos interrogantes.
Considero importante recuperar el valor del afecto
como “concepto fundamental” del psicoanálisis,
reubicarlo en nuestra clínica y en la teoría
metapsicológica como elemento prioritario.
Estamos en una época en la que poco espacio
se le otorga al afecto para circular con cierta regulación.
Nos encontramos muchas veces en el consultorio con
la necesidad de nombrar
dichos afectos, de construir su enunciado y correlativa
enunciación; en otras circunstancias, se nos
presentan pacientes desbastados de afecto… no
puedo dejar de remitirme a las neurosis actuales freudianas
(aún tan actuales).
Como vimos, se ha priorizado dentro del psicoanálisis
la vertiente representativa del afecto y se ha reducido
su existencia a la angustia, como único afecto
que habla de la verdad del sujeto. Creo importante
elucidar críticamente dichos enunciados para
salir de la mortífera repetición a la
que la lectura bíblica y no reflexiva irremediablemente
nos lleva.
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Bibliografía |
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