“Estaríamos
muy agradecidos con una teoría filosófica
o psicológica capaz de decirnos cuál
es el
significado de las sensaciones tan imperativas
para nosotros de placer o displacer. Desgraciadamente,
con respecto a este tema no se nos ofrece nada
útil”
|
(Freud
1920) |
Me preguntaba por qué escribir acerca del
afecto. ¿Acaso es posible recortar dicha noción
de otros conceptos psicoanalíticos e intentar
pensarla de manera singular?; ¿De qué
modo ha sido concebida la dimensión afectiva
en el psicoanálisis a lo largo de los años
y desde diferentes perspectivas?; ¿Qué
consecuencias clínicas y teóricas tiene
cada una de dichas posiciones?
Realizando un rastreo de lo que se ha escrito en referencia
a este tema, encuentro que existen diversas teorizaciones,
distintos modos de concebir el afecto.
Con este escrito me propongo dar cuenta, sucintamente,
de dos maneras de conceptualizar y recortar dicho
concepto como tema de investigación psicoanalítica.
Una es la de Green y otra la de Lacan, que a su modo
y tomando como referencia las ideas freudianas, teorizan
sobre el tema delineando cuál es el lugar del
afecto en la clínica que cada uno ha llevado
adelante.
Quiero aclarar que no es mi intensión, al menos
en este primer análisis, profundizar pormenorizadamente
en los fundamentos con los que ambos autores han desarrollado
el tema, sino, más bien rescatar los puntos
de divergencia de dichos planteos.
Podemos comenzar afirmando que la dimensión
afectiva de la subjetividad se encuentra en
el difuso terreno establecido entre lo biológico
y lo cultural. La afectividad puede pensarse como
el piso de toda subjetividad, base sobre la cual se
apuntalan todas aquellas significaciones sociales
que constituirán la cultura. En este sentido,
la afectividad del otro enfrenta al sujeto a un trabajo
psíquico que define los avatares metapsicológicos
de las condiciones de las que dependerán los
desarrollos de afecto. Así decimos que el niño,
antes de devenir sujeto, es objeto de la afectividad
del otro (Laplanche, 1984). El infans irá metabolizando
la “seducción
originaria” propiciada por sus otros
significativos, en especial promovida por la sexualidad
materna. Finalmente esta “pulsación
originaria” (S. Bleichmar), permite trenzar
las complejidades afectivas más determinantes
de todo vínculo humano y de este modo produce
psiquismo.
Algunas referencias freudianas
La manera en que un sujeto se comporta con relación
a sus afectos, es lo que permitió a Freud formular
su primera clasificación de las neurosis. En
este sentido podemos afirmar que la noción
de afecto es contemporánea
del nacimiento mismo del psicoanálisis.
El diccionario Psicoanalítico de Laplanche
y Pontalis define al afecto como un “estado
afectivo, penoso o agradable, vago o preciso, ya se
presente en forma de una descarga masiva, ya como
una tonalidad general…”. Refiere que según
Freud toda pulsión se manifiesta en los dos
registros: el del afecto y el de la representación.
El afecto entonces sería la expresión
cualitativa o la traducción subjetiva de la
cantidad de energía pulsional y sus variaciones.
La noción de afecto en Freud ha tenido a lo
largo de su obra una gran relevancia. Ya desde sus
primeros trabajos dedicados al tratamiento de la histeria
y al descubrimiento del valor terapéutico de
la abreacción, asocia el síntoma histérico
con un afecto que, producto de un acontecimiento traumático,
no habría encontrado una adecuada descarga.
Freud refiere que el afecto puede
transformarse ya que no se halla necesariamente
ligado a una representación. Conversión,
desplazamiento y transformación constituyen
operaciones posibles del afecto, que dan lugar a diversas
presentaciones clínicas.
Freud nos permite visualizar lo fuertemente intrincado
que se encuentra el concepto de afecto con el de pulsión
y angustia. De hecho, podríamos decir que la
angustia es un afecto a través del cual la
pulsión sexual se manifiesta.
En los primeros Manuscritos, observamos que Freud
tiene un objetivo: desentrañar la fuente de
la angustia. En ellos refiere que lo que produce angustia
es un factor físico de la vida sexual. La angustia,
entonces, se presentaría como un fenómeno
físico, producto de una acumulación
de tensión sexual por una descarga perturbada.
En 1894/95 en su texto de “Sobre la justificación
de separar de la neurastenia un determinado síndrome
en calidad de neurosis de angustia” diferenciará
la excitación sexual somática de la
libido sexual, placer psíquico. Señalará
que la excitación en la Neurosis de angustia
es somática y en la histeria es psíquica.
La neurosis de angustia carecería de mecanismo
psíquico y se conjugaría con el aminoramiento
de la libido sexual. Es a partir de la angustia que
se pueden diferenciar condiciones etiológicas
opuestas a las que rigen en la neurastenia.
Durante el primer período Freud considera la
angustia como núcleo esencial para organizar
las neurosis llamando a este grupo neurosis de angustia.
Divide las neurosis en neurastenia y neurosis de angustia.
La diferencia entre una y otra se expresa como acumulación
de la excitación o como empobrecimiento de
la misma.
En 1915 y focalizando en la dimensión metapsicológica,
Freud escribe “Lo inconciente”. Allí
define el afecto y a los sentimientos como “…procesos
de descarga cuyas manifestaciones finales son percibidas
como sensaciones”.
Freud intenta dar cuenta de la dimensión cuantitativa
del afecto, y en este sentido definirá tres
destinos pulsionales ante la represión: que
el afecto subsista tal cual; que sufra una trasformación
en un quantum de afecto cualitativamente diferente
(angustia); o que el afecto sea reprimido, es decir,
que su desarrollo sea francamente impedido.
Como decíamos, Freud reconoce que una pulsión
no puede devenir objeto de la conciencia. Lo que nos
daría una idea de los avatares de esa pulsión
es la representación,
que sí es conciente. De la misma manera, el
destino de nuestros investimientos pulsionales no
podría sernos totalmente inconciente, puesto
que nos ponen al tanto de ello las manifestaciones
afectivas que acarrea dicha satisfacción pulsional.
En “Tratamiento psíquico, tratamiento
del alma” Freud dirá “En ciertos
estados anímicos denominados «afectos»,
la coparticipación del cuerpo es tan llamativa
y tan grande que muchos investigadores del alma dieron
en pensar que la naturaleza de los afectos consistiría
sólo en estas exteriorizaciones corporales
suyas (…) Estados afectivos persistentes de
naturaleza penosa o, como suele decirse, “depresiva”,
como la cuita, la preocupación y el duelo,
rebajan la nutrición del cuerpo en su conjunto,
hacen que los cabellos encanezcan, que desaparezcan
los tejidos adiposos y las paredes de los vasos sanguíneos
se alteren patológicamente. A la inversa, bajo
la influencia de excitaciones jubilosas, de la «dicha»,
vemos que todo el cuerpo florece y la persona recupera
muchos de los rasgos de la juventud.”
Para Freud, entonces, los afectos en sentido estricto
se singularizan por una relación muy particular
con los procesos corporales. En rigor, todos los estados
anímicos, aun los que solemos considerar “procesos
de pensamiento”, son en cierta medida “afectivos”,
y de ninguno están ausentes las exteriorizaciones
corporales y la capacidad de alterar procesos físicos.
Aun la tranquila actividad de pensar en “representaciones”
provoca, según sea el contenido de estas, permanentes
excitaciones.
El tercer y último período de Freud
se relaciona con la castración en tanto se
impone como centro y motor del drama de la angustia.
En la 32º Conferencia: Angustia y vida pulsional
(1926), Freud define a la angustia como un estado
afectivo, algo que sentimos (lo que también
dice Freud en Inhibición, síntoma y
angustia; 1926), la reunión de sensaciones
de la serie placer-displacer con las inervaciones
de descarga y su percepción. Aquí el
nacimiento es la huella afectiva de toda angustia.
El engaño del afecto
¿Por qué priorizar la angustia como
único afecto que no engaña? O mejor
¿por qué uno debería pensar que
en realidad lo que se siente como amor, odio, ternura,
entre otros, son solo inversiones de una verdad inscripta
en otro lado?. Estas quizá son algunas de las
preguntas que retornan a la hora de aproximarse a
la lectura de Lacan acerca del afecto en psicoanálisis.
Coinciden en alguna medida, con las críticas
prodigadas por muchos de sus colegas contemporáneos.
Ya en los comienzos de su obra, Lacan señala
que el inconciente esta estructurado
como un lenguaje, y con esto pone su sello, marca
la diferencia. Esta afirmación ha resultado
polémica para muchos analistas, entre ellos
Green, quienes coinciden en que representa una intelectualización
del psicoanálisis que evita la cuestión
del afecto y la emoción. Se le cuestiona el
excesivo acento puesto en lo simbólico en detrimento
de lo emocional. Y en cierto punto, por lo menos en
lo que respecta a sus primeros pasos en el campo psicoanalítico,
es cierto que Lacan acentuaba mucho lo simbólico,
con el objetivo de señalar la confusión
existente entre el yo y el sujeto, entre la psicología
y el psicoanálisis.
Lacan llama “método de catálogo”
a la concepción que se tiene en su época
acerca de los afectos, considerando que se basaba
en una perspectiva descriptiva y fenomenológica,
en la que solo se hacia una descripción de
los mismos.
Entre los años 62-63 elige como tema de sus
seminarios el de la angustia,
quizá como respuesta a las críticas
que se le dirigían. Define a la angustia como
un afecto y la diferencia de todos los demás.
Se trataría de un afecto
del sujeto, sujeto como categoría producto
de lo simbólico. Por el contrario, cuando se
trata del amor o el odio, por ejemplo, estaríamos
más bien frente a afectos
del yo, que circulan como eslabones de la cadena
significante. La angustia, no se ubicaría en
dicha cadena, sino que ancla en lo que se dará
en llamar el objeto a. En este sentido, la frase tantas
veces mencionada “la angustia no es sin objeto”,
marca una de las diferencias importantes que el autor
delimita respecto a Freud, para quien la angustia
se produce ante la perdida del mismo.
Al igual que Freud, Lacan dirá que son los
significantes los afectados por la represión,
y que por el contrario, el quantum de afecto queda
liberado para unirse con otro significante.
La angustia, entonces, es presentada por el autor
como una señal, el único afecto que
no engaña, único afecto que no se presenta
disfrazado, desplazado o invertido.
Para Lacan, el afecto está ligado siempre a
nuestra relación con el Otro, es decir a aquello
que nos constituye como sujetos deseantes. La angustia
aparece frente al deseo del Otro. El Otro, como lugar
del significante y, por ello, de la representación.
Es en el campo del Otro que el sujeto se funda. Siguiendo
a Lacan, podemos sostener que somos, en lo que nos
afecta y en tanto sujetos, siempre dependientes de
ese deseo que nos liga con el Otro y que nos obliga
a no ser más que ese objeto siempre desconocido
y faltante. Para Lacan la angustia está asociada
al deseo. Se origina cuando el sujeto es confrontado
a la falta de la falta.
Vemos que Lacan no concibe al afecto por el lado de
la emoción, más bien lo empuja hacia
la pasión, pasión del alma. En este
sentido, la pasión como punto nodal del afecto,
es concebida como efecto del significante, efecto
de estructura, entre lo que se configura como campo
del Otro y campo del sujeto.
Pues bien, luego de este breve recorrido cabría
preguntarnos ¿Qué efectos psíquicos
o subjetivos tiene la clara sinonimia entre afecto
y angustia? ¿Qué implicancias clínicas
y teóricas conlleva el predominio absoluto
y unificante de la angustia como único afecto
certero?
Son varios los autores que han confrontado dichas
afirmaciones, entre ellos tomamos a André Green,
que si bien ha realizado su formación analítica
con una fuerte impronta lacaniana, también
ha sabido marcar sus diferencias y hasta contraponerse
a sus tesis más centrales.
“El psicoanalista del afecto…”
Así fue llamado André Green, quien
motivado por avanzar en la extensión del psicoanálisis,
teoriza acerca de los afectos retomando las ideas
de Freud y señalando sus impasses teóricos.
Si bien su teorización se basa en toda la obra
freudiana, se enmarca fundamentalmente en la segunda
tópica, en el giro de los años 20, y
desde allí denota las insuficiencias clínicas
y teóricas del “padre del psicoanálisis”.
Green, teórico absolutamente comprometido con
la clínica, se preocupa por teorizar puntualmente
acerca de los afectos, a partir de que a su consulta
llegaban pacientes llamados “difíciles”,
pacientes que no se avenían al dispositivo
tradicional del psicoanálisis por presentar
aspectos escindidos, fronterizos, o lo que conocemos
como “locuras privadas”. Freud ya había
detectado estas presentaciones, pero no avanza. Aquí
entonces la hazaña que se propone Green.
Para comenzar, podemos decir que resulta casi imposible
estudiar el afecto en psicoanálisis sin remitirse
a la noción de representación. De hecho
Green es uno de los autores que se ha ocupado de un
análisis pormenorizado de ambas categorías,
señalando “discriminaciones e indiscriminaciones”
entre ellas. ¿Por qué trabajar dichas
nociones? Pienso que discutir acerca de ellas es debatir
acerca de cómo concebimos al inconciente y
la clínica que nos proponemos a partir de ello.
¿Qué nos dice Green? Más que
de representación, nos habla de la actividad
representativa, como genuino trabajo psíquico
que da cuenta del pensamiento, la representación
cosa, la representación palabra, las fantasías,
los afectos, ciertos estados del cuerpo, los gestos,
los silencios, es decir todo lo que se incluye en
el discurso. En este sentido vemos como prima la dimensión
metapsicológica sobre otras, apuntando a dar
cuenta de los avatares de la constitución psíquica.
En 1973 André Green escribe sus ideas acerca
de la concepción psicoanalítica del
afecto. Denuncia la ausencia de una satisfactoria
teoría sobre el tema y se lanza a su cometido.
Refiere que ningún autor, dedicado al tema,
aclaró el punto de aquella descarga, aspecto
cuantitativo, señalado por Freud. De hecho
observa como se ha priorizado en el estudio del afecto,
el sesgo significante, la vía representativa.
Esta cuestión la vemos claramente en Lacan.
Green dirá que la clínica y la teoría
psicoanalítica nos obligan a considerar como
afectos una multitud de estados, en el abanico que
va del placer al displacer, y se pregunta si de todos
ellos puede realmente darse una concepción
unitaria.
Este autor define al afecto como uno de los componentes
de la representación psíquica de la
pulsión, representante-afecto, dotado de cantidad
y cualidad, que junto al representante-representación,
integran el inconsciente, pero pueden estar allí
disociados. Agrega que es “...un término
categorial que agrupa todos los aspectos subjetivos
calificativos de la vida emocional en sentido amplio…”.
Lo comprende como un término metapsicológico
más que descriptivo.
Dirá que en Freud, la noción de afecto
ha estado fuertemente ligada a la de descarga, es
decir a una noción de acción y movimiento.
El autor francés dirá que es por la
descarga que el afecto se hace conciente. Es la representación
la que convoca al afecto y éste en movimiento,
busca a la representación. Esto acontece según
Green siempre y cuando se juegue un efecto
de simbolización, es decir, un trabajo
elaborativo del yo, que el autor denomina afecto
señal.
Green menciona los planteos freudianos que involucran
al afecto en el “Yo y el Ello”. Allí
Freud definiría a los afectos como este “algo”
precursor de lo que se convertirá en conciente
bajo el aspecto cualitativo del placer y el displacer.
Ahora bien, cuando la represión, la defensa
o la inhibición operan sobre estas sensaciones
o sentimientos, no les es atribuida la cualidad de
la conciencia. Green dirá que ante este “algo”
y las dificultades que plantea la concientización
necesaria o no del afecto, los autores psicoanalíticos
han tomado dos caminos: algunos se han decidido por
hablar de cargas de objeto más que de huellas
mnémicas y afectos. Otros, entre los que se
cuenta Green, mantienen la distinción entre
afecto y representación, y también la
de la heterogeneidad de los materiales del inconciente,
cuestión que marca una gran diferencia entre
nuestro autor citado y Lacan, punto señalado
una y otra vez por Green.
Palabras finales
En el trabajo “Acerca de la discriminación
e indiscriminación afecto-representación”
Green dice “…el afecto, incluso abordado
desde el punto de vista de la conciencia, continúa
siendo un perturbador enigma que se extiende más
allá de los psicoanalistas, a los filósofos,
los psicólogos, en los que no encontramos mucha
más unanimidad, más bien menos".
(A. Green. 1999).
Luego del recorrido, que solo ha intentado ser una
aproximación al tema de los afectos, esta frase
sigue resonando. Quedan aún muchos interrogantes.
Considero importante recuperar el valor del afecto
como “concepto fundamental” del psicoanálisis,
reubicarlo en nuestra clínica y en la teoría
metapsicológica como elemento prioritario.
Estamos en una época en la que poco espacio
se le otorga al afecto para circular con cierta regulación.
Nos encontramos muchas veces en el consultorio con
la necesidad de nombrar
dichos afectos, de construir su enunciado y correlativa
enunciación; en otras circunstancias, se nos
presentan pacientes desbastados de afecto… no
puedo dejar de remitirme a las neurosis actuales freudianas
(aún tan actuales).
Como vimos, se ha priorizado dentro del psicoanálisis
la vertiente representativa del afecto y se ha reducido
su existencia a la angustia, como único afecto
que habla de la verdad del sujeto. Creo importante
elucidar críticamente dichos enunciados para
salir de la mortífera repetición a la
que la lectura bíblica y no reflexiva irremediablemente
nos lleva.
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