La lectura
de “lo oriental”, “lo místico”,
lo indio generalmente dicho “hindú”,
etc., como se conoce vulgarmente, dice del “satori”,
iluminación en el budismo Zen.
El Satori es el destello repentino
en la conciencia de una nueva verdad. Es una especie
de catástrofe mental que ocurre después
de acumular contenidos intelectuales y demostrativos.
Cuando esta acumulación llega al límite
de la estabilidad y el edificio ha llegado a derrumbarse,
un nuevo cielo se abre a nuestra vista y el mundo
aparece vestido con un ropaje nuevo que parece cubrir
todas las deformidades de las falsas ilusiones.
No obstante, el breve texto que hace de puerta cancel
a los trabajos de este volumen (poemas
sobre pinturas, películas y situaciones),
suscripto por Teitaro Suzuki , y cuyo nombre budista
es Daizetz ( cuya posible traslación a nuestra
lengua sea “gran
simplicidad” o mejor aún “el
simple”), ilumina, valga la redundancia
lo antedicho( para quienes saben ver, la luz, - y
no digo nada relacionado con ese “vi la luz”
tan difundido hoy día por algunas sectas religiosas-,
sino que hablo de la Luz, así con mayúsculas,
del conocimiento, la intuición, el pensamiento,
el camino, (el koan), la “comprensión”,
en definitiva.
Dicho esto, los textos de este libro, por medio de
la vía poética, hacen filosofía,
dado que una y otra son imprescindibles para el tipo,
el modo, la forma y el fondo de una poesía
como ésta; la de este libro que es la poesía
que prefiero.
Y digo prefiero, respetando todo otro “modo”
de hacerlo, pero permitiéndome para mí
mismo, elegir la que podría ser llamada, (así
como otras son: “narrativas”, “cotidianitas”,
“amorosas” y tantos y cuantos motes o
calificativos como autores se sientan llamados a clasificarla;
como poesía trascendente
en el sentido de trasponer el mero hueco literario
de un género, ese o esa poiesis, ese
hacer, por una poesía que indaga, vislumbra,
refleja, en este caso y a través de otras artes,
que vienen a servirle de soporte musical, pictórico,
cinematográfico, paisajístico o el que
fuere, a una meditación que es reflexiva y
le permite extraer de las imágenes, los sonidos,
las situaciones o lugares; modos poéticos de
ser vistos o mirados, como Hölderlin nos dijera,
en donde:
“Poéticamente
habita el hombre”.
Qué más cabe acotar en una simple recensión
que, cuando el poeta nombra Timanfaya, Chartres, al
filósofo Bergson, al pintor Renoir o al genial
Van Gogh, utiliza un epígrafe del desaparecido
maestro de la poesía argentina Joaquín
Giannuzzi o a los realizadores cinematográficos
Bertolucci, Antonioni y a otros; reverencia y hace
su homenaje a lo que siente, esos monumentos del arte
universal.
Si lo “zen”, inexplicable por racionalidad
fuera posible, me atrevería a decir sin miedo
alguno de equívocos, que este libro contiene
poemas zen. Lírica y Belleza, captación
del instante se aprecian en ejemplos tales como:
“…un pez
plateado iluminó el agua…”
“..sentimos que el pasado nos recuerda…”
“…la memoria nos cambia de lugar…”
“La araña hilas/una pequeña plegaria…”
“La luz /se vuelve una hoja/en el crepúsculo”
“A estas rocas se les envidia su voluntar de
durar”
O el poema basado en una pintura del gran maestro
japonés Hokusai:
PINTURA
En su zoología de intimidad,
el gato de Hokusai
destaca el impudor que pretende evitar,
la infinitud de aquello que los humanos ignoramos.
Quizás por eso, su ocio nos resulta demasiado
trabajoso.
En ese “vacío pictórico”
- inservible a efectos descriptivos-
se ajusta el contenido de su imagen:
una humilde silueta recortada que elimina cuanto sobra.
Por un instante ese signo de mesura
nos hace olvidar la violencia del mundo.
Esto ha sido para nuestro poeta su satori, impresiones
de esos grandes artistas, de sus intuiciones y emociones,
de sus iluminaciones.
Saludo este libro enfáticamente.
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