El
sentido, perdido
El cine es - muchas veces - una ventana abierta al modo
de ser de una sociedad. En los casos más lúcidos,
una ventana abierta al caos y a la fragmentación
sobre los cuales toda forma social se asienta - siendo
el sentido socialmente creado-instituido lo que contiene-vela
al caos y oficia de cemento de la fragmentación.
También suele poseer una aguda mirada sobre la
subjetividad - o modo de ser de la psique en determinado
históricosocial - .Por ello es que el cine suele
ser una fuente inagotable de indagación para el
psicoanálisis: en el “por ello” incluimos
ambas cuestiones. Así lo vemos, al menos, aquellos
psicoanalistas que pensamos en un indisoluble lazo entre
la psique y la sociedad, al mismo tiempo que en sus diferencias
irreductibles, y que indagamos acerca de los efectos que
en los sujetos tiene determinado estado de la sociedad
así como sobre los efectos que sobre la sociedad
tiene determinado tipo de sujeto.
La escena es en el film de Sofía Coppola Lost
in translation. Película
traducida en nuestro medio como “Perdidos
en Tokio” (traducción que como una suerte
de lapsus linguae nos arroja de lleno al tema en cuestión
en este artículo, presente desde el título
mismo). Dos estadounidenses insomnes miran La
Dolce Vita en un hotel de Tokio; el tedio, el vacío,
la desorientación, la pérdida del deseo
los acompañan y los unen. Por momentos una cama
es el escenario donde parecen compañeros de una
nave espacial que está a la deriva. El sinsentido
se hace presente al haber caído la certeza en la
vida que llevaban - una vida que no pueden traducir al
presente - : la certeza en el sentido que crearon para
cubrir el sinsentido del que partimos todos. Están
perdidos en la traducción (¿pero cuál?),
y en el traslado (¿de dónde a dónde?).
No decimos nada novedoso si decimos que el sinsentido
es la última verdad: todo sentido es creación
del hombre. Sobre el caos, el abismo, el sin fondo del
ser, los humanos creamos formas - tal como ocurre con
el magma que se solidifica al tomar contacto con el aire
-. Ambos así enlazados se animan - por momentos
- a contemplar el abismo, el vacío (como Charlotte
mirando indefinidamente a través de la pared-ventana
de su cuarto). Pero también, para no verlo, intentan
una distracción constante (televisión, alguna
comida, gimnasia, fiesta, karaoke ...). Si bien ya hemos
aprendido (¿?) que la vida no es dulce, ni es bella,
otra cosa es vivir en el sinsentido. Muchos pensadores
han denunciado que el capitalismo produce sinsentido,
ya que debe destruir todo lo que crea para generar más
necesidades y más objetos para cubrirlas ... Si
en el capitalismo “todo lo sólido se desvanece
en el aire” (Marx -Engels dixit), diremos que la
subjetividad también [1].
A principios del siglo XX Freud señalaba que nuestra
cultura occidental se asienta en la culpa, y que ésta
permite al Poder hacerse un lugar en el psiquismo haciendo
respetar el orden imperante a través de lo que
conocemos como superyó: una especie de Padre que
ama a quienes respetan su legalidad, inoculando culpa.
Hoy el panorama no es el mismo; dicho Padre ha tomado
el aspecto de un sujeto desorientado, inseguro, tambaleante
... desplazado en buena medida por el afán capitalista
de producir más, acumular más, consumir
más, en el menor tiempo posible. Afán que
produce un dislocamiento social y subjetivo sin precedentes,
fragmentando a ambos. Cornelius Castoriadis sostuvo desde
1960 que la sociedad comenzaba a transitar un período
de privatización de la vida, de cinismo político,
apatía, conformismo generalizado ... y que todo
esto producía - al mismo tiempo que era su efecto
- el "avance de la insignificancia"
[2]. Los seres humanos necesitamos vivir
en la significación, es decir, en un mundo que
tenga sentido - en su doble acepción: como significación
y como movimiento hacia - aún para oponernos al
mismo.
Zappingántropus-Reflejántropus
La solidez perdida de toda significación de
la vida social que produce el despliegue ilimitado del
capitalismo, nos acerca a esos seres de Perdidos
en Tokio - ciudad que bien puede ser un espejo-metáfora
del capitalismo actual. El
tedio, el vacío, la desorientación, la
pérdida del deseo han pasado a ser características
de la subjetividad de época. Si hasta
la década de 1970 esto no fue así, es
porque el movimiento de autonomía hacía
frente al capitalismo bajo la forma de la lucha de la
clase obrera, las movilizaciones contra la guerra de
Vietnam, las luchas de los negros en EEUU ... . Mayo
del 68 y todo el movimiento mundial que ocurrió
entonces, incluido nuestro Cordobazo. Fue el canto del
cisne de una búsqueda emancipatoria, del intento
de fundar una sociedad sobre otras bases que no fueran
las del imperio de la economía. El período
que va desde 1974 y la crisis del petróleo hasta
1989 y la Caída del Muro, permitió oír
los martillazos sobre la supuesta tumba de dicho proyecto
(Seattle, el
Zapatismo, y un largo etc. que incluye los múltiples
movimientos argentinos - el piquetero, las asambleas,
las fábricas recuperadas - , dejaron al desnudo
el apresuramiento de los enterradores intelectuales
y políticos), que buscaba - en términos
generales - más libertad e igualdad para todos.
El capitalismo actual ha producido mutaciones notables
en la subjetividad, cuestión apreciable inclusive
en los consultorios de los psicoanalistas, en los cuales
la depresión, las sensaciones de vacío,
el hastío, la crisis de proyectos, la desorientación
generalizada, las afecciones psicosomáticas,
la pérdida de deseo, etc., han hecho una aparición
abrumadora, que ha llevado a tener que repensar los
tratamientos.
Para Castoriadis el riesgo actual es el de la aparición
de un nuevo ser, al que denomina como
zappingántropus o reflejántropus.
Zappingántropus: un ser que va saltando de experiencia
en experiencia, de lazo en lazo, de diversión
en diversión, en una actividad de distracción
constante, como quien cambia de canal televisivo. Esta
actividad es una defensa contra el sinsentido que la
sociedad produce, un intento de hallarlo en el consumo
de objetos (hasta las personas pueden ser tomadas como
tales) para llenar dicho vacío de sentido. Reflejántropus:
tal vez más que nunca en la historia de la humanidad,
los sujetos defienden una supuesta individualidad conquistada,
que no es más que una pseudo individualidad,
ya que todos consumen los mismos objetos, adquieren
las mismas costumbres - con el ansia de consumo en primer
plano -.Se confunde así el individualismo con
lo que realmente es: un aislamiento que no hace más
que profundizar el sinsentido, la fragmentación
de la sociedad, y que muestra que se ha erigido un nuevo
modo de dominio sobre los sujetos. Este se ha hecho
anónimo (empresas, medios de comunicación,
la opinión de los "expertos" en economía,
salud, "calidad de vida", etc.), ha cobrado
autonomía, y se hace difícilmente controlable.
Así es como de la culpa se pasa a la producción
de vacío como modo de controlar la psique de
los individuos.
Velocidad y pérdida de traducción
El título original del film que da origen a
estas reflexiones - Perdidos
en la traducción - puede servirnos para
hacer una analogía: que también hay entre
nosotros una traducción perdida, referida a la
historia, a sentidos pretéritos y por lo tanto,
a un futuro posible. Porque
lo que no se traduce permanece como una lengua extraña
y extranjera que quita de nuestra disposición
elementos que permitirían nuestra orientación
y pensar en otro futuro posible.
En la película, estar perdidos en la traducción
va de la mano de la aceleración a la cual los
protagonistas son sometidos, que tiene como consecuencia
el jet lag. El jet
lag es una desincronización temporo-espacial
efecto del traslado por varios usos horarios, sobre
todo cuando el viaje es hacia el este y los tiempos
se “acortan”. Produce desorientación,
insomnio y por lo tanto somnolencia diurna, irritabilidad.
Lost in translation:
perdidos en el traslado-traducción. Una
traslación a una velocidad que produce una pérdida
de la traducción.
El psiquismo se estructura y complejiza mediante traducciones:
Freud así lo detalla en su Carta 52 [3].
Las inscripciones de algo vivido en una época
de la vida, se corresponden con determinado estrato
de la psique, y para pasar a otro, deben poder traducirse.
Es que cada estrato tiene su propia lengua; por lo tanto,
una inscripción, para poder hablar-habitar en
otro estrato, debe poder traducirse a éste. Así,
las representaciones del proceso
primario (representaciones-cosa, o sea imágenes)
de la psique deben poder traducirse al lenguaje
del proceso secundario
(representaciones-palabra), y éstas, a su vez,
deben poder hallar lugar en los nuevos modos de significar
que cada época de la vida impone (infancia, adolescencia,
juventud, etc.), en un proceso que - potencialmente
- no tiene fin y que implica múltiples registros
de la memoria. Pero esta traducción, para poder
realizarse, necesita “tiempo”, es decir,
temporalidad que permite el desentramado-entramado representacional,
la circulación y religazón de afectos
y objetos, etc. Sin tiempo, la elaboración psíquica
se ve dificultada, y por lo tanto también la
traducción. El trabajo del duelo nos da un buen
ejemplo de esto. Todo duelo necesita de un tiempo para
poder ser elaborado. Y esto forma parte del modo habitual
de procesamiento de la psique.
De traducciones perdidas
Volvemos a los personajes de Perdidos
en Tokio, en la traducción, en la traslación
... y los hallamos también perdidos en relación
al lazo que intentan establecer con el mundo que los
rodea y con sus semejantes. Encontramos en Giorgio Aganbem
[4]
y su reflexión sobre la pérdida
de la experiencia, un modo de entender esta situación,
no muy alejada de lo que sucede al interior de la psique.
En la sociedad actual, la experiencia - sostendrá
- ya no es algo realizable. Así como fue privado
de su biografía, se le ha expropiado - al hombre
contemporáneo - su experiencia: padece de incapacidad
de tener y transmitir experiencias. Lo cita a Walter
Benjamin quien en 1933 hablaba de la pobreza de la experiencia
de la época moderna, ubicando entre sus causas
a la catástrofe de la guerra mundial, con la
gente retornando enmudecida de los campos de batalla,
más pobre en experiencias compartidas y compartibles
... Pero no se necesita de una catástrofe para
destruir la experiencia - aclara Aganbem - , basta con
la pacífica existencia cotidiana en una gran
ciudad. “El hombre moderno vuelve a la noche a
su casa extenuado por un fárrago de acontecimientos
- divertidos o tediosos, insólitos o comunes,
atroces o placenteros - sin que ninguno de ellos se
halla convertido en experiencia. Esa incapacidad para
traducirse en experiencia es lo que vuelve hoy insoportable
- como nunca antes - la existencia cotidiana ...”
[5]
“Fárrago” (“aglomeración
desordenada y confusa de cosas superfluas”, dice
el diccionario de María Moliner)- diremos - que
es no sólo cantidad, sino simultaneidad. De esto
deviene un enmudecimiento
- falta de traducción - interno, y entre los
sujetos.
La aceleración del tiempo produce, para Paul
Virilio [6],
un exceso de velocidad,
que es un envejecimiento y un agotamiento del mundo.
Esto hace que se pase de
la reflexión al reflejo. El sujeto no
reflexiona, sino que actúa por reflejo, perdiéndose
así el tiempo propio, el de la reflexión.
La velocidad, para Virilio, es un poder, anidado en
el lema capitalista por antonomasia: el tiempo es dinero.
Dirá así que el tiempo es dinero, y la
velocidad es poder. La subjetividad
- diremos nosotros - se esfuma tal como el paisaje visto
a través de la ventanilla de un automóvil,
cuando vamos a gran velocidad. Sin procesamiento psíquico
posible, con un exceso de velocidad - cuyo paradigma
es la informática, el estar on-line - que esfuma
a los sujetos y sus lazos, la traducción del
otro, de la historia, del mundo, se hacen imposibles.
Finalmente, entendemos a la traducción como
producción de sentido - es decir, simbolización
- y para realizarse el sujeto debe poder apoyarse en
elementos ofrecidos por la cultura, su universo de simbolización,
pero también se produce apoyándose mutuamente
en grupos, instituciones y en el semejante. Esto último
es lo que deja traslucir Lost
in translation. Así parece ocurrirles
a los protagonistas en esos fugaces momentos - el diálogo
en la cama mientras se rozan los pies y manos, o la
escena final, con esas enigmáticas palabras susurradas
por Bob en el oído de Charlotte, mientras las
lágrimas surcan su rostro - que se imponen al
karaoke, al insomnio, al aturdimiento - señalando,
así, otra posibilidad de lazo en y entre los
sujetos, que los arranque de la insignificancia,
al reencontrarse con la traducción (de sí
y del otro en este caso) al crear, de este modo, un
nuevo sentido para sus vidas. Abriendo así la
lógica del deseo, que es la lógica de
la esperanza.
* Publicado
en Revista La Pecera N° 8
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