Partiremos
de la siguientes formulaciones:
a. los fines del psicoanálisis,
la política, la educación, la comunicación
de masas, se hacen presentes en los medios que utilizan;
b. los medios de dichas
prácticas transmiten las significaciones
imaginarias que hacen y orientan hacia sus fines
(ejemplo de ellas son libertad, verdad, justicia,
igualdad, o dominio del otro, velamiento de la verdad,
desigualdad, injusticia, etc.).
c. estas significaciones
pueden ser más o menos explícitas, y
pueden enarbolarse de modo engañoso o incongruente.
Ej.: un medio de comunicación puede decir que
defiende la libertad de prensa pero censurará
todo aquello que no se corresponda con su finalidad
implícita. Un sujeto en análisis puede
manifestar tal o cual fin referido a su vida, y sin
embargo hacer algo que demuestra otra finalidad. O
un psicoanalista hacer lo contrario de lo que brillantemente
pregona en sus textos y disertaciones y seminarios.
Una organización política puede tener
como proyecto para la sociedad su emancipación
de todo dominio, pero desarrollar prácticas
de dominación hacia su interior;
d. las incoherencias
pueden deberse a la mala fe, a la naturaleza incoherente
de la psique humana (sus tendencias opuestas, su rechazo
del otro a la vez que su convocatoria, su búsqueda
permanente de fines narcisistas, su búsqueda
de lo identitario, etc.), como también a defectos
en la elucidación de los fines de cada disciplina
y los medios que pueden llevar a ellos;
e. esto implica que los
fines y los medios de una práctica (ya no hablamos
solamente de los medios) deben ser revisitados con
frecuencia, para establecer sus definiciones, parámetros,
etc.
Lo que queremos decir es que no es sencillamente
que los medios sean acordes con los fines propuestos.
Sino que los fines están ya incluidos en los
medios de las prácticas/disciplinas y aún
más: los fines comienzan a cumplirse y a realizarse
en los medios que hacen a determinada práctica.
Esto es válido tanto para el psicoanálisis,
la política, la educación, los medios
de comunicación (televisión, Internet,
radio, medios gráficos). Subrayemos: comienzan
a cumplirse, a realizarse.
Partamos como ejemplo del psicoanálisis. Su
regla fundamental, la de la asociación libre,
es un medio que implica en cada encuentro analítico
poner en juego la supresión de la censura y
el sentido común que orienta y controla nuestro
pensamiento y vida cotidiana; esto a su vez tiene
como fin el permitir advenir otros sentidos, otra
lógica (la del proceso primario, a través
de la asociación, pero también del análisis
de los lapsus, actos fallidos, sueños, síntomas)
que a la vez permite sostener otra de las finalidades
del análisis: que allí
donde el yo era, el ello deba advenir y hacer consciente
lo inconsciente. Pero también: volver
sobre esos productos, trabajar sobre ello(s). Con
lo que se cumple otra mira: donde
ello era, el yo debe advenir, o mejor dicho:
una subjetividad reflexiva y con capacidad de acción
deliberada (Castoriadis). Que no es exactamente el
yo, pero que necesita de éste. Vemos en este
caso un encadenamiento de fines, pensable como fines
intermedios y últimos. Y la realización
de estos desde la primera sesión de un análisis.
La posición del psicoanalista no queda por
fuera de estas elucidaciones. Eludiendo toda idealización
(debiéramos decir: combatiéndola todo
lo que sea posible de acuerdo a su saber hacer) evita
una identificación alienante por parte del
analizante. En este sentido, el silencio como baluarte,
una actitud de intervención constante, la actividad
de pseudo traducción del inconsciente, o el
empleo del llamado tiempo libre de sesión (que
ubica al analista en un lugar de saber inefable, incomprobable,
en contraposición con el tiempo cronológico,
que marca principios y finales más allá
de los sujetos, aún tomándose con flexibilidad),
son medios que entronizan al analista en el lugar
de ideal. Alterando otro de los fines del análisis:
la asunción de la castración. ¿Qué
quiere esto decir? Que el psicoanálisis se
propone arrinconar lo más posible la omnipotencia
de la psique, inclusive cuando ésta sea alojada
en el analista o en objetos de la vida del sujeto,
para favorecer su transformación en juego,
creación artística, trabajo, lazos menos
marcados por la elección narcisista de objeto,
proyectos, etc.
Dicha omnipotencia sigue los fines de la pulsión
de muerte: cesar en el deseo, llegar a la completud.
La evitación de todo medio que lleve a la
alienación del analizante en la figura del
analista, implica la pertenencia del psicoanálisis
al proyecto de la autonomía: es un trabajo
de desalienación e implica también
la renuncia a querer hallar en la escena de la realidad
todo aquello que desmienta la existencia de la castración.
La psique y los medios
Ya por fuera de la práctica analítica,
nos encontramos con los medios de comunicación
de masas y sus efectos sobre el sujeto. Podemos decir
que dichos medios están
en la psique e intentan imponer sus fines.
Los medios masajean a la psique: la
formatean. Esto ha sido ya anunciado hace cuatro
décadas por Marshall McLuhan (ver
en este número los textos de
Héctor
Freire y
Eduardo
Müller),
y ha sido retomado en estos tiempos por Franco Berardi.
Este señala el pasaje de la infosfera analógica
a la digital, y los efectos que esto tiene para la
psique. Resumidamente: la facultad crítica
del sujeto se ve afectada al pasar de la escritura
a la comunicación videoelectrónica,
disminuyendo dramáticamente. Se vuelve muy
difícil la discriminación entre verdad
y falsedad de los enunciados. Los emisores transmiten
a una velocidad sobrehumana, diferente a la pausa
y lentitud de la lectura, no estando formateados de
la misma manera los receptores humanos. Así,
lo que se transmite a través de los medios
videoelectrónicos se vuelve intraducible. Porque
la psique no puede ir más rápido que
la materia física sobre la que se sostiene.
Para Berardi estamos ingresando en una época
de aceleración maquinal, post-humana.
En otros lugares hemos analizado los efectos que
la aceleración de la velocidad produce en la
psique (ver Todos
somos borderline,
o en este número Perdidos
en la traducción), aceleración
propiciada por la tecnología digital, ligada
a la aceleración del ritmo de producción
y consumo capitalista. La destrucción del sentido
y del afecto están entre sus consecuencias.
Vemos así las penosas, innovadoras e impredecibles
consecuencias para el sujeto humano de su inmersión
en medios que masajean/formatean a la psique de un
modo inédito. (ver de Franco
Berardi: Infosfera social y patogénesis)
Sostiene Berardi: “Las grandes empresas, capaces
de influir directamente sobre las formas de vida del
lenguaje y de imaginación, suprimen las premisas
del pensamiento crítico y las capacidades cognitivas
mismas, que hacían posible el ejercicio del
pensamiento libre”. “La aceleración
produce un salto antropológico, psíquico
y lingüístico. Las tecnologías
de la mente no son propiedad común de todos
los seres humanos, sino propiedad privada de unos
pocos grupos económicos mundiales, extremadamente
poderosos. Estos grupos se han vuelto capaces de canalizar
la atención, el comportamiento, las expectativas,
las elecciones de consumo y las elecciones políticas.”
[1]
En la medida en que vivimos en sociedades de dominadores
y dominados, la apropiación por parte de una
minoría del poder conlleva la necesidad de
imponer el magma de significaciones, para naturalizar
su situación. Esto se realiza mediante ideologías
(que gozan de buena salud, pese a los postulados posmodernos)
que transmiten dicho magma a través de la instituciones
de la sociedad, donde se realiza la socialización
de la psique de los sujetos. Masajeados, formateados,
hipnotizados por los medios (ver texto
de María Cristina Oleaga en este
número), éstos se han transformado junto
con la economía en la institución central
de nuestra sociedad. Deviniendo así un nuevo
animal mediático: medios digitales, que digitan
a los sujetos de modo más eficaz que antaño.
Nunca hubo tanta información y desinformación
al mismo tiempo.
Volvemos, antes de finalizar, sobre lo señalado
oportunamente: los medios de comunicación de
masas (ahora expandidos a múltiples soportes
digitales: Internet, teléfonos celulares, masividad
en los medios digitales televisivos) transmiten las
significaciones imaginarias sociales de una sociedad.
Pero como la sociedad es un magma
heterogéneo de significaciones, esas
mismas instituciones contienen significaciones contrapuestas,
o entran en contradicción entre sí.
Es observable como – por lo menos en Argentina
– la institución educativa transmite
significaciones que apuntan a la autonomía
y que ello contradice lo transmitido por las instituciones
religiosas. O que ella misma tiene significaciones
contrapuestas.
Porque no todos los medios, ni la tecnología
están condenados a transmitir las significaciones
que denominaremos dominantes.
La tecnología no es inocente, pero tampoco
es fatal pensar que ella en-sí moldea. Berardi
mismo propone que los medios de comunicación
actuales y su tecnología, deben ser puestos
al servicio de la transmisión de valores ligados
a significaciones que pertenecen al proyecto de autonomía.
Entonces: ¿el medio es el mensaje? Podemos
decir que, en los medios, también
está el mensaje que contiene los fines de una
sociedad, lo que no es igual a decir que sean
ellos mismos el mensaje, aunque indudablemente, cada
tecnología implica un cambio para el receptor.
Al respecto, Alessandro Baricco, señala lúcidamente
en su análisis de Google: “¿Tenéis
idea de las toneladas de cultura oral, irracional,
esotérica, que ningún libro impreso
ha podido contener en su interior? ¿Sabéis
todo lo que se ha perdido porque no entraba en los
libros? (…) nos hemos acostumbrado a este principio:
la imprenta, como la red, no es un inocente receptáculo
que cobija el saber, sino una forma que modifica el
saber a su propia imagen (y
al sujeto también, agregaríamos). Es
un embudo por donde pasan los líquidos …
Nos guste o no eso ya sucedió con Gutenberg
…” [2]
Esto no evita nuestro estado de vigilancia sobre las
tecnologías video-digitales-informáticas
actuales y su utilización.
Finalmente, podría entenderse que sostenemos
que los medios garantizan los fines. No
es eso lo que pensamos. Por ejemplo, una asamblea
puede ser puesta al servicio de fines de dominación:
alcanza con el ejemplo de las autodenominadas asambleas
de los productores agropecuarios que se llevaban a
cabo en Argentina durante 2008. En ellas se apreciaba
claramente el dominio que ejercían los mismos
productores sobre los trabajadores rurales…
¡aliados a aquellos! O, en el campo psicoanalítico,
proponer por un lado las reglas del análisis
muy pulcramente, y al mismo tiempo ofrecerse como
ideal a los analizantes. Los
medios tampoco garantizan los fines. Ni los
”buenos” (autonomía) ni los “malos”
fines (dominación, alienación). Pero
sí es posible una reflexión sobre su
modo de funcionamiento, y sobre si éste se
corresponde con los fines explicitados, así
como verificar si estos están ya realizándose.
|