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hectorfreire@elpsicoanalitico.com.ar
 

En la antigüedad clásica, el juego de más éxito era el cótabos, de implicancias dionisíacas y eróticas a la vez. Este curioso juego, proveniente de Sicilia y practicado por el pueblo griego en los Siglos V y IV A.C., consistía en que el bebedor debía vaciar el contenido de una copa y lanzar las últimas gotas de vino que quedaban en dirección a un plato o jarra colocados a cierta distancia.
Al realizar este ejercicio de habilidad, el bebedor pronunciaba el nombre de la persona, ya sea este varón o mujer, que más deseaba. Si el chorro de vino caía en el blanco con un ruido armonioso, el jugador podía tener seguridad de que poseería a la mujer o al muchacho cuyo nombre había invocado. Por medio del juego del cótabos, los comensales se repartían las hetairas o las músicas que los habían divertido durante la fiesta.
A veces, cuando las hetairas (mancebas, cortesanas) gozaban de celebridad, ellas mismas practicaban el juego y elegían mediante él a su compañero para pasar la noche.
Ninguna orgía de la época clásica se habría dispensado de este erótico juego, e incluso se han encontrado en los muros de una tumba, cerca de Alejandría, un dibujo que representa a dos esqueletos jugando al cótabos en presencia de otros tres esqueletos. La intención profunda de esta diversión puede dejarnos perplejos, y muy probablemente su significación se ha vuelto más oscura para los griegos mismos, puesto que deja de ser mencionado en los documentos posteriores al Siglo IV A.C. En este juego encontramos tres elementos indispensables a la orgía: el beber vino en abundancia, la exhibición de habilidades y el erotismo. Entre los distintos espectáculos eróticos el cótabos se perpetuo bajo otras formas, conservando el rito propio a la honra de Dionisos. De todos modos, la elección del o de la acompañante sexual por medio de este juego caerá en desuso. Los participantes de los banquetes y orgías adoptarán otros medios de manifestar sus deseos y satisfacer sus placeres: por ejemplo, se le lanza a la mujer o al muchacho, una manzana o un membrillo, ambos frutos consagrados a Afrodita, renovando así el gesto legendario del pastor Paris, cuando se le pidió, en las laderas del monte Ida, que eligiera a la más bella entre tres diosas. Sobre el fruto se ha grabado el nombre del o la elegida, o a veces una declaración de amor de este tipo:

“Soy la manzana que te lanza quien te ama. Acéptala, pues tú y yo nos marchitaremos un día”. *


Las escenas representadas en las copas áticas no dejan dudas de la existencia y del carácter erótico de dicho juego.

*( Antología Palatina)


 
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