En la
antigüedad clásica, el juego de más
éxito era el cótabos,
de implicancias dionisíacas y eróticas
a la vez. Este curioso juego, proveniente de Sicilia
y practicado por el pueblo griego en los Siglos V
y IV A.C., consistía en que el bebedor debía
vaciar el contenido de una copa y lanzar las últimas
gotas de vino que quedaban en dirección a un
plato o jarra colocados a cierta distancia.
Al realizar este ejercicio de habilidad, el bebedor
pronunciaba el nombre de la persona, ya sea este varón
o mujer, que más deseaba. Si el chorro de vino
caía en el blanco con un ruido armonioso, el
jugador podía tener seguridad de que poseería
a la mujer o al muchacho cuyo nombre había
invocado. Por medio del juego del cótabos,
los comensales se repartían las hetairas o
las músicas que los habían divertido
durante la fiesta.
A veces, cuando las hetairas (mancebas, cortesanas)
gozaban de celebridad, ellas mismas practicaban el
juego y elegían mediante él a su compañero
para pasar la noche.
Ninguna orgía de la época clásica
se habría dispensado de este erótico
juego, e incluso se han encontrado en los muros de
una tumba, cerca de Alejandría, un dibujo que
representa a dos esqueletos jugando al cótabos
en presencia de otros tres esqueletos. La intención
profunda de esta diversión puede dejarnos perplejos,
y muy probablemente su significación se ha
vuelto más oscura para los griegos mismos,
puesto que deja de ser mencionado en los documentos
posteriores al Siglo IV A.C. En este juego encontramos
tres elementos indispensables a la orgía: el
beber vino en abundancia, la exhibición de
habilidades y el erotismo. Entre los distintos espectáculos
eróticos el cótabos se perpetuo bajo
otras formas, conservando el rito propio a la honra
de Dionisos. De todos modos, la elección del
o de la acompañante sexual por medio de este
juego caerá en desuso. Los participantes de
los banquetes y orgías adoptarán otros
medios de manifestar sus deseos y satisfacer sus placeres:
por ejemplo, se le lanza a la mujer o al muchacho,
una manzana o un membrillo, ambos frutos consagrados
a Afrodita, renovando así el gesto legendario
del pastor Paris, cuando se le pidió, en las
laderas del monte Ida, que eligiera a la más
bella entre tres diosas. Sobre el fruto se ha grabado
el nombre del o la elegida, o a veces una declaración
de amor de este tipo:
“Soy la manzana que te
lanza quien te ama. Acéptala, pues tú
y yo nos marchitaremos un día”.
*
Las escenas representadas en las copas áticas
no dejan dudas de la existencia y del carácter
erótico de dicho juego.
*(
Antología Palatina)
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