El lector
que se acerca por primera vez a leer a Henning Mankell
en su serie del detective Kurt Wallander se llevará
dos desilusiones, descubriendo dos cosas que no son
lo que parecen.
La primera es que el relato de casos policiales en
la Suecia actual, es una mera excusa para describir
la otra cara de una sociedad aparentemente prolija
y civilizada como la sueca, cuya fachada se descascara
mostrando oscuros enclaves nazis, situaciones violentas
y perversas y grupos políticos sumamente reaccionarios.
Esta podredumbre saca a la luz los horrores de nuestra
cultura de la cual Suecia no tiene todo el patrimonio,
ni mucho menos.
La segunda desilusión es que la saga policial
del investigador Wallander, muestra en realidad a
un filósofo que encara permanentemente sus
sentimientos más profundos, el sentido de su
vida, su realidad vocacional y laboral, su etapa vital,
el paso del tiempo, la relación con su ex mujer
y su hija, mostrando la soledad y la incomunicación
que favorece nuestra cultura, plagada por otro lado
de avances tecnológicos que supuestamente favorecen
las comunicaciones.
En este permanente replanteo de su posicionamiento
subjetivo el detective Wallander, incluye la tensa
relación que tiene con su padre, que es bastante
mayor y a la vez araña los vestigios que lo
aferran al deseo y a lo vital, representado por un
mismo cuadro el cual pinta siempre e intenta vender
con despareja suerte.
En este libro “El hombre
sonriente” el detective y sus colaboradores
se ven envueltos en la investigación de varios
asesinatos, de los cuales el mismo detective Wallander
casi es víctima, ya que atentan contra su vida
al ponerle una bomba en su auto, situación
de la que logra salvarse apenas.
Esta investigación pone en jaque las componendas
del poder político con los grandes capitales,
ya que en el curso de la investigación tienen
múltiples advertencias de la autoridad policial
y estatal acerca de cómo se atreven a tener
bajo sospecha a un ciudadano “intachable”,
con mucho poder y muchas inversiones en el país
y en el extranjero. Confirmando una vez más
el hecho de que no son los países los que mueven
capitales sino los capitales los que mueven países.
Los paisajes desolados, con bajísimas temperaturas
y las casas solitarias en medio de bosques nevados
son el escenario de esta novela donde no sólo
el paisaje es inhóspito, sino también
los laberintos de la delincuencia económica
por los que nos propone transitar.
Lo que no desilusiona, como casi toda la serie del
inspector Wallander, escrita por Mankell, es su apasionante
lectura.
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