Medio-medio
La palabra medio es
elocuente en su transparencia. Se refiere a algo a
lo que le falta la mitad. “Medio palo verde”
es la mitad de un millón de dólares.
Ese millón, claro, es el fin para el cual al
medio le falta la mitad. Se trata de una medida de
la insatisfacción. Dime que medio tienes y
te diré que mitad te falta. Todo medio tiene
como fin, entonces, acceder a la mitad que le falta.
Es la sed del vaso medio vacío que no puede
beber del vaso medio lleno. La frase maquiavélica
de que el fin justifica los medios es muy clara. La
única política posible es la de llenar
el vaso por cualquier medio. Es lo que la historia
política de la humanidad muestra. De cómo
cada quién lucho por acceder a la mitad que
le faltó. Imperios, países, clases,
poderes, caudillos, etc. El medio entonces aspira
al fin. Ese fin está en su propia esencia.
Fin es la parte del medio que el medio no tiene. Y
que lo mueve. La diferencia entre medios buenos y
malos es irrelevante e ingenua. Una mitad es una mitad.
Y el fin es el doble de esa mitad.
También hay una definición espacial,
geométrica de “medio”: lo que equidista
de sus extremos. Lo que está en el centro evitando
el peligro de los extremos. Hay toda una teoría
política que teme los extremos (que se tocan,
claro) y adoran la moderación del centro.
De centro-izquierda sería alguien que teniendo
la sensibilidad de la izquierda evita sus excesos
revoltosos. De centro-derecha sería alguien
que respeta la conservación del orden pero
prefiere que se haga sin demasiada violencia. Ese
estar en el medio daría garantías de
moderación. Pero la historia política
de nuestro país y del mundo muestra que más
allá de algunas dictaduras de extrema derecha,
los peores horrores han sido cometidos por el extremo
centro (Johnson el demócrata extendió
la pesadilla de Vietnam, y Nixon el republicano la
detuvo).
Un medio de comunicación intenta hacer creer
que está ubicado entre la verdad de los hechos
y el público receptor. Es el que se entera
de lo que sucede y lo comunica. Un medio de comunicación
hace creer que está ubicado en el medio neutro
entre la verdad y la gente. “Salió en
el diario”, “lo pasaron por televisión”
funciona como garantía de verdad. Casi todos
los medios de comunicación dicen ser medios
neutros y moderados, equidistantes de los extremos
y al servicio de la comunicación de la gente.
Un presidente de una gran compañía
de televisión norteamericana contestó
así a la pregunta de cuál es el negocio
de la televisión: “le vendemos gente
a las compañías anunciantes”.
Su brutal verdad muestra lo oculto. Lo que se vende
es gente, lectores, audiencias. Clarín y La
Nación le venden lectores a Frávega
y Carrefour. Somos la mercadería. Y pagamos
por serlo. Son las audiencias (nosotros) las que están
en el medio entre los medios y sus empresas anunciantes.
De la mano de McLuhan
Pero quiero abordar el tema de los medios desde un
autor al que sigo hace años, Marshal McLuhan.
Me declaro un mcluhanista del siglo XXI para afirmar
de entrada que ningún estudio serio acerca
de los medios se puede hacer sin sus aportes. Muerto
en 1980, este canadiense doctorado en Cambridge con
una tesis sobre poesía isabelina, desplegó
en la década de lo sesenta una de las formas
más rigurosas y creativas de estudiar los “media”
y su influencia en la percepción e inteligencia
humana.
McLuhan es conocido sobre todo por su provocativa
tesis según la cual el aspecto más importante
de los medios no debe buscarse en cuestiones relacionadas
con el contenido intelectual, sino en el medio técnico
de comunicación: “El medio es el masaje”.
Atender a la construcción ideológica
o semiótica de un artículo aparecido
en el diario de hoy, es no dar en el punto central.
McLuhan insiste en que las formas técnicas
de los medios configuran la percepción humana,
y averiguar el modo en que esto se produce es la cuestión
teórica más importante que los estudios
de los medios tienen hoy ante sí. Para él
somos lo que vemos, y además formamos nuestras
herramientas y luego estas nos forman. Los medios
tecnológicos son prolongaciones de nuestros
cuerpos, el libro del ojo, la rueda del pie, la electricidad
del sistema nervioso.
McLuhan advierte que las sociedades analfabetas no
pueden entender películas o ver fotografías
sin gran entrenamiento previo. Algo que nos parece
absolutamente natural como ver una película
requiere de un adiestramiento tecnológico que
surge de tecnologías anteriores. Nosotros damos
por supuesto que este es el modo normal de visión
y que no se necesita entrenamiento previo para ver
fotografías o películas. Pero los pueblos
analfabetos no pueden ver en tres dimensiones o en
perspectiva. McLuhan para demostrar que la lectura
fonética es el origen de nuevos modos de percepción,
cuenta el trabajo de John Wilson del Instituto Africano
de la Universidad de Londres, cuando trató
de emplear películas para enseñar a
leer a los nativos. Se filmó una película
de un modo muy lento para enseñar una técnica
de evacuación de agua estancada en una aldea
africana primitiva. Se proyectó esa película
ante un grupo de indígenas y se les preguntó
qué habían visto. Respondieron que habían
visto un gallo. Wilson dice que no sabían ni
él ni los técnicos que filmaron la película
de que hubiese gallo alguno. Revisaron todos los fotogramas
uno por uno y descubrieron que por un segundo un gallo
pasó volando por una esquina del encuadre.
Alguien lo había asustado y el ave huyó
asustada. Eso es todo lo que habían visto.
Es decir que los africanos no vieron todo lo que se
suponía que debieran ver, y vieron algo que
los que filmaron no habían visto. Mcluhan explica
que el conocimiento del alfabeto da a las personas
el poder enfocar la mirada un poco por delante de
cualquier imagen de modo que la captan en su totalidad
a un golpe de vista. La gente analfabeta no adquiere
esa habilidad y no miran los objetos a nuestro modo.
El ojo no es usado por ellos en perspectiva sino “táctilmente”,
como explorando los objetos y las imágenes.
Pero McLuhan agrega que de haber podido disponer de
la TV, Wilson se hubiera asombrado al descubrir cuánto
más y más rápido se aficionan
a ella que al cine los africanos. La explicación
es la determinación material: en el cine el
espectador es la cámara y el hombre analfabeto
no puede usar sus ojos como cámara. En cambio
con la TV el espectador es la pantalla sobre la que
se proyectan los rayos catódicos.
La imprenta y la invención de la tipografía
constituyeron la primera producción en masa
y el primer producto uniformemente repetible. La invención
de la imprenta marca la línea divisoria entre
las tecnologías medieval y moderna. Fue la
primera reducción de un oficio, el de los escribas,
a términos mecánicos. Lo impreso fue
lo primero que se produjo en masa. Dio lugar a la
“Galaxia Gutenberg”. La homogenización
de hombres y materiales llegará a ser el programa
de la era Gutenberg. Con la imprenta aparecen al mismo
tiempo los autores y los públicos, pues los
autores no eran los que escribían sino los
que publicaban. Europa con la imprenta experimentó
su primera fase de consumo, porque la imprenta no
es sólo un medio, sino que enseñó
a los hombres a organizar todas las demás actividades
sobre una base sistemática lineal. Cómo
crear mercados y ejércitos nacionales. Allí
surgieron el individualismo y el nacionalismo.
Pero el contenido de lo impreso en los dos primeros
siglos de imprenta hasta fines del siglo XVII fue
de origen medieval. En los siglos XVI y XVII no hubo
nuevos escritores porque todavía no había
público para ellos. Desde el punto de vista
del contenido la imprenta en sus primeros siglos aportó
muy poco. La Biblia y sus textos anexos, los romances
medievales de caballería y los almanaques fueron
los de mayor público. Es que toda tecnología
inventada tiene el poder de entumecer la conciencia
humana durante el período de su primera interiorización.
Los medios, entonces, no son neutros portadores de
contenidos. Cualquier estudio de medios que no se
fije en su determinación material y se restrinja
a los contenidos fracasará. Se trata de estudiar
a los medios en cuánto máquinas, en
una zoología artificial.
En la genealogía de los medios y la relación
con los sentidos, McLuhan destaca que en la sociedad
pre-alfabética, oír era creer. El alfabeto
fonético obligó al mágico mundo
del oído a rendirse al mundo neutral del ojo.
Hasta que se inventó la escritura el hombre
vivió en el espacio acústico, sin límites,
horizontes. La pluma de ganso acabó con la
conversación. Dio arquitectura y ciudades,
caminos y ejércitos, trajo la burocracia. Y
agrega que en su actualidad (los sesenta) la TV defrauda
y se la critica porque sus críticos no saben
verla como una tecnología totalmente nueva
que exige repuestas sensoriales distintas. La consideran
una forma degradada de la tecnología de la
imprenta. No comprenden que las películas que
elogian como las de Richard Lester El
snack y como lograrlo o Yeah, yeah, yeah, serían
inaceptables para el público si no lo hubiesen
condicionado previamente los avisos de la TV, que
lo acostumbraron a repentinos zig zags, al montaje
elíptico, a los cortes abruptos, a la falta
de continuidad narrativa. Es decir que el núcleo
central de las ideas de McLuhan consiste en dejar
de ver a los medios de comunicación como meros
vehículos de contenidos, y estudiarlos desde
su determinación material y su relación
con el cuerpo humano.
McLuhan hoy
Imaginemos un estudio actual sobre las nuevas tecnologías
desde sus ideas. Las computadoras y los celulares
han resucitado una técnica en extinción
que sólo se seguía enseñando
en las Academias Pitman, la escritura a máquina
(de escribir). Hoy no hay niño o adolescente
que no sea más ducho que un adulto en esa técnica.
McLuhan estudiaría la relación con los
dedos y esos medios como sus prolongaciones. Todos
saben escribir a máquina justo cuando desaparecieron
las máquinas de escribir. Son más bien
máquinas de teclear.
¿Teclear es escribir? No es una pregunta obvia.
¿Un mensaje de texto enviado en segundos resulta
del mismo proceso que llamamos escribir?; ¿No
es más un producto de los dedos mismos y del
teclado tecnológico que del procedimiento clásico
de la escritura? ¿No es increíble el
desfasaje que hay entre tan sofisticada tecnología
y la pobreza banal de los mensajes que se envían?
La mayor parte de los mensajes de texto son redundantes:
“Hola”, “ya voy”, “estoy
llegando”, “te estoy esperando”.
Es más para usar el medio que para dar el mensaje.
Las nuevas tecnologías están enseñando
ellas mismas a los hombres a usarlas. Como decía
McLuhan: conciencias entumecidas aprendiendo a teclear
más allá de lo tecleado. Interiorizando
una nueva técnica que cambia el cuerpo. Hablar
con los dedos, prolonga el cuerpo de modo incierto.
El ser humano del siglo XXI está
tecleando.
Es llamativo también el cambio de tecnologías
de los jóvenes que encerrados con sus computadoras
le han dado la espalda a la TV. Ven en sus “compus”
hasta programas de TV que bajan por Internet. Han
salido de la pasividad catódica para ejercer
una actividad cada vez más especializada a
partir de sus dedos. Son sus propios editores, programadores
y mensajeros. Usan todos los sentidos al mismo tiempo:
ven, oyen, tocan mientras comen y beben al lado de
la computadora. McLuhan hablaba del poder de la hipnosis
cuando hay predominio de un solo sentido. Con lo cual
habría que pensar ciertas adicciones a la computadora
como lo contrario de la hipnosis, o como una reacción
a ella. Ya el zapping, que el control remoto propició
en las generaciones anteriores, le había dado
más autonomía al receptor. Cambiaba
el modo de recibir lo que se ve. Fue un nuevo modo
de ver, que especializó la técnica del
vistazo. Decidir en segundos si a esa imagen fugaz
la dejo o la elimino. Chatear es un raro modo de escribir
y leer simultáneo con otro o con varios otros.
Junto con el mail pusieron en desuso la tecnología
de la carta manuscrita, de siglos anteriores. Enviar
una carta llevaba su tiempo. Primero un tiempo de
escritura, después el tiempo que tardaba en
llegar. Y después el tiempo que demoraba la
respuesta. La carta era un dispositivo de escritura
que tomaba en cuenta la demora y la distancia. El
mail apuró el tiempo y acercó la distancia.
El chat anuló tiempo y distancia. Veinte dedos
moviéndose vertiginosamente al mismo tiempo.
Se volvió famosa la frase de George Washington:
“este año no hemos tenido noticias de
Benjamin Franklin, que está en Paris. Tendríamos
que escribirle una carta”. Es notable el modo
en que esta frase enseña el modo de percibir
el tiempo y el espacio en esa época. Paris
estaba mucho más lejos y un año no pasaba
tan rápido. La leve preocupación de
George Washington enunciada hoy sería pensada
como una desaparición.
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