Vemos
desarrollarse fenómenos paralelos. Por una
parte se profundizan experiencias históricas
de lucha política y social en toda la región,
de distinta vertiente y profundidad en sus transformaciones,
que implican allí donde se han producido, claras
discontinuidades respecto a las políticas aplicadas
durante los “90”. En consonancia con ello,
los sectores de poder afectados por estos cambios
reaccionan muchas veces de un modo violento y directamente
desestabilizador, extraviando en su accionar las caretas
“democráticas” que se habían
sabido colocar.
Por otra parte, y esta vez en continuidad con las
políticas aplicadas en la última década
del siglo pasado, vemos desarrollarse y avanzar un
modelo de primarización de la economía
fuertemente extractivista que responde a las demandas
de la corporación multinacional y se encuentra
en estrecha relación con la expansión
de las economías emergentes, especialmente
la china. Frente a estas demandas, que implican la
extracción acelerada de materias primas a un
ritmo que permita mantener los precios internacionales
relativamente bajos, los países de la región
no han construido barreras sino que han articulado,
siempre afirmativamente, respuestas diversas, ya sea
con la expropiación estatal de las industrias
claves (ej., petróleo en Venezuela y Bolivia),
ya sea dejando operar directamente a las transnacionales
a la vez que se le cobran retenciones a las exportaciones
(caso de la soja o el petróleo en la Argentina),
o sin requerir siquiera esto último (caso de
la soja en Uruguay o la mega minería en la
Argentina).
Como un síntoma que surge de la fricción
entre las continuidades y los cambios, observamos
lo que se presenta como una llamativa ausencia de
debate respecto al modelo extractivista a imponer
o a profundizar, según el caso. Resaltemos
que no se trata de cualquier ausencia sino de lo que
tiene que ver con los intereses más explícitos
y urgentes del poder multinacional en la región.
¿Cómo se escenifica
esta ausencia?
Tomemos brevemente los casos de Bolivia y Ecuador,
y el de Perú como contrapunto.
En Bolivia, Evo Morales llega al poder sostenido
por un largo proceso de acumulación de luchas
sociales. A la fecha, su gobierno muestra logros extraordinarios
en materia de derechos comunitarios, las autonomías,
la aceptación de la justicia comunitaria; en
el marco de un enfrentamiento abierto con sectores
de una derecha fuertemente desestabilizadora. Por
otra parte, se enfrenta en la actualidad con múltiples
protestas de distintos sectores: maestros, fabriles,
la COB, y desde lo indígena comunitario; grupos
que reclaman básicamente sobre los derechos
ambientales y el modelo de desarrollo.
En el marco de esta coyuntura Evo produce la siguiente
declaración: “Como la derecha no encuentra
argumentos para oponerse al proceso de cambio, ahora
recurre a algunos dirigentes campesinos, indígenas
u originarios, quienes son pagados con prebendas de
algunas ONG”. [1]
Como señala Zibechi, Evo utiliza los mismos
argumentos que se esgrimían en su contra y
que resultan tan frágiles ahora como lo fueron
antes.
En Ecuador, Rafael Correa no llega al poder empujado
por movimientos sociales, sino más bien por
una activa participación ciudadana. Desde el
comienzo el extractivismo estuvo presente en el gobierno,
y particularmente en lo legislativo se presenta en
forma de dos leyes: la ley de aguas y la de reordenamiento
territorial. Sin una base política sólida
va logrando avances que se plasman en el referéndum
constitucional y que merecen las reacciones autoritarias
de los intereses afectados.
Ahora bien, en cuanto al modelo extractivo no parece
haber mayor disenso entre el gobierno ecuatoriano
y los sectores desestabilizadores, aunque sí
entre estos y algunos movimientos, como la CONAIE
(Confederación de Nacionalidades Indígenas
del Ecuador), que vienen manifestándose en
contra de las leyes que posibilitarían la expansión
del modelo, y respecto de los cuales Correa declara
lo siguiente: “Son gringuitos que ahora vienen
en forma de grupitos en ONG. A otros con ese cuento.
Esta gente ya tiene la pancita bien llena”.
[2]
Más allá de la debilidad argumental
que podamos notar en las declaraciones de ambos mandatarios,
tal vez respondiendo a las circunstancias apremiantes
en las que fueron formuladas, lo que salta a la vista
es la imposibilidad de tomar estos reclamos y prestarle
oídos desde el poder. La minimización,
peyorativización y judicialización de
las voces que se levantan contra las actividades productivas
extractivas crece de un modo proporcional a la expansión
del modelo.
El caso de Perú es ilustrador porque escenifica
las directrices generales de lo que un gobierno de
derecha puede hacer en esta coyuntura al mismo tiempo
que la continuidad que presenta lo extractivo en la
región, más allá de los colores
políticos e ideológicos. Si para América
latina se registró en el período 90-97
un aumento de las inversiones en minería de
un promedio de 400%, en Perú fue del 2000%
en el mismo periodo, fenómeno que colocó
al país como primer exportador mundial de plata.
Actualmente la Minería significa el 50% de
sus exportaciones, quedando la producción agrícola
muy relegada, y como correlato de la profundización
del extractivismo vemos aparecer fenómenos
asociados, por ejemplo, el desastre ambiental de Huancavelica.
El texto ya célebre “El síndrome
del perro del hortelano” [3],
del presidente Alan García, es un verdadero
tratado del “pensamiento extractivista”
y fuente de inspiración para un gobierno que
busca Impulsar una serie de decretos pretendiendo
explotar la selva amazónica con el fin de comercializar
maderas, al mismo tiempo que el petróleo que
subyace. Estos decretos alertaron a las comunidades
amazónicas, quienes se movilizaron, y del enfrentamiento
entre estos y la policía de Alan García
se generó lo que trágicamente conocemos
como “La masacre de Bagua”. [4]
Se habla de la existencia de fosas comunes y de cadáveres
arrojados al río, y aún hoy no sabemos
el número de muertos que registraron los enfrentamientos.
Tanto en las derechas, como en las izquierdas, en
el oficialismo y en la oposición, estén
presentes las banderas de luchas históricas
de modo concreto o ficcional, estén plagadas
de retórica latinoamericanista o desarrollista
o neoliberal; resulta llamativa la coherencia regional
respecto a evitar poner en debate lo extractivo. Como
dijimos antes, eso significa la imposibilidad de poner
en cuestión el designio más profundo
del poder central para la región y sus respectivas
consecuencias.
Vale preguntarse entonces: ¿Qué significa
esta ausencia de debate? ¿Qué es lo
que está presentando esta imposibilidad que
llama la atención por la prolija y constante
presencia en una realidad política regional
tan rica y diversa? ¿La prolijidad es heredera
del designio? ¿Sólo de él toma
su constancia?
Luego: ¿Es posible identificar alguna característica
común a las experiencias históricas
que se escenifican en el laboratorio político
y social que hoy presenta Latinoamérica, que
al mismo tiempo que imposibilitan el debate abierto,
habilita la coexistencia entre estos movimientos/partidos
y las demandas del poder multinacional?
¿Es posible pensar que esta coexistencia esté
interpelando un modo de construcción política
y en especial un modo de construcción de poder?
¿Qué posibilidades tiene una política
de la emancipación en un escenario en el que
no se pone en debate lo que aparece como la demanda
más clara del poder multinacional?
En un escenario regional que presenta duros enfrentamientos
en lo que hace a política partidaria, estas
preguntas quedan por fuera y se le va dando de ese
modo continuidad a un modelo extractivo-exportador
que exhibe claras consecuencias. A grandes rasgos:
desocupación crónica y planes sociales
para cubrir las necesidades básicas de la población
afectada, contaminación ambiental, fuerte concentración
de la riqueza y consecuente ampliación de la
brecha entre ricos y pobres, uso indiscriminado de
los escasos recursos energéticos necesarios
para hacer funcionar la industria extractiva, y violación
sistemática de los DDHH de las poblaciones
afectadas.
En este último punto, la Argentina presenta
peculiaridades (que trabajaremos en profundidad en
el próximo número) ya que al mismo tiempo
que el gobierno nacional ha impulsado de un modo extraordinario
las causas que tienen que ver con el terrorismo de
estado de los años 70, ha promovido una profundización
de la matriz represiva con especial énfasis
en los sectores en los que se producen resistencias
al modelo extractivista a imponer. Al homologar “Juicio
a los Genocidas” con “Política
de Derechos Humanos” se consolida este doble
movimiento que, acompañado por el cómplice
silencio de la mayor parte de la oposición,
se configura peligrosamente como una renuncia, al
mejor estilo del Estado meta-regulador.
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