No pretenden ser estas
líneas un comentario sobre la película
de Woody Allen “Conocerás al hombre de
tus sueños” (con este título se
estrenó en Argentina), sino que son ideas a partir
de algunos elementos muy presentes en la misma: el llamado
sinsentido de la vida y la muerte. Esta última
atraviesa las preocupaciones de varios de sus personajes:
Helena y su creencia ciega en la reencarnación
y Alfie, su ex marido, quien trata de negar su envejecimiento
a partir “de una noche
en la cual vió la eternidad…”
según dice la voz en off
del relator. Esto lo sume en un vértigo,
al asomarse a ese abismo, y lo lleva al intento de “detener
el paso del tiempo”, como dice Helena.
Por último, el personaje de Jonathan, quien se
comunica con su esposa fallecida a través de
una médium.
Seguiré, en este texto, lo que venimos sosteniendo
desde hace ya tiempo: el cine es una ventana abierta
a la sociedad, a sus significaciones, a sus subjetividades.
Ilumina también al psicoanálisis. Interpela
al sujeto, a la sociedad, al psicoanálisis.
La vida: sentido y sinsentido
El film abre con una cita, incompleta, del Macbeth
de Shakespeare, que será retomada al final: “La
vida es un cuento de ruido y furia que no significa
nada”. Originalmente el texto dice que
“La vida es como un
cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia,
que no significa nada”, lo que lo hace
aún más inquietante. Hay un idiota –
alguien sin educación, ignorante, o alguien disminuido
mentalmente, según la acepción que tomemos
de la palabra – que cuenta la vida; un cuento
lleno de ruido, de furia, sin significación.
Sobre esta frase pivoteará el argumento, pero
también sobre la frase que da título al
film, que en inglés es “You
will meet a tall dark stranger”. El mismo
juega con el doble sentido de la frase - efecto que
se pierde en su traducción al español
- que en la película es desnudado por Roy, el
escritor. “Conocerás
a un extraño alto y morocho”, vaticinio
que quiere significar para Helena que va a cruzarse
con un hombre apuesto (alto, morocho), pero que es también
una referencia a la muerte, la silueta de un ser obscuro
y extraño a quien todos alguna vez conoceremos.
Por eso, el hombre de los sueños puede ser, también,
el de las pesadillas. Es un doblez entre lo maravilloso
y lo pesadillesco, entre lo vital y lo mortífero.
La ilusión combate la pesadilla ¿Qué
pesadilla?
“Viendo tanto dolor
e incertidumbre en la vida, ¿cómo logramos
salir adelante?” se (nos) pregunta hacia
el final la voz en off.
Sinsentido, ilusión,
política
Avancemos en estas ideas: la incertidumbre ligada
al sinsentido y el dolor, sobre todo ligado a los choques
que nuestra omnipotencia originaria y sus retoños
edípicos hallan a su paso. Se trata del encuentro
con la castración, con la destitución
de Su Majestad el Bebé, el que sigue viviendo
en lo más profundo de nuestra psique. Pero, por
otra parte, y retomando lo que el título de la
película sugiere: ¿cómo vivir sabiendo
que eso es provisorio? ¿Cómo estar en
este mundo sabiendo que es sólo por un rato?
¿Cómo se soporta la vida estando al conocimiento
de la muerte? “La
imagen del pájaro venido no se sabe de dónde
y que parte en no se sabe qué dirección,
sigue siendo un buen símbolo del inexplicable
y corto paso del hombre sobre la tierra. No hay pasado
ni futuro, tan sólo una serie de presentes sucesivos,
un camino perpetuamente destruido y continuado por el
que avanzamos todos” (Marguerite Yourcenar,
citada en Radar, 9-1-2011). [1]
La vida no tiene sentido: es decir, no tiene una finalidad
en sí. Y la religión es una de las formas
que el humano ha inventado tanto para darse un sentido
como para saltar por sobre la muerte. Muerte que parecería
cerrar el círculo de la falta de sentido:
¿para qué, si vamos a morir? ¿Para
qué estamos aquí, qué sentido tiene?
Las profecías son otro intento de negar ese sin
sentido: vamos hacia un fin preestablecido, todo es
por algo, estamos determinados, todo está ya
escrito en algún lugar. Sabemos
lo que va a pasarnos.
Pero allá por la Grecia del siglo V A.C., y luego
a partir de la Revolución Francesa, los humanos
se encontraron con la idea (la crearon, hicieron una
significación) de que ellos mismos son quienes
se dan su sentido, que no es ningún dios, ni
rey, ni ancestros, ni leyes de la historia… el
humano es el responsable de poder darse un sentido para
su vida, tanto la individual como la colectiva. Sin
embargo, dicho intento chocará todo el tiempo
con los otros, con el cuerpo, con el azar, con su psique
dividida en instancias contrapuestas, con una sociedad
que siempre es un campo heterogéneo.
Pero en la película se resalta el campo de la
ilusión: sobre el final la voz en off
sostiene que las
ilusiones funcionan a veces mejor que la medicina. Es
de destacar que la banda de sonido de la película
incluye When you wish upon
a star, canción de Leigh Harline y Ned
Washington - perteneciente a Pinocho y representativa
de los estudios Disney- que fuera galardonada con el
Oscar en 1940. Dice: “Cuando
le envías un deseo a una estrella, no importa
quién eres, todo lo que tu corazón desee
se cumplirá”… Leit motiv de
la sociedad estadounidense.
Muerte no es lo mismo que mortalidad
Y es ahí donde hallamos una significación
que se opone a la de la mortalidad y que pertenece al
océano de ideaciones promovido por el modo capitalista
de vida. Todo queda dividido entre los sueños
(en el sentido de las ilusiones) y las pesadillas. En
ellos no tiene lugar posible la mortalidad como significación.
¿De qué se trata ésta?
Una de las cuestiones que hacen al humano como tal es
que sabe que va a morir. Y no es un conocimiento innato.
Venimos al mundo sin registro de la mortalidad, portando
en lo más profundo de nuestra psique la certeza
en la inmortalidad, en lo ilimitado de la vida y de
nuestro poder. Ni siquiera eso, porque para que dicha
certeza existiera, debiera existir su opuesto.
El sujeto humano se humaniza, entre otras cosas, porque
es arrojado a una temporalidad que lo va despojando
de su ser-ahí atemporal. El tiempo socialmente
instituido (no existe otro tiempo más que ese)
lo va cincelando, va trabajando su narcisismo originario,
hasta que en algún momento verá que otros
mueren, se le dirá algo acerca de ese asunto…
y en contra de sus más profundas tendencias (que
ahora llevarán la marca de la tendencia a la
inmortalidad) se podrá instalar la significación
de la mortalidad. Sabemos
que vamos a morir, somos los únicos seres vivos
que sabemos sobre la muerte, por lo tanto, los únicos
que tenemos que negarla, rodearla, hacerla poesía,
canto, imagen… Dependiendo tanto de factores
individuales como colectivos, estamos también
trabajados por el sentido que nuestra sociedad de pertenencia
le da a la muerte.
La significación de la mortalidad es entonces
aquella que nos indica los límites que no hay
que sobrepasar – para evitar la desmesura, la
hybris de la que
los griegos hablaron, como se aprecia en la tragedia
de Edipo - poniéndole un tope a nuestro narcisismo
originario y su tendencia a lo ilimitado.
Vivir como mortal, como inmortal
Castoriadis, en su texto Psicoanálisis
y política, se refiere a la terminación
del análisis. Este no estaría terminado,
acabado, si antes no se atraviesa la roca de la mortalidad.
“La vida – lo sabemos todos – contiene
e implica la precariedad del sentido en continuo suspenso,
la precariedad de los objetos investidos, la precariedad
de las actividades investidas y el sentido del que las
hemos dotado. Pero la muerte – sabemos también
– implica lo sin-sentido de todo sentido. Nuestro
tiempo no es tiempo. Nuestro tiempo no es el tiempo.
Nuestro tiempo no tiene tiempo” (Pág.
110). ¿Qué significa esto? Que hay un
doble nudo al que debe enfrentarse el sujeto (ambos
en realidad: analista y analizante): vive
como un mortal, vive como si fueras inmortal. ¿Qué
podemos extraer de esta cita? Vivir como mortal significa
para el sujeto humano el saber sobre sus límites,
el encarar la gran afrenta que significa para su narcisismo
originario el saber que va a morir, como todos, y que
él y sus obras son perecederos; que lo ilimitado
es un imposible, y que pretenderlo es mortífero.
Y vivir como inmortal… es el saber que sus decisiones
tendrán consecuencias efectivas sobre aquello
y aquellos que lo sobrevivan, pero también el
asumir apasionadamente su vida – esta única
vida - mirando más allá de sí.
El doble nudo es también pensable como actuar
al límite de lo posible, sabiendo de antemano
que los límites nunca están del todo claros.
Así, Castoriadis cita a Aristóteles en
su ética a Nicómaco: tender
a la inmortalidad cuanto sea posible. La mortalidad
como significación está ligada a la libertad,
en el sentido en que implica la aceptación de
que está en nuestras manos edificar nuestra vida,
individual y colectiva. Puede
parecer una paradoja, pero la significación de
la mortalidad está al servicio de la vida, es
decir, de Eros. Porque su opuesto es lo ilimitado
como significación, la que ocupa un lugar central
en la tragedia: traspasados los límites, una
catástrofe se desatará. Finalmente: en
Castoriadis encontramos una fina articulación
(a primera vista inexistente) entre mortalidad, psique,
tragedia, libertad, autonomía y democracia.
Ha sido Octavio Paz en El laberinto de la soledad, en
Todos santos, día de muertos, quien ha
desarrollado ideas profundas sobre la muerte y la mortalidad.
Les invito a terminar estas líneas leyendo algunas
de ellas:
“La muerte es un espejo
que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda
esa abigarrada confusión de actos, omisiones,
arrepentimientos y tentativas —obras y sobras—
que es cada vida, encuentran en la muerte, ya que no
sentido o explicación, fin. Frente a ella nuestra
vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse y
hundirse en la nada, se esculpe y vuelve forma inmutable:
ya no cambiaremos sino para desaparecer. Nuestra muerte
ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido,
tampoco lo tuvo nuestra vida. Por eso cuando alguien
muere de muerte violenta, solemos decir: "se lo
buscó". Y es cierto, cada quien tiene la
muerte que se busca, la muerte que se hace. Muerte de
cristiano o muerte de perro son maneras de morir que
reflejan maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona
y morimos de mala manera, todos se lamentan: hay que
morir como se vive. La muerte es intransferible, como
la vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente
no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía
como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime
cómo mueres y te diré quién eres.”
(…)
“Para los antiguos mexicanos la oposición
entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros.
La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa.
La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase
de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección
eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía
insaciable. La vida no tenía función más
alta que desembocar en la muerte, su contrario y complemento;
y la muerte, a su vez, no era un fin en sí; el
hombre alimentaba con su muerte la voracidad de la vida,
siempre insatisfecha. El sacrificio poseía un
doble objeto: por una parte, el hombre accedía
al proceso creador (pagando a los dioses, simultáneamente,
la deuda contraída por la especie); por la otra,
alimentaba la vida cósmica y la social, que se
nutría de la primera.” (…)
“La muerte moderna no posee ninguna significación
que la trascienda o refiera a otros valores. En casi
todos los casos es, simplemente, el fin inevitable de
un proceso natural. En un mundo de hechos, la muerte
es un hecho más. Pero como es un hecho desagradable,
un hecho que pone en tela de juicio todas nuestras concepciones
y el sentido mismo de nuestra vida, la filosofía
del progreso (¿el progreso hacia dónde
y desde dónde?, se preguntaba Scheler) pretende
escamotearnos su presencia. En el mundo moderno todo
funciona como si la muerte no existiera. Nadie cuenta
con ella. Todo la suprime: las prédicas de los
políticos, los anuncios de los comerciantes,
la moral pública, las costumbres, la alegría
a bajo precio y la salud al alcance de todos que nos
ofrecen hospitales, farmacias y campos deportivos. Pero
la muerte, ya no como tránsito, sino como gran
boca vacía que nada sacia, habita todo lo que
emprendemos. El siglo de la salud, de la higiene, los
anticonceptivos, las drogas milagrosas y los alimentos
sintéticos, es también el siglo de los
campos de concentración, del Estado policíaco,
de la exterminación atómica y del murder
story. Nadie piensa en la muerte, en su muerte propia,
como quería Rilke, porque nadie vive una vida
personal.”
“(….) En los primeros versos de la octava
elegía de Duino, Rilke dice que la criatura —el
ser en su inocencia animal— contempla lo abierto,
al contrario de nosotros, que jamás vemos hacia
adelante, hacia lo absoluto. El miedo nos hace volver
el rostro, darle la espalda a la muerte. Y al negarnos
a contemplarla, nos cerramos fatalmente a la vida, que
es una totalidad que la lleva en sí. Lo abierto
es el mundo en donde los contrarios se reconcilian y
la luz y la sombra se funden. Esta concepción
tiende a devolver a la muerte su sentido original, que
nuestra época le ha arrebatado: muerte y vida
son contrarios que se complementan. Ambas son mitades
de una esfera que nosotros, sujetos a tiempo y espacio,
no podemos sino entrever. En el mundo prenatal, muerte
y vida se confunden; en el nuestro se oponen; en el
más allá, vuelven a reunirse, pero ya
no en la ceguera animal, anterior al pecado y a la conciencia,
sino como inocencia reconquistada. El hombre puede trascender
la oposición temporal que las escinde —y
que no reside en ellas, sino en su conciencia—
y percibirlas como una unidad superior. Este conocimiento
no se opera sino a través de un desprendimiento:
la criatura debe renunciar a su vida temporal y a la
nostalgia del limbo, del mundo animal. Debe abrirse
a la muerte si quiere abrirse a la vida; entonces «será
como los ángeles»". (…)
“Así, frente a la muerte hay dos actitudes:
una, hacia adelante, que la concibe como creación;
otra, de regreso, que se expresa como fascinación
ante la nada o como nostalgia del limbo.”
[2]
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