Lo
que se puede llevar el terror
El terror de los Campos de Concentración nazis,
el de los Gulags stalinistas, el terror nuclear (Hiroshima
y Nagasaki), el del Terrorismo de Estado en Argentina,
el del genocidio armenio, el de las matanzas tribales
en África (Ruanda), el de las guerras mundiales
... puede llevarse
parte de la psique, por lo tanto de la subjetividad,
al dejar a un sujeto sin palabras, desanclado de sus
afectos, accidentado en su proyecto identificatorio,
arrasado en su imaginación radical, empobrecido
en su capacidad de subjetivación, es decir:
de crear su propio mundo de sentido, ligado a una
historia y a un porvenir.
En el terror se produce una fragmentación
en la psique por la imposibilidad de metabolización
de la situación traumática y catastrófica
y, muchas veces, como consecuencia de la renegación
de una parte de la realidad para poder sobrevivir.
También se produce una fragmentación
en el campo social. El
siglo XX ha sido prodigo en experiencias colectivas
terroríficas, creadas por el hombre. Hay
antecedentes en la historia como la colonización
de América, a punta de espada y fuego y de
la mano de la Santa Inquisición, que devastó
pueblos enteros…
Y sin embargo.
Y sin embargo el sujeto y los colectivos resisten
y, más allá de resistir, crean. Muchas
creaciones de los hombres pueden atravesar el horror,
el terror. Los pueblos originarios de America han
resistido, han logrado – muchos de ellos –
preservar su cultura. Y hasta han logrado alzar su
voz y hacerse oír ante el mundo: Chiapas.
Y en Argentina las Madres
de Plaza de Mayo (una verdadera creación/invención,
imposible de ser anticipada y siquiera pensada) instituyeron
en plena dictadura la lucha por los derechos humanos,
llevando a cabo una resistencia activa y pública
frente al terrorismo estatal, conjuntamente con las
Abuelas de Plaza de Mayo, la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos (APDH), el
Servicio
de Paz y Justicia (con Adolfo Pérez Ezquivel,
Premio Nobel de la Paz en 1980), el Centro
de Estudios Legales y Sociales (CELS), entre otros
[1].
En ambos casos, las historias se abrieron paso a través
del terror. Tal como acontece con tantos sujetos que
se ponen de pie luego de sus catástrofes personales,
su terror propio, privado.
Lo que se abre paso a través
del terror
Todos hemos sido socializados, mejor dicho: somos
porque hemos sido socializados. Nuestra psique
sólo lo es en tanto socializada. Inseparable
de la sociedad, impregnada, formada por ésta
en sus distintas instancias. El inconsciente es social
– formado por una represión fundante,
producido en el discurso y la intromisión pulsional
y pulsionante del otro – y el superyó
y los ideales lo son por excelencia, tanto como el
destino de las pulsiones que es orientado por la sociedad
de pertenencia.
Es para todos evidente – o por lo menos debiera
serlo – que nacer y ser criados/socializados
en una sociedad de reducidores de cabezas, o en una
sociedad capitalista, o en una sociedad teocrática,
en una sociedad organizada fálicamente alrededor
del patriarcado o, en otra, por el matriarcado implica
- en todos los casos - distintos elementos aportados
para el funcionamiento identificatorio y pulsional.
Suficientes en cuanto a generar un campo homogéneo
de lo social. Sin embargo,
un campo que tiene brechas, que puede ser perforado
aunque se muestre tan rígido como el de la
novela de Orwell 1984 – paradigma de un régimen
totalitario, entendible como aquel que quiere darle
una forma total a la psique, formarla íntegramente.
Esto es al mismo tiempo tan sencillo y visible que
es extraño que buena parte de la comunidad
psicoanalítica, o de los historiadores, o aun
del pensamiento político muestren ceguera y
sordera ante la evidencia de que existe la creación
humana. Que la historia del humano - y en esto
hay cierto paralelo entre la matriz individual y la
social – es la historia de la creación
y la destrucción de mundos de sentido. Si hay
sociedades distintas, o si una sociedad se transforma
a lo largo del tiempo, – y no como maquillaje,
sino en las profundidades: de una sociedad esclavista
a la actual, por ejemplo – es porque algo se
ha destruido y algo se ha creado. Algo ha dejado de
ser, y en su lugar algo nuevo ha venido a estar, a
ser.
Sociedad, sujeto, clínica
Cada psique es un fragmento del mundo instituido,
cada sociedad crea diversas subjetividades, coherentes
en general entre sí, pero incoherentes al mismo
tiempo. Esta particularidad puede apreciarse en las
distintas clases sociales, o en las diferencias generacionales,
o en el orden de sexuación; hay una subjetividad/tipo
de época, y sub-subjetividades.
Este formateo genera un campo homogéneo, y
también un campo de heterogeneidades, ya que
los intentos de la sociedad de formatear aspectos
fundamentales de la psique – indentificatorios
y pulsionales – se encuentran con algo que es
central en lo que pretendo sostener. Se
encuentran con la metabolización a la que son
sometidos por cada sujeto, imperio de la actividad
fantaseadora – consciente e inconsciente –,
ligada a la imaginación radical de la psique.
Esta permite imaginar/pensar en otros mundos, ver
algo distinto a lo que se presenta, actividad –
además - coincidente con la imaginación
instituyente del colectivo social.
Al mismo tiempo, ese mundo social se encuentra con
la imposición que la imaginación instituyente
del colectivo hace de nuevos elementos que –a
su vez- intenta metabolizar mediante mecanismos sociológicos.
De este modo, los sujetos no son ni autistas en relación
al mundo social: no sobreviven si no logran incorporarlo;
ni tampoco son autómatas: no lo incorporan
sin modificarlo, sin resistirse y, al mismo tiempo,
sin imponerle nuevos sentidos a ese mundo. Y, a nivel
del colectivo social, esto implicará un despliegue
del imaginario que supone la creación de mundos
diferentes. Así como un sujeto no puede crear
un mundo social, éste no puede ser creado sin
el concurso del imaginario radical que está
en los sujetos, entre
los sujetos, a través
de los sujetos.
Crear un mundo es también
crear modos de padecimiento, ya que no hay
socialización que, para poder existir, no conlleve
renuncias pulsionales aun siendo uno de los destinos
del placer de los sujetos, y - al mismo tiempo - generando
sufrimiento. Es lo que desde Freud conocemos como
el Malestar en la cultura.
Pero además, en lo que aquí nos interesa,
hay sociedades que no ofrecen un mundo de sentido
investible, que pueda contener el despliegue de la
pulsión de muerte: es lo que se encuentra
más allá del malestar en la cultura.
Esto último ya estaba bajo la mirada de Freud
en su texto La moral sexual
cultural y la nerviosidad moderna. Implica
destrucción del mundo simbólico, del
campo tanto representacional como afectivo. Lo que
obliga a detenerse en episodios de ejercicio del terror,
como los mencionados al inicio, y en el modo de ser
de sociedades que dañan la psique de sus integrantes.
No nos detendremos en las consecuencias psíquicas
de atravesar experiencias de terrorismo estatal. Tampoco
hemos de ocuparnos, en esta ocasión, del padecimiento
psíquico debido al terror económico,
o sea a la forma que ha tomado en la actualidad el
capitalismo. Simplemente queremos recordar que cada
época crea sus propios modos de padecimiento,
ya sea dándole nuevas formas a padecimientos
preexistentes (por ejemplo las neurosis descriptas
por Freud), alterándolos al sumarles elementos
de la serie de la pulsión de muerte, o generando
padecimientos no presentes en épocas pretéritas.
Asimismo resaltar que es
indispensable distinguir entre aquellos padecimientos
ligados al malestar cultural y aquellos que se encuentran
más allá de éste, como los vinculados
al terrorismo de estado y los actuales, consecuencia
del imperio de la significación capitalista.
(ver De Elisabeth Von R. a Lisbeth S.: todos somos
borderline http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num1/clinica-franco-todos-somos-borderline.php)
Entonces, hubo un tiempo
Nos interesa resaltar que en Argentina, pese a las
condiciones tan adversas para el devenir tanto individual
como colectivo impuestas por el Terrorismo de Estado
en 1976, se produjeron creaciones e instituciones
que siguen los lineamientos de la significación
de la autonomía: más libertad e igualdad
para todos, cuestionamiento del dominio de una parte
de la sociedad sobre otra, cuestionamiento del orden
social instituido. En medio del dolor psíquico
no se marchitaron - e incluso florecieron - otros
modos de significar el mundo que crearon nuevos mundos
de sentido, en contradicción y oposición
con el impuesto por la dictadura.
Hubo un tiempo en cual el modo del lazo entre hombres
y mujeres cambió, en el que los jóvenes
tomaron su espacio en el campo social, en el que manifestaron
su imaginario a través del rock, la militancia
política, el movimiento hippie; hubo un tiempo
en el que los homosexuales se plantaron firmemente
y también ocuparon su lugar en el escenario
para no volver a dejarlo. Hubo un tiempo en el que
las mujeres dejaron atrás modelos identificatorios
que las hacían dóciles y sumisas ante
el orden patriarcal. Un tiempo en el que cambió
el modo de crianza. Hubo también un tiempo
en el que se instituyó firmemente la necesidad
de detener la depredación capitalista del medio
ambiente. Un tiempo en el cual el modo de producción
económico, la educación, el poder, la
familia, la religión, etc., fueron profundamente
cuestionados. Ese mundo se consolidó mediante
significaciones, durante las décadas de 1960/70.
Hay que reconocer que algunas de esas significaciones
- y de esas subjetividades - fueron tomadas por la
New Age, o fueron
incorporadas por una cultura que las ha banalizado,
cumpliendo con la tarea de toda sociedad cuanto más
heterónoma sea: reciclarlo todo, tomar todo
sentido que conspire contra el sentido común
instituido. Y esto encuentra su paroxismo actualmente
en las sociedades dominadas por el imaginario capitalista.
Pero, sorteando dicho intento de pasteurizarlas, esas
creaciones están hoy presentes. Pudieron atravesar
el muro del terror – incluyendo el económico
– y están entre nosotros. Llegaron
para quedarse. Porque no es pensable que esos
caminos puedan ser desandados. Entre
otras cosas, porque en situaciones tan adversas se
produjeron cambios en la psique de hombres y mujeres,
cambios en sus proyectos identificatorios y en su
mundo pulsional: en los fundamentos de la psique.
La imaginación, el
poder
Diversos acontecimientos subrayaron e impulsaron
a su vez la ola creadora: Mayo del 68, el Cordobazo
en Argentina, los movimientos políticos revolucionarios
de los 60 y 70, la Primavera de Praga, las luchas
contra la guerra de Vietnam, el movimiento hippie,
la música de rock en el mundo – el festival
de Woodstock - y en Argentina. Y sujetos como John
Lennon, el Che Guevara, Julio Cortázar, Pier
Paolo Pasolini… o la obra teatral Hair, la experimentación
creadora con sustancias alucinógenas (ver al
respecto el libro “A las puertas de la percepción.
Cielo e infierno”, de Aldous Huxley), la vida
en comunidades, la liberación sexual…
Todo ello habla de un estallido de la imaginación
colectiva que, junto con el trabajo de las subjetividades
mencionadas (jóvenes, mujeres, homosexuales),
creó un campo simbólico que - en buena
medida - está hoy presente. Las luchas generacionales
de los 60 y 70 fueron absolutamente visibles y explícitas:
los jóvenes intentaban (intentábamos)
romper con lo heredado, con el molde que venía
de sucesivas generaciones, y esto en distintos campos
y situaciones. Una lucha generacional y al mismo tiempo
contra el poder instituido. (ver en este número
el texto de María Cristina Oleaga)
En la tarea de historización - aún
en curso - es necesario no perder de vista que dichas
luchas no fueron un hecho homogéneo, que hubo
choques entre distintos proyectos emancipatorios (como
por ejemplo la discusión en Argentina acerca
de la lucha armada). La tarea hoy es no idealizarlas,
no indultar ni olvidar los errores y las diferencias.
Es indudable que las revoluciones socialistas (rusa,
china, cubana) dieron impulso a la idea de que podría
crearse otro mundo, otro modo de ser de los sujetos
y las sociedades. El eclipse producido en el movimiento
emancipador a partir de la caída de la URSS
muestra la paradoja de una sociedad totalitaria que
sin embargo era un faro orientador para el movimiento
emancipatorio a partir de las significaciones y del
proyecto que decía defender. Mujeres, jóvenes,
homosexuales, cambiaron su lugar en la sociedad, sus
subjetividades, independientemente y más allá
de dichas revoluciones. Esto se produjo a pesar de
que, en dichas revoluciones, muchos de ellos –
sobre todo los homosexuales – hallaron un clima
claramente discriminatorio y represor. Castoriadis
señalará que los cambios en las mujeres
(tanto como los de los jóvenes y los homosexuales)
no fueron planificados por ningún partido revolucionario
("Reflexiones sobre el "desarrollo"
y la "racionalidad", en Sobre
el desarrollo. Barcelona, Editorial Kairos,
1980), ni imaginados o anticipados por los psicoanalistas,
los sociólogos, los técnicos, los economistas…un
modo de reconocer el papel de la imaginación
colectiva instituyente en la creación de nuevas
condiciones de vida para los sujetos y las sociedades.
El terror – tanto dictatorial/totalitario como
económico - , finalmente, es el intento infructuoso
que realiza el poder de poner un freno a algo que
se le escurre como el agua al puño que intenta
contenerla: la imaginación creadora, tanto
sea la de la psique, como la de la sociedad.
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