“Pensar
con el cuerpo, leer con los
músculos, oír con el alma”
|
F.
Nietzsche |
Introducción
El Psicodrama y la Sociometría fueron creados
por Jacob Levy Moreno, pionero en la psicoterapia
de grupo, quien nació en Bucarest, Rumania,
en 1889. Desarrolló sus ideas en Viena en cuyos
bosques reunía a los niños y les contaba
cuentos, haciéndolos dramatizar los diferentes
personajes. Luego emigró a EEUU donde, en su
Instituto en Beacon, desarrolló el teatro espontáneo
y el Psicodrama como instrumentos terapéuticos.
Es importante señalar su interés por
los vínculos, la espontaneidad y la creatividad,
bagaje fundamental del psiquismo humano.
En la Argentina, un grupo de psicoanalistas se mostró
interesado en las prácticas de Moreno; algunos
de ellos viajaron a EEUU para capacitarse en Psicodrama
y comenzar así el largo camino de articular
los conocimientos de Grupo, Psicodrama y Psicoanálisis.
¿Se concebía un nuevo sujeto de análisis?,
¿Dejaría éste el reposo y la
libre asociación del diván? Tanto en
psicodrama bipersonal como en la modalidad grupal
tenemos un sujeto en acción: dramatizando escenas.
El rol del coordinador y sus
temores
También el terapeuta o coordinador cambia de
posición. Coexisten varias transferencias en
el ‘aquí y ahora’ y la lectura
del drama no es sólo individual, sino que se
entreteje en la producción grupal. Esta producción
grupal se puede desarrollar muy adecuadamente en ámbitos
hospitalarios, con las escenas de los pacientes.
A pesar de las restricciones y prohibiciones para
reunirse, impuesta por la dictadura, muchos espacios
grupales psicoterapéuticos y de formación
se convirtieron en lugares de pensamiento y creación
que contribuyeron con importantes aportes teóricos
y técnicos, entre los cuales se encuentra el
Psicodrama.
En el año 1979, Hernán Kesselman, Eduardo
Pavlovsky y Luis Frydlewsky [1]
exploraron y conceptualizaron acerca de las escenas
temidas del coordinador de grupos. Nos hablan del
abordaje psicodramático como de un camino que
permite la movilización y la elaboración
de las ansiedades no sólo de los pacientes
en psicoterapia sino también de los terapeutas
al interior de los equipos y en grupos de formación.
Se exploran los miedos en el rol de coordinador y
los mecanismos defensivos que implementa, así
como la conexión de éstos con lo histórico
de cada uno.
El Psicodrama permite y facilita la elaboración
de estos miedos y logra un repertorio alternativo
más rico, amplificado y multiplicado, para
operar nuevamente en su vida profesional. A las escenas
generadas en este proceso las llamamos: escenas temidas
consonantes, resonantes y resultantes.
Como lo expresa Hernán Kesselman [2],
la escena temida “es una estructura con todos
los fantasmas, donde se proyecta la temática
de la novela familiar de cada participante”.
A modo de ejemplo, en una experiencia en el Hospital
de Agudos Dr. T. Alvarez, en un grupo formado por
treinta profesionales grupalistas, trabajamos con
escenas temidas del coordinador. En una de ellas,
la dificultad consistía en que una integrante
monopolizaba el espacio hablando de temas que ni siquiera
eran propios, generando parálisis en la titular
de la coordinación, quien se sentía
atrapada en esa situación sin poder resolverla.
Desplegada la escena, se trabajó en las consonancias
que despertaba en la coordinadora. Se le pidió
a ésta que asociara escenas de su propia historia
donde el afecto predominante fuera el de parálisis.
Rastreada esta escena, se la dramatizó y se
pasó a investigar la resonancia
grupal, lo que permitió a los integrantes
del grupo asociar con escenas de su propia historia.
Volviendo a la escena original, con lo trabajado previamente
y mediante diferentes técnicas (doblajes, cambio
de roles, maximización), se logró una
transformación en el conflicto inicial. Se
resolvió, así, la situación de
parálisis y se posibilitó que el grupo
fluyera en su dinámica. Esta última
escena es la denominada resultante.
El coordinador y su contratransferencia
Si partimos de la afirmación freudiana acerca
de que “nadie puede ir más allá
de lo que le permiten sus propios complejos inconscientes
y resistencias internas” [3],
es fundamental en nuestra práctica reconocer
y trabajar la contratransferencia, siendo nuestro
principal instrumento de trabajo el aparato psíquico
y, por ende, el sistema representacional y las vivencias.
Lo que los pacientes de un grupo presentan como material
se enlaza con experiencias recientes o arcaicas del
terapeuta y esto puede establecer en él tanto
una contratransferencia empática, positiva,
como una contratransferencia hostil.
El bagaje que el terapeuta trae de su propio análisis,
de su formación y de la experiencia de supervisión
-la base triple sobre la que debe sustentarse su trabajo-
determinará una mayor o menor capacidad de
reconocer su contratransferencia y de no actuarla
sino de servirse de ella para comprender mejor el
material que surge en el grupo.
El coordinador de grupos atiende a su contratransferencia
ya que, si quiere entender lo que lo moviliza, debe
analizar su posicionamiento en relación con
sus grupos internos. Además - gracias a lo
que aporta la práctica del psicodrama - registra
su propia emoción más la del o la de
los protagonistas y desde ahí puede proponer
el modo de abordaje técnico.
Esto está vinculado con lo que menciona E.
Pavlovsky [4]
cuando se refiere a los estares del coordinador: el
estado molar, más
analítico, que permite pensar y elaborar sobre
lo que se trabaja en la escena para resolver su intervención
en la misma, y el estado molecular
que radica en dejarse imbuir por el clima afectivo
de la escena, implicarse en la misma por un momento.
Ambas posiciones alternan en un trabajo psicodramático.
Cuando nos referimos a los fenómenos de transferencia/contratransferencia,
parece relevante incluir -como lo hace Rene Kaës-
[5]
el análisis de múltiples facetas, como
las relaciones transferenciales laterales, centrales,
grupales y extragrupales; así como el de las
elaboraciones narcisistas ideológico-míticas
de los coordinadores y su contratransferencia.
Todo ello está subsumido en su concepto de
"análisis intertransferencial", que
permite profundizar la comprensión de la clínica
grupal y abarcar, además, los niveles de implicación,
especialmente si nos situamos en la práctica
hospitalaria. Consideramos que el análisis
de las intertransferencias - entendidas como las problemáticas
psíquicas puestas en juego entre quienes participan
del dispositivo - constituye una tarea primordial
para el terapeuta grupal.
El cuerpo en escena
Podemos decir que en toda escena hay un conflicto
y que en toda situación conflictiva hay un
relato que se expresa, que muestra lo que ocurre,
con mayor o menor justeza y que otra parte está
velada, latente, actuando en las sombras. No es que
deliberadamente se tergiverse o se mienta sino que
no se comprende lo que está oculto. El psicodrama
grupal es una herramienta invalorable para que aflore
aquello que no se puede articular concientemente.
Al desplegar el conflicto en escenas aparecen nuevos
datos previamente ignorados - tal vez por su irrelevancia
-, conexiones imprevistas entre los participantes,
asociaciones con otras escenas - que se hallan entramadas
con lo conflictivo -, comentarios, expresiones, gestos,
que nos van colocando en el camino posible para desentrañar
el verdadero motivo del conflicto.
Mediante la escucha del relato vamos caldeándonos
con y en el grupo, proponiendo pequeñas escenas
para investigar lo que ocurre. Mientras tanto, vamos
dejando libre nuestro cuerpo en resonancia y consonancia
con los otros cuerpos, a la espera de que surja algo
significativo para tomarlo y llevarlo a escena. Con
esto queremos decir que vamos preparando la pertinencia
de focalizar el ‘allá-contigo’
para traerlo al ‘aquí-ahora-conmigo’,
entre nosotros.
Las escenas, con palabras o sin ellas, poseen diversos
canales de comunicación: miradas, sonidos,
actos, gestos; todos ellos convocan a la mirada, a
la emoción, a la evocación, en la multiplicidad
de lo grupal.
Como coordinadores entramos y salimos de la escena,
por momentos nos implicamos en la escena, nos acercamos
a su “temperatura” y luego salimos, pensamos
para seguir operando. Cuanto más abiertos estemos
a la espontaneidad, más nos acercaremos a la
comprensión del conflicto, más cerca
de aquello velado que produce malestar y sufrimiento.
La coordinación no está en posesión
de ninguna verdad, está en permanente búsqueda,
da curso a la novedad.
¿Cuántas veces una mano abierta o un
puño cerrado expresa una contradicción
con lo que se está diciendo? Cuando maximizamos
un gesto, cuando pedimos que hable una parte del cuerpo,
o hacemos un cambio de rol ¿no estamos, acaso,
dando la oportunidad de que la conciencia se amplíe?
Pertinencia del Psicodrama
El juego del niño es la mayor expresión
de la espontaneidad creadora. El psicodrama posibilita
la recuperación de dicha espontaneidad a través
del juego dramático, del ‘como si’
simbólico. En este ‘espacio’ lo
imaginario y lo real coexisten en la escena; se recupera
el contacto consigo mismo y con los demás al
reencontrarse con la creatividad; surgen roles y respuestas
nuevas libres de estereotipos.
Coincidimos con Olga Albizuri de García [6]
en cuanto a que el sujeto, en la escena dramática,
puede desarrollar su capacidad de ilusión y
desplegar su omnipotencia infantil; él decide
quién es, dónde está, qué
hace, etc. El es el autor y actor a la vez; escribe
y representa el drama, pero a condición de
que todo se mantenga en esa zona de juego, en ese
‘como sí’.
Serge Lebovici [7]
dice: “no sólo
no hay contradicción alguna entre la práctica
del psicodrama y la conducción de una cura
psicoanalítica, sino que además, la
psicoterapia de expresión dramática
no puede ser comprendida en todos sus aspectos y en
todas sus implicaciones sin usar los conceptos teóricos
de la técnica psicoanalítica".
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