“Un
discurso que es mío es un discurso que ha negado
el discurso del Otro; que lo ha negado, no necesariamente
en su contenido, sino en tanto que es discurso del
Otro; dicho de otra manera, que, explicitando a la
vez el origen y el sentido de este discurso, lo negó
o afirmó con conocimiento de causa, remitiendo
su sentido a lo que se constituye como la verdad propia
del sujeto, como mi propia verdad.”
Cornelius Castoriadis [1]
Introducción
La potencia creativa humana está en antagonismo
permanente con toda forma de autoritarismo. Los sujetos
resisten al avasallamiento, a ser acallados. Los sobrevivientes
de cualquier despotismo encuentran voces para expresar
sentires y dolores, a pesar de las amenazas que los
retengan. Por otro lado, la sumisión es la
posición que permite y facilita todos los sometimientos.
Entre ambas respuestas - la resistencia o la sumisión
- hay una tensión que se resuelve, en cada
sujeto y según las épocas y las circunstancias,
en uno u otro sentido.
Como ilustración, estas anécdotas revelan
el punto en el que dos niños encuentran una
coartada para preservar su mundo subjetivo:
Al promediar el año 1976, al ir descubriendo
las características monstruosas de la represión
estatal, una pareja de padres decide hablar con su
hijo de 6 años, alumno de primer grado en la
escuela pública. Quieren advertirle acerca
de cambios que deberán implementar para mejorar
las condiciones de seguridad de la familia. Así,
con toda la dificultad que implica esta comunicación,
tratan de explicarle lo que significa una dictadura
y de transmitirle ciertas medidas de precaución
que tomarán. Le dicen, por ejemplo, qué
música ya no se podrá escuchar; qué
libros no se podrán conservar; qué cosas
será mejor no comentar fuera de casa. Le dan
algunos ejemplos ‘simples’. El nene escucha
atentamente.
Después de quedarse en silencio, como abstraído,
mira a los padres y dice: “Pueden hacer lo que
quieran, pueden prohibir y todo, pero no pueden hacer
que yo no piense y ellos no van a saber nunca lo que
yo pienso adentro de mi cerebro”. Días
después el nene - a su manera - define: “El
cerebro es el radar de la fantasía”.
Su camino desembocó, con el tiempo, en la improvisación
y la creación musical.
En 1982, un nene de 8 años que escucha la
letra de la canción ‘Informe de la situación’,
de Víctor Heredia [2]
pregunta por los ‘desastres’ que allí
se enumeran, y pide datos acerca del destinatario
de la denuncia. Los padres le explican lo que es una
metáfora y cómo se puede, así,
decir lo que no está permitido por la dictadura.
Al nene se le ilumina la cara y, sonriendo, dice:
“¡Qué lindas son las metáforas!
¿Cómo se llaman los que hacen metáforas?”.
Y, luego de recibir la respuesta, agrega: “Entonces,
cuando sea grande, yo quiero ser poeta para hacer
metáforas”. No casualmente, tiempo después
descubre un gusto por el Haiku y su producción
es premiada. También él encontró
posteriormente su espacio creativo en la música.
Creo que, en este resultado y si nos centramos en
lo que toca al sujeto, el eje es la posición
en la que éste logre plantarse frente al Otro.
La mediación de la castración, la propia,
es clave, para el Psicoanálisis, en esta operación.
El discurso que predomina en cada época, el
Otro social, es fundamental en este proceso.
Las décadas de los sesenta / setenta vieron
el surgimiento de movimientos juveniles contestatarios
a los que se opusieron las feroces dictaduras que
padecimos. Me ocuparé del interés de
los jóvenes - especialmente notable en la cultura
hippie - por la naturaleza y ubicaré, respecto
de este punto, rasgos que caracterizan al sujeto hoy
para precisar algunas de las transformaciones que
supone el discurso epocal, el discurso capitalista.
Lo que sobrevive, lo que retoma y renueva la herencia
recibida, lo hace a partir de una subjetividad que
resiste el aplanamiento que imprime la época.
La juventud contestataria
Las décadas que precedieron a la dictadura
del ‘76 fueron pródigas, internacionalmente,
en manifestaciones novedosas y en tendencias libertarias
generalmente promovidas por los jóvenes. La
adolescencia misma como etapa adquirió una
existencia simbólica inédita que se
acompañó, en consecuencia, con la aparición
y consolidación de jerga, música, moda
y estilos e intereses propios de esa etapa.
Los grupos que tomaron las armas contra el sistema
en los setenta -lo cual devino en la desaparición
forzada: desaparecer el cuerpo, como única
forma de callar las voces- se inscribieron en una
serie de movimientos contestatarios. Por ejemplo,
los que lucharon por la igualdad racial, los feministas,
los hippies, la nueva izquierda del mayo francés
menos ligada a la ortodoxia marxista, los que florecieron
en la llamada Primavera de Praga, los movimientos
libertarios que apoyaron, en América, a la
Revolución Cubana, etc.
Hay, a partir de todas estas voces y en diversas
áreas, ‘riquezas’ que se pudieron
conservar y transmitir a pesar del oscurantismo y
la represión de la dictadura. Así, se
puede rastrear el modo en que emergieron estas producciones
– despojadas o no de su potencia creadora -
a su término. En algunos casos resulta difícil
incluso reconocer, en su devenir ulterior, la herencia
en la que se inscriben.
La cultura hippie y la ecología
A mediados de la década de los sesenta, probablemente
en Los Angeles, se formaron grupos de jóvenes
que compartían ideas antibélicas, anárquico
- pacifistas, y que rechazaban el materialismo capitalista.
No es que se autodenominaran militantes del cambio
de la sociedad sino que querían vivir el cambio
ya y en ellos mismos. Por ello formaban comunidades
‘libres’, sin jerarquías, y despreciaban
el consumismo, como oposición en acto a la
sociedad ‘burguesa’. Las comunidades se
desplazaban para reunirse e intercambiar, siendo la
reunión más conocida Woodstock, que
sumó a medio millón de jóvenes
durante tres días en 1969.
Se trataba de ampliar las fronteras, geográficas
y mentales. Para ello, no sólo se desplazaban,
viajaban y conocían otros lugares y culturas,
también ingerían alucinógenos
u otras drogas que creían capaces de acercarlos
a esa meta. La mayoría de los grupos, sin embargo,
no estaban de acuerdo con las drogas duras ni con
el alcohol, por el tipo de dependencia y adicción
que promovían y porque criticaban el narcotráfico
que se generaba a su alrededor. Esta postura no impidió,
sin embargo, excesos que se cometieron en nombre de
la permisividad. Recordemos el lema ‘Drogas,
amor y rock’n roll’.
La cultura hippie abarcó no sólo las
ideas libertarias en cuanto a lo social sino también
expresiones artísticas - plásticas,
musicales y literarias - y su particular abordaje
de los vínculos de pareja: el ‘amor libre’,
el rechazo a la hipocresía en cuanto la sexualidad
a la que reivindicaban desligada, así, del
matrimonio y de la procreación. Se oponían
a un Otro al que consideraban represor y levantaban
banderas de liberación.
El grupo, una especie de ‘tribu’ unida,
era un valor para ellos en la época en que
los divorcios y la salida laboral de las mujeres empezaban
a cambiar el estilo de vida de la familia tradicional.
El valor de lo comunitario iba de la mano con sus
aspiraciones de rescatar la solidaridad como valor.
La pertenencia al grupo era un bien preciado. Por
otra parte, se esforzaban por tolerar y aceptar las
diferencias en su interior. Así, la libertad
sexual que pregonaron incluía la aceptación
de la homo y de la bisexualidad.
Sus valores fundamentales eran el amor, la libertad
sexual, la paz - defendían el desarme nuclear
y participaron en las manifestaciones contra la guerra
de Vietnam - , la tolerancia y, muy especialmente,
el respeto por la naturaleza. En este sentido, ganaron
el nombre de ‘Hijos de las flores’ por
su pasión en la defensa del ambiente natural.
Este interés por la naturaleza iba de la mano
con su desprecio por la vida ciudadana, la proliferación
de los objetos, el materialismo capitalista. Así,
muchos se desplazaron a sitios rurales y armaron sus
comunidades a tono con el entorno, con especial cuidado
en no perjudicar la flora y la fauna de cada lugar.
Si bien hoy podemos ver su intento como ingenuo y,
por lo tanto, destinado a fracasar, no podemos dejar
de valorarlo a la luz de la depredación que
ha tenido lugar y que ellos supieron criticar anticipadamente.
El Ave Fénix capitalista
El capitalismo se recicla; Ave Fénix que se
metamorfosea para sobrevivir. Puede adoptar cualquier
forma con tal de cumplir su objetivo: ganar, acumular,
siempre más. El capitalismo, de este modo,
se fagocita a sus oponentes. Lo hace al absorberlos,
al tomar de ellos su potencia creativa y convertirla
en mercadería. De ese modo, aquello que lo
cuestiona se transforma en algo edulcorado, inoperante,
en una versión lavada de sí mismo. Cuando
el oponente ha perdido su poder subversivo puede seguir
declamando sus ‘principios’, aislado ya
de su virtud esencial, ya que le resulta inocuo al
sistema.
Los hippies entendieron así la pretensión
de lucro con sus ‘emblemas’: vestuario,
literatura, adornos y música. Procedieron,
para repudiarlo, a la quema de un muñeco -
en una ceremonia en 1968 - vestido a su modo, para
proclamar que nunca más se comercializara con
su nombre.
El cuerpo, como la naturaleza, era para los hippies
su casa. Creyeron darle la mejor de las posibilidades,
extender sus fronteras, y protegerlo del uso y del
sometimiento que les proponía el sistema. Propusieron
ampliar sus límites y disfrutar al máximo
de sus posibilidades. La belleza, para ellos, estaba
ligada a lo natural, como contrapuesto a las imágenes
propuestas por la época a las que calificaban
de rígidas y oscuras.
Sin embargo, ni el cuerpo ni la naturaleza eran tomados
como datos en sí. Su disfrute implicaba el
lazo con el otro y la ruptura de las convenciones.
Tenían en cuenta, por lo tanto, al semejante
y al Otro social al que se enfrentaban. Era un cuerpo
dignificado por la inclusión, al considerarlo
así, de la subjetividad.
Se trata de un punto que quiero señalar especialmente,
ya que hace a los cambios que han sufrido las aspiraciones
heredadas de esa época y a cómo se dan
en los jóvenes hoy. Al decir de Badiou: “(…)
hacer justicia al cuerpo es siempre considerarlo como
algo diferente, como otra cosa que un cuerpo, como
un cuerpo ligado a algo más que sí mismo.”
[3].
Naturalizar, en
este sentido, puede ser un modo más de despojar
al sujeto de su dignidad. Veamos, en este sentido,
algunos ejemplos.
‘Naturalizar’
la crianza
Forma parte de esta tendencia actual tanto la moda
del parto domiciliario como el elogio del colecho,
o sea de la costumbre de hacer dormir al bebé
en la cama junto con los padres. En general, se trata
de tomar lo ‘natural’ como despojado de
la influencia de la cultura y de considerarlo como
beneficioso en sí mismo. Así, hay parejas
que enfrentan serios riesgos con este fin tanto en
los partos como al negarse a administrar vacunas a
sus niños.
El colecho merece un párrafo aparte ya que
es una elección que cuestiona uno de los pilares
de la crianza humana: la apertura a la exogamia; la
inclusión, vía prohibición del
incesto, en la cadena de las generaciones. Estas operaciones
simbólicas se sostienen en las prácticas
concretas y en las posiciones parentales en relación
con la castración. Resaltemos, así,
el ‘No reintegrarás tu producto’
dirigido a la madre como el principio que las sostiene.
Las operaciones simbólicas tienen, en la crianza,
una materialidad que se despliega en la relación
corporal. El cuerpo, así pensado, es el lugar
mismo en el que se ejerce tanto el erotismo como la
sublimación maternal. [4]
Esta tendencia a la desubjetivación
del bebé la vemos en algunos pediatras cuando
aconsejan, por ejemplo: ‘No le cambie el pañal
después de comer para no correr el riesgo de
que vomite. A ellos no les molesta su caca’.
Mantener el alimento en el cuerpo incluso al precio
de no desprenderse de las heces como si no hubiese
otro tipo de ‘alimento’ en juego.
Los procesos de maternaje incluyen el arrancamiento
del infans del ámbito de lo natural para incorporarlo
a la cultura a donde pertenece: que llegue a molestarle
su caca es una meta que se perfila temprana e inconscientemente
en la madre. Además, hay que ver de qué
modo esa intervención con la higiene inicia
y acompaña en el nivel del cuerpo propio otro
tipo de incorporación: la necesaria separación:
yo - no yo; lo que se incorpora - lo que se descarta,
etc.
No es teoría lo que tienen los padres para
saber qué eligen hacer sino inmersión
en la cultura. Para seguir el consejo del pediatra
de no cambiar al bebé tienen que ir un poco
contra sí mismos: ‘Nos da un poco de
pena’. Lo hacen, sin embargo, un poco por respeto
a la autoridad del pediatra, y mucho más porque
son jóvenes a los que la entronización
de lo ‘natural’ les es afín.
En el mismo sentido, escuché la crítica
al uso del chupete por no ser ‘natural’.
Nada es natural, por eso les hablamos, les cantamos,
les inyectamos intenciones (‘Le gusta’
/ ‘No le gusta’ tal o cual cosa) vacunamos
a los niños y les colocamos zapatos sin esperar
que un callo les ayude para no lastimarse con la marcha.
Lo que es de la ‘naturaleza’ humana es
la libidinización temprana de ciertas zonas
alrededor de las cuales se va centrando el vínculo
con el Otro primordial. Estas zonas tienen que ver
con la regulación y la satisfacción
de las necesidades orgánicas pero, muy tempranamente,
reciben una sobrecarga de palabra y de afecto que
hace que se transformen en zonas erógenas.
Esta palabra, ‘erógenas’, no tiene
en este contexto que ver con la genitalidad sino con
el concepto psicoanalítico de sexualidad. [5]
Por esta razón, los bebés necesitan
chupar, gozan del chupeteo más allá
de haber satisfecho su necesidad de comida. El chupete,
en este sentido, es un invento humano que reconoce
esta satisfacción ‘de más’.
Podemos nombrar así, como exceso, desde una
mirada ‘naturalizante’ a todo lo que excede
la supervivencia.
Los pediatras son quienes mejor tendrían que
saber qué anima al bebé y lo que implica
la constitución del ser humano justamente en
el punto de su separación de lo natural. Veamos,
si no, el cuadro del hospitalismo en el que los bebés
mueren a pesar de contar con todos los cuidados ‘naturales’
y necesarios. Les falta el plus humano, lo que hace
que la vida valga la pena de ser vivida.
‘Naturalizar’
la vida
Vemos que muchos jóvenes se sienten interesados
en llevar adelante una vida sana. A primera vista,
puede parecer una tendencia encomiable. Si nos aproximamos
un poco a ellos, podemos registrar que incluyen el
vegetarianismo en esa meta y pensar que algo ‘ideológico’
se juega en su elección de no intervenir en
la matanza de animales.
Sin embargo, su posición de sujetos no avanza
mucho más allá, aunque sí su
práctica como vegetarianos, incluso hacia el
veganismo, que consiste finalmente en tolerar una
alimentación basada sólo en cereales
y semillas. El punto es que, en esta época,
se privilegian y se fomentan las prácticas;
sobre todo las solitarias. Buscar y seleccionar lo
que no contenga conservantes, ni colorantes, ni componentes
de origen animal, ni grasas, ni … puede ser
una práctica New Age tan autoerótica
como la adicción a la comida o a la pantalla
del televisor o de la PC.
Para estos sujetos la calidad de sus alimentos, su
selección, la cantidad y la preparación
de los mismos se convierten en ejes primordiales de
la vida. La máxima: ‘Somos lo que comemos’
es llevada a un nivel de literalidad propio del delirio
psicótico. La preocupación central es
el cuerpo y su cuidado, su descanso y su ‘tranquilidad’.
Esta cualidad es elevada a una dignidad inusitada,
más propia de la aspiración al ‘Nirvana’
que de la vida humana. Esa posición los acerca,
en muchos casos, a los espiritualismos orientales,
en recortes que magnifican lo ‘interior’,
la ‘meditación’ y la ‘armonización’
como opciones que cercenan toda posibilidad de espíritu
crítico y aplanan, nuevamente, el nivel subjetivo.
El conflicto, la angustia, lo que puede advenir como
crisis y operar subjetivamente, son desestimados y
rehuidos como tales. Los seguidores de esta ‘vida
natural’ se empeñan en no enterarse:
no saber al servicio de no sufrir. Suelen, con este
fin, renegar de los diarios, las noticias, la TV,
etc. Es el máximo logro del discurso capitalista:
robots narcisistas que sonrían felices ante
un plato de habas y duerman temprano para no fatigarse.
Este me parece el punto central en cuanto al lugar
del sujeto implicado en estas prácticas,
un lugar coherente con el rechazo de la castración.
La comida tiene su ‘más allá’,
lo erótico/tanático de la humanización.
[6]
El médico naturalista Steven Bratman acuñó
el término ‘ortorexia’ (del griego
‘orthos’, correcto y ‘orexis’,
apetito) para describir el trastorno que él
califica de alimentario y que consiste en obsesionarse
por la comida sana. Sin duda, muchas anorexias tienen
este destino como restitución, pero no podemos
circunscribirlo al ámbito alimentario exclusivamente.
Vale la pena incluir la declaración que conmovió
a Bratman, él mismo un fanático de la
comida sana, e inició su cambio: “Mejor
para mí que comer mis brotes solitariamente,
sería compartir pizza con mis amigos”.
Esta frase, que no casualmente incluye el lazo social,
fue pronunciada por quien él consideraba su
‘gurú’ en cuanto al arte de comer.
Sin embargo, la salida de Bratman de esta obsesión
fue lenta y trabajosa. [7]
El autor afirma que la desnutrición puede
ser uno de los efectos de la ortorexia, el aislamiento
social una de sus consecuencias y la muerte su riesgo
mayor. Como sabemos, lo ‘natural’ nos
es imposible. En ese final se ejercería, entonces,
uno de los actos más propiamente humanos -el
suicidio- bajo la forma de la preservación
de la vida a través de consagrarse a lo ‘sano
y natural’. ¡Es una paradoja sumamente
inquietante!
El absoluto, ese ‘objeto
perdido’
Hemos visto cómo de una actividad vital, el
alimentarse por ejemplo, se hace un absoluto. Es interesante,
a este respecto, la posición de George Steiner
[8]
quien examina el marxismo, la teoría psicoanalítica
y el estructuralismo como ‘mitologías’
surgidas de la erosión de las teologías
tradicionales. Su lectura de Freud resulta fallida
ya que entiende al Psicoanálisis como una cosmovisión,
dato contra el que Freud nos previene explícitamente.
Sin embargo, el trueque que Steiner señala,
‘la parte por el todo’, resulta útil
para entender los fenómenos contemporáneos
a los que nos hemos referido.
Steiner estudia la serie de fenómenos que
proliferan entre nosotros: la astrología, la
ufología, la clarividencia de variados orígenes,
el orientalismo, etc., y los incluye, como síntomas
de una crisis de confianza de la cultura occidental.
Zizek, por su parte, señala: “Uno de
los más deplorables aspectos de la época
posmoderna y de su llamado ‘pensamiento’
es la reaparición de factores religiosos en
muy diferentes modalidades: desde el cristianismo
y otros fundamentalismos, pasando por la multitud
de espiritualismos de la New Age, hasta la nueva sensibilidad
religiosa que está surgiendo en el seno del
propio deconstruccionismo (el denominado pensamiento
‘post - secular).” [9]
El ‘Absoluto’ como tal se revela una
tentación para el hombre y su potencia creativa,
la cual también puede estar, como vemos, al
servicio de reflotar absolutos a partir tanto de teorías
como de nimiedades.
La resistencia ambientalista
hoy
Afortunadamente, hay otras muy diferentes derivaciones
de aquel lírico culto hippie de la naturaleza.
Hay quienes retoman esta herencia sin desechar la
angustia ni el conflicto Así, la ecología
se ha transformado en una cuestión vecinal,
territorial. Los habitantes de cada lugar perjudicado
por alguno de los múltiples emprendimientos
que devastan los recursos naturales se juntan, estudian
y se organizan en la defensa de lo que consideran
un valor superior.
En este sentido, la naturaleza en riesgo es la ocasión
para renovar el lazo entre ellos y para detener el
avance que los desconsidera. Se ubican en una posición
de resistencia y toman el futuro en sus manos: “La
potencialidad de transformación social del
movimiento ambientalista tomado en términos
generales, cuando éste se anima a hacer frente
a los cuestionamientos que el mismo genera es inmensa
porque lo que se pretende es decir NO a un modo de
hacer y pensar que hizo nacer la época en la
que vivimos.” [10]
El progreso de esos grupos que se organizan en forma
asamblearia horizontal es producto de su propio recorrido
en la defensa de sus territorios, de la salud de sus
hijos, del agua y del aire. Generalmente, declinan
los ofrecimientos de los partidos políticos
para representarlos, prefieren ser ellos los que se
pronuncian en su propio nombre. Suelen buscar el auxilio
de profesionales para informarse y para formular quejas
en el terreno legal.
Son fenómenos sociales que han aparecido en
muchos de los sitios, en todo el mundo, donde las
corporaciones avanzan sobre la naturaleza sin tomar
recaudo alguno para evitar los desastres que ocasiona
su operación. Por otra parte, resulta interesante
comprobar cómo estos grupos, formados por gente
de diferente extracción social, terminan coincidiendo
en su comprensión de los fenómenos que
los aquejan, de la responsabilidad de la voracidad
del capitalismo como causa. Así, se van enlazando
con grupos semejantes que defienden su territorio
de otro tipo de depredación. Es el caso, en
nuestro país, de la Unión de Asambleas
Ciudadanas, que reúne tanto a los asambleístas
de Gualeguaychú como a los Vecinos de La Boca
o a las Asambleas que en la Cordillera se defienden
del avance minero.
Es imposible, desde luego, predecir el destino de
estos movimientos. Hay, sin embargo, una implicación
de los sujetos que se comprometen en ellos y una renovación
de los lazos solidarios que permite advertir que no
todo puede ser arrasado. Desde los retazos que sobreviven
a las épocas más oscuras, la creatividad
de los hombres encuentra grietas desde donde hacer
oír.
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