“Defender
los derechos humanos es preservar nuestros recursos
hídricos, construir un modelo económico
alternativo al modelo extractivo que nos permita una
genuina distribución de la riqueza. Terminar
con la idea que supone que para que algunas sociedades
progresen, otras deben ser contaminadas y saqueadas”.
[1]
“Esto es por temor al poder real, o porque
no han roto los paradigmas que éste les ha
impuesto, aún no se han hecho el planteo serio,
no coyuntural, estratégico y clave para nuestros
próximos cien años: Cómo transitar
de la Argentina extractiva primaria a la Argentina
alimentaria orgánica, tecnológica y
con valor agregado. No es menor el punto que la primera
requiere de un esquema de concentración de
poder, y el segundo de la difusión del poder
en relaciones de mayor democracia real, del minifundio,
de la educación, la información y la
capacitación”. [2]
“Minutos antes de que arribaran las autoridades,
una combi blanca se estacionó detrás
nuestro. Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini, Luis
Duhalde, Horacio Verbitski, Víctor Laplace,
entre otros, bajaron del vehículo y pasaron
a nuestro lado.
Nos acercamos a cada uno de ellos e intentamos explicarle
sobre nuestra lucha. Ninguno se detuvo, ninguno preguntó
el por qué de un vallado policial si sólo
portábamos carteles de defensa del agua y la
vida”. [3]
De los 90 al 2003. La cocina
de la industria extractiva
En el año 2003 la clase política logra
sentar las bases para su recomposición paulatina,
luego del cimbronazo que significaron los sucesos
del 2001. La intolerancia del pueblo va a ser controlada
por una doble vía. Por una parte, atacando
los efectos asamblearios, la organización comunitaria,
la economía de trueque y el resto de efectos
que habían nacido del cruce entre la crisis
y la creatividad del pueblo. Por otra, concentrando
las posibilidades de elección hacia adentro
de la burocracia política, blindando su acceso
y habilitando sustituciones progresivas.
En tanto, la salida de la convertibilidad volvería
potente una industria nacional que ahora combinaba
un tipo de cambio competitivo con un marco legal neoliberal
gestado durante los 90. Dicho marco incluía
flexibilización laboral, nuevo código
minero, impulso y protección legal para los
pooles de siembra y privatización de las industrias
claves. Al mismo tiempo, el anillo extenso de pequeñas
y medianas empresas que rodean a las de mayor envergadura
había logrado durante los 90 incorporar tecnología
de punta y, para la fecha, dichas empresas se encontraban
quebradas o endeudadas.
En el escenario mundial la expansión de mercados
emergente gigantescos venía produciendo una
inusitada demanda de productos primarios, lo cual
empujaría los precios internacionales y trastocaría
incluso los modos de producción de esos productos.
Las líneas de créditos se encontraban
cerradas, pero algunas entidades - en especial el
BM (Banco Mundial) - mantenían abiertas las
líneas que tenían que ver con el impulso
de la actividad extractiva.
En ese escenario la Argentina, con una incalculable
reserva de minerales, con recursos energéticos
mayormente inexplorados, con una enorme extensión
de tierras - que ahora las ‘nuevas tecnologías’
volvían explotables - y sumida en la pobreza,
el temor y la confusión, se convertía
en una extraordinaria oportunidad para el capital
transnacional. Montado sobre el plan IIRSA (Iniciativa
para la Integración de la Infraestructura Regional
Sudamericana) ese capital transnacional lograría
finalmente penetrar.
Del 2003 a la fecha. Consecuencias
del modelo extractivo en materia de DDHH
Realizar una lista de las violaciones que se vienen
sufriendo como producto directo del avance sin reparos
del capital transnacional en la Argentina resultaría
engorroso. Nos limitaremos a decir que se trata de
una lista muy completa y extensa, que en una mirada
general abarca desde la censura en los medios, las
persecución de los disidentes, la represiones
brutales, los desalojos masivos, el envenenamiento
de personas por contaminación, la intimidación,
el procesamiento, el secuestro y el asesinato.
A estos efectos que forman parte del repertorio ‘tradicional’
de este tipo de industrias vienen a sumarse los novedosos,
como es el caso de la utilización de las instituciones
relacionadas con los DDHH a favor del capital transnacional.
La secretaría de DDHH de la provincia de La
Rioja cumple un importante papel protector de un estado
provincial claramente vinculado con hechos de represión
y persecución a los disidentes del modelo Megaminero
que busca imponer. La secretaría brinda institucionalidad,
evita denunciar a los implicados, ocupa los canales
de comunicación de las instituciones relacionadas
con los DDHH, pero utilizándolas a favor de
las Megamineras.
En el mismo sentido, en la provincia de Santa Cruz,
el INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas)
viene siendo denunciado por operar dentro de las comunidades
indígenas en favor de las empresas Megamineras
interesadas en catear o explotar sus territorios.
En palabras de la familia Limonao: “Llegó
el INAI para convencernos de que el uranio no es malo”.
[4]
Son sólo dos ejemplos pero sirven para desnudar
el poder de mutación del capital transnacional
y su renovada capacidad de penetración, asimilando
la coyuntura nacional, proclive al discurso de los
DDHH, como palanca para potenciarse y avanzar.
Una mutación de este tipo también puede
observarse en lo que tiene que ver con los modos de
represión que viene desarrollando el Estado.
Como lo indica el Informe Correpi 2010 [5],
a la represión policial convencional viene
a sumarse la tercerización de la represión,
la utilización de guardias blancas, patotas
sindicales, guardias celestes, que complementan la
capacidad punitiva del Estado allí donde la
nueva coyuntura impide la utilización directa
de las fuerzas policiales.
Haber tomado las banderas históricas de los
DDHH y, al mismo tiempo, haber echado a andar el modelo
extractivo configura el carácter contradictorio
del espacio político Frente Para la Victoria
(FPV). Sin embargo, la contradicción no ha
devenido en fragilidad. El kirchnerismo goza de una
extraordinaria salud que no se explica sólo
por sus meritos en gestión, sino sobre todo
por ser el único espacio político partidario
que ha logrado liberarse del oscuro manto de 2001.
Como una isla que emerge del mar revuelto, posee aún
el brillo de la novedad.
Lo que efectivamente configura la contradicción
es una doble condena: por un lado a la hipocresía,
ya que el modelo a imponer es incompatible con cualquier
política seria en materia de DDHH y, en tanto
se impulsa uno, sepulta el otro. Las fisuras se cubren
en parte con el manejo de los medios oficiales pero
sobre todo requiere una importante carga de hipocresía,
de mirar para otro lado, de no querer saber, o de
buscar explicaciones vagas que oculten el evidente
sufrimiento de pueblos enteros. Por otro lado, a la
estrechez ya que impulsar un modelo de esta naturaleza
implica el respeto a un marco de regulación
que asfixia las posibilidades de acción política
tendientes a buscar el bienestar general y, de este
modo, la capacidad de acción queda acotada
a lo meramente reparatorio.
Da cuenta de esto último el apotegma “Palos
o Cárcel” lanzado por el ministro Aníbal
Fernández [6]
que no debe endilgársele a su, a veces, abrupta
personalidad sino más bien a su poder de síntesis,
que logra con elocuencia definir el margen para el
respeto a los disidentes que se puede permitir un
espacio político que pretende sostener los
contratos firmados durante los 90.
Sin embargo, es un escenario de posibilidades muy
estrechas como para que quepan los muchos mundos que
habitan la Argentina y, a la espera de que caigan
las ilusiones, se encuentran los movimientos de resistencia,
que siguen allí como reservorio de lo históricamente
evidente: si se confía en el capital transnacional
como factor de desarrollo no puede esperarse más
que la multiplicación de la desigualdad. Si
no se interviene sobre las ganancias extraordinarias,
no puede redistribuirse más que limosnas. Si
se arrincona al pueblo y se lo somete, no puede más
que acunarse, tarde o temprano, la revuelta.
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