La soberanía en pelotas
A 29 años del mundial España ’82
y la guerra de Malvinas
Por Diego Velázquez y Alejandro Turner
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(Publicado originalmente en revista Primer Mundo, octubre 1992)
 
“El flaco Menotti se levantó temprano el lunes 15 de febrero. Antes de colgarse el primer (cigarrillo) Parisien de los labios, recorrió los 20 metros que separan su dormitorio del comedor de la Villa Marista y enfiló pesadamente hacia el pizarrón. Tomó una tiza y liberó un sentimiento: FALTAN 118 DÍAS PARA SALIR CAMPEONES DEL MUNDO” (Revista El Gráfico n° 3255, febrero de 1982).
A 29 años de esa fallida jugada de pizarrón, recordamos el campeonato mundial de fútbol de España ’82.

Amparados en la serena objetividad que nos da el tiempo, podemos hoy asegurar, releyendo esta cita, que César Luis Menotti (entrenador de la selección argentina de fútbol en los campeonatos mundiales de 1978 y 1982) había acertado una vez más. Es cierto: Argentina iba a salir campeón del mundo. Ocurre que, inmerso en la inexactitud propia de los ‘sentimientos liberados’, el técnico iba a errar por algunos días: 1460 para ser exactos, cuando Argentina gane el mundial ’86.

Por aquellos días flotaba aún en el aire el espíritu del ’78. Los mismos ideales, las mismas ilusiones, las mismas esperanzas (los mismos jugadores, el mismo técnico, el mismo gobierno...). A pesar de algunas novedades en el frente de ataque (los entonces juveniles Diego Maradona y Ramón Díaz) y otras en el frente (la flota británica), perduraba con nitidez el recuerdo de ese campeonato. El arquero Ubaldo Matildo Fillol seguía hablando de “La emoción de la gente en la calle. Los buenos, los malos, los ricos, los pobres. Todos juntos ¿no? Todos iguales”. Y Natalio Gorín, periodista de la revista El Gráfico (el semanario deportivo más importante de ese momento, y uno de los principales en la historia del periodismo gráfico argentino) no podía olvidar “el orgullo de haberle mostrado al mundo algo digno. Porque era otro el contexto. Porque sólo el fútbol nos rodeaba en esos días, en esas horas”. Aunque a algunos los rodearan las fuerzas parapoliciales ¿no?


Cada uno en la suya defendiendo al gobierno

En su edición del 8 de junio de 1982, El Gráfico, en una notable coincidencia, titula su nota editorial con un slogan de la dictadura militar argentina del Proceso: “Cada uno en lo suyo defendiendo lo nuestro”. Allí nos promete que va a estar “donde el deber lo imponga y con las armas de todos los días. Porque una herramienta también es un fusil”. Con tamaño patriotismo “asume su compromiso no sólo con sus lectores sino también con el momento histórico que nos toca vivir”. Una vez más, la intachable Editorial Atlántida, editora de El Gráfico, se comprometía con su momento histórico casándose con el encargado de gobernarlo.

Pero El Gráfico no se quedaba en palabras (lástima): sus 21 enviados especiales (una verdadera lista de mala fe) ocupaban los ratos de ocio en repartir “folletos ilustrados, escritos en tres idiomas, sobre la posición argentina frente al conflicto de las Malvinas a periodistas y dirigentes de todo el mundo. La obligación profesional allí, el corazón allá junto a nuestros soldados”. Agreguemos: el corazón profesional junto a nuestros comandantes.

Sin embargo, el fútbol no era lo más importante. Tras el partido que Argentina pierde frente a Bélgica, nuestros amigos de El Gráfico aseguran, con heroísmo, que “cambiaríamos mil derrotas deportivas por un único y ansiado triunfo, el que todos esperamos y en el que todos confiamos”. Nuestras abnegadas fuerzas armadas, lejos estuvieron de alcanzar “ese único y ansiado triunfo” que los periodistas oficialistas esperaban tan confiados. Nuestra selección, en cambio, sí estuvo cerca de las mil derrotas.


La guerra por deporte

“Jugó la Argentina anterior al 2 de abril”, señalaba el periodista Esteban Peicovich, como muestra de este discurso periodístico – bélico, predominante y naturalizado.
Horas antes de que las fuerzas armadas argentinas se rindieran en el Atlántico sur, la selección dirigida por César Luis Menotti perdía con el equipo belga por 1 a 0 en el partido inaugural del mundial ’82. No fueron pocos aquellos a los que su capacidad de reflexión, por cierto algo pobre, impidió separar dos hechos tan sólo unidos por una correlación temporal. Algunas voces en su mayoría cercanas a la órbita dictatorial, se alzaron para reclamarle a un equipo de fútbol que se pronunciase en el campo de juego por la soberanía de aquellas porciones de tierra de imprescindible presencia geopolítica por la que algunos estaban obligados a dar la vida.

El Gráfico no va a hacer esfuerzo alguno por disociar fútbol y guerra. Ya pudimos observar las poco deportivas misiones que encomendaba a sus enviados especiales (siempre listos) en una cobertura que la revista no dudaba en denominar “operativo”. Guerra y fútbol se empiezan a mezclar de manera llamativa en las páginas del semanario deportivo más vendido en aquel tiempo. A la hora de elegir cada palabra se recurría al vocabulario bélico en una lógica de la que no escapaban los propios jugadores. Claro que, tras la primera derrota, se anuncia desde un editorial que, teniendo en cuenta lo que estaba ocurriendo por estos lados, nunca más se van a utilizar términos como “drama”, “tragedia” o “frustración”. Así que a partir de ese momento sólo se va a hablar con palabras que den cuenta de lo anecdótico de las contingencias deportivas: “fracaso”, “catástrofe”.
En un párrafo memorable, el periodista Héctor Onesime dirá de Menotti: “Su rostro aparece iluminado (...) Se podría repetir la frase que alguien acuñó hace un tiempo para Henry Miller: ‘más que cara parece un campo de batalla’, pero una batalla ganada”. Sospechamos que la cara de Menotti es un terreno muy duro, aun para una batalla. Y, a propósito, será el mismo Menotti (“cara de batalla”, para los amigos) quien tenga el buen gusto de señalar que el partido frente a Bélgica “será una batalla”.

Días después, cuando nuestro amigo César se percató de que ese partido era una batalla perdida, tuvo una reflexión todavía más atinada: “estas derrotas hacen daño indiscriminadamente, como una bomba de alto poder que cae sobre una ciudad y lo destruye todo”.


Simplemente fútbol

En esta verdadera contienda de frases felices, el inefable Pato Fillol (un verdadero pato criollo; como dice un dicho popular argentino: “A cada paso una cagada”) hace de las suyas demostrando que algunas palabras son como bombas de alto poder, o como un gol de Bélgica: “Fillol pasa por delante con una frase de dientes apretados: ‘Regamos la cancha con sangre’”. Aquí vemos al arquero tan ubicado como en el gol de Bélgica. Pero valga como excusa la posibilidad de un error por parte del periodista: se hace muy difícil entenderle a alguien que habla con los dientes apretados.

Y en medio de tanta pasión, el capitán del equipo argentino, Daniel Passarella, va a inspirar esta bonita pieza marcial de la pluma - fusil de H. Onesime: “Pasarella fue capitán, más allá del brazalete, irradiando con sus piernas y con sus gritos, el noble furor que a todos impulsaba”. Tras entonar esta estrofa, su autor nos narra que el volante Ardiles “sigue siendo el lúcido ideólogo de siempre” y que “Gallego asiste a Pasarella en la conducción espiritual”. Todo al son del clarín (deportivo), mientras febo asoma, los tambores redoblan (y los apostadores redoblan las apuestas en contra de Argentina) y nuestro noble equipo aplasta a la atea escuadra húngara en el segundo partido. ¡Oh juremos con gloria morir! (y con pena clasificar).


Campeones morales

Con tanto léxico de liceo militar, El Gráfico se impregnaba de un fuerte tono moralista. La participación asumía así un papel redentor, ejemplificador. En su edición 3270, la revista despide al plantel con una serie de supuestos deseos “de todos los hinchas argentinos”. Entre ellos figuran “que recuerden, a cada instante, que ustedes son Argentina siempre, en la cancha y fuera de ella (...) que el sentimiento de orgullo, amor propio y vergüenza no desaparezca en ningún caso de sus almas (...) que sepan que millones de niños están viendo en ustedes un modelo a seguir”. Es por todo esto que se les pide a los jugadores “que la mente, el espíritu y el físico estén subordinados a la tarea específica de entrenar, trabajar, corregir, y jugar”. Escuela futbolística definida como: pared, toque, subordinación y valor.

Los seguidores de esta escuela descargarán sus más duras críticas contra Ramón Díaz, por entonces el jugador joven e indisciplinado que “volvió a mezquinar su aporte cuando el partido exigía lucha y sacrificio”. El inexperimentado delantero no había escuchado seguramente el edificante relato que Menotti desgranara frente a los cronistas de El Gráfico: “Luis Galván se acuesta a las nueve de la noche. Si le sirven fideos no los come, solamente carnes con ensalada y agua en lugar de vino”. Para destacar luego lo importante que era que “el joven ve al jugador de gran trayectoria dando el ejemplo” (y dando lástima).

Después de todo esto, ¿cómo no entender las amenazantes palabras de Onesime, cuando al analizar la primera derrota sugirió que: “quien no esté dispuesto a agudizar su concentración no debe tener cabida frente a Hungría ni frente a El Salvador. Perder o ganar sigue siendo una alternativa. No dar lo que se tiene y se puede es imperdonable”. Sí, mi General, no hay que perder la concentración en el campo. “La historia – concluye en periodista – es el mejor juez que la humanidad ha creado y ese juez suele ser duro e inapelable. Es bueno que este equipo lo tenga presente”. Sería bueno que todos lo tuviéramos presente.

 
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