“El
flaco Menotti se levantó temprano el lunes 15 de
febrero. Antes de colgarse el primer (cigarrillo) Parisien
de los labios, recorrió los 20 metros que separan
su dormitorio del comedor de la Villa Marista y enfiló
pesadamente hacia el pizarrón. Tomó una
tiza y liberó un sentimiento: FALTAN 118 DÍAS
PARA SALIR CAMPEONES DEL MUNDO” (Revista El Gráfico
n° 3255, febrero de 1982).
A 29 años de esa fallida jugada de pizarrón,
recordamos el campeonato mundial de fútbol de España
’82. Amparados en la
serena objetividad que nos da el tiempo, podemos hoy
asegurar, releyendo esta cita, que César Luis
Menotti (entrenador de la selección argentina
de fútbol en los campeonatos mundiales de 1978
y 1982) había acertado una vez más. Es
cierto: Argentina iba a salir campeón del mundo.
Ocurre que, inmerso en la inexactitud propia de los
‘sentimientos liberados’, el técnico
iba a errar por algunos días: 1460 para ser exactos,
cuando Argentina gane el mundial ’86.
Por aquellos días flotaba aún
en el aire el espíritu del ’78. Los mismos
ideales, las mismas ilusiones, las mismas esperanzas
(los mismos jugadores, el mismo técnico, el mismo
gobierno...). A pesar de algunas novedades en el frente
de ataque (los entonces juveniles Diego Maradona y Ramón
Díaz) y otras en el frente (la flota británica),
perduraba con nitidez el recuerdo de ese campeonato.
El arquero Ubaldo Matildo Fillol seguía hablando
de “La emoción de la gente en la calle.
Los buenos, los malos, los ricos, los pobres. Todos
juntos ¿no? Todos iguales”. Y Natalio Gorín,
periodista de la revista El Gráfico (el semanario
deportivo más importante de ese momento, y uno
de los principales en la historia del periodismo gráfico
argentino) no podía olvidar “el orgullo
de haberle mostrado al mundo algo digno. Porque era
otro el contexto. Porque sólo el fútbol
nos rodeaba en esos días, en esas horas”.
Aunque a algunos los rodearan las fuerzas parapoliciales
¿no?
Cada uno en la suya defendiendo
al gobierno
En su edición del 8 de junio
de 1982, El Gráfico, en una notable coincidencia,
titula su nota editorial con un slogan de la dictadura
militar argentina del Proceso: “Cada uno en lo
suyo defendiendo lo nuestro”. Allí nos
promete que va a estar “donde el deber lo imponga
y con las armas de todos los días. Porque una
herramienta también es un fusil”. Con tamaño
patriotismo “asume su compromiso no sólo
con sus lectores sino también con el momento
histórico que nos toca vivir”. Una vez
más, la intachable Editorial Atlántida,
editora de El Gráfico, se comprometía
con su momento histórico casándose con
el encargado de gobernarlo.
Pero El Gráfico no se quedaba
en palabras (lástima): sus 21 enviados especiales
(una verdadera lista de mala fe) ocupaban los ratos
de ocio en repartir “folletos ilustrados, escritos
en tres idiomas, sobre la posición argentina
frente al conflicto de las Malvinas a periodistas y
dirigentes de todo el mundo. La obligación profesional
allí, el corazón allá junto a nuestros
soldados”. Agreguemos: el corazón profesional
junto a nuestros comandantes.
Sin embargo, el fútbol no era
lo más importante. Tras el partido que Argentina
pierde frente a Bélgica, nuestros amigos de El
Gráfico aseguran, con heroísmo, que “cambiaríamos
mil derrotas deportivas por un único y ansiado
triunfo, el que todos esperamos y en el que todos confiamos”.
Nuestras abnegadas fuerzas armadas, lejos estuvieron
de alcanzar “ese único y ansiado triunfo”
que los periodistas oficialistas esperaban tan confiados.
Nuestra selección, en cambio, sí estuvo
cerca de las mil derrotas.
La guerra por deporte
“Jugó la Argentina anterior
al 2 de abril”, señalaba el periodista
Esteban Peicovich, como muestra de este discurso periodístico
– bélico, predominante y naturalizado.
Horas antes de que las fuerzas armadas argentinas se
rindieran en el Atlántico sur, la selección
dirigida por César Luis Menotti perdía
con el equipo belga por 1 a 0 en el partido inaugural
del mundial ’82. No fueron pocos aquellos a los
que su capacidad de reflexión, por cierto algo
pobre, impidió separar dos hechos tan sólo
unidos por una correlación temporal. Algunas
voces en su mayoría cercanas a la órbita
dictatorial, se alzaron para reclamarle a un equipo
de fútbol que se pronunciase en el campo de juego
por la soberanía de aquellas porciones de tierra
de imprescindible presencia geopolítica por la
que algunos estaban obligados a dar la vida.
El Gráfico no va a hacer esfuerzo
alguno por disociar fútbol y guerra. Ya pudimos
observar las poco deportivas misiones que encomendaba
a sus enviados especiales (siempre listos) en una cobertura
que la revista no dudaba en denominar “operativo”.
Guerra y fútbol se empiezan a mezclar de manera
llamativa en las páginas del semanario deportivo
más vendido en aquel tiempo. A la hora de elegir
cada palabra se recurría al vocabulario bélico
en una lógica de la que no escapaban los propios
jugadores. Claro que, tras la primera derrota, se anuncia
desde un editorial que, teniendo en cuenta lo que estaba
ocurriendo por estos lados, nunca más se van
a utilizar términos como “drama”,
“tragedia” o “frustración”.
Así que a partir de ese momento sólo se
va a hablar con palabras que den cuenta de lo anecdótico
de las contingencias deportivas: “fracaso”,
“catástrofe”.
En un párrafo memorable, el periodista Héctor
Onesime dirá de Menotti: “Su rostro aparece
iluminado (...) Se podría repetir la frase que
alguien acuñó hace un tiempo para Henry
Miller: ‘más que cara parece un campo de
batalla’, pero una batalla ganada”. Sospechamos
que la cara de Menotti es un terreno muy duro, aun para
una batalla. Y, a propósito, será el mismo
Menotti (“cara de batalla”, para los amigos)
quien tenga el buen gusto de señalar que el partido
frente a Bélgica “será una batalla”.
Días después, cuando nuestro amigo César
se percató de que ese partido era una batalla
perdida, tuvo una reflexión todavía más
atinada: “estas derrotas hacen daño indiscriminadamente,
como una bomba de alto poder que cae sobre una ciudad
y lo destruye todo”.
Simplemente fútbol
En esta verdadera contienda de frases
felices, el inefable Pato Fillol (un verdadero pato
criollo; como dice un dicho popular argentino: “A
cada paso una cagada”) hace de las suyas demostrando
que algunas palabras son como bombas de alto poder,
o como un gol de Bélgica: “Fillol pasa
por delante con una frase de dientes apretados: ‘Regamos
la cancha con sangre’”. Aquí vemos
al arquero tan ubicado como en el gol de Bélgica.
Pero valga como excusa la posibilidad de un error por
parte del periodista: se hace muy difícil entenderle
a alguien que habla con los dientes apretados.
Y en medio de tanta pasión,
el capitán del equipo argentino, Daniel Passarella,
va a inspirar esta bonita pieza marcial de la pluma
- fusil de H. Onesime: “Pasarella fue capitán,
más allá del brazalete, irradiando con
sus piernas y con sus gritos, el noble furor que a todos
impulsaba”. Tras entonar esta estrofa, su autor
nos narra que el volante Ardiles “sigue siendo
el lúcido ideólogo de siempre” y
que “Gallego asiste a Pasarella en la conducción
espiritual”. Todo al son del clarín (deportivo),
mientras febo asoma, los tambores redoblan (y los apostadores
redoblan las apuestas en contra de Argentina) y nuestro
noble equipo aplasta a la atea escuadra húngara
en el segundo partido. ¡Oh juremos con gloria
morir! (y con pena clasificar).
Campeones morales
Con tanto léxico de liceo militar,
El Gráfico se impregnaba de un fuerte tono moralista.
La participación asumía así un
papel redentor, ejemplificador. En su edición
3270, la revista despide al plantel con una serie de
supuestos deseos “de todos los hinchas argentinos”.
Entre ellos figuran “que recuerden, a cada instante,
que ustedes son Argentina siempre, en la cancha y fuera
de ella (...) que el sentimiento de orgullo, amor propio
y vergüenza no desaparezca en ningún caso
de sus almas (...) que sepan que millones de niños
están viendo en ustedes un modelo a seguir”.
Es por todo esto que se les pide a los jugadores “que
la mente, el espíritu y el físico estén
subordinados a la tarea específica de entrenar,
trabajar, corregir, y jugar”. Escuela futbolística
definida como: pared, toque, subordinación y
valor.
Los seguidores de esta escuela descargarán
sus más duras críticas contra Ramón
Díaz, por entonces el jugador joven e indisciplinado
que “volvió a mezquinar su aporte cuando
el partido exigía lucha y sacrificio”.
El inexperimentado delantero no había escuchado
seguramente el edificante relato que Menotti desgranara
frente a los cronistas de El Gráfico: “Luis
Galván se acuesta a las nueve de la noche. Si
le sirven fideos no los come, solamente carnes con ensalada
y agua en lugar de vino”. Para destacar luego
lo importante que era que “el joven ve al jugador
de gran trayectoria dando el ejemplo” (y dando
lástima).
Después de todo esto,
¿cómo no entender las amenazantes palabras
de Onesime, cuando al analizar la primera derrota sugirió
que: “quien no esté dispuesto a agudizar
su concentración no debe tener cabida frente
a Hungría ni frente a El Salvador. Perder o ganar
sigue siendo una alternativa. No dar lo que se tiene
y se puede es imperdonable”. Sí, mi General,
no hay que perder la concentración en el campo.
“La historia – concluye en periodista –
es el mejor juez que la humanidad ha creado y ese juez
suele ser duro e inapelable. Es bueno que este equipo
lo tenga presente”. Sería bueno que todos
lo tuviéramos presente.
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