La
mujer no existe. Ya no hay más hombres.
Se trata de dos proposiciones fuertes, ontológicas,
pero asimétricas.
La primera, afirmada por Lacan, es universal.
La segunda, aunque pronunciada por muchas mujeres
que sí existen, es particular.
En los consultorios psicoanalíticos no se escucha
la primera frase, pero se la comprueba. En cambio,
sí se escucha, y mucho, la segunda frase. Como
queja particular pero repetida. Un buen análisis
permite comprobar que esa frase no se puede comprobar.
Y sí se puede refutar. Una (frase por mujer)
por una.
Freud, varón vienés, inventó
una curiosa disciplina que se ocupa no tanto de lo
que el hombre es sino más bien de lo que le
falta. “Eso” que le falta constituye al
sujeto humano, y el Psicoanálisis muestra cómo
cada prójimo y cada prójima se las arregla
con ese “eso” que les falta.
La negación es una de las maneras, astuta y
sofisticada, que Freud señaló como procedimiento
económico para no saber lo que se sabe: “Soñé
con una mujer, no era mi mamá” dirá
un soñante. Freud, austero, tachará
el “no”. La negación es el modo
de presentar lo que se es en el modo de no serlo:
soñó con la mamá.
Mujeres que se quejan más de lo que sueñan,
apelan a un procedimiento similar: “No hay más
hombres”. Pero aquí el dispositivo se
complejiza, se trata de una negación que oculta
otra negación. Se dice “No hay más
hombres” en vez de “Hay más hombres,
¡ay!, pero no para mí”. Una catástrofe
demográfica es utilizada para tapar una excepción
personal.
Los agrupamientos de solos y solas distribuyen de
modo inequitativo la soledad. Las mujeres que dicen
que no hay hombres piensan que los hombres están
solos y que las mujeres son
solas. Dependen entonces de un hombre para
ser una no sola.
La histerización actual de muchos hombres se
transforma en evitación o fuga fóbica
cuando comprueban que son requeridos más que
re queridos, que son imprescindibles para que una
mujer tramite un drama ontológico. Entonces
le piden un taxi. Y entonces ellas vuelven a comprobar
que, para ellas, no hay más hombres.
Sola es el nombre
que conjuga sucesiva y simultáneamente a la
castración, la privación y la frustración.
Hombre es lo que le falta, lo que le quitan, lo que
no hay, lo que ya (no) les va a crecer. Y cuando aparece
uno, aparece como oportunidad única. Como soga
para un ahogado. Y se aferran a esa soga con la desesperación
de la que ya no puede esperar. No buscan una experiencia
amorosa sino un salvataje existencial.
Hombre es entonces el nombre de lo que le falta.
Si una mujer logra correr al hombre de ese lugar,
advertirá extrañada que ese hombre deja
de correr.
Jon Maynard Keynes, quien advirtió sobre el
riesgo de dejar todo librado al arbitrio de ofertas
y demandas, dijo: “Lo inevitable nunca ocurre,
lo inesperado, siempre”.
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