Hace
ya algunas décadas, se viene formalizando en
nuestro país un modelo de política pública
orientada a la mejora de la calidad de atención
perinatal que se ha dado en llamar “Maternidad
segura y atención centrada en la familia”.
Esta modalidad pretende consagrarse como un nuevo
paradigma en lo que respecta al tratamiento social
de la maternidad y el nacimiento. Entre sus postulados
se promueve el ingreso irrestricto de la familia en
las salas neonatales (incluso en las terapias intensivas)
considerando central su participación
activa en el tratamiento del recién
nacido. El proyecto apunta a configurar un pasaje
de la ciencia médica, basada en la medicalización
y la tecnología, a la asistencia “humanizada”
que “…permite a nuestra especie
recuperar derechos inalienables que nunca debió
haber perdido con la institucionalización del
parto”. La apuesta central en el área
Perinatología es sumar, “…a los
progresos de la medicina científica y tecnológica,
los redescubrimientos de intervenciones y acciones
solidarias, de contención afectiva y de comprensión
de las necesidades de cada individuo...”.
[1].
En la práctica concreta, los actores institucionales
suman al proyecto cierta preocupación por “la
cifra”, la estadística y la evaluación
normativizada, valores que efectivamente se imponen
en nuestra sociedad: optimizar los recursos para incrementar
la eficacia técnica, disminuir los índices
de mortalidad y de riesgo en el recién nacido,
aumentar el giro cama de las terapias intensivas y
concentrar exclusivamente la atención de alta
complejidad en los hospitales.
Si bien el espíritu de este nuevo modelo,
ciertamente, tiene la intención de devolverle
la dimensión de lo subjetivo a un sistema médico
degradado, en el que la tecnología parece autonomizase
de la mano del hombre, considero pertinente elucidar
algunas de sus ideas centrales para arribar al sentido
en que realmente son utilizadas en este contexto.
Históricamente, el proceso de “humanización
de la ciencia médica” surge como respuesta
a la institucionalización y medicalización
del parto que se constituyeron como esquemas dominantes
en la medicina de los siglos XVIII y XIX, tras su
logro al disminuir las muertes maternas y neonatales
producto de partos patológicos. A lo largo
de los años, el nacimiento se fue transformando
en un acto médico cada vez más desprovisto
de los aspectos relacionados con lo “natural”
y “familiar” que hasta ese momento lo
connotaban. El parto pasa de lo privado a lo público
adaptando a la norma procedimientos y tecnologías
que -en primera instancia- fueron creados para embarazos
o partos de riesgo. El incremento de la tecnología
ha llevado, paulatinamente, a un alejamiento del parto
natural generando ciertas consecuencias visiblemente
negativas. Esto ha dado lugar a un cambio en la planificación
estatal, con el objetivo de paliar las deficiencias
del sistema tradicional.
Como política pública, la Maternidad
Centrada en la Familia (MCF) tiene carácter
de universal y se asienta sobre ideales que, en muchos
casos, contrastan duramente con la particularidad
de cada realidad institucional a la que va dirigida.
Podríamos pensar que todas las leyes están
hechas, en alguna medida, de ideales. Apoyan sus enunciados
en universales preconcebidos que, en la mayoría
de los casos, distan mucho de la particularidad de
cada contexto. Esta tensión producida entre
lo ideal o universal y la particularidad, propia de
la diversidad, requiere ajustes que en general se
dan a posteriori y conllevan cierto costo. Por ejemplo,
el modelo de MCF apunta principalmente a afianzar
uno de los derechos más importantes que tendría
un recién nacido de alto riesgo: “El
recién nacido prematuro tiene derecho a ser
acompañado por su familia
todo el tiempo” [2]
(la itálica es mía). ideales que, cuando
intentan llevarse a la práctica concreta, producen
malestar. Se exige, en muchLo que intento señalar
es cómo, en este enunciado, la noción
de “familia” y la cuestión temporal
“todo el
tiempo” operan al modo deos casos, a las “madres”
la presencia constante junto a su hijo en la internación,
apuntando a un “todo el tiempo” que no
tiene en cuenta la dimensión de lo posible.
Uno podría pensar, desde esa lógica,
que en verdad “todo el tiempo” es “nunca”
en el sentido en que pone en evidencia la imposibilidad
estructural de todo aquello que se proponga como totalizador.
Ante la exigencia de cumplir con dicha norma, cualquier
vicisitud, matiz, falla, o incluso ausencia por parte
de la “madre” redobla su culpa y consecuente
angustia, la más de las veces enmudecida.
Asimismo ocurre con la noción de familia.
Existe en todo este paradigma un fuerte empuje a la
idea de “familia”, pero sabemos que esta
institución social ha sufrido grandes modificaciones
a lo largo de la historia, y también sabemos
que la significación de dicho término
es, en ocasiones, radicalmente diferente según
el lugar que se ocupe en la jerarquía social.
¿Con qué familias contamos en nuestros
hospitales? ¿Familia es equivalente a madre?
¿La familia es en todos los casos un ámbito
de afecto? ¿O acaso esto es parte de cierta
idea perpetuada a los largo de los años que
sigue operando con la eficacia de un mito? [3]
Es claro que una de las funciones más importantes
de los ideales sociales dominantes es la de producir
cierta universalización del sujeto. Como mecanismo
de producción de saber, la ciencia en nuestra
sociedad actual otorga al sujeto un tratamiento del
“todos por igual”, acorde a dichos intereses.
Cuando se produce cierta exigencia de adaptación
a un modelo, sin tener en cuenta las particularidades
y la necesidad de equiparación de aquellas
condiciones que son punto de partida, lo múltiple
estalla intempestivamente y, al alejarse de lo instituido,
produce una y otra vez malestar.
El proyecto de MCF se apoya sobre dos ideas que me
interesa abordar porque considero que es allí
donde se reproduce aquello más normativo, la
común medida que -en su pretensión de
universalidad- exilia el posible advenimiento subjetivo.
Por un lado, considero propicio para la reflexión
interrogar cierta idea de “humanización
de la técnica”. ¿Qué implica
allí “humanizar”? ¿Tiene
que ver con la noción de Hombre como centro
y medida en la concepción del mundo, al modo
en que lo pensaba la corriente humanista? Por otro
lado, en sus postulados, puede leerse un empuje hacia
lo “natural”, hacia el cuerpo perteneciente
a la especie humana en su vertiente exclusivamente
biológica. No puede soslayarse que ambas ideas
(el humanismo y la biologización) han sostenido,
a lo largo de la historia (y parecen reeditar en la
actualidad), dispositivos de poder, tecnologías
de control normativizador del sujeto.
La biopolítica,
según Michel Foucault, es el modo en que en
el siglo XIX, el poder dominante se hace cargo, en
sus cálculos y estrategias, de la vida biológica
del hombre. De este modo, hace entrar a la vida y
su mecanismo en el dominio de los cálculos
explícitos y convierte el poder-saber en un
agente de transformación de la vida humana.
Se toma al cuerpo- especie, en tanto soporte de procesos
biológicos como la proliferación, los
nacimientos, la mortalidad, la salud, la duración
de la vida. El objeto de su intervención es
la población, es decir que se ejerce al nivel
de la vida pública, como gestión de
estado. Esta estrategia de poder conlleva la instauración
del “Hombre” (como medida de todo el mundo
humano) en el campo del saber; es la episteme moderna
la que lo produce, a la vez como sujeto y objeto específicos
de conocimientos. La idea de una naturaleza humana,
de una conciencia que es el sujeto originario de todo
devenir y toda práctica, es entonces una construcción
histórica contemporánea al surgimiento
de la sociedad de normalización (efecto histórico
de una tecnología del poder centrada en la
vida) y del poder disciplinario. El humanismo se presenta
así como la forma más progresista que
encontró el poder para justificar su ejercicio.
Gracias a que la vida
se transforma en objeto político, esencia concreta
del Hombre, la estrategia del humanismo
se extrema y radicaliza su función prescriptiva
y justificatoria. Vemos entonces como esta corriente
ha desempeñado un papel fundamental en el funcionamiento
normalizador de las disciplinas y de los saberes del
hombre en la modernidad. Determina lo que es ser Hombre,
como sujeto universal y único, con una vida
biológica absolutamente determinada y pasible
de determinación. Aquí no hay lugar
para lo subjetivo, que sin más se extravía
en los bordes del “para todos igual”.
¿La MCF es acaso un modelo que se enmarca en
dicha tecnología biopolítica humanista?,
¿o partiendo de otras premisas y otros intereses
reproduce la misma lógica de funcionamiento?
A pesar de sus fundamentos indiscutibles en pos de
los derechos del niño ¿podemos abstraerlo
de una estrategia de poder más general? Creo
que no. Y es esto lo que quizá nos permitirá
realizar una lectura más lúcida de sus
posibles efectos.
Como considera Foucault, un mismo discurso cuenta
con la posibilidad de ser utilizado en función
de objetivos de poder absolutamente enfrentados (polivalencia
táctica). Considero, entonces, que es fundamental
interrogar, política e históricamente,
aquellos dispositivos que se presentan en respuesta
o reacción a los modelos hegemónicos
para dirimir si con dicho discurso no reproducen finalmente
la misma lógica a la que se oponen. Es importante
en este punto recuperar el valor de la micropolítica,
es decir, el modo en que el “para todos”
se implementa y ajusta a la realidad de cada institución
y de los agentes que la hacen ser.
Desde el lugar que ocupa, en el entramado social,
el Psicoanálisis está pensado para atender
la singularidad del caso por caso; pero su pretensión
no puede terminar allí. Considero que encuentra
una función central de su praxis en el análisis
de aquello que se instituye como síntoma en
lo social, es decir en los restos que produce el propio
discurso dominante. Si la política del “para
todos” extravía la posibilidad de indagar
en la subjetividad de aquellas personas implicadas
en el asunto, pues entonces nuestra función
como analistas, en cualquier ámbito donde despleguemos
nuestra práctica, es estar a la espera de alguna
ocasión para intervenir en favor del sujeto
y para protestar contra aquellos ideales que no motoricen
u obturen la reflexión. Es ya toda una apuesta
transformar o solo cuestionar ciertos instituidos
universales, introduciendo la dimensión de
lo particular, siempre con un punto de mira: el deseo
y el bienestar.
Concibo al Psicoanálisis como una respuesta
posible al modo en que se presenta el malestar en
un momento histórico puntual [4].
El sujeto del Psicoanálisis es el sujeto de
la ciencia moderna. No solo de la ciencia moderna,
sino también de los Estados y las instituciones
Nacionales que, en su conjunto, profundizan aquello
que podríamos denominar “penar de más”.
La construcción del malestar como padecer de
más, va a implicar asumir una posición
ética ¿cómo respondemos? ¿Sosteniendo
la misma dirección o retomando una proposición
que se instituya subversiva?
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