Introducción
El presente trabajo se propone reflexionar sobre
los posibles aportes de la educación popular,
como concepción y práctica pedagógica
emancipatoria, al proceso de deconstrucción
del modelo de masculinidad hegemónico, en el
trabajo colectivo con y entre varones. Tomando como
referencia práctica la experiencia de talleres
de educación popular entre varones, reflexionaremos
en torno a los aportes de esta perspectiva pedagógica
a la problematización y deconstrucción
de la masculinidad heteropatriarcal.
“Hacerse Hombre”:
la masculinidad hegemónica y sus inherentes
contradicciones
Llegar a ser Varón en este sistema patriarcal,
supone recorrer un camino que no tiene punto de llegada,
perseguir una zanahoria que nunca se alcanza. Esto
se debe a que el modelo de masculinidad hegemónico,
el legitimado por la mirada Androcéntrica,
es sencillamente inalcanzable por la mayoría
de los varones de carne y hueso: blanco, occidental,
cristiano, proveedor de familia, heterosexual, propietario/consumidor,
activo, poderoso. La articulación de la variable
género, con la etnia, la clase o la orientación
sexual, localizadas en tiempos y espacios diversos
y cambiantes, es la que determinará el lugar
del varón concreto en el complejo entramado
de subordinaciones que constituye al sistema de dominación
múltiple.
Aun siendo evidente la inaccesibilidad de esta hombría,
es este modelo de masculinidad el que predomina socialmente.
Lo llamamos “hegemónico”, ya que
la ideología patriarcal dominante ha logrado
instaurarlo como sentido común, como imaginario
simbólico instituido, a partir de la generación
de consenso alanzada a través de sus instituciones.
Este modo de existencia, conceptualizado como masculinidad
hegemónica, se conforma alrededor de la idea
de que ser varón es ser racional, autosuficiente
y controlador de los otros, dentro de una jerarquía
que considera a la mujer como inferior y que no admite
diversidad o matices. El rasgo común de las
formas dominantes de la masculinidad es que se equipara
el hecho de ser varón con tener algún
tipo de poder.
“Los hombres como individuos, interiorizan
estas concepciones en el proceso de desarrollo de
sus personalidades ya que, nacidos en este contexto,
aprendemos a experimentar nuestro poder como la capacidad
de ejercer el control (…) El poder colectivo
de los hombres no sólo radica en instituciones
y estructuras abstractas, sino también en las
formas de interiorizar, individualizar, encarnar y
reproducir estas instituciones, estructuras y conceptualización
de poder masculino (…) la elaboración
individual del género, y nuestros propios comportamientos
contribuyen a fortalecer y preservar los sistemas
patriarcales (…) Desde el momento en que aprendí,
inconscientemente, que no sólo había
dos sexos, sino también un significado social
atribuido a ellos, el sentido de mi propio valor empezó
a medirse con la vara del género.” [1]
La forma por excelencia del “hacerse hombre”
es el rechazo a lo culturalmente entendido como “lo
femenino”, reconocido en las mujeres, en otros
varones, en nosotros mismos. El machismo en general,
y la misoginia y la homofobia en particular, son algunas
de las formas más comunes en que esta situación
se manifiesta. Tomar distancia de “lo femenino”
incluye el tomar distancia de una serie de emociones
y sentimientos que todos los varones experimentamos,
pero que rechazamos avergonzadamente, con culpa, por
asociarlas a la otredad
femenina, que es entendida como inferioridad.
Desde mi punto de vista, es esta subordinación
de “lo femenino” lo que constituye las
desigualdades entre los géneros en el marco
del sistema patriarcal.
En este sentido es que planteamos que no sólo
las mujeres se encuentran oprimidas por este sistema,
sino que todas las identidades y/o expresiones de
género dónde se reconoce la femineidad
se encuentran inferiorizadas. Aquellos varones que
no logramos adecuarnos al modelo de masculinidad hegemónica,
por no poder cumplir con el rol de proveedores, por
ser desocupados, por practicar sexualidades disidentes,
por compartir el trabajo doméstico y el cuidado
de hijas e hijos, por ser pobres, migrantes, indígenas,
también somos subalternizados.
Si bien existen tendencias de los estudios de las
masculinidades que buscan visualizar la opresión
del varón con el fin de victimizarlo, y así
resistir los avances de las mujeres y otras indentidades
de género, nuestra postura se encuentra en
las antípodas. Reconocemos las asimetrías
existentes en el marco del Patriarcado y las desigualdades
de poder entre mujeres y varones. Pero creemos que
dicho reconocimiento debe estar, necesariamente, acompañado
de una lectura que despeje el hábito de entender
al varón como responsable individual de las
relaciones sociales desiguales que el Patriarcado,
en tanto sistema de organización social, genera
y reproduce.
¿Acaso esto habilita a que los varones nos
des-responsabilicemos de nuestra condición
de opresores? En absoluto. Lo que esto implica, es
que podamos avanzar en una profunda desnaturalización,
no sólo de la condición de opresión
de las mujeres, sino de nuestra condición masculina,
opresora y oprimida.
Haciendo Hombres: la violencia
simbólica patriarcal y sus destinatarios masculinos
Retomando a Pierre Bourdieu, María Luisa Femenías
dice que “la estrategia fundante de la imposición
simbólica de formas o de categorizaciones es
entenderlas como las únicas legítimas,
apropiadas o convenientes (…) Todo sistema de
dominación (incluyendo al Patriarcado) implica
violencia simbólica descalificando, negando,
invisibilizando, fragmentando o utilizando arbitrariamente
el poder sobre otros/as.” [2]
La violencia simbólica patriarcal también
recae sobre los varones. El modelo de masculinidad
hegemónico es una clara expresión de
aquella “…creación de estereotipos
de generalización excesiva que no dan lugar
a la manifestación de las características
individuales (…) Estas simplificaciones de rasgo
fijo (…) funcionan a la manera de camisas
de fuerza sobre los individuos (…) Y
esos ideales, son por lo general mandatos fuertes
socialmente instituidos.” [3]
Para facilitar la visibilización de los mandatos
patriarcales que pesan sobre los varones y nuestras
formas de pensar, sentir, practicar nuestras masculinidades,
se hace uso del concepto de “heterodesignación”,
definido por Femenías como “el lugar,
el nombre, el rasgo, o la diferencia
por la cual se nos
reconoce en el espacio público. Esa
diferencia nos define para los demás.”
[4]
“Podría resumirse la noción de
heterodesignación,
en términos de expectativas de logro, rasgos
identitarios más o menos esencializados, lugares
naturalizados y mandatos. En efecto, en el proceso
de socialización, los individuos internalizan
los modos con los que los demás los designan,
al menos hasta que logran autodesignarse,
es decir, hasta que logran priorizar (si pueden) su
propio modo de verse.” [5]
Siendo la naturalización de las asignaciones
de género, pilar indiscutible de la ideología
patriarcal, se apunta a recuperar la potencialidad
de la pedagogía de la pregunta como forma de
interpelación, cuestionamiento, desnaturalización,
deconstrucción, des-cubrimiento de los mecanismos
a partir de los cuales son construidas nuestras masculinidades.
En la incipiente experiencia desarrollada en talleres
de educación popular con y entre varones, un
grupo de compañeros nos encontramos frente
al siguiente interrogante; ¿Que significa para
nosotros “ser Varón”?. El silencio
que siguió a esta pregunta, habilita a múltiples
interpretaciones y, sin duda, a un sinnúmero
de nuevos interrogantes. En este dispositivo pedagógico,
los silencios son parte constitutiva de los procesos
de construcción de sentidos y de conocimientos.
¿Qué es lo que lleva a que un grupo
de personas, socialmente identificados como varones,
no puedan dar respuesta a una pregunta de tal aparente
sencillez?
Una de estas interpretaciones es las que nos posibilita
visibilizar las distancias existentes entre la heterodesignación
y autodesignación. ¿Nos definimos como
varones o nos definen como tales?, ¿Cuáles
son los significados de tales significantes?, ¿Cuán
permeables son estas definiciones a la diversidad
de deseos, experiencias, que nos constituyen como
sujetos?, ¿Qué lugar tienen nuestras
historias en el lugar que la Historia patriarcal
nos asigna?
“La posibilidad de encontrar un lugar propio
como individuo depende en buena medida de la posibilidad
real de la autodesignación. Sintéticamente,
lo que nos interesa subrayar es que sólo haciéndonos
cargo del lugar en que el otro hegemónico nos
ha puesto, podemos desde ahí encontrar nuestro
punto de anclaje para autodesignarnos. Encontrar en
la inferiorización el punto de apoyo para el
gesto de autoinstituirse.”
[6]
Des-haciéndonos Hombres.
De la alienación al diálogo colectivo.
Con el objetivo de aportar a la reflexión
sobre la autodesignación como forma de ejercer
el poder autónomo de definirnos según
nuestras propias leyes, se apunta a la recuperación
del legado feminista en relación a las prácticas
pedagógicas, los grupos de concienciación
y reconocimiento identitario, y la aculturación
feminista como espacio de resistencia, ruptura y creación.
Tanto desde la militancia feminista como desde los
llamados “nuevos” movimientos sociales,
se incorporó la generación de espacios
no formales de educación como laboratorios
de deconstrucción de la cultura dominante y
de generación de sujetxs críticxs y
tranformadores/as. La educación popular, como
propuesta político pedagógica, fue la
herramienta desarrollada para posibilitar los procesos
de construcción colectiva de conocimientos.
Un proceso educativo con sentido emancipador debe,
indefectiblemente, aportar al fortalecimiento de la
autonomía de lxs educandxs. La autonomía,
es entendida como la capacidad, individual y colectiva,
de tomar las decisiones en nuestras propias manos,
de autogobernarnos. La valorización de los
saberes populares, la importancia dada a la palabra
de cada participante en el proceso educativo, son
claves para el fortalecimiento de la estima individual
y colectiva, para la autovaloración y el autoconvencimiento,
para la recuperación de la confianza en sí
mismos por parte los sectores subalternizados.
Es en este sentido que la educación popular
en clave emancipatoria se convierte en un aporte central
para el trabajo colectivo con y entre varones, habilitando
procesos de relevancia estratégica tales como:
• La generación de espacios colectivos
de trabajo entre varones, fundados en relaciones de
escucha y cooperación, de diálogo e
implicación mutua, modalidades de construcción
que atentan contra el modelo de masculinidad hegemónica,
basado en la competencia, el distanciamiento afectivo
y la agresividad entre varones.
• El trabajo desde lo lúdico y lo corporal,
generando contactos no violentos entre varones, también
posibilita ir venciendo el rechazo homofóbico
del cuerpo masculino, desaprendiendo en movimiento,
las matrices disciplinares que la educación
patriarcal instala sobre nuestros cuerpos.
• La reflexión crítica sobre nuestras
prácticas, encarnando la máxima feminista
por la que “lo personal es político”,
permitiendo interpelar las propias formas de ser y
actuar, eludiendo la racionalidad abstracta y despersonalizada
que caracteriza al pensamiento androcéntrico,
y posibilitando procesos de cambio personal y colectivo.
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