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Modelos para (des)armar
La educación popular en la deconstrucción de la masculinidad hegemónica
Por Luciano Fabbri
Lic. en Ciencia Política - UNR.
Becario CONICET (IIEGE – CECSo).
Colectivo de Varones Antipatriarcales, La Plata.
lucho_fabbri@yahoo.com.ar

 

Introducción

El presente trabajo se propone reflexionar sobre los posibles aportes de la educación popular, como concepción y práctica pedagógica emancipatoria, al proceso de deconstrucción del modelo de masculinidad hegemónico, en el trabajo colectivo con y entre varones. Tomando como referencia práctica la experiencia de talleres de educación popular entre varones, reflexionaremos en torno a los aportes de esta perspectiva pedagógica a la problematización y deconstrucción de la masculinidad heteropatriarcal.


“Hacerse Hombre”: la masculinidad hegemónica y sus inherentes contradicciones

Llegar a ser Varón en este sistema patriarcal, supone recorrer un camino que no tiene punto de llegada, perseguir una zanahoria que nunca se alcanza. Esto se debe a que el modelo de masculinidad hegemónico, el legitimado por la mirada Androcéntrica, es sencillamente inalcanzable por la mayoría de los varones de carne y hueso: blanco, occidental, cristiano, proveedor de familia, heterosexual, propietario/consumidor, activo, poderoso. La articulación de la variable género, con la etnia, la clase o la orientación sexual, localizadas en tiempos y espacios diversos y cambiantes, es la que determinará el lugar del varón concreto en el complejo entramado de subordinaciones que constituye al sistema de dominación múltiple.

Aun siendo evidente la inaccesibilidad de esta hombría, es este modelo de masculinidad el que predomina socialmente. Lo llamamos “hegemónico”, ya que la ideología patriarcal dominante ha logrado instaurarlo como sentido común, como imaginario simbólico instituido, a partir de la generación de consenso alanzada a través de sus instituciones.

Este modo de existencia, conceptualizado como masculinidad hegemónica, se conforma alrededor de la idea de que ser varón es ser racional, autosuficiente y controlador de los otros, dentro de una jerarquía que considera a la mujer como inferior y que no admite diversidad o matices. El rasgo común de las formas dominantes de la masculinidad es que se equipara el hecho de ser varón con tener algún tipo de poder.

“Los hombres como individuos, interiorizan estas concepciones en el proceso de desarrollo de sus personalidades ya que, nacidos en este contexto, aprendemos a experimentar nuestro poder como la capacidad de ejercer el control (…) El poder colectivo de los hombres no sólo radica en instituciones y estructuras abstractas, sino también en las formas de interiorizar, individualizar, encarnar y reproducir estas instituciones, estructuras y conceptualización de poder masculino (…) la elaboración individual del género, y nuestros propios comportamientos contribuyen a fortalecer y preservar los sistemas patriarcales (…) Desde el momento en que aprendí, inconscientemente, que no sólo había dos sexos, sino también un significado social atribuido a ellos, el sentido de mi propio valor empezó a medirse con la vara del género.” [1]

La forma por excelencia del “hacerse hombre” es el rechazo a lo culturalmente entendido como “lo femenino”, reconocido en las mujeres, en otros varones, en nosotros mismos. El machismo en general, y la misoginia y la homofobia en particular, son algunas de las formas más comunes en que esta situación se manifiesta. Tomar distancia de “lo femenino” incluye el tomar distancia de una serie de emociones y sentimientos que todos los varones experimentamos, pero que rechazamos avergonzadamente, con culpa, por asociarlas a la otredad femenina, que es entendida como inferioridad. Desde mi punto de vista, es esta subordinación de “lo femenino” lo que constituye las desigualdades entre los géneros en el marco del sistema patriarcal.

En este sentido es que planteamos que no sólo las mujeres se encuentran oprimidas por este sistema, sino que todas las identidades y/o expresiones de género dónde se reconoce la femineidad se encuentran inferiorizadas. Aquellos varones que no logramos adecuarnos al modelo de masculinidad hegemónica, por no poder cumplir con el rol de proveedores, por ser desocupados, por practicar sexualidades disidentes, por compartir el trabajo doméstico y el cuidado de hijas e hijos, por ser pobres, migrantes, indígenas, también somos subalternizados.

Si bien existen tendencias de los estudios de las masculinidades que buscan visualizar la opresión del varón con el fin de victimizarlo, y así resistir los avances de las mujeres y otras indentidades de género, nuestra postura se encuentra en las antípodas. Reconocemos las asimetrías existentes en el marco del Patriarcado y las desigualdades de poder entre mujeres y varones. Pero creemos que dicho reconocimiento debe estar, necesariamente, acompañado de una lectura que despeje el hábito de entender al varón como responsable individual de las relaciones sociales desiguales que el Patriarcado, en tanto sistema de organización social, genera y reproduce.

¿Acaso esto habilita a que los varones nos des-responsabilicemos de nuestra condición de opresores? En absoluto. Lo que esto implica, es que podamos avanzar en una profunda desnaturalización, no sólo de la condición de opresión de las mujeres, sino de nuestra condición masculina, opresora y oprimida.


Haciendo Hombres: la violencia simbólica patriarcal y sus destinatarios masculinos

Retomando a Pierre Bourdieu, María Luisa Femenías dice que “la estrategia fundante de la imposición simbólica de formas o de categorizaciones es entenderlas como las únicas legítimas, apropiadas o convenientes (…) Todo sistema de dominación (incluyendo al Patriarcado) implica violencia simbólica descalificando, negando, invisibilizando, fragmentando o utilizando arbitrariamente el poder sobre otros/as.” [2]

La violencia simbólica patriarcal también recae sobre los varones. El modelo de masculinidad hegemónico es una clara expresión de aquella “…creación de estereotipos de generalización excesiva que no dan lugar a la manifestación de las características individuales (…) Estas simplificaciones de rasgo fijo (…) funcionan a la manera de camisas de fuerza sobre los individuos (…) Y esos ideales, son por lo general mandatos fuertes socialmente instituidos.” [3]

Para facilitar la visibilización de los mandatos patriarcales que pesan sobre los varones y nuestras formas de pensar, sentir, practicar nuestras masculinidades, se hace uso del concepto de “heterodesignación”, definido por Femenías como “el lugar, el nombre, el rasgo, o la diferencia por la cual se nos reconoce en el espacio público. Esa diferencia nos define para los demás.” [4] “Podría resumirse la noción de heterodesignación, en términos de expectativas de logro, rasgos identitarios más o menos esencializados, lugares naturalizados y mandatos. En efecto, en el proceso de socialización, los individuos internalizan los modos con los que los demás los designan, al menos hasta que logran autodesignarse, es decir, hasta que logran priorizar (si pueden) su propio modo de verse.” [5]

Siendo la naturalización de las asignaciones de género, pilar indiscutible de la ideología patriarcal, se apunta a recuperar la potencialidad de la pedagogía de la pregunta como forma de interpelación, cuestionamiento, desnaturalización, deconstrucción, des-cubrimiento de los mecanismos a partir de los cuales son construidas nuestras masculinidades.

En la incipiente experiencia desarrollada en talleres de educación popular con y entre varones, un grupo de compañeros nos encontramos frente al siguiente interrogante; ¿Que significa para nosotros “ser Varón”?. El silencio que siguió a esta pregunta, habilita a múltiples interpretaciones y, sin duda, a un sinnúmero de nuevos interrogantes. En este dispositivo pedagógico, los silencios son parte constitutiva de los procesos de construcción de sentidos y de conocimientos. ¿Qué es lo que lleva a que un grupo de personas, socialmente identificados como varones, no puedan dar respuesta a una pregunta de tal aparente sencillez?

Una de estas interpretaciones es las que nos posibilita visibilizar las distancias existentes entre la heterodesignación y autodesignación. ¿Nos definimos como varones o nos definen como tales?, ¿Cuáles son los significados de tales significantes?, ¿Cuán permeables son estas definiciones a la diversidad de deseos, experiencias, que nos constituyen como sujetos?, ¿Qué lugar tienen nuestras historias en el lugar que la Historia patriarcal nos asigna?

“La posibilidad de encontrar un lugar propio como individuo depende en buena medida de la posibilidad real de la autodesignación. Sintéticamente, lo que nos interesa subrayar es que sólo haciéndonos cargo del lugar en que el otro hegemónico nos ha puesto, podemos desde ahí encontrar nuestro punto de anclaje para autodesignarnos. Encontrar en la inferiorización el punto de apoyo para el gesto de autoinstituirse.[6]


Des-haciéndonos Hombres. De la alienación al diálogo colectivo.

Con el objetivo de aportar a la reflexión sobre la autodesignación como forma de ejercer el poder autónomo de definirnos según nuestras propias leyes, se apunta a la recuperación del legado feminista en relación a las prácticas pedagógicas, los grupos de concienciación y reconocimiento identitario, y la aculturación feminista como espacio de resistencia, ruptura y creación.

Tanto desde la militancia feminista como desde los llamados “nuevos” movimientos sociales, se incorporó la generación de espacios no formales de educación como laboratorios de deconstrucción de la cultura dominante y de generación de sujetxs críticxs y tranformadores/as. La educación popular, como propuesta político pedagógica, fue la herramienta desarrollada para posibilitar los procesos de construcción colectiva de conocimientos.

Un proceso educativo con sentido emancipador debe, indefectiblemente, aportar al fortalecimiento de la autonomía de lxs educandxs. La autonomía, es entendida como la capacidad, individual y colectiva, de tomar las decisiones en nuestras propias manos, de autogobernarnos. La valorización de los saberes populares, la importancia dada a la palabra de cada participante en el proceso educativo, son claves para el fortalecimiento de la estima individual y colectiva, para la autovaloración y el autoconvencimiento, para la recuperación de la confianza en sí mismos por parte los sectores subalternizados.

Es en este sentido que la educación popular en clave emancipatoria se convierte en un aporte central para el trabajo colectivo con y entre varones, habilitando procesos de relevancia estratégica tales como:

• La generación de espacios colectivos de trabajo entre varones, fundados en relaciones de escucha y cooperación, de diálogo e implicación mutua, modalidades de construcción que atentan contra el modelo de masculinidad hegemónica, basado en la competencia, el distanciamiento afectivo y la agresividad entre varones.
• El trabajo desde lo lúdico y lo corporal, generando contactos no violentos entre varones, también posibilita ir venciendo el rechazo homofóbico del cuerpo masculino, desaprendiendo en movimiento, las matrices disciplinares que la educación patriarcal instala sobre nuestros cuerpos.
• La reflexión crítica sobre nuestras prácticas, encarnando la máxima feminista por la que “lo personal es político”, permitiendo interpelar las propias formas de ser y actuar, eludiendo la racionalidad abstracta y despersonalizada que caracteriza al pensamiento androcéntrico, y posibilitando procesos de cambio personal y colectivo.

 
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Bibliografía
 

[1] Kaufman, Michael; “Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder entre los hombres”.
http://www.michaelkaufman.com/articles/
[2] Femenías, Maria Luisa. “El Género del Multiculturalismo”, Ed. Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2007. pp- 59 y 60.
[3] Femenías, Ma. Luisa, Op. cit, pp, 70 y 71.
[4] Femenías, Ma. Luisa, Op. cit, p.73
[5] Femenías, Ma.Luisa, Op cit. p. 132
[6] Femenías, Ma. Luisa, Op cit. p 74.

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