Texto
de presentación
La subjetividad contemporánea es un enigma. Venimos
acostumbrados a pensar el sujeto como instituido. ¿Podremos
pensar una cultura que produce sujeto sin instituirlo?
Lewkowicz nos hizo pensar la desconfiguración
de la sociedad sólida. ¿Podremos pensar
la reconfiguración fluida de lo social?
Pregunta por las funciones sociales extraeconómicas
Comparto brevemente una elaboración teórica
que parte de un trabajo intenso con Ignacio Lewkowicz
y un trabajo intenso en lo que pasó después
de que murió Ignacio. Ignacio Lewkowicz decía
que el mercado destituía las relaciones sociales,
desconfiguraba las relaciones sociales y nos dejaba
sumidos en la más angustiante superfluidad a
los seres humanos en el sentido de que pasábamos
a ser innecesarios o, digamos, aleatoriamente necesarios.
El diagnóstico era que esto ocurría porque
el Estado, como gran organizador social, se había
retirado, desplazado por el mercado. Pero el mercado
no había tomado el lugar del Estado. El mercado
no funcionaba como el Estado, articulando institucionalmente
lo social, sino destituyendo instituciones para poder
los capitales fluir velozmente y maximizar la ganancia.
En otros términos, pongo una fábrica o
la cierro o paso los capitales del sector fabril al
sector rural, al inmobiliario, al extranjero, etc.,
según necesidad, y si en el camino queda un pueblo
fantasma o un 50% de desempleados u hospitales sin radiólogos,
no importa. En 2001, esta imagen tan catastrófica
(que, para ser justos, no era tan lisa en el relato
lewkowicziano) parecía confirmarse. Se había
retirado el Estado, habían caído gobiernos
y en 2001-2 realmente parecía que había
dejado de existir la sociedad. Y ahora parece que volvió
el Estado, que volvió a haber sociedad, y toda
una preocupación humanitaria (humanitaria:
no humanista), no sólo en el Estado argentino
sino en muchos otros.
Ahora bien, ¿se puede hablar de una restauración
de lo social institucional y de lo estatal, como diría
un kirchnerista? Es muy difícil y estratégico
pensar qué hace el Estado hoy, su funcionamiento,
pero de eso me ocupo en otros
espacios. Retirado el Estado, al menos en su forma
nacional (o sea, retirado como concierto de instituciones
que producía y reproducía la articulación
de lo social), uno se pregunta: ¿Dejó
de haber relaciones sociales? Eso parecía en
2001, en 2002, pero hoy uno constata que sigue habiendo
relaciones sociales y hay instituciones. Sin embargo,
a esa constatación le siguen otras: las relaciones
se dan más como contactos que como ligaduras,
las instituciones no tienen el vigor cohesivo de tiempos
sólidos, y así por el estilo. Brevemente:
no es la ideología la que produce subjetividad
hoy, no es –para decirlo en términos marxistas–
una superestructura ideológica-jurídica-política
la que produce subjetividad. En vez de hablar de superestructura,
hoy deberíamos hablar de híperestructura,
una institución que produce subjetividad donde
haga falta. En vez de haber, por ejemplo, un manicomio,
hay chaleco químico personalizado y locos sueltos,
digamos. En vez de haber cuarteles de policía,
hay 911: uno marca ese número y el policía,
digamos, sale de abajo de las baldosas. En vez de haber
sociedades de fomento, hay ong’s. O sea: no hay
un bloque que es la azotea del edificio como era la
superestructura sino “instituciones” ad
hoc, de localización aleatoria, digamos
instituciones a-territoriales, si vale el oxímoron,
que se territorializan ad hoc.
La égida de la imagen
¿Cómo se logra todo esto si se hace sin
ideología? Porque la ideología althusseriana,
o el discurso foucaultiano son articulados, sistemáticos,
exhaustivos, etc.: no son rasgos que la verborrea contemporánea
exhiba mucho. ¿Cómo se logra que haya
cosas parecidas a una sociedad, a unas relaciones o
a unas instituciones sin haber “orden del discurso”
[2]?
Se logra con imágenes. Hay miles de cosas para
decir de la imagen. Aquí enfatizo tres puntitos:
uno es su profusión, otro es su velocidad de
rotación. El tercero es que la imagen no se adecua
al objeto; al contrario, la imagen le dice al objeto
cómo ser. La ideología moderna intentaba,
con todo ese discurso del saber, organizar un objeto
y adecuarse a ese objeto. Hoy, los objetos –seres
humanos o cosas– debemos ser como nuestras imágenes.
Agustín Valle [3]:
uno ve pasar imágenes de la naturaleza en un
protector de pantalla y después, cuando va a
la naturaleza, halla que no es tan linda como en el
protector de pantalla. La imagen resulta mejor que el
modelo que la inspiró. Así, la forma predominante
de dominación social ya no se da por fijación
ni por creación de una conciencia custodiada,
ya no consiste en “vigilar y castigar” sino
en invitar al deseo de ser como la imagen. O sea, a
photoshopearse. Las imágenes son realistas pero
no son reales: mienten siendo realistas. (Más
en “4
ideas sobre la imagen”).
Señalo ahora la velocidad de rotación
de la imagen, para prevenirnos de la tendencia a decir
“yo me identifico
con esa imagen”. Uno podía identificarse
en tiempos de ideología porque la ideología
era estable, era vitalicia. Uno podía tener toda
la vida la misma patria, identificarse con el mismo
dios, etc., –y si bien uno podía cambiar
de religión, la creencia en cada una duraba bastante
tiempo y el dios que uno había abandonado seguía
ahí, tal vez ahora ajeno, pero aun eterno–.
En cambio hoy, uno no conserva mucho tiempo la misma
imagen porque quedaría demodé, dejaría
de tener visibilidad y por lo tanto existencia. Entonces,
como uno no se identifica con la imagen, uno aspira
a la imagen. Pero atención: no siempre a la misma.
Uno aspira sucesiva y/o simultáneamente a varias
imágenes: uno puede comer sushi, puede inmediatamente
irse a un recital de música celta e inmediatamente
irse a bailar tango y salir para ir a alentar a Boca.
Suponiendo que cada una de esas aspiraciones sea una
identificación, no llegan a cristalizar en una
identidad orgánica. Hay algo así como
archipiélagos identitarios recombinantes: una
multiplicidad de aspiraciones que no instituye identidad.
Esto lo sintetiza muy bien Kevin Johansen en su macarrónica
“Logo”:
|
“Manteca,
chuleta, buseca... 'Ya tein Logo'!
“Carlito, Robinho, Dieguito... 'Ya tein Logo'!
“Mengano, Fulano, Caetano... 'Ya tein Logo'!
“Todo tiene Logo, até logo, saravaravá!
“
“[…]
“Saraza, bobaza, bobagem...
“Su tío, mi hermana, tu abuela...
“Si no tiene Logo, falta poco, saravaravá...
“
“[…]
Generation Logo...'Ya tein', ya tein Logo
“Veneration Logo... 'Axé', Axé
Logo
“Todo tiene Logo...'Ya sé', hasta el
pogo.” |
El capital recombinante
Hasta aquí, la égida de la imagen como
modo de constitución de subjetividad precaria.
Ahora señalemos su correlación con el
régimen capitalista de hoy, al que Franco Berardi
llama capital recombinante [4].
Este capital es lo único que tiene una unidad
en la sociedad global de hoy. Fragmenta todo lo que
encuentra a su paso para meterlo en una línea
de producción que culmina en la realización
de la mercancía. Por caso, hay una cantidad de
minerales muy raros que componen los circuitos electrónicos
que vienen de muy distintos lugares del mundo. Para
poder producir productos de tanta “biodiversidad”,
el capital tiene que “desoberanizar” los
recursos naturales, del mismo modo que debe imponer
flexibilización laboral para rotar a los trabajadores
entre distintos tipos de tareas. Es decir, suelta o
fragmenta los elementos sociales para acomodarlos según
las necesidades del proceso productivo, y por eso –como
laburantes– somos más changarines que trabajadores
estables, nos la pasamos haciendo distintas changas.
Franco Berardi califica esta libertad como esclavismo
celular: te celularizo, te fragmento y te contrato el
tiempo que te necesito; no me hago cargo de tu reproducción
fuera del tiempo por el que te contraté.
En esto consiste el capitalismo recombinante: ‘liberar’
elementos sociales, naturales, ideológicos, culturales
o del tipo que sean para combinarlos y recombinarlos
según las necesidades, siempre cambiantes, de
la maximización de ganancia. Ahora bien, ¿cómo
logra el capital que los elementos dejados a la intemperie
y abandonados a la desolación se formen y funcionen?
Recurre a la astitución.
La astitución
Al capital recombinante le resulta demasiado inflexible
instituir sujeto con una educación que dura,
pongamos, desde los cinco hasta los veinticuatro años,
que ya está formado y que le sirve para un solo
trabajo hasta que se jubila. Necesita que pueda cambiar
muchas veces: reinventarse
o desaparecer, reza el management contemporáneo.
Aparece la capacitación permanente, que es breve,
puntual, de aplicación inmediata, con salida
laboral, etc. El capital recombinante no instituye un
sujeto, lo astituye. Primero “astitución”
surgió como un neologismo para decir: ni institución
sólida, ni destitución completa. Ahora
la cuestión es convertirlo en concepto, pensar
cualitativamente esta singular producción de
subjetividad, no decir “es un poquito institución
y un poquito de destitución” ni “es
un intermedio entre ambas”. En algún momento,
de pasada, Bauman habla de “identidad infradeterminada”
[5],
en algún momento Ignacio Lewkowicz habla de “tenues
artificios identificatorios” [6]:
indicios cuantitativos (poco determinado, tenuemente
identificado) de que no podemos
pensar cualitativamente la subjetividad fluida.
Aquí entra a tallar la égida de la imagen.
Es la imagen la que hace que un
elemento no se disperse del todo ni se cristalice sólidamente
sino que solamente se aglutine ad hoc el tiempo
necesario para funcionar como lo que el capital necesita,
y que se pueda recombinar, o reaglutinar, según
otras necesidades (de producción, de consumo,
de opinión, procreación o lo que fuere)
en otros momentos. Esta dúctil
aglutinación, esta formación de elementos
recombinables, es la astitución. Con términos
de Badiou, la definiría así: el Estado-nación
producía elementos y articulación entre
los elementos, era cuenta y cuenta de la cuenta. La
égida de la imagen produce solamente los elementos,
y los junta, pero no los articula. Como si formara paredes
de ladrillos sin cemento: cuando en otro momento debo
armar una sala de otra manera, desarmo las paredes y
vuelvo a armarlas porque los elementos están
sueltos. En las oficinas de Clarín es así,
aunque no con ladrillos sino con telas (vuelta a vuelta,
llega el oficinista a su trabajo y encuentra que su
puesto está en otro lado), en las villas miserias
también, aunque con chapas.
Así, pues, la astitución es la condición
de la recombinación capitalista.
¿Y por fuera cómo
andamos?
Cuando envié el abstract a los organizadores
de esta Jornada, propuse este trabajo para el eje sobre
la era digital, pero viene muy bien exponer en este
Grupo, pues los relatos de todos ustedes permiten pensar
que queda algo por fuera de la imagen y de la astitución
[7].
Cotidianamente, uno va saltando de aglutinaciones en
aglutinaciones y entre aglutinación y aglutinación
hay un vacío, hay una soledad, hay una inexistencia.
Los trabajos que presentaron hoy dan cuenta de cómo
trabajar desolación de un modo que no sea convertirse
en carne de recombinación. Pues la égida
de la imagen deja a cada uno, o bien ante la ominosa
amenaza de exclusión (sea la laboral que relataba
la gente de la APDH, la del sobrepeso que describía
Alicia, la de la soledad que mencionaban los acompañantes
terapéuticos, o la del recurrente ‘desalojamiento’
que relataba el Equipo Terapéutico para adolescentes
y sus padres, etc.), o bien ante la rutilante promesa
de goce pleno e inmediato. Es decir, la imagen desmultiplica
las trayectorias posibles con esta disyuntiva de hierro
que se cierne sobre los egos: o quedarte fuera de la
Matrix o aferrarte a las imágenes a las que hay
que aspirar. En cambio, en los relatos que contaron
los equipos acá presentes, se mostraron formas
de sostenerse en un nosotros, formas de pertenecer y
existir aunque no esté yo aspirando a la imagen,
un nosotros al que referirme incluso cuando ese nosotros
no está al lado mío. Mostraron una multiplicidad
de actividades configurantes de los nosotros que rebasan
la disyuntiva binaria entre la actividad “figurante”
del semiocapital y la actividad desfigurante (que también
es del semiocapital).
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