SUBJETIVIDAD
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Entre institución y destitución:
la astitución
La subjetividad después de su licuación [1]
Por Pablo Hupert *
Historiador y docente
pablohupert@yahoo.com.ar
 

Texto de presentación

La subjetividad contemporánea es un enigma. Venimos acostumbrados a pensar el sujeto como instituido. ¿Podremos pensar una cultura que produce sujeto sin instituirlo? Lewkowicz nos hizo pensar la desconfiguración de la sociedad sólida. ¿Podremos pensar la reconfiguración fluida de lo social?


Pregunta por las funciones sociales extraeconómicas


Comparto brevemente una elaboración teórica que parte de un trabajo intenso con Ignacio Lewkowicz y un trabajo intenso en lo que pasó después de que murió Ignacio. Ignacio Lewkowicz decía que el mercado destituía las relaciones sociales, desconfiguraba las relaciones sociales y nos dejaba sumidos en la más angustiante superfluidad a los seres humanos en el sentido de que pasábamos a ser innecesarios o, digamos, aleatoriamente necesarios. El diagnóstico era que esto ocurría porque el Estado, como gran organizador social, se había retirado, desplazado por el mercado. Pero el mercado no había tomado el lugar del Estado. El mercado no funcionaba como el Estado, articulando institucionalmente lo social, sino destituyendo instituciones para poder los capitales fluir velozmente y maximizar la ganancia. En otros términos, pongo una fábrica o la cierro o paso los capitales del sector fabril al sector rural, al inmobiliario, al extranjero, etc., según necesidad, y si en el camino queda un pueblo fantasma o un 50% de desempleados u hospitales sin radiólogos, no importa. En 2001, esta imagen tan catastrófica (que, para ser justos, no era tan lisa en el relato lewkowicziano) parecía confirmarse. Se había retirado el Estado, habían caído gobiernos y en 2001-2 realmente parecía que había dejado de existir la sociedad. Y ahora parece que volvió el Estado, que volvió a haber sociedad, y toda una preocupación humanitaria (humanitaria: no humanista), no sólo en el Estado argentino sino en muchos otros.
Ahora bien, ¿se puede hablar de una restauración de lo social institucional y de lo estatal, como diría un kirchnerista? Es muy difícil y estratégico pensar qué hace el Estado hoy, su funcionamiento, pero de eso me ocupo en otros espacios. Retirado el Estado, al menos en su forma nacional (o sea, retirado como concierto de instituciones que producía y reproducía la articulación de lo social), uno se pregunta: ¿Dejó de haber relaciones sociales? Eso parecía en 2001, en 2002, pero hoy uno constata que sigue habiendo relaciones sociales y hay instituciones. Sin embargo, a esa constatación le siguen otras: las relaciones se dan más como contactos que como ligaduras, las instituciones no tienen el vigor cohesivo de tiempos sólidos, y así por el estilo. Brevemente: no es la ideología la que produce subjetividad hoy, no es –para decirlo en términos marxistas– una superestructura ideológica-jurídica-política la que produce subjetividad. En vez de hablar de superestructura, hoy deberíamos hablar de híperestructura, una institución que produce subjetividad donde haga falta. En vez de haber, por ejemplo, un manicomio, hay chaleco químico personalizado y locos sueltos, digamos. En vez de haber cuarteles de policía, hay 911: uno marca ese número y el policía, digamos, sale de abajo de las baldosas. En vez de haber sociedades de fomento, hay ong’s. O sea: no hay un bloque que es la azotea del edificio como era la superestructura sino “instituciones” ad hoc, de localización aleatoria, digamos instituciones a-territoriales, si vale el oxímoron, que se territorializan ad hoc.

La égida de la imagen

¿Cómo se logra todo esto si se hace sin ideología? Porque la ideología althusseriana, o el discurso foucaultiano son articulados, sistemáticos, exhaustivos, etc.: no son rasgos que la verborrea contemporánea exhiba mucho. ¿Cómo se logra que haya cosas parecidas a una sociedad, a unas relaciones o a unas instituciones sin haber “orden del discurso” [2]? Se logra con imágenes. Hay miles de cosas para decir de la imagen. Aquí enfatizo tres puntitos: uno es su profusión, otro es su velocidad de rotación. El tercero es que la imagen no se adecua al objeto; al contrario, la imagen le dice al objeto cómo ser. La ideología moderna intentaba, con todo ese discurso del saber, organizar un objeto y adecuarse a ese objeto. Hoy, los objetos –seres humanos o cosas– debemos ser como nuestras imágenes. Agustín Valle [3]: uno ve pasar imágenes de la naturaleza en un protector de pantalla y después, cuando va a la naturaleza, halla que no es tan linda como en el protector de pantalla. La imagen resulta mejor que el modelo que la inspiró. Así, la forma predominante de dominación social ya no se da por fijación ni por creación de una conciencia custodiada, ya no consiste en “vigilar y castigar” sino en invitar al deseo de ser como la imagen. O sea, a photoshopearse. Las imágenes son realistas pero no son reales: mienten siendo realistas. (Más en “4 ideas sobre la imagen”).

Señalo ahora la velocidad de rotación de la imagen, para prevenirnos de la tendencia a decir “yo me identifico con esa imagen”. Uno podía identificarse en tiempos de ideología porque la ideología era estable, era vitalicia. Uno podía tener toda la vida la misma patria, identificarse con el mismo dios, etc., –y si bien uno podía cambiar de religión, la creencia en cada una duraba bastante tiempo y el dios que uno había abandonado seguía ahí, tal vez ahora ajeno, pero aun eterno–. En cambio hoy, uno no conserva mucho tiempo la misma imagen porque quedaría demodé, dejaría de tener visibilidad y por lo tanto existencia. Entonces, como uno no se identifica con la imagen, uno aspira a la imagen. Pero atención: no siempre a la misma. Uno aspira sucesiva y/o simultáneamente a varias imágenes: uno puede comer sushi, puede inmediatamente irse a un recital de música celta e inmediatamente irse a bailar tango y salir para ir a alentar a Boca. Suponiendo que cada una de esas aspiraciones sea una identificación, no llegan a cristalizar en una identidad orgánica. Hay algo así como archipiélagos identitarios recombinantes: una multiplicidad de aspiraciones que no instituye identidad. Esto lo sintetiza muy bien Kevin Johansen en su macarrónica “Logo”:

  “Manteca, chuleta, buseca... 'Ya tein Logo'!
“Carlito, Robinho, Dieguito... 'Ya tein Logo'!
“Mengano, Fulano, Caetano... 'Ya tein Logo'!
“Todo tiene Logo, até logo, saravaravá!

“[…]
“Saraza, bobaza, bobagem...
“Su tío, mi hermana, tu abuela...
“Si no tiene Logo, falta poco, saravaravá...

“[…]
Generation Logo...'Ya tein', ya tein Logo
“Veneration Logo... 'Axé', Axé Logo
“Todo tiene Logo...'Ya sé', hasta el pogo.”

El capital recombinante

Hasta aquí, la égida de la imagen como modo de constitución de subjetividad precaria. Ahora señalemos su correlación con el régimen capitalista de hoy, al que Franco Berardi llama capital recombinante [4]. Este capital es lo único que tiene una unidad en la sociedad global de hoy. Fragmenta todo lo que encuentra a su paso para meterlo en una línea de producción que culmina en la realización de la mercancía. Por caso, hay una cantidad de minerales muy raros que componen los circuitos electrónicos que vienen de muy distintos lugares del mundo. Para poder producir productos de tanta “biodiversidad”, el capital tiene que “desoberanizar” los recursos naturales, del mismo modo que debe imponer flexibilización laboral para rotar a los trabajadores entre distintos tipos de tareas. Es decir, suelta o fragmenta los elementos sociales para acomodarlos según las necesidades del proceso productivo, y por eso –como laburantes– somos más changarines que trabajadores estables, nos la pasamos haciendo distintas changas. Franco Berardi califica esta libertad como esclavismo celular: te celularizo, te fragmento y te contrato el tiempo que te necesito; no me hago cargo de tu reproducción fuera del tiempo por el que te contraté.

En esto consiste el capitalismo recombinante: ‘liberar’ elementos sociales, naturales, ideológicos, culturales o del tipo que sean para combinarlos y recombinarlos según las necesidades, siempre cambiantes, de la maximización de ganancia. Ahora bien, ¿cómo logra el capital que los elementos dejados a la intemperie y abandonados a la desolación se formen y funcionen? Recurre a la astitución.

La astitución

Al capital recombinante le resulta demasiado inflexible instituir sujeto con una educación que dura, pongamos, desde los cinco hasta los veinticuatro años, que ya está formado y que le sirve para un solo trabajo hasta que se jubila. Necesita que pueda cambiar muchas veces: reinventarse o desaparecer, reza el management contemporáneo. Aparece la capacitación permanente, que es breve, puntual, de aplicación inmediata, con salida laboral, etc. El capital recombinante no instituye un sujeto, lo astituye. Primero “astitución” surgió como un neologismo para decir: ni institución sólida, ni destitución completa. Ahora la cuestión es convertirlo en concepto, pensar cualitativamente esta singular producción de subjetividad, no decir “es un poquito institución y un poquito de destitución” ni “es un intermedio entre ambas”. En algún momento, de pasada, Bauman habla de “identidad infradeterminada” [5], en algún momento Ignacio Lewkowicz habla de “tenues artificios identificatorios” [6]: indicios cuantitativos (poco determinado, tenuemente identificado) de que no podemos pensar cualitativamente la subjetividad fluida.

Aquí entra a tallar la égida de la imagen. Es la imagen la que hace que un elemento no se disperse del todo ni se cristalice sólidamente sino que solamente se aglutine ad hoc el tiempo necesario para funcionar como lo que el capital necesita, y que se pueda recombinar, o reaglutinar, según otras necesidades (de producción, de consumo, de opinión, procreación o lo que fuere) en otros momentos. Esta dúctil aglutinación, esta formación de elementos recombinables, es la astitución. Con términos de Badiou, la definiría así: el Estado-nación producía elementos y articulación entre los elementos, era cuenta y cuenta de la cuenta. La égida de la imagen produce solamente los elementos, y los junta, pero no los articula. Como si formara paredes de ladrillos sin cemento: cuando en otro momento debo armar una sala de otra manera, desarmo las paredes y vuelvo a armarlas porque los elementos están sueltos. En las oficinas de Clarín es así, aunque no con ladrillos sino con telas (vuelta a vuelta, llega el oficinista a su trabajo y encuentra que su puesto está en otro lado), en las villas miserias también, aunque con chapas.

Así, pues, la astitución es la condición de la recombinación capitalista.

¿Y por fuera cómo andamos?

Cuando envié el abstract a los organizadores de esta Jornada, propuse este trabajo para el eje sobre la era digital, pero viene muy bien exponer en este Grupo, pues los relatos de todos ustedes permiten pensar que queda algo por fuera de la imagen y de la astitución [7]. Cotidianamente, uno va saltando de aglutinaciones en aglutinaciones y entre aglutinación y aglutinación hay un vacío, hay una soledad, hay una inexistencia. Los trabajos que presentaron hoy dan cuenta de cómo trabajar desolación de un modo que no sea convertirse en carne de recombinación. Pues la égida de la imagen deja a cada uno, o bien ante la ominosa amenaza de exclusión (sea la laboral que relataba la gente de la APDH, la del sobrepeso que describía Alicia, la de la soledad que mencionaban los acompañantes terapéuticos, o la del recurrente ‘desalojamiento’ que relataba el Equipo Terapéutico para adolescentes y sus padres, etc.), o bien ante la rutilante promesa de goce pleno e inmediato. Es decir, la imagen desmultiplica las trayectorias posibles con esta disyuntiva de hierro que se cierne sobre los egos: o quedarte fuera de la Matrix o aferrarte a las imágenes a las que hay que aspirar. En cambio, en los relatos que contaron los equipos acá presentes, se mostraron formas de sostenerse en un nosotros, formas de pertenecer y existir aunque no esté yo aspirando a la imagen, un nosotros al que referirme incluso cuando ese nosotros no está al lado mío. Mostraron una multiplicidad de actividades configurantes de los nosotros que rebasan la disyuntiva binaria entre la actividad “figurante” del semiocapital y la actividad desfigurante (que también es del semiocapital).


* Autor de La Toma. Agotamiento y fundación de la universidad pública junto a Ignacio Lewkowicz y Andrés Pezzola (inédito) y de Judaísmo líquido (en prensa), así como de numerosos artículos y capítulos de libros.
 
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Notas y Bibliografía
 
[1] Ponencia a la XXVI Jornada de la Asociación Argentina de Psicoterapia y Psicoanálisis de Grupo (AAPPG) Psicoanálisis vincular. Entre lo singular y lo múltiple. Buenos Aires, 16/10/2010. Grupo 4: “Instituciones: desafíos, límites y aportes.”
[2] La noción es de Foucault. V. el libro homónimo, varias ediciones.
[3] Valle, Agustín, Sólo las cosas, Ensayos en Libro, Buenos Aires, 2009.
[4] Berardi, Franco (Bifo), Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Tinta Limón, Buenos Aires, 2007.
[5] En Vida Líquida, Paidós, Buenos Aires, 2006.
[6] En Pensar sin Estado, Paidós, Buenos Aires, 2004.
[7] En el Grupo 4 participaron los siguientes equipos con los siguientes trabajos: Equipo de Salud Mental de la APDH, “Transformaciones subjetivas a partir del trabajo grupal con personas que buscan trabajo”; Equipo de Clínica Urbana, “Clínica urbana: devenir artesano-artista en una ética analítica (Escapándole a la clínica huraña)”; Equipo Terapéutico para adolescentes y sus padres. Fac. Psicología UBA, “Instituciones: desafíos, límites y aportes” y Alicia González Cruzado y Marina Laura Tesone, “’Ir descubriendo-se’. Experiencia corporal en el tratamiento grupal de disturbios alimentarios”
 
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