Son muchos
los cambios a los que de modo veloz y sin anestesia,
venimos asistiendo como sociedad en los últimos
cortos años. La red de redes, como representante
ícono de esta nueva etapa, puede convertirse
en una categoría contundente para analizar muchos
de ellos.
Se publicó recientemente un ensayo de Michela
Marzano. Allí se presenta un lado poco explorado,
pero de particular interés, en la compleja trama
que se va anudando día a día en torno
a Internet. Título y subtítulo de dicho
trabajo son síntesis claras del contenido de
ese libro; a la vez que por su contundencia, se convierte
en divisor de aguas en las librerías por parte
de los lectores interesados: La
muerte como espectáculo. La difusión de
la violencia en Internet y sus implicancias éticas.
Fuerte, conciso y solidario con el desarrollo que presenta.
Se trata de una prolija investigación que abre
a una serie de reflexiones que resultan de clara importancia
para continuar el análisis de algunos aspectos
de la denominada Sociedad Red; y sobre los cuales tratan
las notas presentadas a continuación. Esta filósofa
italiana propone una contextualización histórica
de los diversos espacios que a través de las
pantallas tuvo la presentación de la violencia
en sus distintas formas: torturas, violaciones, muertes.
De las escenificaciones que en material fílmico
y mediante actuaciones fue teniendo al tema de la violencia
y la muerte como protagonista; hasta la sorprendente
presencia de lo que ella denomina la “Realidad
– Horror” (en donde no median actores sino
crudas filmaciones de hechos radicalmente crueles).
Así venimos viendo una veloz transformación
hacia lo hiperduro, producido desde finales de los años
90; momento a partir del cual los trabajos guionados
con actores y realizadores fueron dejando espacio –
proponiendo una metáfora fílmica -, a
la reproducción del material
en crudo.
De modo paralelo, lo que en algún momento era
material destinado a unos pocos, se comienza a reproducir
de un modo exponencialmente vertiginoso. Fenómeno
que va estrechamente de la mano con el número
de personas que se muestran interesados y convocados
a ver estos particulares videos. Así conforme
al aumento en su divulgación va dejando a su
paso una dificultad importante en el abordaje interpretativo.
Un dato interesante relevado por la investigación
de dicha autora: es a partir de 2004 cuando comienzan
a circular videos de ejecuciones y degollamientos reales
de prisioneros occidentales en Irak. Se pasó
de ese modo a una situación de hiperrealismo
crudo. La expresión de la crueldad en estado
puro.
Marzano cita como uno de los puntos de anclaje de esta
novedosa modalidad de presentación de videos
violentos, a la apropiación por parte de los
islamistas de este modo de realización y difusión,
con un objetivo claro: el de convertirlos en una herramienta
propagandística.
Otros elementos que se presentan en el trabajo citado
y que abren sin duda a la necesidad de reflexión,
son extremadamente estremecedores. El sitio Ogrish.com,
centralizado en reunir este tipo de videos, fue cerrado
de la web en 2006. Esta página tenía diariamente
más de 200.000 visitas, llegando a 700.000 cuando
se subía un nuevo video. Hoy, sabemos, algunos
de esos datos son difíciles de rastrear ya que
los sitios se han distribuido como células clandestinas
y no resulta tan fácil el acceso directo. Esto
fue generando que se haya perdido hoy en día,
la posibilidad de llevar estadísticas confiables.
No obstante todo indicaría que su crecimiento
sigue a un ritmo constante.
Material (en) crudo
Aquí el dilema moral, ético e ideológico
hace explosión; dejando esquirlas en todas direcciones.
Comencemos:
-¿Hay que mostrarlo todo?
-¿Se atenta contra la libertad de expresión
si se interviene sobre estos sitios?
-¿Qué pasa con el derecho a la privacidad
del que es filmado?
En ese sentido vale la pena la mención al menos,
del vacío legal que dejan abierto tanto estas
prácticas como muchas otras que se producen a
través de la red, y que sigue siendo todavía
un pendiente absolutamente clave.
Como en aquella pregunta que se nos formulaba a los
analistas hace ya una punta de años acerca de
si los videojuegos de guerra generaban violencia en
los niños; cabría preguntarse a la luz
de este ensayo:
-¿Es inductor de violencia la reproducción
de estos videos?
Imposible la indiferencia frente al peso del contenido
de estos videos.
Evitando razonamientos deterministas y lineales, parecieran
tener más que una relación de simple azar
por ejemplo, las prácticas denominadas como “happyslapping”
- aparecidas y difundidas hace pocos años -.
En una breve descripción de esta modalidad, un
pequeño grupo de personas, en general adolescentes,
ejercen alguna agresión y/o humillación
sobre alguna víctima al tiempo que dicho episodio
es filmado. Luego se sube a la red.
En un comienzo estas situaciones formaban parte del
universo de “lo divertido”. Pero fue rápidamente
mutando, y hoy se pueden ver hechos macabros y horrorosos
bajo este modo de presentación. El acto de filmar
y reproducir esa escena de vulnerabilidad sobre otra
persona, se intenta convertir en una forma de entretenimiento.
Sin embargo, también difícil quedar indemne
luego de haberlo visto.
Últimamente mucho se está trabajando en
el armado de filtros que permitan detectar y sacar de
ciertos sitios (youtube.com, indexaciones en los buscadores),
material que haga referencia directa o indirecta a ciertos
contenidos, palabras, y/o ideas.
De modo paralelo resulta digno de destacar un fenómeno
no menos sorprendente para el lector no embebido en
estos temas y al cual se hace referencia en el ensayo
nombrado. Esto es, el enorme crecimiento de foros de
discusión que se dan en torno a estos videos.
Una situación que venimos viendo en otras áreas
tales como redes sociales, blogs y
diversos modos de participación que propone la
red; y que pareciera establecer a mi entender, una paradoja
frente a cierto empobrecimiento discursivo que va dejando
progresivamente espacio vacante a estos hechos.
Cito algunos recortes de estos foros que resultan interesantes
al análisis. Dos jóvenes discuten:
“-Me parece que tenemos derecho a ejercer nuestro
derecho a la información, ¿no?. Dejad
de tapaos la cara. ¡Tomad conciencia del mundo
en que vivimos!”
“_¿Para tomar conciencia del mundo en el
que vivimos hay que visionar estas atrocidades?…”
El dilema está planteado y abierto… Las
preguntas siguen siendo más que las respuestas.
Desde la responsabilidad de los que emiten “información”,
hasta los especialistas en imágenes - que como
dice en algún momento la autora -, “no
pueden parapetarse detrás del voyeurismo impúdico
de los telespectadores que piden más”.
Ya en 1967, en su trabajo La
sociedad del espectáculo, Guy Debord reveló
la teoría y la práctica del espectáculo
como categoría para analizar nuestra experiencia.
Hoy parece ineludible aquella lectura de absoluta actualidad.
Del mismo modo Hanna Arendt, en La
condición humana, abría las puertas
al análisis de la cultura de la crueldad. Tal
como se interroga Ana Berezin en su ensayo Sobre
la crueldad, resulta interesante la pregunta
acerca de “¿Qué resorte de la subjetividad
de cada uno de los que participan se ha movilizado?
¿Qué potencialidad latente se activa en
lo más profundo de su ser y de su ser con los
otros?”.
Hace solo unas semanas atrás, en sus conferencias
dictadas en Buenos Aires, Tzvetan Todorov, hacía
referencia al concepto de “Barbarie”, como
un descriptor que facilita el análisis de un
fenómeno social que se da de modo constante a
lo largo del paso del tiempo.
Temáticas que atraviesan por el centro al tema
propuesto.
¿Más de lo mismo?
Así las cosas, ¿Qué
se modifica y qué es sólo un cambio de
formas?; pareciera
ser uno de los interrogantes más que pertinentes,
y que exigen sin duda algunos análisis tan serios
como los hechos que se describen.
Internet ni resuelve ni produce, sino que amplifica,
dicen algunos. Desde esa perspectiva,
¿sigue valiendo la pena reivindicar la neutralidad
de la red? O la estridente contradicción de dicha
idea con aquella que sostiene, que ninguna tecnología
es simplemente ingenua, la deja de lado. - problemática
de particular vigencia a la que venimos asistiendo y
padeciendo en estos tiempos en Argentina con el tema
de los medios -. La idea de una autonomía comunicativa
de la sociedad, como fenómeno nuevo generado
a partir de las facilidades comunicacionales en las
que estamos viviendo, pone en evidencia la necesidad
de nuevos abordajes analíticos.
La competencia desleal entre la velocidad de los cambios
y la posibilidad de generar análisis sobre ellos
es algo a subrayar; y del que este libro, - aun cuando
merece profundizar alguno de los debates planteados
sobre las implicancias éticas -, tiene el gran
mérito de ponerlas sobre la mesa (o en la pantalla).
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