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Piera Aulagnier

El afecto desde la perspectiva de Piera Aulagnier
Por Susana Sternbach
 
 
 
 
El afecto y las identificaciones afectivas en los grupos*
(Segunda parte)
Por René Kaës
Traducción: Mirta Segoviano
 

II. El afecto y el trabajo psíquico de la intersubjetividad

Introduje la noción de un trabajo psíquico de la intersubjetividad para dar cuenta 1º) de las ligazones y de las transformaciones necesarias para que tenga lugar un acoplamiento entre las organizaciones intrapsíquicas; 2º) del trabajo psíquico del Otro o de más-de-un-otro en la psique del sujeto del inconsciente; 3º) de las formaciones y de los procesos psíquicos producidos por ese trabajo y propios del vínculo intersubjetivo (aquí, del grupo). Entre esas formaciones comunes y compartidas, destaco más precisamente una función paraexcitadora y filtrante, de envoltura psíquica, y un discurso asociativo grupal que forma un conjunto de significantes y de representaciones disponibles para cada uno.

Estas formaciones y esos procesos son la medida de la exigencia de trabajo impuesto a la psique a causa de su correlación con la subjetividad del otro en la intersubjetividad. Por eso, la noción de trabajo psíquico de la intersubjetividad tiene como corolario la conveniencia de considerar una determinación intersubjetiva en la formación y el funcionamiento de ciertos contenidos del aparato psíquico: responde a las condiciones en las que se constituye el sujeto del inconsciente. Esta noción admite como una hipótesis fundamental que cada sujeto adquiere, en grados diversos, la aptitud de significar e interpretar, recibir, contener o rechazar, ligar y desligar, transformar y representar (se), jugar con —o destruir— afectos y representaciones, emociones y pensamientos que pertenecen a otro sujeto, que transitan a través de su propio aparato psíquico o se desarrollan en él, por incorporación o introyección, como partes enquistadas o partes integrantes y reutilizables.

Esta noción admite como una consecuencia del concepto de sujeto del grupo la idea de que cada sujeto es representado y busca hacerse representar en las relaciones de objeto, en las imagos, las identificaciones y las fantasías inconscientes de otro y de un conjunto de otros; de igual modo, en formaciones psíquicas de este tipo cada sujeto liga entre ellos y se liga con los representantes de otros sujetos, con los objetos de objetos que alberga en él.


El trabajo intersubjetivo del afecto en la clínica de los grupos

Si examinamos ahora cómo se ha efectuado ese trabajo intersubjetivo de los afectos (y sobre los afectos) en ese grupo, podríamos decir lo que sigue:
La situación inicial de un grupo como este moviliza afectos de inseguridad, de miedo, de confusión, por la confrontación con una incertidumbre acerca de «más de un otro» y a causa de las investiduras pretransferenciales y de las fantasías que las acompañan. Al mismo tiempo que el yo [moi] de los participantes se desorganiza bajo la acción de los afectos desconocidos y peligrosos que lo invaden, el grupo toma forma a través de las identificaciones afectivas (por el afecto) que la materialización del objeto-grupo requiere y que los miembros del grupo establecen entre ellos.

Los afectos que, para Marc, Solange y Anne Marie, y para otros participantes, no habían podido ser articulados con representaciones aceptables, insistían en el proceso asociativo del grupo, en las transferencias, pero también trabajaban elaborativamente a través de las asociaciones. Para cada uno de ellos, la ligazón y la reinscripción significante e historizante ha sido correlativa de este juego de recogida y relanzamiento metafórica/metonímica, entre la cadena asociativa del nivel del grupo y sus propias asociaciones. Cada uno ha encontrado e inventado ahí, gracias al trabajo del aprés-coup, las representaciones que le habían faltado. Pudo identificarlas en los otros, apropiárselas sin permanecer en la identificación proyectiva con sus porta-palabra. Marc pudo recuperarse como aquél que, en el grupo, había literalmente actuado, mediante el relato enigmático y angustiante de un «acontecimiento traumático», para inyectar [1] su contrainvestidura traumática en el espacio del aparato psíquico grupal. En las series asociativas y las fantasías de seducción y de amenaza homosexual primaria que las organizaban, Marc descubría que llevaba en su nombre la huella de la inscripción que había adquirido para él su posición en una fantasía de azotamiento y de seducción por el padre (ser golpeado y seducido por él). El sujeto Marc llevaba esa marca. Este trabajo de ligazón y de utilización de las figuraciones y de las representaciones de palabra hablada es precisamente lo que caracteriza al trabajo de la intersubjetividad.

El proceso asociativo grupal permitió que se manifestara y restaurara en cada uno el defecto de funcionamiento de lo que Freud denominó, en Tótem y tabú, «der Apparat zu deuten», el aparato de significar/interpretar por el que cada uno trata los acontecimientos traumáticos transmitidos en las generaciones y los grupos.


III. Transmisión sincrónica y genealógica del afecto

Estas últimas observaciones nos remiten más precisamente a la clínica de este grupo, ahí donde el despertar del afecto del sujeto lo conduce a interrogar el afecto suprimido del padre, no conocido por él y no reconocido por el hijo. Esa fue una de las preguntas de Solange, porta-palabra de Anne Marie, de su propia madre y de su propia adolescencia. Esta transmisión sincrónica del afecto en el grupo cruza así una transmisión intergeneracional del afecto.

En un estudio notable, J. Guillaumin (1991) llamó nuestra atención sobre el interés que presenta la hipótesis filogenética de Freud a propósito del afecto. En Inhibición, síntoma y angustia (1926), Freud indica que, al lado de la angustia, «los otros estados afectivos son también la reproducción de acontecimientos antiguos de importancia vital, eventualmente preindividuales. (...) las manifestaciones afectivas pueden, en tanto reproductoras de acontecimientos anteriores, prototípicos, ser interpretadas como accesos histéricos estandarizados, típicos, eventualmente preformados en forma congénita» (G.W.XIV, 163-164). Este tema ya presente en Tótem y tabú (1913), fue expuesto en Vue d’ensemble sur les névroses de transfert ** (1916).

Guillaumin resume así la tesis principal de este texto: la hipótesis de Freud sobre una filogénesis del afecto abre nuevas vías sobre la transmisión del afecto, por el afecto, y sobre el origen de este. Por esencialmente cuantitativo que pudiera ser, el afecto sigue siendo vehículo de un mensaje organizado, por así decir condensado en el exceso mismo al que está condenada la descarga energética en razón de la ausencia de ligazón suficiente por parte de las estructuras representativas de tipo cognitivo, y de la rigidez de las contrainvestiduras correspondientes. El afecto es un fenómeno precocísimo de la existencia individual: lo que implica que contiene de entrada, y que nos oculta de un modo particular, un sentido originario, que está en lugar y posición de representaciones a la vez todavía no advenidas y sin embargo ya ausentes o perdidas.

Las diversas vías de la práctica psicoanalítica dan acceso a una genealogía del afecto, anclado sin que se lo reconozca, en la historia y la prehistoria familiar. Las terapias familiares psicoanalíticas proveen varios ejemplos. En los grupos, aunque no siempre tenemos acceso a la genealogía familiar del afecto [2], siempre nos confrontamos con su co-ocurrencia sincrónica. También nos encontramos con algo diferente que la prehistoria del afecto para un sujeto singular y su transmisión sin transformación [3].

Nos encontramos con «paquetes de afectos», conglomerados, caotizados, pegados unos a otros, y en esa medida más difíciles de transformar y de ligar a representaciones. Debemos entonces descondensar esos paquetes y remitirlos a la singularidad de cada historia subjetiva, procurando al mismo tiempo comprender cómo establecieron relaciones entre sujetos.

Pienso en dos situaciones, producidas en sesiones de psicodrama psicoanalítico de grupo. Ilustran más particularmente las nociones de un afecto de grupo y de transmisión del afecto.


La transmisión de los afectos corporales al «cuerpo grupal»

La primera situación es la de un pequeño grupo dentro de un dispositivo en el que alternan sesiones en grupo amplio, que reúne a los participantes de otros pequeños grupos y al equipo de los psicodramatistas. En el pequeño grupo que nos interesa aquí, una de las sesiones había estado dominada por intensas angustias de caída y de derrumbe y varios participantes sufrían el marasmo de estar desamparados. Uno de ellos había experimentado una muy fuerte angustia tras una escena de psicodrama en sesión plenaria, durante la cual se había supuesto que los psicoanalistas podrían caer en un agujero.

Durante la siguiente sesión, sobrevino un tema de juego: fabricar con fragmentos de cada uno un cuerpo grupal unificado. El juego se organizó así: uno hizo el corazón, otro el ojo, otro la boca, el pecho, el ano, los brazos, etc. Una de las psicodramatistas representó la piel continente de los diferentes órganos. En el juego, ella relacionaba zonas erógenas unas con otras y destacaba que las diferentes partes del cuerpo estaban en buen estado. Sin embargo, tras un momento de placer pacificado, algunos participantes resultaron nuevamente sobrecogidos por el miedo y las asociaciones se desarrollaron en una tonalidad ligeramente maníaca. Los esfuerzos para unir los afectos con las representaciones corporales parecían fracasar y tropezar con resistencias cuyo objeto era difícil de descubrir.

Esta escena tenía, sin embargo, cierta relación con lo que ocurría en varios psicodramatistas, afectados en su cuerpo por diversas somatizaciones (dolores de cabeza, resfrío, disfonía): en suma, el cuerpo grupal estaba sufriendo y se defendía de sus males de diversas maneras, principalmente mediante veladas festivas. El grupo de los psicodramatistas sufría en su cuerpo imaginario de no sentirse suficientemente unificado, sin duda a causa de la presencia de nuevos colegas, cambios insuficientemente pensados en la organización del equipo. La situación de grupo nos pone constantemente en presencia del anclaje conjunto del afecto en el cuerpo y en el vínculo con el otro, porque el afecto está desde el origen a la vez en el cuerpo propio y en el vínculo con el cuerpo del otro.

En este ejemplo entendemos que la sobrepresencia del afecto atestiguaba el encuentro intempestivo entre partes de cuerpo no integradas, entre zonas erógenas y sus objetos, en los psicodramatistas y en los participantes. Este exceso en desborde era también testimonio de la carencia de pensamiento que hacía fracasar momentáneamente el trabajo de representación en los psicodramatistas: los participantes, que se organizaban en espejo de lo impensado de los analistas, les enviaban los signos sensibles de ello.

Tales situaciones no son raras, principalmente en los grupos de psicodrama, durante escenas traumáticas, pero también en ciertas situaciones en apariencia totalmente anodinas, pero que contienen la característica de hacer surgir el estupor, de precipitar al sujeto en un actuar explosivo o en un movimiento de fuga ciega ante la sensación de peligro inminente. En todos estos casos, la función del aparato interpretativo se dificulta y no puede ayudar al sujeto en su búsqueda de protección contra la realidad de las excitaciones, contra las impetuosidades de las pulsiones y contra la angustia suscitada por la invasión de los afectos. El efecto dinámico mediante la figuración que caracteriza al trabajo psicodramático no se produce; por el contrario, éste parece producir efectos defensivos. Aspiramos a la figurabilidad de las representaciones y de los afectos haciendo del cuerpo (de sus emplazamientos y de sus desplazamientos en el espacio del juego psicodramático, un espacio que es el del encuentro con el cuerpo del otro), el otro lenguaje fundamental con las representaciones de palabra hablada, el otro eje de la figurabilidad. Hay una puesta en tensión que invoca la palabra, aunque sólo fuera para nombrar el afecto.


El trabajo de la intersubjetividad en el tratamiento del afecto ligado al traumatismo

Otro ejemplo procede de mi experiencia con psicodrama psicoanalítico de grupo con personas que han vivido situaciones de fuerte carga traumática. Practiqué este tipo de psicodrama porque tiene la propiedad de ofrecer un espacio de figuración a formaciones y procesos psíquicos mantenidos en estasis repetitiva por efecto del traumatismo, por no encontrar continentes de pensamiento y predisposiciones significantes necesarias para la reactivación de la representación. Es por lo tanto particularmente pertinente para la elaboración de las experiencias traumáticas, precisamente ahí donde el preconsciente y la palabra son insuficientes.

El método que utilizo es el siguiente: los participantes son invitados a relatar una situación traumática que debieron afrontar, luego a dramatizar. No dramatizan directamente la situación de la que han hablado: la representación se organiza a partir de un tema de representación que se les ocurre, aquí y ahora, a consecuencia de la evocación de esas situaciones. No los conduzco por lo tanto hacia una dramatización directa de la situación problemática, sino hacia su elaboración mediante el rodeo de una situación imaginaria, inventada en grupo, elegida y luego representada según las reglas clásicas del psicodrama psicoanalítico de grupo.

Se trata de un grupo constituido por psicoterapeutas que se ocupan de pacientes expuestos a situaciones traumáticas ligadas a la guerra. Hasta ahora han trabajado sobre situaciones que atañen a pacientes traumatizados, sin introducirse mucho en su propia experiencia traumática. Llegué a pensar que esas experiencias personales estaban todavía congeladas.

Durante una sesión, que tiene lugar después de que varios participantes estuvieron ausentes o llegaron tarde, una de ellas, Ana, propone, incómoda, hablar de un acontecimiento que ella misma vivió durante la guerra cuando era niña, a los 11 años. Las alertas de bombardeo llevaban a las familias a refugiarse en los sótanos. En una de esas alertas, Ana llegó al refugio sola, sin sus padres que estaban ocupados en otra parte. Durante esa larga y terriblemente angustiosa espera, dos heridos ensangrentados fueron transportados al reducto, aterrorizando a los refugiados. No podían proporcionarles verdadera asistencia ni evacuarlos. Mientras se intenta aliviar a los heridos, en medio del pánico, Ana está sola. Uno de los heridos, un vecino que ella conoce bien, muere entre atroces sufrimientos. Ella asiste a la escena, estupefacta. Llama a sus padres. Algunos vecinos se ocupan de ella, pero ella no tiene más recuerdos de lo que pasó, ni del tiempo, ni de quienes estaban ahí. Los padres no llegan y nunca llegarán. Ella sabrá más tarde que fueron destrozados por un disparo de mortero. Ya no recuerda lo que se hizo por ellos.

Al hacer este relato, Ana llora, por primera vez desde el drama. Los otros miembros del grupo también lloran [4]. Habían «olvidado» haber sido afectados por situaciones análogas: el deambular entre las ruinas, las casas deshechas, el camino peligroso bajo el disparo de los francotiradores. Los miembros del grupo se conduelen, pero Ana no quiere ser consolada.

Tras el relato de Ana y el desasosiego que suscita, me es difícil proponer la búsqueda de un tema de juego. ¿Se puede jugar bajo el terror, la consternación? Dejo pasar algún tiempo, el tiempo para que algunas palabras vengan a desanudar los afectos, y aporten representaciones. Las primeras en llegar se apoyan en la experiencia común, compartida, en el grupo a propósito de las ausencias de varios participantes durante la sesión precedente, del miedo de que les haya «ocurrido algo». Luego se evocan pensamientos que les surgieron a algunos, como un flash intolerable, cuando se habló del refugio donde Ana se había encontrado sola. Les propongo decir algo de esos pensamientos y, luego de su silencio, intentar encontrar un tema de juego.

Algunos protestan contra la idea de jugar a partir de lo relatado aquí por Ana. Les digo que se sienten identificados con Ana, que ha quedado en ellos mucho desamparo no hablado, y que sus experiencias son en algunos aspectos cercanas a las de Ana, y en otros diferentes de la suya. Hablan de su angustia ante el sufrimiento de los pacientes traumatizados, de la ausencia de dispositivo para hablar de lo que viven en su trabajo de psicoterapeutas. Recuerdan un caso del que hablaron el día anterior, un niño vagando entre las ruinas y viviendo solo en los refugios destrozados. Las asociaciones son caóticas. Están identificados con ese niño, como con Ana niña hoy: el relato los ha confrontado en un precipitado identificatorio con el niño aterrorizado ante la muerte de los padres asesinados, pero también con los adultos aterrorizados por el herido. Ana habla por primera vez de sus movimientos sádicos cuando interroga a los adultos o a los adolescentes traumatizados. Sentía demasiada vergüenza.

La evocación del refugio destrozado los lleva a asociar nuevamente sobre las carencias de contención de sus angustias de cuidadores confrontados con su propia catástrofe y con movimientos de sadismo o de masoquismo. Se elabora un tema: irían a manifestar ante el médico jefe para reprocharle su incompetencia y pedir ayuda para afrontar el horror. El tema se transforma, sin duda demasiado directamente ligado a los movimientos de transferencia [5]. Se propone, entre la risa y la burla, hacer un filme, del tipo de La vida es bella, de Begnini. Luego se propone la siguiente situación, que será representada: un médico nazi haría experiencias de sumisión a la autoridad, del tipo de las de Stanley Milgram, pero con una inversión: se le daría salvoconducto a quien mejor simulara la víctima, el otro desaparecería.

Se dispone el juego, es difícil encontrar un «médico nazi»: poner en escena el dilema y su violencia para sobrevivir. Pero se comienza a jugar. El que envía las descargas eléctricas y el cobayo se apegan al juego, parecen disfrutarlo, luego quedan anonadados por lo que ocurre sin que lo sepan, ya no comprenden de qué se trata y finalmente se encolerizan y se rebelan. Como se encuentran en un callejón sin salida, alguien anuncia que el campo de concentración acaba de ser liberado (como en el pseudo happy end de La vida es bella). Están aliviados, salieron mágicamente del peligro. Pero, también volvieron a encontrar los recursos para pensarlo.

El juego abrió la vía a la elaboración de esta salida mágica y de lo que no llegaban a jugar: los afectos experimentados en la preparación del juego y en el juego se anudan con representaciones conocidas y hasta entonces desconocidas para Ana y algunos miembros del grupo. Seguramente el desamparo sin socorro ni recurso, la impotencia, la estupefacción, el abandono, pero también el placer sádico y masoquista, su inversión en la sumisión y el dominio, la burla, el odio, la rebelión y la cólera.

El rodeo gracias al juego surgido de una situación imaginaria, y no de la dramatización directa, tiene por efecto que los participantes sean invitados a despegarse de las situaciones expuestas. Pero es claro que la evocación del traumatismo y el rodeo por lo imaginario vuelven a poner a los sujetos en contacto con las experiencias en las cuales, precisamente, su capacidad de imaginar, de jugar y de metaforizar fue arrasada. Están nuevamente en contacto con un momento de su vida psíquica caracterizada por un exceso o por un defecto o por un congelamiento de los afectos, siempre por una insuficiencia de la actividad de preconsciente. Es lo que el trabajo de la intersubjetividad permite restablecer y elaborar.

He evocado el efecto dinámico mediante la figuración en el juego psicodramático: está estrechamente asociada a los efectos de descondensación de las representaciones por un lado y de los afectos por el otro. Este trabajo de desagrupamiento hace posibles las modalidades de ligazón y de formulación-interpretación del afecto. Para que este trabajo sea posible, es preciso que el placer del juego acompañe el duelo por la cosa traumática y que el afecto se pegue a ella. La dramatización hace posible el juego y el modo particular de la puesta en escena psicodramática: abre la posibilidad de representar en el espacio interno y en el espacio del psicodrama la multiplicidad de los objetos, de las instancias y de los personajes psíquicos, los vínculos que este establece entre ellos, y finalmente al sujeto mismo. La dramatización es una representacción: liga la acción psíquica en sí misma y/o sobre lo otro que es el afecto con la representación por la cual podrá establecerse un sentido, haciendo así posible el desprendimiento del sujeto en la escena inmovilizada del traumatismo, donde se pegan también elementos de realidad y fantasía.

He intentado mostrar cómo se manifiestan, se manejan, se reconocen y se transforman los afectos en los grupos. Algunos afectos atañen al grupo como objeto, otros al vínculo entre los miembros del grupo, donde las identificaciones afectivas comunes y compartidas crean una fuerza considerable y una cualidad específica de la realidad psíquica del grupo. La transmisibilidad directa del afecto sugiere la idea de un contagio sincrónico, que da a la temporalidad grupal esa dimensión de lo inmutable y de la colusión.
Mantengo la idea de que el trabajo en grupo es el trabajo de desagrupamiento de esos «paquetes» de afectos condensados, de esas adherencias al objeto mediante el afecto. Ese trabajo consiste in fine en la puesta en ligazón de lo que por un lado constituye un paquete de afectos, y por el otro un paquete de representaciones.


* Se publicó una primera versión de este estudio en 2006 - «El afecto y las identificaciones afectivas en los grupos » Champ Psychosomatique, 41, 59-79.

** Trad. castellana: Sinopsis de las neurosis de transferencia. Barcelona, Ariel

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Bibliografía
 
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1916 – “Vue d’ensemble sur les névroses de transferí”, tr. fr. Paris, Gallimard, (1986)
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Rosolato G., 1985, “Le signifiant de démarcation et la communication non verbale”, in Eléments de l’interprétation, Paris, Gallimard.

 
Notas
 

[1] Utilizo este término de connotación sexual violenta, porque me parece dar cuenta del acto impensable que está asociado al afecto.
[2] Este acceso no está bloqueado: en el grupo con Marc, Solange, Anne Marie y los otros, durante una sesión, la evocación de la muerte trágica de un padre por parte de un participante, provoca una angustia abrumadora en otra. Se ve puesta súbitamente en contacto con un afecto materno, que la dejaba «impedida» de pensamiento cuando se enteraba del deceso de alguien: este anuncio volvía a ponerla en contacto con la muerte violenta de una de sus hermanas y con el tacto de su cadáver.
[3] Acerca de la distinción entre transmisión con y sin transformación, cf. Kaës, 1993b.
[4] A menudo las situaciones sn relatadas en una reviviscencia traumática intensa. En el relato, pero también en el juego, algunos participantes reviven intensamente un afecto recuperado o desplazado, otros tienen la misma estrategia que Marc en el ejemplo del «acontecimiento traumático»; inyectar el afecto en la psique de los miembros del grupo y de los analistas. Acerca de esta utilización del psicodrama, cf. Kaës, Missenard y otros, 1999.
[5]Con frecuencia he notado que en la transferencia esperan ser liberados por los psicodramatistas de la repetición y de la invasión del afecto, pero al mismo tiempo los constituyen como objetos potencialmente traumáticos, a causa de esta identificación proyectiva del afecto. La transferencia actualiza una defensa paradójica frecuente en la experiencia del traumatismo, una defensa mediante una doble adhesión: una adhesión al objeto traumático y una adhesión al objeto de la contrainvestidura traumática (el terapeuta, y/o el grupo terapéutico por ejemplo).

 
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