II.
El afecto y el trabajo psíquico de la intersubjetividad
Introduje la noción de un trabajo psíquico
de la intersubjetividad para dar cuenta 1º) de
las ligazones y de las transformaciones necesarias
para que tenga lugar un acoplamiento entre las organizaciones
intrapsíquicas; 2º) del trabajo psíquico
del Otro o de más-de-un-otro en la psique del
sujeto del inconsciente; 3º) de las formaciones
y de los procesos psíquicos producidos por
ese trabajo y propios del vínculo intersubjetivo
(aquí, del grupo). Entre esas formaciones comunes
y compartidas, destaco más precisamente una
función paraexcitadora y filtrante, de envoltura
psíquica, y un discurso asociativo grupal que
forma un conjunto de significantes y de representaciones
disponibles para cada uno.
Estas formaciones y esos procesos son la medida de
la exigencia de trabajo impuesto a la psique a causa
de su correlación con la subjetividad del otro
en la intersubjetividad. Por eso, la noción
de trabajo psíquico de la intersubjetividad
tiene como corolario la conveniencia de considerar
una determinación intersubjetiva en la formación
y el funcionamiento de ciertos contenidos del aparato
psíquico: responde a las condiciones en las
que se constituye el sujeto del inconsciente. Esta
noción admite como una hipótesis fundamental
que cada sujeto adquiere, en grados diversos, la aptitud
de significar e interpretar, recibir, contener o rechazar,
ligar y desligar, transformar y representar (se),
jugar con —o destruir— afectos y representaciones,
emociones y pensamientos que pertenecen a otro sujeto,
que transitan a través de su propio aparato
psíquico o se desarrollan en él, por
incorporación o introyección, como partes
enquistadas o partes integrantes y reutilizables.
Esta noción admite como una consecuencia del
concepto de sujeto del grupo la idea de que cada sujeto
es representado y busca hacerse representar en las
relaciones de objeto, en las imagos, las identificaciones
y las fantasías inconscientes de otro y de
un conjunto de otros; de igual modo, en formaciones
psíquicas de este tipo cada sujeto liga entre
ellos y se liga con los representantes de otros sujetos,
con los objetos de objetos que alberga en él.
El trabajo intersubjetivo
del afecto en la clínica de los grupos
Si examinamos ahora cómo se ha efectuado ese
trabajo intersubjetivo de los afectos (y sobre los
afectos) en ese grupo, podríamos decir lo que
sigue:
La situación inicial de un grupo como este
moviliza afectos de inseguridad, de miedo, de confusión,
por la confrontación con una incertidumbre
acerca de «más de un otro» y a
causa de las investiduras pretransferenciales y de
las fantasías que las acompañan. Al
mismo tiempo que el yo [moi]
de los participantes se desorganiza bajo la
acción de los afectos desconocidos y peligrosos
que lo invaden, el grupo toma forma a través
de las identificaciones afectivas (por el afecto)
que la materialización del objeto-grupo requiere
y que los miembros del grupo establecen entre ellos.
Los afectos que, para Marc, Solange y Anne Marie,
y para otros participantes, no habían podido
ser articulados con representaciones aceptables, insistían
en el proceso asociativo del grupo, en las transferencias,
pero también trabajaban elaborativamente a
través de las asociaciones. Para cada uno de
ellos, la ligazón y la reinscripción
significante e historizante ha sido correlativa de
este juego de recogida y relanzamiento metafórica/metonímica,
entre la cadena asociativa del nivel del grupo y sus
propias asociaciones. Cada uno ha encontrado e inventado
ahí, gracias al trabajo del aprés-coup,
las representaciones que le habían faltado.
Pudo identificarlas en los otros, apropiárselas
sin permanecer en la identificación proyectiva
con sus porta-palabra. Marc pudo recuperarse como
aquél que, en el grupo, había literalmente
actuado, mediante el relato enigmático y angustiante
de un «acontecimiento traumático»,
para inyectar [1]
su contrainvestidura traumática en el espacio
del aparato psíquico grupal. En las series
asociativas y las fantasías de seducción
y de amenaza homosexual primaria que las organizaban,
Marc descubría que llevaba en su nombre la
huella de la inscripción que había adquirido
para él su posición en una fantasía
de azotamiento y de seducción por el padre
(ser golpeado y seducido por él). El sujeto
Marc llevaba esa marca.
Este trabajo de ligazón y de utilización
de las figuraciones y de las representaciones de palabra
hablada es precisamente lo que caracteriza al trabajo
de la intersubjetividad.
El proceso asociativo grupal permitió que
se manifestara y restaurara en cada uno el defecto
de funcionamiento de lo que Freud denominó,
en Tótem y tabú,
«der Apparat zu deuten», el aparato de
significar/interpretar por el que cada uno trata los
acontecimientos traumáticos transmitidos en
las generaciones y los grupos.
III. Transmisión sincrónica
y genealógica del afecto
Estas últimas observaciones nos remiten más
precisamente a la clínica de este grupo, ahí
donde el despertar del afecto del sujeto lo conduce
a interrogar el afecto suprimido del padre, no conocido
por él y no reconocido por el hijo. Esa fue
una de las preguntas de Solange, porta-palabra de
Anne Marie, de su propia madre y de su propia adolescencia.
Esta transmisión sincrónica del afecto
en el grupo cruza así una transmisión
intergeneracional del afecto.
En un estudio notable, J. Guillaumin (1991) llamó
nuestra atención sobre el interés que
presenta la hipótesis filogenética de
Freud a propósito del afecto. En Inhibición,
síntoma y angustia (1926), Freud indica
que, al lado de la angustia, «los otros estados
afectivos son también la reproducción
de acontecimientos antiguos de importancia vital,
eventualmente preindividuales. (...) las manifestaciones
afectivas pueden, en tanto reproductoras de acontecimientos
anteriores, prototípicos, ser interpretadas
como accesos histéricos estandarizados, típicos,
eventualmente preformados en forma congénita»
(G.W.XIV, 163-164). Este tema ya presente en Tótem
y tabú (1913), fue expuesto en Vue
d’ensemble sur les névroses de transfert
**
(1916).
Guillaumin resume así la tesis principal de
este texto: la hipótesis de Freud sobre una
filogénesis del afecto abre nuevas vías
sobre la transmisión del afecto, por el afecto,
y sobre el origen de este. Por esencialmente cuantitativo
que pudiera ser, el afecto sigue siendo vehículo
de un mensaje organizado, por así decir condensado
en el exceso mismo al que está condenada la
descarga energética en razón de la ausencia
de ligazón suficiente por parte de las estructuras
representativas de tipo cognitivo, y de la rigidez
de las contrainvestiduras correspondientes. El afecto
es un fenómeno precocísimo de la existencia
individual: lo que implica que contiene de entrada,
y que nos oculta de un modo particular, un sentido
originario, que está en lugar y posición
de representaciones a la vez todavía no advenidas
y sin embargo ya ausentes o perdidas.
Las diversas vías de la práctica psicoanalítica
dan acceso a una genealogía del afecto, anclado
sin que se lo reconozca, en la historia y la prehistoria
familiar. Las terapias familiares psicoanalíticas
proveen varios ejemplos. En los grupos, aunque no
siempre tenemos acceso a la genealogía familiar
del afecto [2],
siempre nos confrontamos con su co-ocurrencia sincrónica.
También nos encontramos con algo diferente
que la prehistoria del afecto para un sujeto singular
y su transmisión sin transformación
[3].
Nos encontramos con «paquetes de afectos»,
conglomerados, caotizados, pegados unos a otros, y
en esa medida más difíciles de transformar
y de ligar a representaciones. Debemos entonces descondensar
esos paquetes y remitirlos a la singularidad de cada
historia subjetiva, procurando al mismo tiempo comprender
cómo establecieron relaciones entre sujetos.
Pienso en dos situaciones, producidas en sesiones
de psicodrama psicoanalítico de grupo. Ilustran
más particularmente las nociones de un afecto
de grupo y de transmisión del afecto.
La transmisión de los
afectos corporales al «cuerpo grupal»
La primera situación es la de un pequeño
grupo dentro de un dispositivo en el que alternan
sesiones en grupo amplio, que reúne a los participantes
de otros pequeños grupos y al equipo de los
psicodramatistas. En el pequeño grupo que nos
interesa aquí, una de las sesiones había
estado dominada por intensas angustias de caída
y de derrumbe y varios participantes sufrían
el marasmo de estar desamparados. Uno de ellos había
experimentado una muy fuerte angustia tras una escena
de psicodrama en sesión plenaria, durante la
cual se había supuesto que los psicoanalistas
podrían caer en un agujero.
Durante la siguiente sesión, sobrevino un
tema de juego: fabricar con fragmentos de cada uno
un cuerpo grupal unificado. El juego se organizó
así: uno hizo el corazón, otro el ojo,
otro la boca, el pecho, el ano, los brazos, etc. Una
de las psicodramatistas representó la piel
continente de los diferentes órganos. En el
juego, ella relacionaba zonas erógenas unas
con otras y destacaba que las diferentes partes del
cuerpo estaban en buen estado. Sin embargo, tras un
momento de placer pacificado, algunos participantes
resultaron nuevamente sobrecogidos por el miedo y
las asociaciones se desarrollaron en una tonalidad
ligeramente maníaca. Los esfuerzos para unir
los afectos con las representaciones corporales parecían
fracasar y tropezar con resistencias cuyo objeto era
difícil de descubrir.
Esta escena tenía, sin embargo, cierta relación
con lo que ocurría en varios psicodramatistas,
afectados en su cuerpo por diversas somatizaciones
(dolores de cabeza, resfrío, disfonía):
en suma, el cuerpo grupal estaba sufriendo y se defendía
de sus males de diversas maneras, principalmente mediante
veladas festivas. El grupo de los psicodramatistas
sufría en su cuerpo imaginario de no sentirse
suficientemente unificado, sin duda a causa de la
presencia de nuevos colegas, cambios insuficientemente
pensados en la organización del equipo. La
situación de grupo nos pone constantemente
en presencia del anclaje conjunto del afecto en el
cuerpo y en el vínculo con el otro, porque
el afecto está desde el origen a la vez en
el cuerpo propio y en el vínculo con el cuerpo
del otro.
En este ejemplo entendemos que la sobrepresencia
del afecto atestiguaba el encuentro intempestivo entre
partes de cuerpo no integradas, entre zonas erógenas
y sus objetos, en los psicodramatistas y en los participantes.
Este exceso en desborde era también testimonio
de la carencia de pensamiento que hacía fracasar
momentáneamente el trabajo de representación
en los psicodramatistas: los participantes, que se
organizaban en espejo de lo impensado de los analistas,
les enviaban los signos sensibles de ello.
Tales situaciones no son raras, principalmente en
los grupos de psicodrama, durante escenas traumáticas,
pero también en ciertas situaciones en apariencia
totalmente anodinas, pero que contienen la característica
de hacer surgir el estupor, de precipitar al sujeto
en un actuar explosivo o en un movimiento de fuga
ciega ante la sensación de peligro inminente.
En todos estos casos, la función del aparato
interpretativo se dificulta y no puede ayudar al sujeto
en su búsqueda de protección contra
la realidad de las excitaciones, contra las impetuosidades
de las pulsiones y contra la angustia suscitada por
la invasión de los afectos. El efecto dinámico
mediante la figuración que caracteriza al trabajo
psicodramático no se produce; por el contrario,
éste parece producir efectos defensivos. Aspiramos
a la figurabilidad de las representaciones y de los
afectos haciendo del cuerpo (de sus emplazamientos
y de sus desplazamientos en el espacio del juego psicodramático,
un espacio que es el del encuentro con el cuerpo del
otro), el otro lenguaje fundamental con las representaciones
de palabra hablada, el otro eje de la figurabilidad.
Hay una puesta en tensión que invoca la palabra,
aunque sólo fuera para nombrar el afecto.
El trabajo de la intersubjetividad
en el tratamiento del afecto ligado al traumatismo
Otro ejemplo procede de mi experiencia con psicodrama
psicoanalítico de grupo con personas que han
vivido situaciones de fuerte carga traumática.
Practiqué este tipo de psicodrama porque tiene
la propiedad de ofrecer un espacio de figuración
a formaciones y procesos psíquicos mantenidos
en estasis repetitiva por efecto del traumatismo,
por no encontrar continentes de pensamiento y predisposiciones
significantes necesarias para la reactivación
de la representación. Es por lo tanto particularmente
pertinente para la elaboración de las experiencias
traumáticas, precisamente ahí donde
el preconsciente y la palabra son insuficientes.
El método que utilizo es el siguiente: los
participantes son invitados a relatar una situación
traumática que debieron afrontar, luego a dramatizar.
No dramatizan directamente la situación de
la que han hablado: la representación se organiza
a partir de un tema de representación que se
les ocurre, aquí y ahora, a consecuencia de
la evocación de esas situaciones. No los conduzco
por lo tanto hacia una dramatización directa
de la situación problemática, sino hacia
su elaboración mediante el rodeo de una situación
imaginaria, inventada en grupo, elegida y luego representada
según las reglas clásicas del psicodrama
psicoanalítico de grupo.
Se trata de un grupo constituido por psicoterapeutas
que se ocupan de pacientes expuestos a situaciones
traumáticas ligadas a la guerra. Hasta ahora
han trabajado sobre situaciones que atañen
a pacientes traumatizados, sin introducirse mucho
en su propia experiencia traumática. Llegué
a pensar que esas experiencias personales estaban
todavía congeladas.
Durante una sesión, que tiene lugar después
de que varios participantes estuvieron ausentes o
llegaron tarde, una de ellas, Ana, propone, incómoda,
hablar de un acontecimiento que ella misma vivió
durante la guerra cuando era niña, a los 11
años. Las alertas de bombardeo llevaban a las
familias a refugiarse en los sótanos. En una
de esas alertas, Ana llegó al refugio sola,
sin sus padres que estaban ocupados en otra parte.
Durante esa larga y terriblemente angustiosa espera,
dos heridos ensangrentados fueron transportados al
reducto, aterrorizando a los refugiados. No podían
proporcionarles verdadera asistencia ni evacuarlos.
Mientras se intenta aliviar a los heridos, en medio
del pánico, Ana está sola. Uno de los
heridos, un vecino que ella conoce bien, muere entre
atroces sufrimientos. Ella asiste a la escena, estupefacta.
Llama a sus padres. Algunos vecinos se ocupan de ella,
pero ella no tiene más recuerdos de lo que
pasó, ni del tiempo, ni de quienes estaban
ahí. Los padres no llegan y nunca llegarán.
Ella sabrá más tarde que fueron destrozados
por un disparo de mortero. Ya no recuerda lo que se
hizo por ellos.
Al hacer este relato, Ana llora, por primera vez
desde el drama. Los otros miembros del grupo también
lloran [4].
Habían «olvidado» haber sido afectados
por situaciones análogas: el deambular entre
las ruinas, las casas deshechas, el camino peligroso
bajo el disparo de los francotiradores. Los miembros
del grupo se conduelen, pero Ana no quiere ser consolada.
Tras el relato de Ana y el desasosiego que suscita,
me es difícil proponer la búsqueda de
un tema de juego. ¿Se puede jugar bajo el terror,
la consternación? Dejo pasar algún tiempo,
el tiempo para que algunas
palabras vengan a desanudar los afectos, y
aporten representaciones. Las primeras en llegar se
apoyan en la experiencia común, compartida,
en el grupo a propósito de las ausencias de
varios participantes durante la sesión precedente,
del miedo de que les haya «ocurrido algo».
Luego se evocan pensamientos que les surgieron a algunos,
como un flash intolerable, cuando se habló
del refugio donde Ana se había encontrado sola.
Les propongo decir algo de esos pensamientos y, luego
de su silencio, intentar encontrar un tema de juego.
Algunos protestan contra la idea de jugar a partir
de lo relatado aquí por Ana. Les digo que se
sienten identificados con Ana, que ha quedado en ellos
mucho desamparo no hablado, y que sus experiencias
son en algunos aspectos cercanas a las de Ana, y en
otros diferentes de la suya. Hablan de su angustia
ante el sufrimiento de los pacientes traumatizados,
de la ausencia de dispositivo para hablar de lo que
viven en su trabajo de psicoterapeutas. Recuerdan
un caso del que hablaron el día anterior, un
niño vagando entre las ruinas y viviendo solo
en los refugios destrozados. Las asociaciones son
caóticas. Están identificados con ese
niño, como con Ana niña hoy: el relato
los ha confrontado en un precipitado identificatorio
con el niño aterrorizado ante la muerte de
los padres asesinados, pero también con los
adultos aterrorizados por el herido. Ana habla por
primera vez de sus movimientos sádicos cuando
interroga a los adultos o a los adolescentes traumatizados.
Sentía demasiada vergüenza.
La evocación del refugio destrozado los lleva
a asociar nuevamente sobre las carencias de contención
de sus angustias de cuidadores confrontados con su
propia catástrofe y con movimientos de sadismo
o de masoquismo. Se elabora un tema: irían
a manifestar ante el médico jefe para reprocharle
su incompetencia y pedir ayuda para afrontar el horror.
El tema se transforma, sin duda demasiado directamente
ligado a los movimientos de transferencia [5].
Se propone, entre la risa y la burla, hacer un filme,
del tipo de La vida es
bella, de Begnini. Luego se propone la siguiente
situación, que será representada: un
médico nazi haría experiencias de sumisión
a la autoridad, del tipo de las de Stanley Milgram,
pero con una inversión: se le daría
salvoconducto a quien mejor simulara la víctima,
el otro desaparecería.
Se dispone el juego, es difícil encontrar
un «médico nazi»: poner en escena
el dilema y su violencia para sobrevivir. Pero se
comienza a jugar. El que envía las descargas
eléctricas y el cobayo se apegan al juego,
parecen disfrutarlo, luego quedan anonadados por lo
que ocurre sin que lo sepan, ya no comprenden de qué
se trata y finalmente se encolerizan y se rebelan.
Como se encuentran en un callejón sin salida,
alguien anuncia que el campo de concentración
acaba de ser liberado (como en el pseudo happy end
de La vida es bella).
Están aliviados, salieron mágicamente
del peligro. Pero, también volvieron a encontrar
los recursos para pensarlo.
El juego abrió la vía a la elaboración
de esta salida mágica y de lo que no llegaban
a jugar: los afectos experimentados en la preparación
del juego y en el juego se anudan con representaciones
conocidas y hasta entonces desconocidas para Ana y
algunos miembros del grupo. Seguramente el desamparo
sin socorro ni recurso, la impotencia, la estupefacción,
el abandono, pero también el placer sádico
y masoquista, su inversión en la sumisión
y el dominio, la burla, el odio, la rebelión
y la cólera.
El rodeo gracias al juego surgido de una situación
imaginaria, y no de la dramatización directa,
tiene por efecto que los participantes sean invitados
a despegarse de las situaciones expuestas. Pero es
claro que la evocación del traumatismo y el
rodeo por lo imaginario vuelven a poner a los sujetos
en contacto con las experiencias en las cuales, precisamente,
su capacidad de imaginar, de jugar y de metaforizar
fue arrasada. Están nuevamente en contacto
con un momento de su vida psíquica caracterizada
por un exceso o por un defecto o por un congelamiento
de los afectos, siempre por una insuficiencia de la
actividad de preconsciente. Es lo que el trabajo de
la intersubjetividad permite restablecer y elaborar.
He evocado el efecto dinámico mediante la
figuración en el juego psicodramático:
está estrechamente asociada a los efectos de
descondensación
de las representaciones por un lado y de los afectos
por el otro. Este trabajo de desagrupamiento
hace posibles las modalidades de ligazón y
de formulación-interpretación del afecto.
Para que este trabajo sea posible, es preciso que
el placer del juego acompañe el duelo por la
cosa traumática y que el afecto se pegue a
ella. La dramatización
hace posible el juego y el modo particular
de la puesta en escena psicodramática: abre
la posibilidad de representar en el espacio interno
y en el espacio del psicodrama la multiplicidad de
los objetos, de las instancias y de los personajes
psíquicos, los vínculos que este establece
entre ellos, y finalmente al sujeto mismo. La dramatización
es una representacción: liga la acción
psíquica en sí misma y/o sobre lo otro
que es el afecto con la representación por
la cual podrá establecerse un sentido, haciendo
así posible el desprendimiento del sujeto en
la escena inmovilizada del traumatismo, donde se pegan
también elementos de realidad y fantasía.
He intentado mostrar cómo se manifiestan,
se manejan, se reconocen y se transforman los afectos
en los grupos. Algunos afectos atañen al grupo
como objeto, otros al vínculo entre los miembros
del grupo, donde las identificaciones afectivas comunes
y compartidas crean una fuerza considerable y una
cualidad específica de la realidad psíquica
del grupo. La transmisibilidad directa del afecto
sugiere la idea de un contagio sincrónico,
que da a la temporalidad grupal esa dimensión
de lo inmutable y de la colusión.
Mantengo la idea de que el trabajo en grupo es el
trabajo de desagrupamiento
de esos «paquetes» de afectos condensados,
de esas adherencias al objeto mediante el afecto.
Ese trabajo consiste in
fine en la puesta en ligazón de lo que
por un lado constituye un paquete de afectos, y por
el otro un paquete de representaciones.
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