Sociedad
hipercomunicada y ensoñación
El sueño es un ámbito en el que ser humano
amortigua el espacio y con él todos los límites
y limitaciones. Cuando dormimos, comenta Gaston Bachelard,
el espacio pierde “sus estructuras, sus coherencias
geométricas. El espacio en que vamos a vivir
nuestras horas nocturnas ya no tiene lejanía”
(Bachelard 2005). En el sueño se produce la síntesis/con-fusión
del sujeto y la “realidad”. Esa misma fusión
se experimenta, por ejemplo, en la ficción televisiva,
cinematográfica o en los videojuegos, pero también
en toda experiencia de mediación simbólica
comunicativa. Manuel Castells llamó a esto “la
cultura de la virtualidad real”: “un sistema
en el que la realidad misma (esto es la experiencia
material/simbólica de la gente) es capturada
por completo, sumergida de lleno en un escenario de
imágenes virtuales, en el mundo del hacer creer,
en el que las apariencias no están sólo
en la pantalla a través de la cual se comunica
la experiencia, sino que se convierten en la experiencia”
(Castells 1996:449)
La sociedad hipercomunicada en la que vivimos puede
definirse, siguiendo a Walter Benjamin, como la época
del sueño como fenómeno colectivo (cfr.
Benjamin 2005). No se trata sólo de que el “sueño
impregna la vida de una cultura como las fantasías
de la noche dominan la mente del que duerme” (Mumford
1998). La sociedad vive una ensoñación
cuyas imágenes y símbolos son diseñados
y producidos en y a través del sistema de comunicación
social.
El tiempo de la producción industrial de las
metáforas, imágenes y ficciones es el
tiempo del sueño colectivo, el que parece tan
vívido -con tal fuerza afectiva- que no puede
distinguirse de la “realidad”. En la cultura
contemporánea, la oposición “sueño”
[social]/“realidad” [social] parece tener
límites muy difusos e incluso, se podría
decir, no necesariamente marcados por una censura prohibitiva
o coercitiva sino, sobre todo, por una “censura”
estimuladora, seductora y productora.
Estamos en la era de la proliferación al infinito
de la fantasía colectiva a través de una
multiplicidad de obras “creativas”: publicidad,
cine, periodismo, diseño, artes, arquitectura,
marketing, juegos interactivos, etc. Los productos culturales,
en tanto forman un sistema cultural, son mucho más
que simples objetos. Un halo los envuelve y sólo
por esa aureola siguen vivos en la vida social. Los
aparatos neotecnológicos se mantienen vivos en
la sociedad a causa de su realidad simbólica
y no por su funcionalidad o su utilidad. Su pertenencia
al mundo de las creencias y esperanzas colectivas hace
de las nuevas tecnologías lo que la sociedad
cree que son.
Vivimos en la época de la producción
sistemática del sueño colectivo a través
de un saber y una técnica específica,
el marketing –en el sentido amplio ya destacado-.
Los individuos de las sociedades modernas creen, esperan,
imaginan y sueñan asistidos en su producción
social y sistemática de imágenes, en y
a través de la comunicación. Y ese hacer
creer, esperar, imaginar y soñar acaba creando
el hacer de los individuos y de la sociedad.
Interpretar este modo de ser de la comunicación
y de la sociedad contemporánea exige comprender
la ensoñación colectiva desde un onirismo
sin reducir el imaginario social a representaciones
ideacionales ni a ideas de un determinado grupo dominante.
No sólo se trata de representaciones sino también
de afectos, deseos y emociones. No sólo son ideas
sino también imágenes, símbolos
y arquetipos. No sólo los produce un grupo dominante,
hay también negociación simbólica.
No sólo hay imposiciones violentas sino persuasión,
seducción y fascinación. El imaginario
social tiene una dimensión radical, irreductible
e inagotable cuyo constante fluir no puede reducirse
a producciones culturales y sociales concretas.
La hipótesis del imaginario –de la capacidad
humana de creación- supone a un sujeto sólo
parcialmente dueño de sus acciones. Un sujeto
productor de sus ensoñaciones y un sujeto-sujetado
al incesante fluir desfuncionalizado de su imaginación.
Imaginario y ensoñación suponen un sujeto
y una humanidad instalada en el límite entre
el automatismo y la autonomía. La vida humana
es una batalla nunca definitiva entre el yo y lo/s otro/s;
entre el hablar y el ser dicho; entre actuar y ser actuado;
en definitiva: entre imaginar y soñar o ser imaginado
y soñado. La ensoñación es ese
terreno liminal que, como el amanecer y el atardecer,
no se decide entre la conciencia y lo no consciente.
La ensoñación es la matriz de las experiencias
de los sujetos en relación con las nuevas tecnologías.
Una matriz que nos permite explorar algunos de los contenidos
de los sueño del sistema neotecnológico.
¿Con qué sujeto sueñan las nuevas
tecnologías?
Lo dicho hasta aquí obliga a reconsidera la
llamada “realidad” de las nuevas tecnologías
a la cual se enfrentarán los sujetos. Para decirlo
de manera muy simple: si la realidad no puede negarse
entonces obliga y el que debe cambiar es el sujeto.
Aunque pueda inventarse un dispositivo que la ponga
entre paréntesis, no puedo negar la ley de la
gravedad, debemos contar con ella. La comparación
no es casual Negroponte, en un célebre texto
de 1994, comparó el avance de las nuevas tecnologías
con la fuerza de la gravedad: ambas son imparables.
Y en muchos sentidos tenía razón.
El sistema tecnológico
sueña con sujetos confiados y creyentes:
confiados en que la solución a los problemas
tecnológicos requiere más tecnologías,
confiados en que sólo cabe esperar mientras seguimos
por el mismo camino, creyentes en los mensajes y en
las imágenes que promocionan el mundo que traerán
las tecnologías, creyentes en que una solución
técnica es neutra, no es política.
Somos soñados y viviendo
en ese sueño acostumbramos nuestro cuerpo a la
adaptación permanente a las pantallas,
a la velocidad, a los teclados, a las interfaces, a
las conexiones. Un sujeto que se considere incompleto,
necesitado de mutaciones psíquicas y corporales
que encuentran en las tecnologías la posibilidad
de in-corporar y
hacer cuerpo los aparatos. Normalmente comienza llevando
aparatos junto al cuerpo, luego en el cuerpo y finalmente
se sueña con que se conviertan en parte del cuerpo.
El cyborg es el horizonte del sistema técnico
del cual las tecnologías móviles (celulares,
etc.) constituyen uno de los caminos directos.
El sistema tecnológico
sueña con sujetos jóvenes que sepan
disfrutar del sueño tecnológico donde
los códigos son la diversión y la seducción.
No hay imposición, ni necesidad de adaptación
forzosa. Se trata de vivir alegremente en el país
de la ensoñación, los nativos digitales
no sufren las transformaciones, se adaptan rápidamente
porque así fueron educados: siempre móviles,
siempre conectados. Un sujeto que considere evidente
la utilidad de los aparatos, que cuando estén
disponibles los compre con ilusión y los use
con pasión hasta que el aburrimiento lo lleve
a la renovación. Un sujeto para quien la renovación
constante y cíclica de sus aparatos sea una necesidad
obvia e incuestionable.
El sujeto soñado es adaptable,
en camino de formación permanente; su modo de
vida es el continuo cambio total. Su problema es la
concentración en una única actividad,
la dedicación a una sola tarea. Lo natural es
la navegación: los terrenos líquidos,
sin límites fijos, confusos, sometidos a los
cambios de los vientos… un navegante que se maree
en los terrenos fijos y estables. El sujeto soñado
vive en el reino de la posibilidad total. Su “experiencia”
le dice que “todo es posible”. Y si no lo
es, sólo tiene que esperar porque lo será.
Y, como en toda creencia, la promesa encierra un olvido.
Lo prometido tecnológico es lo que ya se está
diseñando, proyectando o fabricando y si, en
el peor de los casos, no llegara a funcionar, no importa
mucho porque una nueva promesa hará olvidar la
anterior. Porque, como se sabe, en todas las creencias
sólo cuenta lo que justifica favorablemente el
credo. El sujeto soñado confía, no cae
en la falta de fe. Todos los días el milagro
tecnológico lo reafirma en su fe. No tiene tentación
de extrañar el pasado, camina confiado por el
desierto de lo real (para seguir la cita baudrillariana
de Matrix).
Un sujeto al que sólo
le interese el flujo constante, donde la realidad
es, a la manera de twiter, un constante fluir en el
que se pueda “pescar” por ecos y repeticiones
el evento que destaque y que me debe interesar. Un sujeto
capaz de vivir en estado de novedad permanente sin ansiedad,
ni agobios.
Un sujeto regido por el imperativo
tecnológico: lo que puede ser hecho, se hará.
Todo el sistema tecnológico contemporáneo
se fundamenta en esta ley como argumento último.
Si es posible clonar o hacer la bomba de hidrógeno,
por ejemplo, es necesario realizarlo porque si no lo
hacemos nosotros lo hará otro. Un sujeto para
quien la disponibilidad y la posibilidad tecnológica
signifiquen necesidad y obligación. Un sujeto
para quien la mera disponibilidad tecnológica
obligue a todos.
Un sujeto sorprendido constantemente
por las novedades de los aparatos y las soluciones
de los servicios. Un sujeto capaz de convertir su “experiencia”
del milagro diario en la evidencia de las bondades del
sistema tecnológico. Cada aparato le permite
“probar” lo que fue prometido a través
de los gurús y el marketing. “Prueba”
en sus dos sentidos, “degusta” y “fundamenta”
esa evidencia promocionada. Poseyendo o no, existe la
convicción inequívoca de que su presencia
es necesaria para la mejor y más rápida
consecución de los objetivos que impone la vida
social. Por ello, la necesidad se transforma en obligatoriedad.
Un sujeto “convergente”.
La convergencia es técnica, por ejemplo: el móvil
comenzó siendo un teléfono sólo
para voz; luego se convirtió en agenda, reloj,
base de datos, cámara fotográfica, radio,
cámara de filmación, terminal de Internet,
aparato de compra y medio de pago. Esta lógica
es la base de las nuevas tecnologías de la información
y de la comunicación pero también de la
lógica de los sujetos. Las profesiones tienden
a ser trasformadas por la “convergencia”
de oficios diferentes que se reúnen alrededor
de una persona con competencias heterogéneas.
Un periodista, por ejemplo, trabaja con la información;
eso significa que la busca, fotografía, filma,
redacta, edita, diseña y luego transmite a través
de periódicos gráficos, electrónicos,
por radio, por televisión, por Internet. El convergente
es el sujeto cuya adaptación supone una transformación
constante.
Un sujeto conectado continua
e instantáneamente. Las nuevas tecnologías
de la información y de la comunicación
sueñan con un sujeto regido por el imperativo
de la conexión perenne. Resulta inconcebible
tener un móvil apagado o no responder las comunicaciones
electrónicas. Tener un aparato de comunicación
implica la necesidad de estar conectado y, como prueba
de ello, responder instantáneamente. El imperativo
de conexión tecnológica parece obligar
a los sujetos a estar enchufados permanentemente a la
red social. De allí el imperativo de “estar
en contacto” donde se sobreentiende la relación
humana como “estar en contacto”. No se habla
de comunicarse, ni de informarse, sino de estar “conectado”
y “en contacto”.
Un sujeto en formación
permanente, es decir, una formación entendida
como relativización de los contenidos (argumentos,
historias, etc.) a favor del aprendizaje de métodos
formales (el “aprender a aprender”) que
impulsen las respuestas novedosas y adaptables para
un éxito rápido. Un sujeto para quien
los contenidos deben ser reducidos a etiquetas que,
por lo tanto, envejezcan rápidamente. Un sujeto
experto en “buscadores”, un profesional
en encontrar respuestas para el momento en el que se
debe actuar.
¿Qué miedos habitan en la ensoñación
de las tecnologías?
La ensoñación de las nuevas tecnologías
perfila unos sujetos cuyas representaciones, las afecciones
y deseos dialogan con los contenidos de las estrategias
del sistema tecnológico de mercado. La esperanza
se confunde con el miedo y la “gestión”
de estas posibilidades es la clave del “avance”
tecnológico. Sabemos de sus expectativas y esperanzas
pero ¿a qué le teme el sistema tecnológico?
¿Cuál es el miedo de las empresas tecnológicas
y de los gobiernos de los países que las alojan?
Las tecnologías
en tanto sistema parecen tener miedo a “parar”
y a “mirar atrás”. Las nuevas
tecnologías son inconcebibles sin una cierta
creencia en el progreso, en el mirar hacia delante,
el acelerar el paso convencidos de un futuro mejor.
El sistema político empresarial de las nuevas
tecnologías teme que la fe en el progreso se
desvanezca. Algún tipo de convicción ciega
sobre el futuro es necesaria para que las tecnologías
sean posibles. Hasta principios del siglo XX se lo llamó
“progreso”; desde la post Segunda Guerra
Mundial se lo llama “desarrollo” y se le
agregan diversos adjetivos: “sustentable”,
“sostenible”, “integral”, etc.
Mirar al futuro, mirar adelante, confiar que todo será
para mejor constituye una fe incuestionable desde la
cual las tecnologías se hacen posibles. Por ello,
el sistema tecnológico no se entendería
sin un sector de fabricación de creencias y esperanzas
colectiva. El marketing y la comunicación constituyen
uno de los elementos claves en la conformación
de fe que sostiene a las nuevas tecnologías.
Pero mirarlos desde una teoría conductista, como
la de promoción de productos o la de búsqueda
de los hábitos de consumo no ayuda mucho para
una correcta interpretación del papel del marketing
y la comunicación en relación las nuevas
tecnologías.
Entre lo no dicho y lo negado en los discursos sobresalen
las fuentes del miedo: dejar de mirar hacia adelante,
perder la velocidad, mirar hacia abajo. Las
nuevas tecnologías son imposibles sin algún
tipo de creencia de la sociedad en el progreso. Perder
esa fe y esa esperanza constituye el mayor de los miedos
del sistema tecnológico actual.
Ni el célebre Gólem del Rabí Loew
ni el famoso monstruo del Dr. Frankenstein, dos de los
imaginarios más potentes de las tecnologías
(cfr. Cabrera 2011), tienen nombre. Las tecnologías
han tenido siempre lo indefinido y lo ilimitado como
un campo abierto de metáforas. El gran desafío
de los promotores de las nuevas tecnologías es
estimular la imaginación de los posibles usuarios
y consumidores para que encuentren aplicaciones y usos.
La ausencia de límites legales, presupuestarios,
etc. es una solicitud recurrente entre investigadores
y tecnólogos para “ejercer con libertad”
su derecho de investigar sin restricciones.
La ausencia de límites es el único territorio
de una imaginación creativa; sin embargo, representa
también el terreno donde puede perderse más
fácilmente. En ese desierto ilimitado de la imaginación
tecnológica brota el miedo como una forma de
supervivencia: no regresar, no hundirse, sólo
mirar adelante, caminar lo más rápido
posible. Esos parecen ser los límites no cuestionados
por el sistema tecnocientífico. El atrás,
el regreso, el abajo y la lentitud son dudosas, equivalen
a regresar a la intemperie de la prehistoria. El que
se atreva a defenderlo es un neoluddita, un enemigo
del progreso tecnológico, un loco que no contempla
“la realidad”. Este es uno de los puntos
que es necesario volver a pensar porque las nuevas tecnologías
no pueden pensarse a sí mismas sin una referencia
al progreso, al avance y a la velocidad.
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