Nuestra experiencia, desde el equipo de Salud Mental
de la A.P.D.H. (Asamblea Permanente por los Derechos
Humanos), en el trabajo con personas desocupadas y
sus familiares, así como con ”dis-ocupados”
*,
nos hace considerar a la desocupación y a la
amenaza de desocupación como una violencia
social que produce una angustia que conceptualizamos
como traumática de origen social.
[1]
La violencia social que implica la desocupación
y su amenaza borra las fronteras entre lo público
y lo privado, con lo cual las familias y parejas pasan
de la vulnerabilidad social a la labilidad vincular
[2],
y refieren situaciones de descalificaciones, agresiones
y desconocimientos mutuos.
Nos focalizaremos en las mujeres que han concurrido
a nuestros talleres “de búsqueda de trabajo
o de un mejor trabajar”, las cuales, en su mayoría,
trabajaron durante un tiempo, dejaron de trabajar
“en el afuera del hogar” y se les hace
difícil reincorporarse al mundo laboral.
Consideramos que la mujer, que en los últimos
veinte años ha conquistado
un lugar en el mundo laboral;al
quedarse sin trabajo, ve muchas veces tambalear su
lugar de reconocimiento social y de consideración
como par en la pareja.
En el caso de que esta situación la lleve a
depender económicamente de su pareja o de sus
hijos, puede pasar a ser objeto de sometimiento y
de desvalorización.
[3]
La cultura patriarcal propició que las mujeres,
tanto en la crianza de los hijos como en el cuidado
de padres ancianos y nietos, tomen “naturalmente”
los lugares de repliegue a lo privado. Desde la sociedad
se naturaliza este repliegue hacia el interior, lo
que puede generar nuevas fragilizaciones en cuanto
a definir su lugar laboral, familiar y social bajo
la solapada y monolítica lógica de la
supremacía del varón. Es necesario que
las mujeres adquieran y desarrollen una conciencia
crítica de sí, de sus posicionamientos,
al emprender una salida laboral.
En el grupo taller proponemos una de-construcción:
búsqueda de los múltiples significados
de sus maneras de ubicarse en el mundo. Una vez hecho
este desglosamiento crítico, el grupo taller
tiene una potencia transformadora: cada mujer puede
verse en el espejo de la otra, dado que no le es ajeno
algo de lo que ella plantea; sus vivencias, las seudo
justificaciones de su inmovilidad laboral, el acatamiento
-sin saberlo- a lo que el entorno social le propone
implícita o explícitamente. Desde ese
lugar comparte sus vivencias y se refuerza entre todas
el pensamiento alerta, crítico, y las posibilidades
de generar nuevas ideas.
La impronta aportada por las herramientas técnicas
del Psicodrama, son de gran potencia para que cada
uno, en grupo, pueda mirarse y re-crearse.
[4]
En el grupo, estamos atentos a las diferentes lógicas
que puede utilizar cada integrante al proponerse volver
al campo laboral; lógicas binarias, excluyentes:
familia o trabajo; lógicas sometidas a lo socialmente
consensuado: para qué trabajar si con lo que
gano apenas pago a la empleada doméstica; lógicas
familiares extrapoladas al área laboral: relaciones
afectivo familiares en el trabajo que propician el
abuso y el maltrato laboral; lógicas imitativas
buscadoras de éxito rápido: ganancia
instantánea desde la primera vez, lo que puede
llevar a la frustración y a un mayor repliegue.
Al registrar las diferentes modalidades de salir al
externo laboral, contemplamos las singularidades de
sus deseos, potencialidades, obstáculos internos
y externos.
Por medio de la técnica psicodramática
de ocupar las tres sillas vacías que están
en el espacio escénico, se conectan con sus
sentimientos, pensamientos y con la sorpresa de reencontrarse
con sus fortalezas y habilidades no registradas como
tales. Esto les permite pensar, con el grupo y con
el equipo coordinador, su propia manera de emprender
un trabajo, o sea, respetándose su singularidad,
en su alteridad y en sus diferencias con lo esperado
para ellas.
Algunas mujeres que se habían sometido, sin
percatarse, a las expectativas para con ellas, en
sus funciones de servicio a los otros, no parecen
enojadas y al pensar sus reposicionamientos pueden
reconocer las trampas de los mandatos sociales, la
violencia impuesta intrusiva en la elección
de su propia actividad laboral. Carlos Alberto Paz
(1987) señala como una capacidad adulta el
poder indignarse para poder dilucidar las violencias
ajenas y propias a las que están expuestas
[5].
Estamos atentos al “conformismo adaptativo”
[6]
por medio del que, con tal de ser aceptadas o reconocidas,
pueden llegar a ser cualquier cosa a cualquier precio.
Los indicadores son: la pasividad, la confusión,
la ambigüedad, la queja y la paralización
que puedan presentar.
Son varios los motivos por los cuales las mujeres
que en algún momento trabajaron, lo han dejado
de hacer y que luego de años desean y necesitan
volver al campo laboral. Algunos de los motivos por
los que dejaron de trabajar son: la crianza de sus
hijos, el cuidado de padres mayores enfermos, el acuerdo
de que fuera el esposo quien ingresara dinero al hogar;
y luego, a la muerte o internación de esos
padres que cuidaban, crecimiento de los hijos o separación
de su pareja, desean volver al campo laboral.
Asimismo, la necesidad de que haya otro aporte económico
más en la familia, suele surgir por diferentes
causas: la desocupación o subocupación
del marido, la separación matrimonial siendo
el marido el proveedor, recibir una jubilación
escasa, a lo que se suma la necesidad de no quedarse
inactiva.
En una de las instancias de los talleres, cuando
trabajamos sobre los deseos de hacer, está
el ejemplo de María quien expresó que
hubiera querido ser detective y termina estudiando
administración de consorcios y ahora trabaja
con una amiga, aumentando los ingresos que le da su
magra jubilación.
Otra razón habitual para buscar trabajo está
en el hecho de sentirse ya mayores, con hijos grandes,
encontrarse con necesidad de salir afuera del hogar,
de realizarse en otra área que no sea la hogareña
y con el razonamiento de que ya no quedan tantos años
para hacerlo.
También han concurrido a los talleres mujeres
profesionales que se distanciaron de su práctica
profesional por diversos motivos, jubiladas que quieren
trabajar en áreas diferentes y de manera autónoma
y que se sienten todavía con potencial suficiente
para desarrollar alguna actividad.
Es importante, como motor de esta búsqueda,
el deseo de ser reconocidas, y por lo tanto reconocerse,
como valiosas en otros espacios y por otras personas
que no sean familiares, conocidos o amigos. Si bien
esta necesidad de reconocimiento es universal, en
las mujeres se necesita una doble valoración
por el mítico rol de la mujer en el hogar,
no valorizado, y el que perdieron en el afuera, valorizado
socialmente.
Se encuentran, muchas veces luego de la permanencia
prolongada en el hogar, no sabiendo
cuánto valen, quienes son para los otros
extra familiares, qué posibilidades y potencialidades
tienen, olvidan sus viejos anhelos o estudios. Sienten
que, ante la urgencia, es absurdo conectarse con lo
que les gusta; como por ejemplo Juana que se "olvidó"
que había estudiado 3 años de Medicina…..y
se ofrecía para trabajar de cualquier cosa.
La angustia por estar pasando una emergencia habitacional,
de salud, familiar o económica les hace sentir
que tienen que trabajar de lo primero que aparezca,
dejando de lado sus deseos, anhelos y expectativas,
llegando a negar su experiencia anterior.
Trabajando con técnicas de dinámica
de grupos y con técnicas psicodramáticas
van pudiendo sentir y reflexionar aquello negado,
asociándose con sus anhelos. Trabajo necesario
porque, al no dar lugar a su deseo, se menoscaba su
autoestima con consecuencias difícilmente evaluables,
y se pueden invisibilizar sus potencialidades y capacidades
personales y laborales.
Está el ejemplo de Flavia, que pensaba que
sólo sabía sobre quehaceres domésticos
y que sus estudios anteriores estaban en desuso; al
desplegar su elocuencia y capacidad de convencer al
otro, en el intercambio con los compañeros
por medio de un role playing, se dio cuenta de que
era una excelente promotora y vendedora. Esto hizo
que le ofreciera a Mabel, una integrante tímida
del grupo, la posibilidad de asociarse y vender la
ropa que ella fabricaba… y finalmente formaron
un buen equipo.
Algunas de las mujeres necesitan saber, por un lado,
si tienen las habilidades necesarias para realizar
lo que les gustaría hacer y, por otro lado,
si su elección tendría posibilidades
en el mercado y -en ese caso- cómo llevarla
a cabo. Con este fin realizamos dos charlas de capacitación
sobre micro-emprendimientos, con dos especialistas
que las orientan, cuyos contenidos se continúan
trabajando con el grupo.
A veces, la ocasión y posibilidad de tener
su propio emprendimiento viene de la mano de un familiar
que les ofrece "ayudar" en su propio emprendimiento;
esta situación puede llevar, de no estar alertas,
a ser “la que ayuda” realizando una tarea
en la que no son reconocidas y remuneradas de manera
acorde, ubicándose en un rol confuso, más
ligado a lo familiar que a lo laboral, más
reconocido y valorizado.
Esto se apoya en el hecho de que el trabajo realizado
“al interior del hogar” que incluye el
cuidado de familiares, la crianza de hijos, la organización
diaria, es vivido como un tiempo inutilizado laboralmente,
con una sensación de vacío, de algo
no inscripto como valor durante esa etapa. Así,
los recursos y habilidades, que pusieron en juego
para hacerse cargo de la casa y de los hijos, no son
capitalizados, encarnando la marca de nuestra cultura
respecto de que las tareas realizadas en el interior
del hogar no son valorizadas y ni siquiera registradas
como trabajo. En ese sentido, la jubilación
de ama de casa posee un efecto de valoración
y reparación a nivel simbólico.
En el grupo taller trabajamos la falta de reconocimiento
y, al ser reconocidas, reconocen a los otros y se
reconocen en sus potencialidades como un capital adecuado
para la vida laboral, pudiendo emprender un nuevo
camino que les permita crecer espiritual y económicamente,
valorarse y ocupar un lugar en el espacio social.
Algunos comentarios de las participantes:
CELINA: "Me incomoda cobrar porque desmerezco
lo que hago”. Se le señala que ella no
se valora, siente que “el reconocimiento tiene
que venir de afuera”.
RAQUEL: dice que se siente “cada vez más
chiquita y aterrada”. Comenta que se quedó
pensando en la palabra "deseo" que trabajamos
en el grupo la semana pasada y que ante "el yo
no puedo" recurre, como justificativo, a las
enfermedades como mareos, contracturas, etc., que
– entendemos - aparecen como defensa frente
al cambio de posición subjetiva.
PATRICIA: Quiere "...trabajar en un comercio,
o cuidar chicos....quiero ayudar... estoy pasando
por una situación económica difícil...",
Sin embargo es ella la que necesita ayuda en estos
momentos, entonces, invierte la situación,
no registra "lo que ella necesita".
M. DEL PILAR: “Mi límite es la edad”
(tiene 55 años y lo dice muy convencida) pensando
solamente en trabajos en relación de dependencia.
INES: Receta flores de Bach, "Acá me
di cuenta que mí inconveniente es darme a conocer",
hasta ahora trabajaba con familiares y amigas, "me
cuesta salir y enfrentar el mundo", o pasar de
lo primario-familiar a lo secundario-el afuera social.
ALINA: Es profesora de historia, jubilada, viuda,
siente que "se margina y la marginan" si
no trabaja, no tiene nada para aportar, ni siquiera
en una conversación de amigos. Se siente estigmatizada.
SUSANA: Se siente “señalada" cuando
le preguntan en que trabaja porque no está
trabajando. Tiene 41 años, título universitario,
tuvo una beca en el exterior, trabajó en empresas
y agencias de publicidad, dice "No logro insertarme,
como yo quisiera". Sus expectativas le impiden
adaptarse a la realidad.
Por otro lado podemos pensar, pero esto quizá
merece ser tratado en otra nota, que los efectos de
la desocupación y la amenaza de la desocupación
sobre familias y parejas, permite ver que los estereotipos
de género se han mantenido a lo largo de estos
años o reaparecen en las crisis.
Algunas de estas mujeres, en cuyas vidas de pareja
los roles no estaban regidos por los modelos tradicionales,
al quedarse sin trabajo uno de ellos, especialmente
si es el varón, regresionan al viejo modelo
patriarcal [7]
y el varón desocupado es descalificado y denigrado
por el entorno y por sí mismo por no ser el
proveedor.
Los mandatos sociales de género sobre la significación
del trabajo para el hombre y la mujer refuerzan las
imposiciones ejercidas sobre el vínculo de
pareja. Hemos notado cómo muchas mujeres están
excesivamente pendientes de las respuestas de su entorno
inmediato al pensar en volver al mundo del trabajo,
siendo habitual que en el grupo comenten estas reacciones
de sus allegados para con ellas. “La encuesta
sobre sí mismo se hace en los múltiples
espejos de los otros, que son el único y difícil
camino del estilo personal de ser en el mundo”.
[8]
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