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Autor: Paul Strand. Título: Four old fishermen
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yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar

 

Cornelius Castoriadis militó tempranamente en el Partido Comunista Griego - en su adolescencia - pero en poco tiempo comenzó a denunciar al régimen soviético, adelantándose en mucho tiempo a la visión del Gulag no como un accidente de una revolución que desvió sus fines, sino como el resultado lógico de una planificación que no podría llevar a otro sitio que a ese, destino preformado en los equívocos de Marx. Se diferenciará de éste con el paso de los años, en una actitud crítica que no evita reconocer lo que de Marx debe rescatar todo pensamiento crítico en la sociedad contemporánea. Haber adherido al trostskismo le valió la persecución de fascistas y comunistas. Esto lo obligará a exiliarse en París en 1945.

No detendrá su denuncia, que siempre será acompañada de propuestas y actos coherentes con éstas. Dirá, entonces, que no podrá arribarse al socialismo con un partido basado en el marxismo, sino a partir de la creación, por parte de los propios obreros, de organismos de dirección de la producción y de la sociedad. Anticipó la creación de Consejos Obreros como los que se produjeron en Hungría en 1956. Y hablará de la URSS como un régimen social que, a posteriori de la Revolución de 1917, se convirtió - merced a la concentración absoluta del poder en el Partido Bolchevique - en un "capitalismo burocrático total y totalitario".

A partir de la década del 60, de la mano de su travesía por el Psicoanálisis - como analizado primero, como analista un tiempo después - sus posiciones irán desarrollándose de la mano de su "encuentro" con Freud. Mayo del 68 tendrá en el grupo que lideraba - Socialismo o Barbarie - la fuente de mucha de su inspiración, y las ideas de Castoriadis - como la del poder de la imaginación, su llamado a la autonomía – encontrarán lugar en la acción. Pero sus adherentes no sabían de quién se trataba, tal vez ni supieran de dónde venían esas ideas que los inspiraban, ya que por ese entonces Castoriadis utilizaba seudónimos para no ser deportado.

Fue definiendo para ese entonces - al tiempo que disolvía a Socialismo o Barbarie por considerar que había fracasado en su tarea - que la economía es una parte no determinante, sino orgánica de todo régimen social, rompiendo con la idea marxista de la determinación del dominio de lo histórico-social por parte de lo económico. También, que no hay ningún "destino de gloria" fijado de antemano, que la utópica idea de la marcha indetenible hacia el socialismo era una peligrosa falacia. Llamó entonces a retomar el pensamiento griego en relación a la política, recordando que el siglo V AC y la Revolución Francesa fueron dos momentos donde los hombres pudieron reflexionar sobre su propio destino, rompiendo con el estado de heteronomía que les hacía creer que las leyes eran obra de dioses, antepasados canonizados, etc., pasando a descubrir que estaba en sus manos darse las leyes.

Ya hacía tiempo - desde los 60 - que venía destacando el papel positivo de todo movimiento de minorías que, luchando por sus derechos, introducían duraderas modificaciones en el horizonte social: los movimientos contra el racismo, los de las feministas, de los jóvenes, y últimamente de los movimientos ecologistas, eran para Castoriadis la muestra de que pueden crearse instituciones donde la autonomía se produzca - sin esperar a un cambio global de la sociedad, el cual por otra parte no debe perderse de la mira. Su llamado de esos últimos años a la creación de Agoras iba en ese sentido: producir instituciones que se establezcan en un espacio público-privado, en una época en la cual lo privado es lo que prevalece, y lo público se hace cada vez más extraño. Propone así la división en esferas de la acción social: la Ekklessia, o esfera de lo público, el Oikos, o esfera de lo familiar-privado, y un tercer espacio: la mencionada Agora. La mira última sería la del establecimiento de la Ekklesia, el lugar de las decisiones del conjunto, una asamblea pública general con órganos intermedios compuestos por todos aquellos que tengan algo que ver con los distintos niveles de la actividad social. Esto implica, obviamente, un modo de democracia directa, donde las leyes no estén separadas de quienes deben cumplirlas, donde no haya delegación sino participación directa. No debe haber gobernantes separados de la vida real de la sociedad, ni partidos políticos o cualquier otro grupo que asuma la responsabilidad del conjunto. Esto es lo que Castoriadis llama una sociedad autónoma. También insistió en la diferenciación entre un régimen democrático, y los procedimientos democráticos, a los que se reducen las democracias occidentales en la actualidad.

En sus últimas obras – en su análisis de la sociedad contemporánea - denunció el avance de la in-significancia. Por éste debe entenderse la pérdida de sentido de la vida en común, la pérdida del nosotros indispensable para la existencia y producción de un proyecto colectivo. Para Castoriadis esta es la primera vez que se da que una sociedad no tiene ningún proyecto para sí misma, estando en la actualidad librada a las fuerzas depredatorias del mercado, al conformismo generalizado, a la privatización de lo público y a la destrucción del medio ambiente.

Pese a ser un implacable crítico del régimen de la URSS (solía decir: cuatro palabras, cuatro mentiras), esto no le impidió ver - además - las lamentables consecuencias de la caída del Muro de Berlín y la vertiginosa pulverización (ese es el término que utilizó) de aquella. Llamaba la atención sobre la finalización de un régimen totalitario (el totalitarismo ha ocupado un lugar esencial en el pensamiento de Castoriadis, a partir de su crítica al stalinismo) que en su caída producía una suerte de martillazo sobre la tumba de un movimiento que pretendía producir una sociedad autónoma. Al sufrir la desilusión, muchos sacan una rápida y fácil conclusión: confunden la ilusión del comunismo con la idea de que pueda existir una sociedad diferente. Podrá haber muerto el socialismo en la forma que tomó durante el siglo XX, pero no el proyecto de una sociedad autónoma. Lo que muere es el imaginario político del marxismo-leninismo: el de la delegación. Si hubiera un próximo movimiento emancipatorio lo será sobre la base de la autonomía y no de la delegación. Castoriadis insistirá en la necesidad de instituir formas de participación directa, de democracia directa, apostando a que todo futuro movimiento político deberá ser de los ciudadanos.
La actual sociedad está dominada por el imaginario social capitalista: producir, consumir, racionalizar, dominar. En este esfuerzo por un dominio total, lo que el capitalismo produce es un pseudo-dominio, desencadenando fuerzas destructivas que no sabe como contener (como la depredación ecológica, el desempleo, la pauperización creciente, las crisis financieras, etc.). Será terminante Castoriadis en un punto: democracia y capitalismo son incompatibles.

Finalmente, el mismo Castoriadis, en la introducción a La sociedad burocrática, realiza una pormenorizada descripción de su pensamiento a lo largo del tiempo. Puntualizaré esto muy abreviadamente. Castoriadis divide su recorrido en etapas claramente demarcadas.

I - Del análisis de la burocracia a la gestión obrera (años 1944/48)
La revolución rusa es descripta en este período como la eliminación de la clase dominante por una clase de burócratas privilegiados. Así, la burguesía es eliminada sin una revolución del proletariado. El desarrollo verdadero de una revolución es el desarrollo de los órganos autónomos de las masas. (consejos, comunas, soviets, comités de fábrica, etc.).

Castoriadis diferencia su posición de la de Trotsky en relación a la URSS: no se trata de un estado obrero degenerado. No puede haber dictadura del proletariado llevada a cabo por un partido totalitario. El régimen ruso es otra cosa que un accidente pasajero. El pensamiento de Trotsky, saludado por Castoriadis, sin embargo no escapa a las tendencias burocráticas orgánicamente incorporadas en el partido bolchevique desde el inicio. No puede analizarse el modo de ser de la URSS desde el cuadro teórico del marxismo. Aquí surge una nueva concepción de la burocracia y del régimen ruso. Si la propiedad privada clásica es eliminada mientras que los trabajadores continúan siendo explotados, desposeídos y separados de los medios de producción, la división social - en clases - deviene división entre dirigentes y ejecutantes en el proceso de producción; la capa dominante garantiza su estabilidad y la transmisión de sus privilegios a sus descendientes mediante mecanismos sociológicos.
De este modo, Castoriadis adopta el término de capitalismo burocrático y no de capitalismo de Estado. Se produce el surgimiento de una nueva clase explotadora. Una revolución socialista no puede limitarse a la eliminación de los patrones y la propiedad privada de los medios de producción; debe también desembarazarse de la burocracia y de la disposición que ella ejerce sobre los medios y el proceso de producción: abolir la división entre dirigentes y ejecutantes. Debe ser la gestión obrera de la producción: el poder total ejercido sobre la producción y sobre el conjunto de las actividades sociales por los órganos autónomos de las colectividades de trabajadores. Esta autogestión es posible con la destrucción del orden existente, particularmente la abolición del aparato del estado separado de la sociedad, de los partidos y de los órganos dirigentes.

II- Crítica de la economía marxista años (1950/54)

Hasta este momento, dirá Castoriadis, la perspectiva histórica y las interpretaciones que fueron surgiendo en los textos de Socialismo o Barbarie estaban apresados en la metodología tradicional - Trotsky incluido -. Analiza las razones de los errores (entre ellos el pensar en la inevitabilidad de una Tercera Guerra Mundial). Rescata de la obra de Marx no que "la anatomía de la sociedad debe buscarse en la economía política", sino su audacia y profundidad de visión histórica y sociológica, que sostiene su desarrollo económico.

III - La superación del universo capitalista y el contenido del socialismo (años 1955/58)

En este período, los desarrollos van en el sentido de sostener que poner la técnica, la educación del capitalismo, etc., al servicio del socialismo implica simplemente más capitalismo para todos. Los postulados de "racionalidad" del capitalismo están intactos en la obra de Marx. Así, la verdadera lucha de clases se produce en la fábrica misma, estando por un lado los obreros (organizados o no) y por el otro el plan de producción. No hay revolución socialista sin instaurar igualdad absoluta de los salarios.

II- IV - El capitalismo moderno (años 1959/60)

Castoriadis señalará la privatización sin precedentes de la vida, la pseudo-racionalidad del capitalismo, y el creciente proyecto capitalista burocrático. No se puede definir al socialismo únicamente a partir de la transformación de las relaciones de producción, así como continuar considerando al proletariado como depositario privilegiado del proyecto revolucionario. Del mismo modo, el concepto de dirigentes y ejecutantes no permite más sostener un criterio de distinción de clases. El concepto mismo de explotación deviene indeterminado.
Ahora, el proyecto revolucionario concierne más que nunca a la totalidad de los hombres - dentro de la cual los proletarios conservan un status soberano -.

V - La ruptura con el marxismo (años 1960/64)

En este período los desarrollos de Castoriadis irán en el sentido de afirmar que no es simplemente el movimiento obrero tradicional el que está muerto, sino el cuerpo mismo de la teoría marxista. Escribe, en esta época, su texto fundamental de crítica del marxismo: Marxismo y teoría revolucionaria, título del primer volumen en español de La institución imaginaria de la sociedad. El marxismo conserva en un nivel esencial el universo racionalista burgués en su nivel más profundo. Está habitado por un progresismo esencial, por una confianza absoluta en una razón histórica, etc. Marx, sostendrá Castoriadis, tuvo una intuición genial, que luego él mismo cerró.

VI - La sociedad instituyente y el imaginario social (años 1964/65)

En este período los textos de Castoriadis sostendrán que no hay superación de la antinomia entre teoría y práctica en el marxismo. Hay una antinomia irresuelta entre la actividad de los revolucionarios, basada en la tentativa de una anticipación racional del desarrollo a producirse, y la revolución en sí, como explosión de la actividad creadora de las masas, sinónimo de un trastorno de las formas históricamente heredadas de racionalidad. De este modo sostendrá que la historia es, dentro de amplios márgenes, creación inmotivada. Toda sociedad, su institución misma, es posición primera e inmotivada de significaciones a-reales y a-racionales, a partir de las cuales lo racional mismo puede ser definido, organizado, etc. Así se producirá la creación de significaciones imaginarias sociales, a partir de la imaginación radical. Se originan así los esquemas y figuras que son las condiciones últimas de lo representable y lo pensable.

El contenido de un proyecto revolucionario debe entenderse como la mira, el objetivo, de una sociedad devenida capaz de un cuestionamiento permanente de sus instituciones. La sociedad post-revolucionaria no será simplemente una sociedad autogenerada; será una sociedad que se autoinstituye explícitamente, no de una vez por todas, sino de manera continua. La cuestión de la validez de la ley se mantendrá permanentemente abierta.

VII - La cuestión presente (1972)

El término mismo de revolución ya no es considerado como apropiado por Castoriadis. No se trata simplemente de una revolución social, de la expropiación a los expropiadores, de la gestión autónoma del trabajo y de todas las actividades de los hombres. Se trata de la autoinstitución permanente de la sociedad, de un salirse de formas milenarias de la vida social, poniendo en causa la relación del hombre y sus semejantes y los niños, la ideas, todas las dimensiones del saber, poder, ser. Esto sólo puede ser llevado a cabo por la actividad autónoma y lúcida de los hombres.

Luego de este período vendrán sus desarrollos referidos a las esferas de lo histórico social - detalladas arriba -; su profundización en lo referido a la autonomía; la democracia y su relación con la tragedia; la diferenciación entre la democracia como procedimiento y como régimen; etc. Y, sobre todo, su tesis acerca de lo que ha denominado como avance de la insignificancia: la destrucción del sentido socialmente instituido, de su magma de significaciones imaginarias sociales. Esta pérdida de sentido colectivo es puesta en el centro de su mirada política: hace falta la creación de nuevas significaciones, ligadas al proyecto de la autonomía, para salir del letargo en el que las sociedades occidentales arrojan a sus pueblos, para permitir que éstos salgan del conformismo de pensar al consumo como el objetivo de sus vidas, sea tanto los que participan del mismo, como los que están excluidos. Apostó, en sus últimos años, al despertar de la imaginación que les permita a los pueblos darse nuevas instituciones promotoras de autonomía, en ruptura con el proyecto capitalista.


 
 
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