Cornelius
Castoriadis militó tempranamente en el Partido
Comunista Griego - en su adolescencia - pero en poco
tiempo comenzó a denunciar al régimen
soviético, adelantándose en mucho tiempo
a la visión del Gulag no como un accidente
de una revolución que desvió sus fines,
sino como el resultado lógico de una planificación
que no podría llevar a otro sitio que a ese,
destino preformado en los equívocos de Marx.
Se diferenciará de éste con el paso
de los años, en una actitud crítica
que no evita reconocer lo que de Marx debe rescatar
todo pensamiento crítico en la sociedad contemporánea.
Haber adherido al trostskismo le valió la persecución
de fascistas y comunistas. Esto lo obligará
a exiliarse en París en 1945.
No detendrá su denuncia, que siempre será
acompañada de propuestas y actos coherentes
con éstas. Dirá, entonces, que no podrá
arribarse al socialismo con un partido basado en el
marxismo, sino a partir de la creación, por
parte de los propios obreros, de organismos de dirección
de la producción y de la sociedad. Anticipó
la creación de Consejos Obreros como los que
se produjeron en Hungría en 1956. Y hablará
de la URSS como un régimen social que, a posteriori
de la Revolución de 1917, se convirtió
- merced a la concentración absoluta del poder
en el Partido Bolchevique - en un "capitalismo
burocrático total y totalitario".
A partir de la década del 60, de la mano de
su travesía por el Psicoanálisis - como
analizado primero, como analista un tiempo después
- sus posiciones irán desarrollándose
de la mano de su "encuentro" con Freud.
Mayo del 68 tendrá en el grupo que lideraba
- Socialismo o Barbarie
- la fuente de mucha de su inspiración, y las
ideas de Castoriadis - como la del poder de la imaginación,
su llamado a la autonomía – encontrarán
lugar en la acción. Pero sus adherentes no
sabían de quién se trataba, tal vez
ni supieran de dónde venían esas ideas
que los inspiraban, ya que por ese entonces Castoriadis
utilizaba seudónimos para no ser deportado.
Fue definiendo para ese entonces - al tiempo que
disolvía a Socialismo
o Barbarie por considerar que había
fracasado en su tarea - que la economía es
una parte no determinante, sino orgánica de
todo régimen social, rompiendo con la idea
marxista de la determinación del dominio de
lo histórico-social por parte de lo económico.
También, que no hay ningún "destino
de gloria" fijado de antemano, que la utópica
idea de la marcha indetenible hacia el socialismo
era una peligrosa falacia. Llamó entonces a
retomar el pensamiento griego en relación a
la política, recordando que el siglo V AC y
la Revolución Francesa fueron dos momentos
donde los hombres pudieron reflexionar sobre su propio
destino, rompiendo con el estado de heteronomía
que les hacía creer que las leyes eran obra
de dioses, antepasados canonizados, etc., pasando
a descubrir que estaba en sus manos darse las leyes.
Ya hacía tiempo - desde los 60 - que venía
destacando el papel positivo de todo movimiento de
minorías que, luchando por sus derechos, introducían
duraderas modificaciones en el horizonte social: los
movimientos contra el racismo, los de las feministas,
de los jóvenes, y últimamente de los
movimientos ecologistas, eran para Castoriadis la
muestra de que pueden crearse instituciones donde
la autonomía se produzca - sin esperar a un
cambio global de la sociedad, el cual por otra parte
no debe perderse de la mira. Su llamado de esos últimos
años a la creación de Agoras
iba en ese sentido: producir instituciones
que se establezcan en un espacio público-privado,
en una época en la cual lo privado es lo que
prevalece, y lo público se hace cada vez más
extraño. Propone así la división
en esferas de la acción social: la Ekklessia,
o esfera de lo público, el Oikos,
o esfera de lo familiar-privado, y un tercer espacio:
la mencionada Agora.
La mira última sería la del establecimiento
de la Ekklesia,
el lugar de las decisiones del conjunto, una asamblea
pública general con órganos intermedios
compuestos por todos aquellos que tengan algo que
ver con los distintos niveles de la actividad social.
Esto implica, obviamente, un modo de democracia directa,
donde las leyes no estén separadas de quienes
deben cumplirlas, donde no haya delegación
sino participación directa. No debe haber gobernantes
separados de la vida real de la sociedad, ni partidos
políticos o cualquier otro grupo que asuma
la responsabilidad del conjunto. Esto es lo que Castoriadis
llama una sociedad autónoma. También
insistió en la diferenciación entre
un régimen democrático, y los procedimientos
democráticos, a los que se reducen las democracias
occidentales en la actualidad.
En sus últimas obras – en su análisis
de la sociedad contemporánea - denunció
el avance de la in-significancia. Por éste
debe entenderse la pérdida de sentido de la
vida en común, la pérdida del nosotros
indispensable para la existencia y producción
de un proyecto colectivo. Para Castoriadis esta es
la primera vez que se da que una sociedad no tiene
ningún proyecto para sí misma, estando
en la actualidad librada a las fuerzas depredatorias
del mercado, al conformismo generalizado, a la privatización
de lo público y a la destrucción del
medio ambiente.
Pese a ser un implacable crítico del régimen
de la URSS (solía decir: cuatro palabras, cuatro
mentiras), esto no le impidió ver - además
- las lamentables consecuencias de la caída
del Muro de Berlín y la vertiginosa pulverización
(ese es el término que utilizó) de aquella.
Llamaba la atención sobre la finalización
de un régimen totalitario (el totalitarismo
ha ocupado un lugar esencial en el pensamiento de
Castoriadis, a partir de su crítica al stalinismo)
que en su caída producía una suerte
de martillazo sobre la tumba de un movimiento que
pretendía producir una sociedad autónoma.
Al sufrir la desilusión, muchos sacan una rápida
y fácil conclusión: confunden la ilusión
del comunismo con la idea de que pueda existir una
sociedad diferente. Podrá haber muerto el socialismo
en la forma que tomó durante el siglo XX, pero
no el proyecto de una sociedad autónoma. Lo
que muere es el imaginario político del marxismo-leninismo:
el de la delegación. Si hubiera un próximo
movimiento emancipatorio lo será sobre la base
de la autonomía y no de la delegación.
Castoriadis insistirá en la necesidad de instituir
formas de participación directa, de democracia
directa, apostando a que todo futuro movimiento político
deberá ser de los ciudadanos.
La actual sociedad está dominada por el imaginario
social capitalista: producir, consumir, racionalizar,
dominar. En este esfuerzo por un dominio total, lo
que el capitalismo produce es un pseudo-dominio, desencadenando
fuerzas destructivas que no sabe como contener (como
la depredación ecológica, el desempleo,
la pauperización creciente, las crisis financieras,
etc.). Será terminante Castoriadis en un punto:
democracia y capitalismo son incompatibles.
Finalmente, el mismo Castoriadis, en la introducción
a La sociedad burocrática,
realiza una pormenorizada descripción
de su pensamiento a lo largo del tiempo. Puntualizaré
esto muy abreviadamente. Castoriadis divide su recorrido
en etapas claramente demarcadas.
I -
Del análisis de la burocracia a la gestión
obrera (años 1944/48)
La revolución rusa es descripta en este período
como la eliminación de la clase dominante por
una clase de burócratas privilegiados. Así,
la burguesía es eliminada sin una revolución
del proletariado. El desarrollo verdadero de una revolución
es el desarrollo de los órganos autónomos
de las masas. (consejos, comunas, soviets, comités
de fábrica, etc.).
Castoriadis diferencia su posición de la de
Trotsky en relación a la URSS: no se trata
de un estado obrero degenerado. No puede haber dictadura
del proletariado llevada a cabo por un partido totalitario.
El régimen ruso es otra cosa que un accidente
pasajero. El pensamiento de Trotsky, saludado por
Castoriadis, sin embargo no escapa a las tendencias
burocráticas orgánicamente incorporadas
en el partido bolchevique desde el inicio. No puede
analizarse el modo de ser de la URSS desde el cuadro
teórico del marxismo. Aquí surge una
nueva concepción de la burocracia y del régimen
ruso. Si la propiedad privada clásica es eliminada
mientras que los trabajadores continúan siendo
explotados, desposeídos y separados de los
medios de producción, la división social
- en clases - deviene división entre dirigentes
y ejecutantes en el proceso de producción;
la capa dominante garantiza su estabilidad y la transmisión
de sus privilegios a sus descendientes mediante mecanismos
sociológicos.
De este modo, Castoriadis adopta el término
de capitalismo burocrático y no de capitalismo
de Estado. Se produce el surgimiento de una nueva
clase explotadora. Una revolución socialista
no puede limitarse a la eliminación de los
patrones y la propiedad privada de los medios de producción;
debe también desembarazarse de la burocracia
y de la disposición que ella ejerce sobre los
medios y el proceso de producción: abolir la
división entre dirigentes y ejecutantes. Debe
ser la gestión obrera de la producción:
el poder total ejercido sobre la producción
y sobre el conjunto de las actividades sociales por
los órganos autónomos de las colectividades
de trabajadores. Esta autogestión es posible
con la destrucción del orden existente, particularmente
la abolición del aparato del estado separado
de la sociedad, de los partidos y de los órganos
dirigentes.
II- Crítica de la economía
marxista años (1950/54)
Hasta este momento, dirá Castoriadis, la perspectiva
histórica y las interpretaciones que fueron
surgiendo en los textos de Socialismo
o Barbarie estaban apresados en la metodología
tradicional - Trotsky incluido -. Analiza las razones
de los errores (entre ellos el pensar en la inevitabilidad
de una Tercera Guerra Mundial). Rescata de la obra
de Marx no que "la anatomía de la sociedad
debe buscarse en la economía política",
sino su audacia y profundidad de visión histórica
y sociológica, que sostiene su desarrollo económico.
III - La superación
del universo capitalista y el contenido del socialismo
(años 1955/58)
En este período, los desarrollos van en el
sentido de sostener que poner la técnica, la
educación del capitalismo, etc., al servicio
del socialismo implica simplemente más capitalismo
para todos. Los postulados de "racionalidad"
del capitalismo están intactos en la obra de
Marx. Así, la verdadera lucha de clases se
produce en la fábrica misma, estando por un
lado los obreros (organizados o no) y por el otro
el plan de producción. No hay revolución
socialista sin instaurar igualdad absoluta de los
salarios.
II-
IV - El capitalismo moderno (años 1959/60)
Castoriadis señalará la privatización
sin precedentes de la vida, la pseudo-racionalidad
del capitalismo, y el creciente proyecto capitalista
burocrático. No se puede definir al socialismo
únicamente a partir de la transformación
de las relaciones de producción, así
como continuar considerando al proletariado como depositario
privilegiado del proyecto revolucionario. Del mismo
modo, el concepto de dirigentes y ejecutantes no permite
más sostener un criterio de distinción
de clases. El concepto mismo de explotación
deviene indeterminado.
Ahora, el proyecto revolucionario concierne más
que nunca a la totalidad de los hombres - dentro de
la cual los proletarios conservan un status soberano
-.
V - La ruptura con el marxismo
(años 1960/64)
En este período los desarrollos de Castoriadis
irán en el sentido de afirmar que no es simplemente
el movimiento obrero tradicional el que está
muerto, sino el cuerpo mismo de la teoría marxista.
Escribe, en esta época, su texto fundamental
de crítica del marxismo: Marxismo
y teoría revolucionaria, título
del primer volumen en español de La
institución imaginaria de la sociedad. El
marxismo conserva en un nivel esencial el universo
racionalista burgués en su nivel más
profundo. Está habitado por un progresismo
esencial, por una confianza absoluta en una razón
histórica, etc. Marx, sostendrá Castoriadis,
tuvo una intuición genial, que luego él
mismo cerró.
VI - La sociedad instituyente
y el imaginario social (años 1964/65)
En este período los textos de Castoriadis
sostendrán que no hay superación de
la antinomia entre teoría y práctica
en el marxismo. Hay una antinomia irresuelta entre
la actividad de los revolucionarios, basada en la
tentativa de una anticipación racional del
desarrollo a producirse, y la revolución en
sí, como explosión de la actividad creadora
de las masas, sinónimo de un trastorno de las
formas históricamente heredadas de racionalidad.
De este modo sostendrá que la historia es,
dentro de amplios márgenes, creación
inmotivada. Toda sociedad, su institución misma,
es posición primera e inmotivada de significaciones
a-reales y a-racionales, a partir de las cuales lo
racional mismo puede ser definido, organizado, etc.
Así se producirá la creación
de significaciones imaginarias sociales, a partir
de la imaginación radical. Se originan así
los esquemas y figuras que son las condiciones últimas
de lo representable y lo pensable.
El contenido de un proyecto revolucionario debe entenderse
como la mira, el objetivo, de una sociedad devenida
capaz de un cuestionamiento permanente de sus instituciones.
La sociedad post-revolucionaria no será simplemente
una sociedad autogenerada; será una sociedad
que se autoinstituye explícitamente, no de
una vez por todas, sino de manera continua. La cuestión
de la validez de la ley se mantendrá permanentemente
abierta.
VII - La cuestión presente
(1972)
El término mismo de revolución ya no
es considerado como apropiado por Castoriadis. No
se trata simplemente de una revolución social,
de la expropiación a los expropiadores, de
la gestión autónoma del trabajo y de
todas las actividades de los hombres. Se trata de
la autoinstitución permanente de la sociedad,
de un salirse de formas milenarias de la vida social,
poniendo en causa la relación del hombre y
sus semejantes y los niños, la ideas, todas
las dimensiones del saber, poder, ser. Esto sólo
puede ser llevado a cabo por la actividad autónoma
y lúcida de los hombres.
Luego de este período vendrán sus desarrollos
referidos a las esferas de lo histórico social
- detalladas arriba -; su profundización en
lo referido a la autonomía; la democracia y
su relación con la tragedia; la diferenciación
entre la democracia como procedimiento y como régimen;
etc. Y, sobre todo, su tesis acerca de lo que ha denominado
como avance de la insignificancia: la destrucción
del sentido socialmente instituido, de su magma de
significaciones imaginarias sociales. Esta pérdida
de sentido colectivo es puesta en el centro de su
mirada política: hace falta la creación
de nuevas significaciones, ligadas al proyecto de
la autonomía, para salir del letargo en el
que las sociedades occidentales arrojan a sus pueblos,
para permitir que éstos salgan del conformismo
de pensar al consumo como el objetivo de sus vidas,
sea tanto los que participan del mismo, como los que
están excluidos. Apostó, en sus últimos
años, al despertar de la imaginación
que les permita a los pueblos darse nuevas instituciones
promotoras de autonomía, en ruptura con el
proyecto capitalista.
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